Cuando Obito recibió los recuerdos del clon que había dejado en el castillo, no pudo evitar fruncir el ceño por un instante. Definitivamente, su relación con la líder de las mosqueteras y la mano derecha de Henrietta no era buena, y él tampoco estaba interesado en mejorarla.
Por primera vez, se preguntó: ¿Cuándo estaría saldada su deuda con la princesa? No tenía intención de permanecer atado a ella por el resto de su vida.
Rin le había dicho una vez que debía buscar su felicidad, pero no podía imaginarse disfrutando de la vida rodeado de esa nobleza arrogante, que miraba con desdén a quienes consideraban menos afortunados. Incluso en su propio mundo, nunca había visto una línea tan marcada de desigualdad, donde la acumulación excesiva de riqueza y poder era algo tan descarado.
Recordó a su antiguo maestro, el ninja más fuerte de Konoha. A pesar de su fuerza y reputación, vivía en un apartamento modesto, cocinaba su propia comida, lavaba su ropa y se esforzaba día a día como cualquier otra persona. Era una existencia simple, pero digna, y contrastaba enormemente con lo que veía aquí.
Claro, tampoco es que la desigualdad no existiera en su mundo. Por un momento, su mente evocó imágenes de los Uchiha, Hyuga y otros clanes poderosos.
Siempre había alguien que estaba por encima de los demás; así era el mundo, y eso no cambiaba, incluso en otra dimensión.
No podía escapar de la amarga verdad que Madara le había obligado a ver: el mundo siempre estaría dividido entre los poderosos y los débiles.
Alejó esos pensamientos de su mente y se concentró en algo más práctico. ¿Qué podía hacer para saldar su deuda con Henrietta? No quería prolongar su obligación indefinidamente. Tenía que haber una forma de cumplir con ella, dejar ese asunto atrás y recuperar la libertad de elegir su propio camino.
Por ahora, solo se le ocurrió una forma de saldar su deuda: salvarle la vida a Henrietta en algún momento. Esperaba que con eso la cuenta quedara pagada y pudiera considerarse libre de esa obligación. Esa sería su primera prioridad. Sin embargo, había otro asunto mucho más difícil de resolver, uno para el que no tenía respuestas claras.
Ser feliz.
La felicidad... Obito trató de pensar en ello.
¿Había sido feliz alguna vez, desde lo ocurrido con Rin?
Inclinó la cabeza mientras su mente recorría los recuerdos: el entrenamiento exhaustivo, conocer a Nagato, los planes interminables, la manipulación, las batallas, las muertes. Ninguno de esos momentos evocaba un solo atisbo de alegría. No podía recordar una ocasión en la que su corazón hubiera saltado de emoción o en la que hubiera sonreído porque estaba realmente feliz, como solía hacerlo cuando Rin estaba cerca. Esa sensación que una vez había sido tan común para él, ahora se sentía lejana, perdida en algún lugar al que ya no podía llegar.
No la había sentido en los últimos dos años, ni siquiera una vez.
Sabía que no podía recuperar lo que había perdido. Cuando era niño, la felicidad había llegado con tanta facilidad, casi de manera natural. Nunca se detuvo a pensar en cuánto valoraba a su maestro, a Kushina, o a Rin. Su presencia siempre había sido una constante, una parte inquebrantable de su mundo. En su mente, siempre estarían allí, vivos, sin importar lo que ocurriera. Nunca imaginó un mundo donde ellos no estuvieran a su lado.
Probablemente, ese fue su primer error: basar su felicidad únicamente en esas personas, sobre todo en Rin.
Porque, para él, ellos eran todo lo que tenía. Ni su clan, ni la aldea, ni siquiera su sueño de ser Hokage le habían dado la misma felicidad. Lo que lo hacía feliz era hablar con Rin sobre convertirse en Hokage, sentir cómo ella se preocupaba por él, entrenar a su lado y compartir esos momentos.
Lo hacia feliz saber que ella creía en el.
Le hacía feliz saber que su maestro compartía su sueño y que no se había burlado de él. Le daba alegría que uno de los ninjas más poderosos de la aldea hubiera tomado en serio las palabras de un niño sin talento como él. Le hacía feliz cuando Kushina lo regañaba por ser demasiado arrogante.
