En los confines del antiguo bosque, donde los árboles se alzaban como guardianes centenarios y las sombras susurraban secretos olvidados, tres amigos se aventuraban con valentía y curiosidad. Atlemin, el pensativo y sabio del grupo, guiaba con cautela mientras Yoltraz, siempre impulsivo y lleno de energía, aportaba una chispa de entusiasmo a cada paso. Jhosep, conocido por su curiosidad insaciable y sus ideas brillantes, seguía los senderos menos transitados con la esperanza de descubrir algo extraordinario.
Esa noche, bajo el manto estrellado y la luz plateada de la luna, el bosque parecía más vivo que nunca, susurros y suspiros llenaban el aire como un eco de tiempos antiguos. Jhosep se aventuró más allá de los límites familiares, atraído por una sensación inexplicable de que algo extraordinario aguardaba en la oscuridad. Sin embargo, el camino serpenteante pronto lo dejó desorientado y solo en mitad de la noche.
El silencio se volvió opresivo mientras Jhosep trataba de orientarse. Cada sombra parecía moverse con una vida propia, cada rama crujía como un susurro de advertencia. Tras varios intentos fallidos de encontrar el camino de regreso, una luz dorada captó su atención en el suelo, brillando como una estrella caída.
Intrigado, Jhosep se agachó para examinar el objeto. Era un vidrio dorado, resplandeciendo con una belleza antigua y un poder latente que parecía palpitar bajo sus dedos temblorosos. Al tomarlo, una oleada de energía lo atravesó, y una visión se desplegó ante sus ojos cerrados: el Tecerapto, un cristal de sabiduría ancestral, incompleto y disperso en trece fragmentos por el mundo.
La revelación lo dejó aturdido. ¿Cómo era posible que este vidrio dorado le mostrara algo tan antiguo y misterioso? Antes de que pudiera comprenderlo completamente, un mareo repentino lo hizo tambalearse y caer de rodillas. El bosque parecía vibrar a su alrededor, como si la tierra misma respondiera al despertar del Tecerapto.
Horas después, Atlemin y Yoltraz, preocupados por la ausencia prolongada de Jhosep, lo encontraron finalmente entre los árboles. Yoltraz fue el primero en verlo, su figura casi invisible entre las sombras.
"Atlemin, ¡aquí está!", exclamó Yoltraz, corriendo hacia Jhosep.
Atlemin adelantó con paso firme, pero no pudo evitar sentirse intrigado por el brillo dorado en las manos de Jhosep. "¿Qué es eso?", preguntó, agachándose junto a su amigo.
Jhosep, aún aturdido por la experiencia vivida, miró a sus amigos con los ojos brillantes. Intentó encontrar palabras, pero el recuerdo de la visión del Tecerapto le llenó la mente de emociones encontradas.
Al final, Jhosep contó a sus amigos sobre el vidrio dorado y la visión que había tenido. Describió la existencia de los trece fragmentos dispersos por el mundo, cada uno de ellos portador de una parte del poder original del Tecerapto. Atlemin se mantuvo en silencio, asimilando la importancia y el peligro implícito en la revelación de Jhosep.
Yoltraz, siempre el más impulsivo del grupo, no pudo contener su emoción al pensar en las aventuras y desafíos que les esperaban. "¡Entonces debemos encontrar estos fragmentos!", exclamó, con los ojos brillando con determinación.
Decididos a desvelar los misterios del Tecerapto y proteger su hogar de las sombras que amenazaban, los tres amigos se prepararon para una búsqueda que los llevaría más allá de los confines conocidos y los pondría a prueba como nunca antes.
Así comenzó la épica aventura de Atlemin, Yoltraz y Jhosep, unidos por el destino y guiados por la luz del Tecerapto en un mundo donde la magia antigua y los secretos del pasado aguardaban entre las sombras del tiempo.