La llevé a un restaurante y el mesero trajo unos tragos de entrada y le arrebaté el de ella.
—¿Eso contiene alcohol?
—Sí, señor.
—No puedes tomarlo. Yo lo haré por ti.
Me lo tomé de golpe y era un sabor muy amargo, pero a la vez algo dulce. De hecho, era muy bueno. Me tomé el mío y le pedí que me traera otro.
—No deberías estar tomando así. Puedes embriagarte, John.
—¿Crees que algo tan simple como esto, va a embriagarme? ¿Por quién me tomas, chula? Estoy acostumbrado a tomar tragos fuertes de verdad.
—Aún así uno nunca sabe. Hace tiempo no tomas bastante alcohol. Deberías tener cuidado de igual manera.
—Lo que diga la jefa.
—Hablando de jefa, ¿Así qué eres mi futuro esposo?
—No sé de qué hablas.
—Ay, ya admítelo. ¿Tanto me quieres de esposa?
—Ya eres mi mujer. ¿No es suficiente con eso?
—No, no lo es.
—Te pondrían mi feo apellido y no creo que sea conveniente.
—Todo lo que sea tuyo, lo recibo con gusto.
La miré y sonreí.
—¿Todo?
—Sí, todo.
—Joder, que interesante.
El mesero puso el trago en la mesa y me lo tomé.
—Ese trago es muy bueno. ¿Cómo se llama?
—El bartender le llama explosión.
—¿Por qué? ¿Te manda al baño luego de tomarlo? — pregunté serio, a lo que Daisy rio.
—No, señor— rio—. Es un trago inventado por él, donde mezcla varios tragos en uno. Usted es un buen tomador. Las personas que se toman más de dos terminan arrastrados por el suelo.
—No es para tanto. Es demasiado dulce, aunque al principio sabía muy amargo. Tráeme otro, por favor. Hoy debo brindar con mi mujer. Trae algún jugo para ella, pero que no contenga nada de alcohol.
—Enseguida, señor.
—Te ves muy feliz hoy, John.
—Lo estoy. Creo que me estoy acostumbrando a esto.
—¿A estar feliz?
—No, a tenerte conmigo todo el tiempo.
—¿Y no estabas acostumbrado ya?
—No del todo. Antes no dormíamos en la misma cama, no nos bañabamos juntos, ni siquiera salíamos a ninguna parte los dos, y ahora sí lo hacemos.
—¿Te gusta hacerlo ahora?
—Digamos que se siente bien hacerlo.
El mesero llegó y alcé el trago.
—Quiero brindar por la nueva vida que tenemos, por nuestro bebé, y porque pase el tiempo rápido y podamos conocerlo; y por nosotros, para que tengamos el tipo de vida que nos merecemos.
—Es tan raro oírte decir eso, John. Creo que estás embriagado ya.
—No, me siento bien.
Me tomé el trago y ella sonrió. La comida la trajeron y comenzamos a comer, cuando ella se levantó y me miró.
—Vengo enseguida.
—¿Te sientes mal?
—Sí, espérame aquí.
Caminó ligero al baño y me quedé mirando a su dirección
Daisy
Las náuseas eran desesperantes. Usé el baño y salí, cuando me tropecé con alguien.
—Lo siento, no fue mi intención.
—No se preocupe, señorita—era un joven y sonrió.
Tengo que ir a la mesa, John se va a preocupar si no llego. Me di la vuelta y tropecé con John, su rostro estaba rojo y me agarró el brazo hacia él.
—¿Y este quién es?
—Acabo de tropezarme con él sin querer y le estaba pidiendo disculpas. Ya iba para la mesa.
—¿Y qué espera para irse? — lo miró serio y el joven se le quedó mirando—. ¿Se te perdió algo?
—No, lo siento— bajó la cabeza y se fue.
—¿Qué sucede contigo? ¿Cómo tratas a esa persona así?
—Eres mi mujer, claro que debo tratarlo así. No me gusta que nadie te esté mirando y menos delante de mí.
