«Sin duda se convertirá en un Santo de Espada en cinco años y, tal vez, llegue incluso más lejos en el futuro…» Esa era la evaluación que Dean hacía del Hombre Bestia. Si ese invencible Hombre Bestia podía quedarse con los Caballeros del Templo, era un deber darle la posición de vicelíder. Desafortunadamente, este lo trataba con una frialdad extrema. Cada vez que Dean se acercaba, el Hombre Bestia huía y se ocultaba.
Por fortuna, este no parecía tener la intención de marcharse. Siempre que se quedara, los Caballeros del Templo todavía tendrían una posibilidad. Sin mencionar que ese hermano Hombre Bestia era muy generoso. Conducía a tres jóvenes magos con una fuerza relativamente buena. Aunque lo único que hacían esos tres era ocultarse en las batallas, no dejaban de ser tres Altos Magos prometedores.
—¡Tú, allí! Ahora nos encontramos en un territorio ajeno, ¿es posible que no duermas de esa forma? Si sigues así, ni siquiera verás a quien te mate…