Le hacía feliz cuando todos estaban juntos.
Pero ellos ya no estaban.
Había roto todas sus promesas cuando atacó a su maestro en lo que debería haber sido uno de los días más felices de su vida. Por su culpa, ese día se recordaría por algo terrible. Un día que pudo haber sido de celebración y alegría, se había convertido en una tragedia. El remordimiento le pesaba en el pecho, como un veneno que no podía expulsar.
Sintió que sus entrañas se revolvían, mientras sus dedos se tensaban involuntariamente. Sus ojos oscuros miraban más allá del horizonte, perdiéndose en las nubes y las montañas verdes de este nuevo mundo, como si buscara una respuesta en la lejanía.
Había fracasado.
No era Hokage, ni el salvador del mundo. Todos sus sueños y ambiciones se habían desmoronado, dejando un vacío que no sabía cómo llenar. Necesitaba algo, algo que fuera únicamente suyo, una meta que estuviera más allá de pagar una deuda o simplemente entender y sobrevivir en este nuevo entorno.
¿Pero qué?
Acompañado de un suspiro, sintió su cuerpo volverse un poco más ligero, como si al menos una pequeña parte de su carga se hubiera disipado. Tal vez la respuesta llegaría eventualmente.
Nadie podía enseñarte a ser feliz, y entre más lo buscabas, más parecía alejarse. La felicidad no era algo que pudiera encontrar persiguiéndola desesperadamente.
Se levantó y observó la ciudad desde el tejado donde había estado sentado por un tiempo. Las calles se extendían bajo él, llenas de vida. La sensación de estar perdido seguía ahí, pero había decidido algo: simplemente seguiría viviendo, un día tras otro, hasta que encontrara la felicidad o la muerte.
Probablemente era lo único que podía hacer. Obito hizo una mueca que casi parecía una sonrisa irónica.
Formo un sello con sus manos, y creo un clon, miro al clon brevemente, y lo envió para proteger a la princesa.
Sintió a su clon alejarse rápidamente hacia donde se estaban moviendo la caravana de carruajes en los que iba la princesa.
Obito llevó su mano al mentón y se quedó pensativo por un momento, mientras miraba brevemente el libro que sostenía. Era un libro sencillo, prácticamente un libro de cuentos infantiles que su alumna le había dado para que comenzara a aprender lo básico del lenguaje. Sin embargo, necesitaba acelerar el proceso, y obviamente no podía aprender todo el idioma escrito a partir de un único libro.
Necesitaba más libros.
El problema era que la mayoría de los "plebeyos" no sabían leer, por lo que muchos de los carteles en la ciudad utilizaban imágenes o pinturas referenciales para atraer la atención de los clientes y mostrar los servicios o productos que ofrecían. Por lo tanto, si buscaba un lugar donde conseguir libros, la opción lógica sería una biblioteca. Pero en ese mundo, no había bibliotecas para plebeyos; eran un privilegio reservado para los nobles, quienes solían obtener sus libros encargando copias específicas.
En pocas palabras, no existían lugares donde alguien como él pudiera comprar un libro fácilmente. Era un misterio cómo su alumna, siendo una "plebeya", había conseguido ese libro en primer lugar. Si querías un libro que realmente valiera la pena, debías viajar por el mundo o encargar la copia específica de una obra, lo cual resultaba ser un proceso largo y costoso.
Básicamente, era un dolor en el trasero.
Obito llegó a una solución más sencilla en su mente: simplemente tomaría prestados algunos libros de algún noble. Podía incluso colarse en el palacio de la princesa y conseguir algunos tomos de allí, ahora que ya se había decidido. Sin embargo, de alguna manera, no le agradaba la idea de seguir aprovechándose de la princesa o de cualquier cosa relacionada con ella. Probablemente solo estaba siendo estúpido y orgulloso, pero prefería robarle a un desconocido que a alguien con quien ya tenía cierto vínculo.
Con eso en mente, Obito creó otro clon. El clon se colocó una capa de color oscuro que cubría su figura y, para ocultar su identidad, se puso una máscara. La máscara era peculiar, con la forma de un conejo, y aunque no era la opción más intimidante, cumpliría su propósito de ocultar su rostro.
