Después de haber sellado una confianza renovada, Mytravael se acercó a Alaric con una sonrisa enigmática.
—Vosotros estar en Atalcoa, capital del Imperio Dominitiano —dijo Mytravael, con una calma solemne mientras observaba la expresión curiosa de Alaric—. Pero ahora, debo llevaros a conocer a alguien. Un amigo.
Alaric levantó una ceja, intrigado.
—¿Un amigo? —preguntó, mientras su tripulación lo miraba con la misma inquietud—. ¿De qué tipo de amigo estamos hablando?
—Un hombre sabio, alguien que puede ser de gran ayuda en vuestra misión. Seguidme.
Con una señal de Mytravael, varios escoltas se unieron al grupo, y sin más palabras, comenzaron a caminar. La jornada no fue fácil. Recorrieron cerros empinados y cruzaron por espesos tramos de selva. El sol estaba alto en el cielo, y el calor sofocante hacía que cada paso fuera más agotador que el anterior.
—¿Cuánto más, capitán? —preguntó Marius, visiblemente cansado—. No puedo sentir mis piernas.
—Lo sé, Marius, pero aguanta. Confío en que Mytravael no nos llevaría a un lugar sin motivo —respondió Alaric, aunque también comenzaba a sentir el peso del recorrido.
Tras varias horas de marcha, llegaron a otro cerro, pero este parecía diferente, con un aire aún más solemne. Allí, a las puertas de lo que parecía otro templo, aparecieron soldados que Alaric no había visto antes. Eran más altos y musculosos, con una armadura oscura y lanzas largas que brillaban al sol. De inmediato, los apuntaron con sus armas, mostrándoles una clara advertencia.
—¡Alto! —exclamó uno de los soldados, señalando al grupo de extranjeros.
La tripulación de Alaric se tensó. Algunos de los hombres se llevaron las manos a las empuñaduras de sus espadas, listos para defenderse si era necesario.
Pero Mytravael levantó la mano con calma, dirigiéndose a los soldados en su idioma nativo. Los hombres, al reconocerlo, bajaron sus lanzas y abrieron paso al grupo.
—Parece que estamos a salvo —murmuró Harl, aliviado—. Por ahora.
—Con Mytravael a nuestro lado, lo estamos —afirmó Alaric.
Continuaron subiendo por el cerro hasta llegar a las puertas del templo, un edificio majestuoso que destacaba por su simplicidad, pero también por la sensación de poder que emanaba. Entonces, de las sombras del templo, emergió un hombre joven, de una edad similar a la de Mytravael, pero con una apariencia completamente diferente.
El hombre vestía una túnica blanca sin mangas, ceñida con una faja dorada. En sus pies, llevaba zapatos de oro que brillaban con cada paso que daba. Tenía brazaletes en los brazos, un amuleto en forma de un dragón serpenteante similar al Atalcóhat, y sobre su cabeza descansaba una corona de oro con detalles intrincados de plumas. Lo más impresionante era una capa roja que rozaba el suelo tras él.
—Ser Zulikiga, amigo mío —dijo Mytravael, presentando al hombre con una ligera reverencia—. Él ser importante en estas tierras.
Zulikiga observó a Alaric y su tripulación con una sonrisa cálida. Parecía genuinamente feliz de recibirlos, aunque su porte majestuoso no pasaba desapercibido.
—Yo, Zulikiga —dijo, señalando a su propio pecho con orgullo—. Mytravael ser amigo. Vosotros venir, ser bienvenidos.
Alaric se inclinó ligeramente, respetando la autoridad que parecía emanar de Zulikiga.
—Soy Sir Alaric Stormwind —dijo con firmeza, aunque aún un poco sorprendido por la figura que tenía frente a él—. Capitán del Explorum Nova Tevra. Hemos venido a estas tierras en busca de conocimiento y alianzas.
Zulikiga asintió, mirándolo a los ojos.
—Bien. Conocer vuestra misión. Mytravael contar. Venir, entrar —invitó, señalando las puertas del templo con un gesto amplio.
El grupo siguió a Zulikiga al interior del templo. Las paredes de piedra parecían aún más imponentes desde dentro, decoradas con símbolos que Alaric no había visto antes. El ambiente era solemne, casi sagrado, y los ecos de sus pasos resonaban en los amplios pasillos.
—Este lugar… —susurró Marius—. Se siente como si estuviéramos dentro de algo más que un templo.
Alaric asintió. Había una energía palpable en el aire, una que le resultaba difícil de describir. Zulikiga caminaba con seguridad, como si aquel lugar le perteneciera. Tras varios minutos de avanzar por el templo, llegaron a una sala circular con una enorme piedra en el centro, adornada con símbolos dorados.
—Aquí, hablar —dijo Zulikiga, deteniéndose frente a la piedra—. Vosotros, buscar alianzas, ¿sí?
—Así es —respondió Alaric—. Queremos conocer más sobre este continente, y también ofrecer lo que nuestro reino tiene para compartir.
—Nosotros ver si ser útil vuestra misión —respondió Zulikiga, cruzando los brazos—. Pero primero, conocer más sobre vosotros. Mytravael confiar, pero Zulikiga necesitar más.
Alaric asintió, comprendiendo que aún no habían ganado por completo la confianza de este líder. Sin embargo, sintió que este encuentro era el comienzo de algo importante, de una conexión que podría definir el éxito de su expedición.
—Estamos dispuestos a compartir todo lo que sabemos —dijo Alaric, firme—. Y si hay algo que podamos hacer para demostrar nuestra buena fe, solo decídmelo.
Zulikiga sonrió, asintiendo lentamente.
—Veremos, Alaric Stormwind. Veremos.