—¡Abel! —gritó Aries con los dientes apretados, haciendo que Abel se paralizara en el acto. Ella cerró su mano en un puño, avanzando hacia él rápidamente mientras él desviaba la mirada hacia ella. Tan pronto como se detuvo a varios pies de distancia de ellos, movió la mirada rápidamente entre Abel y la mujer arrodillada ante él para evaluar la situación.
¿Cómo Abel estaba aquí y esta mujer era algo que ella no sabía ni se había preguntado. Pero esto era muy parecido a un deja vu. La única diferencia era que Aries no era la persona arrodillada.
—Cariño, ¿por qué estás aquí? —preguntó él, bajando su espada al inclinar la cabeza hacia un lado.
—Yo... ¿importa? —replicó ella en vez de responderle—. ¿Qué estás haciendo?
—¿No es obvio? —levantó una ceja, lanzando una mirada indiferente a la mujer aterrorizada que se arrodillaba ante él—. Estaba a punto de enviarla a las puertas perladas del cielo.
El aliento de Aries se cortó mientras la mujer hablaba con voz temblorosa.