Los golpes de la pubertad me tomaron desprevenido a pocos meses para cumplir los catorce años de edad, época en la que algunos cambios físicos se empezaban a notar en mi cuerpo. Era evidente que mi físico mostró una forma que hasta a mí me impresionó, aun cuando no hacía ejercicio. Al principio creí que era cuestión de genética, pero la verdad es que, además de eso, también se debía a mis visitas a la montaña tres veces por semana.
Eva y yo creímos oportuno visitar nuestro lugar secreto tres veces por semana como forma de liberarnos de nuestras presiones diarias, pues había ocasiones en las que era imposible no tener discusiones con papá y mamá. Por parte de Eva, casi nunca estaba molesta. Su caso era más bien la melancolía y su problema para superar la pérdida de la señora Cecilia.
Entonces, como las visitas a la montaña las pude considerar una excelente actividad física, mi cuerpo gozó de un aspecto atlético al final de mis catorce años, más que todo en mis piernas y espalda, supongo que por la corta escalada que debíamos llevar a cabo para llegar a nuestro lugar secreto.
Sin embargo, no todo era bueno, pues también se produjeron cambios en mi voz, por lo que dicha transición trajo consigo un horrendo sonido agudo cada vez que intentaba alzar la voz.
Al mismo tiempo, comprendí que ser atractivo en lo que concierne al físico no te garantiza la popularidad, ni mucho menos la mejora.
Esto lo pude comprobar cuando, de un momento a otro, dejé de ser popular debido a las tendencias que emergieron junto con las redes sociales, modas que me parecieron ridículas y tontas. Por ende, más rápido de lo que imaginaba, empecé a quedarme solo y sin amigos, a un punto en el que, de repente, era una especie de nómada escolar.
Al principio me sentí triste por la forma en que todos a los que consideré mis amigos dejaron de hablarme y empezaron a tener comportamientos pedantes, jactándose de una inexistente madurez que los hacía creer que eran adultos por el simple hecho de estar a la moda. Fue la vergüenza ajena lo que me permitió persuadir la tristeza, aunque me costó afrontar la soledad durante las primeras semanas de esa época.
Por otra parte, de no haber contado con la presencia de Eva en casa, es posible que me hubiese deprimido. Ella siempre me esperaba con su guitarra y una improvisación, o en la cocina con mamá para preguntarme cómo me estaba yendo en el colegio.
Esa calidez familiar y el que siempre estuviesen pendientes de mí, fue lo que me llevó a ser honesto con ellas y papá respecto a lo que me sucedió, por lo que recibí los mejores consejos para afrontar de mejor manera esa situación.
Sin amigos, la vida puede ser algo complicada, pero cuando aprendes a codearte con la soledad, todo transcurre de modo diferente y tienes la oportunidad de reflexionar sin ser interrumpido. Yo tuve la suerte de pasar mucho tiempo solo en el colegio y apreciar detalles que en meses anteriores no me había fijado.
Pude conocer ciertas áreas en las que podía descansar y comer tranquilo, salones en los que disfruté de los talentos de algunos compañeros, como aquellos que destacaban en artes plásticas y teatro. Incluso me inscribí para formar parte del club de fotografía del colegio; fue un mero impulso que me llevó a grandes momentos en mi vida.
Así, cada día fue una aventura distinta en un instituto que ocultaba maravillas para aquellos que no se dedicaban a recorrerla, aunque conocer esos espacios del colegio solo me tomó una semana.
Sin embargo, el primer impacto emocional que me llevé en mi adolescencia no sucedió hasta el final del segundo lapso del periodo escolar, una mañana especialmente, en la que salí de clases de historia y me dirigía al club de fotografía. Pasaba cerca de la cancha de voleibol cuando por poco fui golpeado por un balón. El sonido de este al impactar con la pared me asustó.
Algunas jugadoras del equipo femenino de voleibol rieron con crueldad al verme, parecía que lo habían hecho a propósito, pero entre ellas, solo una se mostró preocupada, tanto que incluso se me acercó para preguntarme si estaba bien.
Al principio me asombré, y no precisamente por lo hermosa que era, sino por ser Sabrina Assunção, una de las chicas más populares del colegio y la capitana del equipo de voleibol; debo decir que fue un honor tenerla frente a mí mostrando preocupación.
—Lamento el susto —dijo—, las chicas suelen ser pesadas con estas bromas.
—No te preocupes, supongo que está bien por el hecho de que la mismísima capitana haya venido a disculparse, lo cual es todo un honor para mí —dije con fingida serenidad. Por dentro estaba emocionado, como si estuviese frente a un deportista famoso.
—Me halaga tu elocuencia, pero no seas tan formal, por favor… Mucho gusto, mi nombre es…
—No hace falta que te presentes, por favor… Sé muy bien quién eres, y es todo un placer conocerla, señorita Assunção.
—Vaya, qué formalidad, pero por favor, trátame como a una igual.
—Con muchísimo gusto.
Con esa elocuencia que en ocasiones surgía en mí, hice sonreír a Sabrina Assunção, lo cual fue uno de mis más grandes logros en el colegio. Por dentro, mi orgullo crecía y mi felicidad estaba a punto de estallar, aunque por suerte, ella comentó algo que me asombró un poco.
—Oye, Fernández… Me extraña mucho que estés tan solitario ahora —dijo.
Yo la miré confundido, pues no tenía idea de que me conocía.
—¿Me conoces? —pregunté asombrado.
—Pues claro que te conozco… Eras de los más populares en el colegio, todo el mundo quería pasar tiempo contigo, pero por alguna razón, ahora prefieres estar solo, por lo que veo.
—Pues, es una historia peculiar, ya que…
—¡Sabrina! —exclamaron sus amigas casi al unísono, interrumpiendo la que iba a ser mi explicación.
Ella ignoró el grito y se quedó a mi lado.
—Solo puedo decir que nada dura para siempre —dije cuando volvió su atención hacia mí.
—Sí, es cierto —hizo una pausa—, pero me pregunto qué habrá pasado, que ahora no estás rodeado de tus amigos.
—Digamos que no he cambiado mi esencia, mejor dicho, no he dejado de ser yo mismo.
—Eso me agrada —musitó—. ¿Sabes? Creí que eras un idiota, y quiero disculparme por eso.
—¿Por qué creías eso? —pregunté confundido.
—Porque es lo que andan diciendo de ti, que eres un idiota que se cree superior a los demás por fingir madurez.
—Puede que sea cierto.
—¿Por qué lo dices?
—Porque me parece absurdo que todos se crean mejores por seguir modas ridículas. Sea tendencia o lo que sea que se vea en esas redes sociales, prefiero ser yo mismo, y si nadie quiere a mi verdadero yo, no tengo por qué estar rogando compañía.
—Me gustaría tener esa valentía, pero siento que no soy capaz de pasar tiempo a solas.
—¿Acaso finges ser genial con tal de estar rodeada de esas chicas?
—Es un secreto, pero sí… Dame unos minutos.
Sabrina dejó de hablarme y fue con sus amigas, supongo que a despedirse, ya que volvió conmigo y me invitó a charlar en las gradas del campo de fútbol. No fue mucho el tiempo que compartimos, y los temas que resaltaron en nuestra conversación fueron simples. Sin embargo, fue ese momento el que dio cabida a nuestra amistad y una relación que marcaría mi vida por ser ella mi primera vez en muchos aspectos.