Después de Anheim, el pequeño grupo se movía más despacio y hacía que el viaje se volviera más cómodo. Sophie realmente apreciaba lo que su esposo había hecho. Pero cuando le agradeció por ello, él fingió no saber de qué estaba hablando.
Leland aún no estaba acostumbrado a ser apreciado. Pensaba que todo lo que hacía era de sentido común y por necesidad. No veía la razón para que se le reconociera.
—¿Tienes sed? —cambió de tema—. Pareces tener frío. Tal vez un poco de vino pueda ayudar.
Sophie sonrió débilmente y asintió. —Sí… el vino suena bien. Me gustaría.
Recibió la copa de vino de Leland y la bebió lentamente. Le dio un calor que no sabía que necesitaba. Miró a su esposo mientras tomaba su vino y pensó por qué era tan difícil hacer que aceptara cumplidos o agradecimientos.