Un sábado por la mañana, se me ocurrió la maravillosa idea de ir al hogar de Eva, o al lugar en el que supuse que pasaba sus noches. Muchas zonas se me vinieron a la mente, como plazas poco concurridas o lugares abandonados, por eso tuve miedo al principio.
Aun así, no dejé que el temor me detuviese y me planteé la idea de seguir a Eva tan pronto terminase su jornada diaria, pues estaba seguro de que no me dejaría ir con ella.
Para persuadir a mamá, tuve que decirle que iba a pasar el día con unos amigos, e incluso le dije que me llevaría algunas cosas de la casa. Ella creyó que bastaría con golosinas y un poco de dinero, pero la sorprendí cuando le pedí un paquete de pan cuadrado, atún enlatado, varios tipos de galletas saladas y una gaseosa de dos litros.
—¿A dónde vas exactamente? —preguntó mamá.
—Bueno, mis amigos dijeron que iríamos a un parque, pero puede que también vayamos a una piscina —respondí.
—Eso explica lo que llevas… Está bien, cuídate mucho y regresa temprano —me pidió con amabilidad.
—Está bien, muchas gracias, mamá —dije emocionado.
Cuando volví a mi habitación, me vestí con ropa cómoda y vacié mi morral para llenarlo con las provisiones que tenía en mente llevarle a Eva. Admito que tuve sentimientos encontrados, porque me sentaba mal mentirle a mamá a la vez que me alegraba poder llevarles algo a Eva y a quien cuidaba de ella. A fin de cuentas, salí de casa y me dirigí a la cafetería, donde me topé con Eva antes de entrar, ya que iba directo a comprar nuestro desayuno.
—Es raro verte tan temprano por aquí… Buenos días —dijo Eva al verme.
—Buenos días, vine preparado para pasar todo el día contigo… Bueno, el tiempo que estés aquí —respondí con amabilidad.
—Eres un caso perdido —dijo con voz socarrona.
—Lo sé, pero aun así me quieres, ¿verdad? —repliqué de igual manera, a lo cual ella reaccionó poniendo sus ojos en blanco para luego asentir y esbozar una sonrisa.
Entré a la cafetería y compré el desayuno, aunque al salir, ya Eva estaba iniciando su primera cantada; era una canción que nunca había escuchado, supuse que era de su autoría. Yo me senté en un comedor al aire libre para comer mientras la admiraba, pero ni siquiera pude saborear mi comida, pues el sentido que más disfrutaba era el del oído.
Tan pronto Eva terminó su primera canción, me le acerqué para entregarle su desayuno, y mientras ella comía, yo me dediqué a recoger el dinero que los primeros espectadores le dieron; fue una buena colecta.
—Parece que te aburres mucho en casa, ¿verdad? —preguntó Eva al terminar de desayunar.
—¿Para qué estar en casa cuando tenemos toda una ciudad para recorrer? —repliqué con un dejo de emoción.
Y así pasé toda la mañana con Eva, siendo, como venía acostumbrándome, su asistente a la hora de colectar el dinero que las personas le daban; ese día fue muy bueno, tanto que incluso tomó la decisión de irse temprano.
«Hoy es mi día de suerte», pensé, porque apenas eran las once con quince de la mañana cuando Eva fue a despedirse del señor Francisco, su principal benefactor y dueño de la cafetería; me asombró verla entrar en el establecimiento, pues raras veces lo hacía.
Al salir de la cafetería, Eva se despidió de mí y me pidió que la visitase a la mañana siguiente. Era evidente que disfrutaba de mi compañía. Yo fingí despedirla, aunque mi plan fue seguirla a una distancia considerable con el único objetivo de saber dónde vivía y conocer a quien se encargó de su buena crianza.
Lo malo de ese mediodía y el inicio de la tarde fue que me arrepentí de haberla seguido, pues estuvimos caminando durante un buen tiempo hasta que llegamos a un barrio de una sola entrada. Era un lugar que, a simple vista, te daba la impresión de ser vulnerable en términos económicos, ya que la mayoría de las casas estaban en condiciones precarias, o simplemente construidas con materiales reciclados.
