Días después, Sabrina, Eva y yo hablábamos en la sala de estar de mi casa y tomábamos nota en una libreta de los diferentes concursos de talento que se llevaban a cabo en Ciudad del Valle.
La idea era que Eva obtuviese más reconocimiento del que estaba logrando, sobre todo por lo que nos reveló, pues resulta que había escrito sus propias canciones, incluso nos cantó una que, tanto a Sabrina como a mí, nos conmovió; trataba del amor hacia las personas importantes de nuestras vidas; en su caso, a la señora Cecilia.
Nuestra reunión era de lo más agradable gracias a la capacidad de organización que Sabrina tenía. Era evidente que había aprendido bastante de su mamá, quien era secretaria del alcalde de Ciudad del Valle; fue algo que en su momento me asombró. Sin embargo, una visita inesperada nos tomó desprevenidos y nos impactó a tal grado que incluso se me olvidó al principio presentar a mi novia.
Cristian y Alana llegaron a casa, demostrando agotamiento, como si hubiesen caminado desde la terminal. Al principio me emocioné tanto que no dudé al recibir a mi hermano con un cálido abrazo que correspondió animado, aunque su fingida alegría me demostró que no estaba realmente feliz.
Además, el rostro de Alana mostraba una preocupación que me asustó, y en mi mente, varias situaciones se proyectaron, específicamente la de un embarazo.
—Oye, Cristian… ¿Sucede algo malo? —pregunté.
—No, para nada, solo estamos algo agotados… El autobús en el que vinimos era una porquería antigua sin aire acondicionado —respondió con el mismo tono de voz alegre que lo caracterizaba.
En ese momento recordé que Sabrina estaba en casa. Una sensación de nervios y orgullo me embargó, por lo que le pedí a mi hermano que me acompañase a la sala de estar.
—Hermano, ven, te quiero presentar a alguien —dije.
—Bueno, ya sé que Eva es nuestra hermana, no es necesario que la presentes —replicó con voz pasiva. Era evidente que quería evitarnos.
—No se trata de ella —dije cuando le hice señas a Sabrina, quien se levantó y se acercó a nosotros—. Cristian, ella es Sabrina, mi novia… ¿Verdad que es hermosa?
—¡Amor! —exclamó Sabrina a modo de reclamo, notablemente avergonzada; se veía tierna.
—¡Vaya! —intervino Cristian con asombro—. Es muy bonita, hermanito, felicidades… ¡Alana, cariño! Ven a conocer a la novia de mi hermano.
«¿Cariño?», pensé confundido, aunque opté por ignorar ese detalle cuando Alana se acercó a nosotros.
Las presentaciones se llevaron a cabo y optamos por sentarnos para hacerle compañía a Eva, quien se asombró cuando Cristian la saludó con un cálido abrazo y la llamó hermanita. Eva se ruborizó con esa acción de nuestro hermano y, de no haber sido por la repentina aparición de mamá, se hubiese conmovido al punto de romper a llorar.
—¡Cristian, hijo! Pero qué sorpresa —exclamó mamá con emoción, quien no dudó en acercársele y darle un cálido abrazo—, oh, Alana, ¿cómo has estado, querida?
Mamá logró lo que Cristian y yo no habíamos logrado, hizo que el rostro de Alana se embelleciese con una sonrisa y tomase un brillo que nos tranquilizó.
—Mamá, disculpa que no te hayamos avisado con antelación, pero por estos días la universidad será sede de una convención de ingenieros y, como no queríamos estar allá, optamos por venir a pasar tiempo con ustedes —reveló Cristian.
—¿Y la familia de Alana estuvo de acuerdo? —preguntó mamá.
—Bueno, ya Alana es mayor de edad… Además es mi novia —dijo Cristian.
Alana se ruborizó cuando Cristian hizo la revelación, se vio muy tierna, tanto que incluso Eva y Sabrina dejaron escapar una risita.
—Mamá, ¿será que podemos hablar un momento a solas? Bueno, con Alana también —inquirió Cristian.
