El pulso de Damien se aceleró. No podía perderla, no ahora. Los años de búsqueda, las noches de insomnio, el dolor constante de su ausencia: todo se desplomó sobre él mientras se esforzaba por alcanzarla.
Al doblar una esquina, el olor que inicialmente lo alertó sobre su presencia se hizo más fuerte, más distintivo. Casi podía sentirla, percibir su ansiedad y la desesperación por escapar.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué huía de él? ¿Qué había pasado que la hizo irse en primer lugar?
Justo cuando Annie pensó que podría tener una oportunidad de escapar, una mano fuerte se cerró alrededor de su brazo, tirando de ella para detenerla. La fuerza repentina casi la tira al suelo, y ella se giró, su corazón hundiéndose mientras miraba a los intensos y tormentosos ojos de Damien.
—Annie —gruñó él, su voz baja y autoritaria—. Deja de correr.