El clon desapareció en parpadeo, Obito lo miro con el ceño fruncido, antes de sentarse a la sombra del techo donde actualmente estaba parado, sus ojos vagaron perezosamente sobre el libro que su alumno le había prestado.
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Era una noche particularmente oscura. Las dos lunas estaban ocultas por las nubes que surcaban el cielo. Aún no era esa época del año, pero había noches en las que el cielo tomaba sus propias decisiones.
Una figura comenzó a escalar por los muros de piedra. Estaba cubierta con una capa negra con capucha, cuyos bordes se ondulaban ligeramente mientras avanzaba, como si flotara. Se detuvo en un punto donde no podía seguir adelante, así que asomó la cabeza con cautela, esperando pacientemente.
Finalmente, dos sirvientes con espadas en sus cinturas pasaron caminando. Movían sus cabezas, intentando detectar a un intruso, pero no prestaban verdadera atención. Sus miradas eran superficiales y rápidas, mientras hablaban acaloradamente.
La figura encapuchada observó a los dos sirvientes pasar, escuchando fragmentos de su conversación. Hablaban en voz baja, pero lo suficiente para que ella captara algunas palabras sobre "los recientes robos" y "los rumores en la ciudad".
Sus voces se desvanecieron a medida que se alejaban, sin sospechar que acaban de pasar frente a una persona sospecha en la noche.
Con un movimiento rápido y silencioso, la figura se deslizó por el muro hasta quedar justo detrás de una cornisa más baja. Desde allí, tenía una vista más amplia del patio interior, iluminado por unas pocas lámparas que parpadeaban, luchando contra la oscuridad.
El lugar estaba prácticamente desierto, probablemente porque la mayoría de los nobles y sirvientes estaban al otro lado de la mansión, teniendo una fiesta, y donde estaban los nobles estaban los sirvientes, probablemente nadie se preocupaba por ser robado hoy.
Casi sonrió. La mayoría de los nobles estaban demasiado llenos de sí mismos como para considerar que las medidas que tomaron para evitar ser robados eran insuficientes, pero hoy otro noble tendría que avergonzarse de lo estúpido que había sido.
Caminó entre los arbustos que rodeaban el patio de la mansión y se acercó con un paso confiado hacia el muro.
— Levitar —murmuró ella con un tono tan bajo que fue completamente llevado por el viento frío de la noche. Su cuerpo se volvió tan ligero como una pluma; comenzó a caminar por el muro, usando la fuerza de sus pies para controlar la dirección en la que se movía.
Cuando llegó a la ventana que estaba ubicada en el segundo piso, solo tuvo que usar un hechizo para abrir el pestillo. Estaba protegido con magia, pero para alguien tan hábil como ella, fue sencillo imponer su propia magia.
Cuando abrió la ventana, su cuerpo ingresó y aterrizó sobre el suelo suavemente.
Todo había salido tal y como ella planeó. Lentamente se acercó hacia la puerta, donde sabía, gracias a la información que había recopilado, que estaba el vino de 400 años que el noble de esta mansión había presumido a lo largo de los años.
— Buenas noches —dijo ella mientras pasaba al lado de una figura enmascarada que sostenía casualmente un libro en sus manos. La figura asintió en su dirección, aunque ella no pudo ver su cara—. Bien, ahora...
Su cuerpo se tensó y casi soltó un grito; retrocedió rápidamente, mientras la figura seguía revisando los libros con una lentitud casi exasperante.
— ¿Quién eres? —Fouquet logró controlar su respiración y rápidamente sacó su varita, apuntando hacia el encapuchado.
— Eh, oh —respondió el encapuchado, volviéndose hacia ella. Estaba usando una extraña máscara de color blanco que parecía la de algún tipo de animal, pero ella no podía decir cuál era—. No te preocupes por mí, sigue con lo que estabas haciendo.
Él dijo esto mientras movía su mano con un gesto despectivo.