Estaba hablando serio, pero enredado. Algo me dice que está borracho hasta las tuercas. Su rostro estaba rojo y eso lo confirmaba.
—Vamos a la mesa— le pedí.
—No, preciosa. ¿Por qué no usamos el baño un momentito los dos?
—Tu jamás me has llamado preciosa. Deja las tonterías. Vamos a la casa mejor. Creo que tomaste demás.
—No, quiero tenerte aquí y ahora— me sujetó ambas manos y me acorraló en la pared, subiendo mis manos por arriba de mi cabeza.
—Estás borracho, John. Tú jamás harías esto así. Vamos a la casa.
—Ya te dije que no.
La gente que pasaba alrededor se nos quedaban viendo.
—La gente nos está mirando. Ya basta o voy a molestarme— me soltó y me agarró la mano, haciéndome caminar con él.
Salimos del restaurante.
—¿A dónde me llevas?
—A un lugar donde pueda comerte como quiero — me trajo hasta el auto y me hizo subir a la parte trasera, para luego subirse sobre mí.
—Espera, hombre. No haremos eso aquí.
—Claro que sí— me encaró y sonrió—. Que linda eres. Escogí una mujer muy bonita. Deberías casarte conmigo.
—Definitivamente estás borracho. Tú jamás dirías eso.
—¿Qué no lo diría? Acabo de hacerlo.
—Tú no quieres casarte conmigo, lo has dicho muchas veces.
—¿Realmente dije eso? Soy un idiota— se quedó pensativo—. Casémonos ahora, hermosura.
—Esperemos a que se te pase la borrachera mañana y lo decidimos. Vamos a la casa.
—¡No! Vamos al registro ahora y nos casamos. Quiero que seas mi esposa ya.
—John, estás muy borracho para decidir eso en este momento.
—Maldita sea, cosita. Eres mi mujer, ¿Cómo que no puedo decidir eso? ¿Acaso no te quieres casar conmigo?
—Claro que quiero, pero no quiero que sea así.
—¿Y cómo lo quieres? — rio.
—Un día que no estés borracho.
—Yo no estoy borracho— acarició mi mejilla y volvió a sonreír—. Oye, tienes una piel muy suave e incluso tu olor me calienta. Me tienes loco, mujer. Me tienes actuando como un idiota y ahora te quejas. Yo sí quiero que te cases conmigo, es solo que es muy vergonzoso admitirlo. Siento que hasta el corazón se me quiere salir por el culo cuando estoy cerca de ti.
—¿Es eso una declaración? Que forma tan peculiar.
—Sí, mi cosita linda. Sé mi esposa. Solo tú puedes serlo. Solo tú puedes soportar esta rata de hombre que soy. No creas que dejaré que alguien más te tenga. Tú eres mía, solamente mía. Yo no quiero a ninguna perra en mi vida, tú eres esa parte que me hace sentir completo. Te prohíbo que te le alejes de mi, y si algún día lo intentas, te voy amarrar y te haré unos cinco hijos más.
—¡Estás loco, John! — reí.
—Sí, tú me tienes así. Sé que soy un cobarde y no soy capaz de decirte las cosas como son, pero yo te amo, topito. Eres por la única mujer que me atrevería a cortarle el cuello a cualquiera que te toque o te mire, hasta las pelotas están incluidas. Cásate conmigo. Di que sí o te juro que si me rechazas, te llevaré amarrada al registro y no estoy bromeando.
Reí al ver su seriedad.
—Está bien, me voy a casar contigo.
Gritó y comenzó a reír como un demente.
—Apuesto que nunca te habían hecho una declaración tan patética como está, ¿Cierto?— rio.
—No, pero eres diferente. Por eso me gustas tanto— acaricié su mejilla y se sentía caliente—. Vamos a la casa para que te relajes— me dio un beso antes de terminar de decirlo.
—Delicioso— lamió sus labios y sonrió.
Mi corazón se quería salir del pecho. Jamás imaginé verlo de esta forma, ni que dijera todo eso que dijo. No puedo ser más feliz ahora.