—Claro, mi vida… Paúl, estaremos en el patio trasero, así que no nos interrumpan, ¿está bien? —me pidió mamá.
—Está bien, mamá —respondí.
Mientras mamá, Cristian y Alana se fueron al patio trasero, Sabrina, Eva y yo nos quedamos en la sala de estar tratando de adivinar el tema de conversación que abordarían. La tentación casi nos ganó la partida cuando optamos por dejar al azar quién iba a ir a chismear, pero por suerte, Eva decidió seguir buscando información respecto a los concursos de talento.
Media hora después, Sabrina y yo subimos a mi habitación para ver una película, en medio de la duda por mi parte y la alegría de su lado, pues era la primera vez que subíamos solos. No tenía segundas intenciones con ella, aun con las cosas que pasaron por mi mente, pero en su caso, para mi asombro y preocupación, era todo lo contrario.
Habíamos puesto El curioso caso de Benjamin Button, y solo bajamos a la cocina para buscar leche y algunas galletas con chispas de chocolate. Sin embargo, lo menos que hicimos fue prestarle atención a la película, ya que nos centramos en una conversación conforme merendábamos.
Pero entonces, durante nuestra conversación, en un giro esperado que traté de evitar con temas casuales, Sabrina preguntó:
—¿Acaso no te resulto atractiva? En casa nunca me miras con deseo, ni intentas nada, aun cuando nos dan todas las libertades.
—¿Eh? —fue lo único que pude expresar.
—El que no me quieras tocar con lujuria me hace pensar que no te resulto sexy. ¿Soy atractiva para ti? —insistió.
Sabrina se me acercó lentamente y me dedicó una mirada lasciva. Mi corazón se aceleró de un momento a otro.
—Eres la chica más atractiva que conozco —musité—. De hecho, me siento muy afortunado de tener una novia tan hermosa como tú, pero quiero cumplir con mi propósito de llegar virgen al matrimonio —respondí nervioso.
Lo sé, fue una excusa pésima.
—¿Eso quiere decir que te quieres casar conmigo? —preguntó con repentina emoción.
—¡Claro que sí! —exclamé con seguridad—. En el debido momento, te pediré matrimonio.
—Falta mucho para eso, pero me emociona pensar en ello.
—Sí, aunque cuando menos te des cuenta, ya el tiempo habrá pasado.
—Tienes razón, pero, de igual manera, me entristece un poco que no quieras hacerlo conmigo.
«¡Dios mío! ¿Qué hago ahora?», pensé nervioso.
—No es que no quiera hacerlo contigo, es que estamos muy jóvenes y me conozco… Sé que, aun sin tener experiencia, no sabré controlarme una vez que empiece —dije.
Sabrina esbozó una sonrisa traviesa cuando respondí con esas palabras. Lo peor, o mejor del caso, depende de cómo lo vean, fue que se levantó para acercarse a mí y acorralarme contra la pared, al lado de la puerta.
—Oye, ¿no se supone que sea yo quien te arrincone? —pregunté mientras el aroma de su perfume me hipnotizaba.
—Debería ser así, pero ya que titubeas tanto, tomé la iniciativa —respondió. Su respiración comenzaba a acelerarse.
Me tomé el atrevimiento de tomarla de la cintura y pegarla a mi cuerpo; ella dejó escapar un leve gemido que me asustó.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —pregunté.
Hice la pregunta porque, al sentir su pecho pegado al mío, me alarmó lo acelerado que estaba su corazón.
—Muy segura —musitó.
Entonces, considerando que todo lo que sucediese después era de mutuo acuerdo, tomé la iniciativa de besarla con pasión; ser correspondido despertó mi excitación. Sin embargo, tan pronto empezamos a tocarnos de manera traviesa, tocaron a la puerta de mi habitación con insistencia. Ambos nos asustamos y nos separamos de inmediato.
—Paúl, hermano, ¿puedo pasar? —preguntó Cristian del otro lado.
Sabrina y yo tuvimos suerte de no habernos desvestido, por lo que le respondí de inmediato que entrase.