Fouquet frunció el ceño. Habiendo llegado hasta este punto, irse porque alguien se había interpuesto en sus planes le parecía demasiado patético. Moviendo su varita, cantó un hechizo de levitación y saltó por la ventana.
El enmascarado la miró y observó la ventana rota.
— Yo no rompí eso —dijo él con un tono aburrido mientras seguía ojeando los libros, con un aire perezoso a su alrededor. — mmm
El enmascarado escuchó un poco de confusión afuera: algunos gritos y poco más. No le importaba especialmente y seguía revisando los libros, sumido en sus pensamientos. De repente, hubo un estruendo, y un enorme puño de algo parecido al metal golpeó la pared donde estaba la ventana.
Los fragmentos de madera y vidrio se dispararon por todas partes. La persona que había salido regresó de nuevo, esta vez moviendo su varita. El suelo comenzó a crecer de manera antinatural, envolviendo al encapuchado. Este sintió cómo la tierra empezaba a cubrir cada parte de su cuerpo, de tal forma que sería casi imposible realizar un solo movimiento, luego Fouquet volvió a mover su varita, y la tierra se transformando en una especie de metal. haciendo incluso mas difícil que alguien se liberara.
La mujer no se detuvo mucho; al contrario, movió su varita y realizó un hechizo de alquimia. Aunque la puerta estaba reforzada con magia, eso no significaba nada para ella, que era una maga de clase triangular. En un instante, la puerta se convirtió en polvo, dejando un pasaje libre. La mujer entró apresuradamente, observando a su alrededor. Había muchas cosas y tesoros, pero su mirada se centró en un único objeto.
Una botella cubierta de polvo residía en un estante cuidadosamente adornado. Fouquet la tomó con delicadeza y la guardó entre sus ropas, cuidando de no romperla.
Luego, como siempre hacía, movió su varita, disparando fuego desde ella. Comenzó a escribir en el muro de la bóveda.
El alcohol es malo para la salud, considerelo un favor - Fouquet "La tierra desmoronadora"
—Fonet, la fiera desdichadora—. Cuando escuchó esa voz, ella dejó de sonreír por un momento. Girando su cabeza con un movimiento rígido, vio al mismo enmascarado que había dejado atrapado, parado con la mano en su mentón mientras leía lo que ella acababa de escribir. Podía sentir la vacilación mientras leía, como si fuera un niño pequeño; ni siquiera un niño pequeño debería tener problemas para leer lo que ella había escrito.
Ella movió su varita mientras recitaba un hechizo.
Una bola de fuego salió disparada hacia la figura. Él se giró para mirarla, y ella pudo ver la máscara del hombre y algunos mechones de cabello negro que escapaban de su capucha.
—Un plebeyo—. Esa fue la realización que tuvo al verlo. Un momento después, el hombre dio un grito mientras saltaba hacia un lado, esquivando el fuego; solo su capa fue ligeramente quemada.
Fouquet no perdió tiempo y corrió hacia la salida, sintiendo cómo su golem de tierra se alzaba tras ella, imponente y decidido.
Escuchó cómo los guardias comenzaban a acercarse, y, para empeorar las cosas, su golem fue golpeado por una bola de fuego lanzada por un mago bastante enojado.
Ella no prestó atención a eso. Con un gesto firme, ordenó a su golem que avanzara, pisoteando el suelo con fuerza, desatando ondas de tierra y polvo a su paso. El golem se lanzó hacia adelante, dispuesto a protegerla y abrirse camino a través del caos que se desataba a su alrededor.
Ella no permaneció sentada mucho tiempo, utilizando su golem como cobertura. Saltó del hombre usando magia de levitación y aterrizó en un techo, rápidamente comenzando a moverse.
Había estudiado la mejor ruta de escape, y definitivamente no fallaría en algo como esto. Corriendo y desplazándose por los callejones y caminos previamente estudiados, logró dejar atrás a los guardias y la confusión, mientras su golem seguía atrayendo la atención durante algunos minutos.
Cuando llegó a una zona más tranquila, no se detuvo, sino que continuó caminando con paso seguro, alejándose lentamente pero con firmeza del lugar donde acababa de robar.
