Los días transcurrieron con normalidad, pero la monotonía en la vahir fue interrumpida por la culminación de la primera construcción de nombre: Sala de guerra, para que días después, el edificio llamado Introducción al conocimiento siguiera el mismo destino.
Orion estaba satisfecho con el trabajo de los dos jefes de construcción. Había visitado las estructuras y, aunque la experiencia en el campo no era mucha, gracias a la interfaz podía percibir la calidad y durabilidad de ambos edificios, construidos con sudor y sangre de los esclavos que fueron forzados a trabajar de sol a sol.
--Necesitaré muebles específicos --Dijo, observando en su interfaz el interior de lo que deberían ser ambas edificaciones--. Recluta a algunos artesanos habilidosos y hazles entrega de estos planos. Coloqué en cada uno de ellos la cantidad que requiero.
--Sí, señor Orion --Astra asintió al aceptarlos--. He escuchado que los estelaris son buenos fabricando muebles.
--No me importa quienes sean, solo que puedan hacer un buen trabajo y en un tiempo corto. --Dijo, sin quitar la mirada de la interfaz.
--No lo defraudaré, señor Orion. --Dijo al despedirse.
Continuó con una mirada fija en la pantalla ilusoria, jugueteando entre secciones en busca de nueva información que creyera necesaria y, aunque todavía había cosas que no comprendía por completo, evitó profundizar demasiado.
--Señor Barlok --Dijo una silueta arrodillada al aparecer de imprevisto, al tiempo que otras cuatro imitaban la acción a sus espaldas--. Los Búhos han completado la misión que nos fue encomendada.
Sus armaduras negras se encontraban manchadas con líquidos de colores extraños y, aunque la peste no era poderosa, si era algo que forzaba a los débiles a taparse las fosas nasales.
--¿Y bien? --Dejó caer su mirada en el sujeto arrodillado.
--Para informar al Barlok --Se levantó con lentitud y respeto--. Encontramos el nido de esas arañas bastardas y lo quemamos. También logramos cazar un par de pirianes de frentes rojas, pero no pudimos encontrar la cueva donde se ocultaban. Nuestra falla, señor Barlok.
--Cumplieron con lo que les pedí. Se han ganado un día de descanso.
El resto del escuadrón se colocó de pie al recibir el permiso de su soberano.
--Gracias, señor Barlok. --Dijo Anda con respeto, en simultáneo que su silueta desaparecía, junto con sus subalternos.
--Han mejorado bastante, no es fácil acabar con un nido de esas grandes arañas. --Dijo para sí misma, aunque por el alto de su voz Orion logró escucharla.
--Lo han hecho. --Asintió complacido.
Mujina sonrió con vergüenza por el desliz de su lengua.
Minimizó su interfaz, volviendo su atención a la hermosa realidad, una llena de colores grises y vientos fríos. El ruido de su ejército en entrenamiento armonizaba en su oído, satisfecho de que cada día se volvieran más fuertes.
--Esto ha sido más cansado que pelear con un jefe de piso. --Dijo al suspirar, su mente, aunque muy poderosa, estaba sufriendo los estragos de gestionar con sabiduría todo el territorio que ahora le pertenecía.
--¿Trela D'icaya? --Preguntó al no comprender, curiosa por conocer la verdad detrás de aquellas palabras.
--Nada importante --Negó con la cabeza, ignorando su interesada mirada--. Regresemos.
Las casas comunales, que en su mayoría eran los lugares donde los esclavos descansaban se encontraban repletas de gente durmiendo, tratando de recobrar las fuerzas que las construcciones les habían quitado.
--Esos holgazanes. Trela D'icaya, permítame azotarlos.
--Yo les ordené que descansaran --Dijo al darle un fugaz vistazo a los largos edificios de madera--. Se puede morir de cansancio, eso lo sé y, no me sirven muertos.
--Me disculpo por mis anteriores palabras, Trela D'icaya. --Agachó la cabeza, un acto que fue ignorado por su señor.
