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66.66% Ecos del Amanecer Oscuro / Chapter 1: Capítulo 1: Las reglas del nuevo mundo

บท 1: Capítulo 1: Las reglas del nuevo mundo

El pasillo estaba sumido en una penumbra inquietante. Las luces parpadeaban como si la electricidad estuviera a punto de fallar. Aún con el cuchillo en mano y la mochila al hombro, Noa avanzó con pasos torpes, su respiración entrecortada resonando en sus oídos. Todo dentro de él gritaba que debía correr, pero el miedo lo mantenía atado al suelo como si cargara con cadenas invisibles.

De repente, un sonido rasgó el silencio. Algo se movía al final del corredor. Noa se detuvo, apretando con fuerza el mango del cuchillo. Su mente se llenó de imágenes del vecino de arriba y del hombre que había visto devorando a alguien en la calle. Lo que estuviera al final del pasillo no era humano. Lo sabía.

Pero entonces escuchó un susurro débil.

—¿Alguien ahí...?

Era una voz femenina, temblorosa y cargada de miedo.

Noa tragó saliva y avanzó lentamente. Al girar la esquina, vio a una joven acurrucada en el suelo, sosteniendo un bate de béisbol cubierto de sangre. Su ropa estaba manchada y desgarrada, pero parecía ilesa. Sus ojos, grandes y oscuros, se posaron en él con una mezcla de alivio y desconfianza.

—¿Estás... estás bien? —preguntó Noa, aunque sabía que la pregunta era absurda en esas circunstancias.

—No te acerques —respondió la chica, levantando el bate con las manos temblorosas.

Noa levantó las manos en señal de paz.

—Tranquila. No estoy infectado.

Ella dudó, pero finalmente dejó caer el bate y se cubrió el rostro con las manos. Su cuerpo empezó a temblar, y Noa no supo si era por el frío o por el terror.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella, casi en un susurro—. No entiendo nada...

Noa tampoco entendía, pero mentiría si dijera que no tenía una idea general. Había visto suficientes películas y juegos para reconocer lo que estaba ocurriendo: un apocalipsis zombi. Por ridículo que sonara, todo apuntaba a eso. Y, de alguna manera, saberlo no lo tranquilizaba en absoluto.

—No lo sé —respondió al final, honesto—. Pero tenemos que salir de aquí.

La chica asintió con dificultad, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—Me llamo Mia.

—Noa —dijo él, ofreciéndole la mano para ayudarla a levantarse.

Mia dudó un segundo antes de aceptarla.

Juntos, comenzaron a descender las escaleras. El edificio estaba en silencio, pero no del tipo que tranquiliza, sino de ese que precede a algo horrible. Cada paso que daban resonaba demasiado fuerte, como si llamaran a lo que fuera que estaba acechando en la oscuridad.

Cuando llegaron al primer piso, se detuvieron. La puerta principal estaba entreabierta, y más allá se veía la calle. El aire olía a sangre y a algo más: un hedor rancio que revolvió el estómago de Noa.

—Mira esto... —susurró Mia, señalando un cadáver tirado en el suelo del vestíbulo.

Era el portero del edificio, o lo que quedaba de él. Su torso estaba abierto, las costillas asomando entre la carne desgarrada. Pero lo más inquietante era su rostro: los ojos seguían abiertos, y su mandíbula parecía estar forzada en una sonrisa grotesca.

—No te detengas a mirar —dijo Noa, desviando la mirada—. Vámonos antes de que...

Un gruñido bajo interrumpió sus palabras.

El cuerpo del portero comenzó a moverse.

Mia soltó un grito ahogado, retrocediendo mientras el cadáver intentaba levantarse. Su cuello estaba torcido en un ángulo imposible, pero eso no le impedía ponerse en pie.

—¡Corre! —gritó Noa, agarrando a Mia del brazo y arrastrándola hacia la puerta.

El portero emitió un chillido gutural y se lanzó hacia ellos con una velocidad que no deberían tener las cosas muertas. Noa apenas tuvo tiempo de empujar la puerta y salir al exterior. Afuera, el mundo era un infierno: gritos, disparos y figuras tambaleantes llenaban las calles.

—¡Maldición! —exclamó Noa, mirando a todos lados.

La ciudad estaba irreconocible. Autos incendiados bloqueaban las avenidas, y los zombis perseguían a los pocos sobrevivientes que quedaban. Todo era un caos absoluto.

—¡Por aquí! —gritó Mia, señalando un callejón estrecho.

Sin pensarlo, Noa la siguió. El callejón estaba oscuro, pero parecía lo suficientemente apartado como para darles un respiro. Se detuvieron tras unos contenedores de basura, ambos jadeando y con el corazón desbocado.

—Eso... eso era el portero, ¿verdad? —preguntó Mia, con la voz quebrada.

Noa asintió, incapaz de decir algo que tuviera sentido.

—No es real —murmuró ella—. No puede ser real.

—Mírame, Mia —dijo Noa, con más firmeza de la que creía tener—. Esto es real. No sé qué está pasando, pero si queremos vivir, tenemos que aceptar lo que sea esto y adaptarnos.

Ella lo miró, sus ojos llenos de miedo y lágrimas.

—¿Cómo vamos a sobrevivir a esto?

Noa no tenía respuesta. Pero mientras estaba allí, con el cuchillo todavía en la mano y el cuerpo temblando de adrenalina, algo dentro de él comenzó a cambiar. Una pequeña chispa de determinación se encendió.

No iba a morir aquí.


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