Después de unos minutos, llegó a un edificio abandonado. Sin perder tiempo, utilizando magia de levitación, se metió por la ventana y la cerró con fuerza, asegurándose de que nadie la siguiera.
Estando sola en su escondite temporal, no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.
Lentamente, se quitó la capucha que cubría su cabeza, y su largo cabello verde revoloteó en el aire. Las facciones de su rostro eran finas y delicadas, pero sus ojos eran afilados, como solo los de una ladrona podrían ser.
Sonrió ligeramente.
— Fufufufu —dijo, acompañada de una ligera risa, mientras comenzaba a buscar la botella entre sus ropas—. ¿Eh?
Palmeó su cuerpo un par de veces, y luego se quitó por completo la túnica para revisar el bolso que tenía oculto debajo de esta, pero no encontró nada.
— ¿Dónde? ¿Cuándo? —se preguntó furiosamente.
— Tanto alboroto por algo como esto... —esta vez no retrocedió. Su cuerpo se quedó congelado en ese instante; un escalofrío recorrió su columna vertebral y no sabía qué hacer. Sus movimientos se volvieron más lentos, y cuando giró la cabeza, vio al enmascarado sosteniendo su botella mientras la examinaba, inclinado hacia un lado su cabeza.
No escuchó un solo sonido.
Él simplemente había aparecido, como si siempre hubiera estado ahí.
Rápidamente levantó su mano, lista para lanzar un hechizo, pero al hacerlo, se dio cuenta de que estaba vacía.
— ¿Q-qué?
— Tienes muchos trucos interesantes —dijo el enmascarado con un tono ligeramente curioso—, pero sin esta cosa, no pareces la gran cosa.
En su otra mano, sostenía su varita. Esta vez estaba más desconcertada; no entendía en qué momento él pudo tomarla sin que ella siquiera se diera cuenta. Sus ojos se movieron hacia la puerta; estaba a solo un metro de distancia.
Mientras el enmascarado estudiaba su varita con una infantil curiosidad, ella pensó en las posibilidades que tenía de huir si se lanzaba hacia la puerta.
Cuando movió ligeramente el pie, se escuchó el sonido de cristales rompiéndose. Sus ojos se dirigieron hacia el origen del ruido, y entonces lo vio.
— Ups —dijo el enmascarado, mirando los cristales que se esparcían por el suelo, junto con un líquido de color lila. El olor dulce se extendió por el aire—. Ya estaba así cuando llegué.
Fouquet miró la botella rota, luego al enmascarado, volvió a mirar la botella y, finalmente, otra vez al enmascarado.
— ¡Mi vino de 400 años! —sollozó, mientras caminaba hacia el enmascarado.
— ¡Eh! ¿¡400 años?!... espera... ¿Qué estás haciendo? ¡No me muerdas, waaaa!
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— Siento lo del vino de 400 años —se disculpó el enmascarado, haciendo una ligera reverencia.
— Yo siento haberte mordido —murmuró Fouquet, mientras ambos estaban de rodillas en el suelo de la habitación. Los cristales seguían esparcidos al otro lado.
El enmascarado miraba su brazo, donde ella lo había mordido.
— Entonces... ¿Quién eres?
— ¿Eh? ¿No sabes quién soy? —dijo Fouquet, incrédula. Había supuesto que esa persona había sido contratada por el noble al que acababa de robar, para proteger sus pertenencias y capturarla. Pero ahora le estaba diciendo que ni siquiera sabía quién era—. Bueno, soy Fouquet, la Tierra Desmoronada.
— Yo soy Tobi —dijo el enmascarado, levantando la mano en un gesto de saludo.
— Ah, mmm... mucho gusto, supongo —respondió ella, mientras Tobi asentía, mirándola fijamente. Fouquet se revolvió un poco incómoda.
— Supongo que ahora me llevarás con los guardias, o tal vez directamente con el noble que te contrató, ¿no?
— ¿Eh? Mmmm, depende —Tobi levantó tres dedos—. Te haré tres preguntas. Si las respondes bien, te dejaré ir. No le mientas a Tobi, o te irá mal.
Lo dijo en un tono relajado, pero incluso ella pudo percibir la seriedad en sus palabras. "No me mientas." Tobi golpeó la palma de su mano con la varita de Fouquet mientras pensaba sus preguntas.