∆∆∆
Los movimientos del infante al balancear su arma afilada denotaban una escena más risible que feroz, pero para ambos individuos, que batallaban con determinación, mostrar debilidad por la diferencia de tamaño y edad no era algo admisible.
--Vamos pequeñín, sé más rápido. --Sé burló Yerena, bloqueando con facilidad el corte de Lork.
El niño esquivó con rapidez, pero por el cansancio y sus cortas piernas le fue imposible mantener el equilibrio, terminando en una caída algo cómica.
--¿Por qué perdemos el tiempo con este niño? Deberíamos haber acompañado a los otros en su misión. --Dijo Jonsa al envainar.
--Cierra la boca --Le lanzó una fiera mirada--. La tarea nos fue encomendada por Trela D'icaya, hacer o decir algo en contra es traición. Y te mataré en el acto si pienso que hablas con seriedad.
--Vamos, Yerena, tampoco exageres. Solo quería desahogarme un poco --Tomó el recipiente que el esclavo personal de Lork se disponía a entregarle a su amo, sin culpa por el acto-- ¿Tú qué piensas, niño? ¿Has aprendido siquiera a no caerte?
--Jodete maldito. --Se levantó, con el brillo de la muerte en sus pupilas.
Jonsa sonrió con frialdad, acercándose al liberar la presión total de su cuerpo.
--Los niños deben respetar a los mayores.
Lork apretó los dientes, sus cabellos revolotearon al permitir salir de su cuerpo la totalidad de su energía. Jonsa se sorprendió, no quería admitirlo, pero en cuestión de poderío energético el infante le ganaba por una gran brecha.
Sintió algo precipitarse hacía él con gran rapidez, siéndole imposible evadir por la tardía reacción. El objeto golpeó en su cabeza, provocándole un fuerte dolor.
--¡Por la Santa Sangre! ¡¿Qué mierda te pasa, Yerena?!
--¡Es lo mismo que te pregunto a ti, imbécil! --Se acercó con una postura imponente-- ¡Ve al niño y a su esclavo!
Jonsa dejó de sobarse, obedeciendo algo reacio a las palabras de su compañera, solo para darse cuenta de que Lork le miraba con la nariz sangrante y el esclavo que le servía se encontraba tirado en el suelo, desmayado.
--Estoy segura de que entre el niño y tú, Trela D'icaya preferiría al niño.
Jonsa se quedó en silencio, aceptando que las palabras de su compañera eran acertadas y lógicas.
--Te mataría... sí él me dejara... --Dijo con dificultad y cansancio.
--Ja, ja, ja, ja, ja. Te respeto niño --Observó con una extraña felicidad a su compañera-- ¿Qué opinas, Yerena? ¿Le enseñamos otra lección?
∆∆∆
El ejército era cuantioso para siquiera contarlo, tanto que el pequeño territorio plano y libre de los caminos apenas si podía permitirse cobijarlos.
--Déjame acompañarte. --Dijo Aldurs con una sonrisa complaciente.
--No, solo retrasaras mi camino --Alzó el cuello para que el sirviente pudiera quitarle el peto--. Será mejor para ti que te quedes --Se levantó, permitiendo que se le colocara la camisa color hueso--. Busca algo que hacer, si quieres supervisa a los soldados a que cumplan con sus deberes, pero por nada del mundo permitas que viajen a la ciudad --Su mirada se tornó oscura--. No deseo regresar y encontrarme con que los dejaste fornicar con esas plebeyas. Por favor no repitas ese incidente, porque no seré tan tolerante como esa vez.
--Lo prometo, hermano. --Dijo con una sonrisa disgustada.
--Bien --Asintió complacido. Se acomodó la túnica recién colocada, al igual que el cinto de su vaina--. Al regresar partiremos. Iremos a por ese maldito bastardo que secuestró a Helda y lo mataré. Estate listo.