—Oye, ¿podemos hablar un rato a solas? —preguntó Cristian tras entrar a mi habitación.
—Sí, claro… No hay problema, ¿verdad? —le pregunté a Sabrina, quien entendió la situación y salió de mi habitación.
Cristian se sentó en mi cama y echó un vistazo a su alrededor. Estaba analizando minuciosamente mi habitación, pues era la primera vez que entraba en ella.
—¿Mamá te mandó a vigilarnos? —pregunté.
—No, vine porque quiero pedirte que me apoyes en algo que no sé si podré enfrentar solo.
Sus palabras me tomaron desprevenido, no sabía cómo responder a ello, y menos cuando imaginé todo tipo de situaciones graves.
—Supongo que está de más decir que por ti, yo daría mi vida —dije.
—No lo permitiría, los hermanos mayores son quienes deberían decir eso —replicó, esbozando una sonrisa titubeante—. ¿Sabes, Paúl? Siendo honesto, no quería venir a casa, tenía mucho miedo.
—¿Por qué? —pregunté.
—Hermano, he actuado de manera irresponsable y no me han salido bien las cosas… No sé si has notado que le he estado pidiendo más dinero a papá.
—No, no lo sabía… ¿Pasa algo malo?
—Sí, la verdad es que…
Cristian se interrumpió a sí mismo y repentinamente rompió a llorar como nunca antes lo había visto. Ver a mi hermano vulnerable me dolió, y estaba asustado porque no sabía cómo ayudarlo.
—¿Qué sucede, Cristian? —pregunté con preocupación.
—Paúl, vinimos a casa porque le diré a papá que no seguiré estudiando… Mamá me dijo hace unas semanas que será ascendido en su trabajo, así que le pediré empleo.
—¿Por qué harías eso?
Él me miró y me mostró la desesperación de alguien que no puede hallar una solución a sus problemas.
—Hace un par de meses, Alana quedó embarazada y sus padres la echaron de casa… Así que me he hecho cargo de ella, pero papá me está pidiendo justificación del porqué pido tanto dinero. He venido para decirle la verdad.
—Eso quiere decir que te estás haciendo cargo de tu novia y tu futuro bebé, ¿no? Deberías estar orgulloso de eso.
—Paúl, Alana y yo perdimos a nuestro bebé, abortó a causa del estrés que le causó su problema familiar. Vine para ser honesto con nuestros padres. Siento que ya no puedo más.
—Aun así, sigues comportándote como un hombre ejemplar —dije, alentándolo con un abrazo—. Te voy a decir una cosa… Ten por seguro que papá se va a molestar, pero no por eso dejará de apoyarte. Al menos falta poco para graduarte, ya eso es una ventaja.
—¿Y si pasa todo lo contrario? —preguntó asustado.
—¿Por quién tomas a papá? —repliqué—. Estamos hablando de alguien que adoptó a una chica de la calle sin dudar, aunque quiso fingir que no le agradaba la idea.
—De todos modos, no quiero decepcionarlo.
—Ah, bueno, eso es harina de otro costal, pero tranquilo… Aunque papá se moleste, no dejará de apoyarte. Eso sí, procura prepararte para un buen regaño.
Minutos después, fui con Sabrina para explicarle lo que estaba pasando, razón por la cual optó por irse a casa y darnos tiempo con Cristian; la acompañé hasta la parada de autobús.
Horas más tarde, tal como lo tenía previsto, Cristian recibió un gran regaño por parte de papá, quien apoyado por mamá se volvía bastante severo.
Lo bueno fue que tanto papá como mamá reconocieron la valentía de mi hermano al hacerse cargo de Alana cuando su familia le dio la espalda.
A fin de cuentas, papá le aconsejó a Cristian y Alana que siguiesen estudiando y no se preocupasen por el dinero, pues él se encargaría de pagarles un mejor departamento y la matrícula del último año que les faltaba cursar.
Así que, a pesar de todos los regaños y los consejos vociferados, mi hermano salió airoso y yo me sentí aliviado de que su situación no empeorase.