— ¿A qué te dedicas?
— Soy secretaria del director en la academia de magia.
— Oh, no sabía que las secretarias se metían en mansiones de nobles para robar vino de 400 años.
— La paga como secretaria no es suficiente para cubrir todos mis gastos —se quejó Fouquet, recordando además lo incómodo que era soportar al director intentando mirar debajo de su falda y sobrepasando su espacio personal todos los días.
— Ya veo. Siguiente pregunta —dijo Tobi mientras asentía para sí mismo—. ¿No eres noble? Se supone que los nobles tienen mucho dinero.
— Todos los nobles usan magia —respondió Fouquet con tranquilidad—, pero no todos los que usan magia son nobles. En mi caso, podría decirse que provengo de una familia caída, así que no tengo ningún título. No soy diferente de cualquier plebeyo.
Tobi asintió un par de veces, murmurando para sí mismo: "Ya veo, ya veo".
— Última pregunta. ¿Te disgustan los nobles?
— ... No estoy segura. Yo solía ser una, así que decir que me disgustan no sería correcto, pero tampoco puedo decir que me gusten exactamente... Por ejemplo, el noble al que le robé el vino tiene muchos rumores en su contra. Destruir su mansión y robar su vino no me hace sentir culpable.
— Ya veo —Tobi asintió para sí mismo, luego la miró fijamente—. Toma.
Extendió su mano y le devolvió la varita a Fouquet. Ella parpadeó un par de veces, incapaz de ocultar su sorpresa.
— ¿Me la estás dando? ¿Esto no es una trampa? ¿No fuiste contratado por ese noble?
— Sip, nop y nop —respondió Tobi casualmente.
Fouquet extendió lentamente la mano y tomó el mango de su varita.
— Entonces, ¿Qué hacías en la mansión?
— Estaba tomando prestados algunos libros —respondió Tobi, sacando un libro de algún lugar. Ella se fijó en el título, tratando de ocultar su sonrisa.
"Desde castores hasta dragones: guía sobre cómo hacerte amigo de animales exóticos".
— ... ¿Estabas robando? —preguntó cautelosa.
— No, los estaba tomando prestados —replicó Tobi. Fouquet entrecerró los ojos ligeramente mientras él volvía a guardar el libro, el cual desapareció de alguna manera.
— ¿Quién eres, en realidad? —ella preguntó con cautela.
— Soy Tobi.
Fouquet frunció el ceño. Este hombre era el primero en descubrir su identidad como la ladrona Fouquet, así que no podía evitar sentirse recelosa. Sentía que las cosas no estarían en equilibrio hasta que pudiera ver debajo de esa máscara.
— Sabes, tú me estabas espiando y viste mi cara. Para alguien que se dedica a lo que yo hago, ocultar mi identidad es muy importante.
— No te estaba espiando, solo estaba esperando a que me descubrieras —se defendió Tobi.
— ¿Y qué habría pasado si me hubiera desvestido? —murmuró ella suavemente.
— ¿Eh? —Tobi inclinó la cabeza.
— Tobi es un pervertido —lo acusó, mirándolo fijamente.
— ¡No! Tobi no es así —se defendió, cruzando los brazos en forma de "X".
— Entonces, pruébalo —disparó Fouquet con una ligera sonrisa.
— ¿Cómo?
— Quítate la máscara...
— ¿Por qué?
— Quiero ver si tienes la cara de un pervertido —dijo ella, esbozando una sonrisa maliciosa.
— Oh. —Hubo un silencio incómodo—. ¿Quieres ver qué hay debajo de mi máscara?
Fouquet tragó saliva y asintió, sus ojos fijos en los oscuros agujeros donde estaban los ojos de Tobi.
— Bien —dijo él, levantando la mano lentamente y colocándola sobre su máscara. Fouquet se acercó un poco sin darse cuenta—. Debajo de mi máscara... hay...
Tobi comenzó a mover la máscara, y Fouquet se acercó aún más, manteniendo los ojos bien abiertos, esperando con anticipación. Pudo ver el cabello negro, lo que indicaba que la persona frente a ella era un plebeyo, y aun así, había logrado hacer lo que muchos nobles no pudieron: atraparla y jugar con ella.