—Ten mucho cuidado por aquí, mijo, esta zona es muy peligrosa —dijo un señor de repente.
Me asusté cuando me interceptó, puesto que estaba centrado en Eva y la idea de no perderla de vista.
—No se preocupe, por aquí vive una amiga —respondí.
Él se mostró confundido y me miró con recelo por unos segundos.
—No me parece que alguien como tú tenga una amiga en este barrio, pero bueno, solo ten cuidado y no te adentres tanto por aquella calle —dijo, señalando justo al lugar al que se dirigía Eva.
Pude hacerle caso al señor y optar por una idea menos peligrosa, pero la paciencia no era una de mis virtudes. Así que le agradecí con tal de salir del paso y seguí el camino de Eva, quien cada vez se adentraba más en el barrio; eso me preocupó.
A pesar de lo preocupado que estaba y el creciente miedo que se apoderaba de mis piernas, seguí adelante sin que Eva notase mi presencia. Sin embargo, y por desgracia para mí, el señor con quien me había encontrado tuvo razón, pues en zona peligrosa lo común es encontrarse con el peligro, en mi caso, dos sujetos armados con cuchillos.
—Tú no eres de por aquí, ¿o sí? —preguntó uno de ellos, mientras el otro me rodeaba para evitar que escapase.
Escapar no era una opción, y menos con el sobrepeso que me impedía correr a gran velocidad, por lo que me quedé paralizado y opté por la lógica.
—No tengo nada de dinero —dije con voz temblorosa.
—Pero tienes un bonito collar —replicó el sujeto.
Me quité el collar y se lo arrojé, sin importar que fuese un regalo de papá que tanto valoraba.
—No tengo más nada —musité.
Era evidente que tenían malas intenciones y que no se conformarían con el collar, por eso rompí a llorar y grité en señal de auxilio. Al principio tuve miedo y me paralicé, e incluso cerré los ojos con fuerza, temiendo de lo peor, pero afortunadamente fui escuchado por una inesperada salvadora.
—Devuélvele lo que le quitaste —ordenó una voz que reconocí de inmediato.
—¿Estás loca? Esto debe costar bastante —replicó el sujeto.
—De hecho, es de oro, puedes obtener buen dinero —aclaré con calma, pues ya la presencia de ella me tranquilizó bastante.
—Carlos, ¡devuélvele su collar! —exclamó ella.
El susodicho Carlos frunció el ceño y refunfuñó un par de groserías, aunque me regresó el collar. Por su parte, Eva, mi salvadora, me miró con preocupación y se me acercó para consolarme; fue reconfortante tenerla a mi lado.
—Eres un idiota… Por esto no quería pedirte que vinieses a mi casa —dijo preocupada, con un tono de voz que me resultó extrañamente familiar.
—Lo siento, solo quería saber dónde vivías para visitarte y traerte comida desde casa —dije con la voz quebrada; me costó hablar.
Como no pude decir más, tomé mi morral y saqué las cosas que llevaba para ella. Eva se asombró con mi gesto e hizo el amague de darme un abrazo, pero se contuvo. Aun así, me dio las gracias y me ayudó a levantar, aunque me pidió que regresase cuanto antes a casa.
En cuanto a las provisiones, sacó una bolsa de plástico del estuche de su guitarra y metió todo allí, y antes de despedirnos, me agradeció de nuevo.
Sus palabras, más que honestidad y gratitud, me transmitían preocupación y miedo. Dentro de mí, surgió la vergüenza y me obligué a prometerle que no volvería a preocuparla de esa manera, y que iría a su casa cuando ella me llevase. Solo así se sintió mejor y esbozó una sonrisa de alivio, lo cual me reconfortó y me tranquilizó a la par de sus caricias en mi cabello.