¿Cómo sería el rostro de esta persona?
— Debajo de mi máscara... hay...
Ella tenía que ver su rostro.
— ¡Otra máscara! —gritó Tobi, mientras se quitaba la máscara y revelaba que, efectivamente, había otra debajo. Esta era diferente, de un color naranja brillante con líneas negras dibujadas alrededor de los ojos.
— ¿Khu? —Fouquet cayó al suelo—. ¡Estás bromeando!
Se quejó, molesta.
— Jejejeje —Tobi se limitó a reír.
— No es justo que tú hayas visto mi cara, pero yo no pueda ver la tuya —murmuró Fouquet.
— solo vi tu cara porque no lograste detectar mi presencia. — Tobi la regaño.
— cierto, tienes las habilidades de un pervertido. — ella murmuró.
— ¡Khu! — Tobi se quejo. — No soy un pervertido.
— Está bien, lo entiendo —suspiró Fouquet, mirando al enmascarado. Con su nueva máscara se veía un poco más ridículo; la anterior, con rasgos de animal, lo hacía parecer más tierno—. ¿Puedo hacerte una pregunta?
— Ah, claro —dijo Tobi.
— ¿Por qué me dejas ir?
— Oh, no me gustan mucho los nobles, así que no me molesta si les robas —respondió con un gesto despectivo—. Pero ahora que lo mencionas, hay dos condiciones para dejarte ir.
Fouquet soltó un quejido; debió haber cerrado la boca.
— ¿Cuáles? —preguntó con cautela.
— Primero: una parte de lo que robes debes usarla para ayudar a otras personas —dijo Tobi con un aire casi infantil. Ella frunció el ceño por un momento.
— ¿Ayudar a los demás? —cuestionó. Tobi asintió enérgicamente—. ¿No lo quieres para ti?
— Nop.
— Ya veo... No lo entiendo —admitió Fouquet. Rara vez había conocido a alguien que, frente a la oportunidad de obtener ganancias, prefiriera dárselas a alguien más. Pensó que tal vez era una trampa, pero no le dio demasiada importancia—. ¿Y cuál es la segunda?
— Enséñame a leer —dijo Tobi, con un tono serio.
— Mmm... ¿que?
— Enséñame a leer, Fonet la fiera desdichadora.
— Es Fouquet... —corrigió ella, mientras una vena sobresalía en su frente— por eso estabas roba- ... tomando prestados unos libros.
— Sip.
— Ya veo —respondió Fouquet, mirando por la ventana—. Pero está bien, te enseñaré a leer, si con eso me dejas ir.
No estaba en condiciones de quejarse. Miró el vino derramado en el suelo con una expresión derrotada.
— ¿Quieres empezar ahora?
— Mmm, ¿no tienes que volver a tu trabajo como secretaria? —preguntó Tobi. Ella asintió—. Ya veo, entonces, ¿Cuándo podrías enseñarme?
Fouquet se tomó un momento para pensarlo.
— Si realmente tienes ganas de aprender, podría ayudarte todas las noches al menos una hora —dijo.
— Oh, eso sería bueno.
— Pero... —empezó Fouquet—. Trabajo en la academia de magia, está a unas tres horas de viaje a caballo, y tendrías que entrar a escondidas, son un poco estrictos con quien puede entrar . . . pero con tu habilidades de pervertido, debería ser fácil para ti.
murmuro la ultima parte, y Tobi lo ignoro descaradamente.
— Mmm, no te preocupes. Estaré allí —dijo Tobi con confianza y emoción, se levanto de golpe, sobresaltándola un poco, luego camino hacia la ventana casi dando saltitos.
Cuando Tobi colocó una pierna sobre el alféizar de la ventana, se giró para mirarla. Fouquet casi podría jurar que vio un destello rojo en los oscuros agujeros de su máscara. El aire se volvió frío de repente.
— Asegúrate de no lastimar a inocentes en tus robos... Nos vemos.
Con esas palabras, saltó. Fouquet caminó lentamente hacia la ventana, pero ya no había nadie.