—Hola, Catherine
Su voz, tan fría como el corazón del invierno, se colaba por la habitación expulsando cada átomo de sueño de los ojos de Catherine; ella temblaba en su cama, su rostro tan pálido como la nieve. Vestía todo de negro, con guantes negros en las manos, si no fuera porque no creía en fantasmas, habría pensado que él era uno.
—Estás muerto... tú... ¿cómo estás vivo? —balbuceó ella en shock mientras lo miraba, ni en sus sueños más salvajes imaginó que él estaría vivo.
—Sí, estoy muerto. ¿Y sabes algo sobre la gente muerta? Los asesinatos nunca se pueden rastrear hasta ellos.
Una sonrisa fría se ladeó en los labios de Nicklaus mientras observaba a Catherine con una mirada gélida y mortal. Su mano derecha levantaba una pistola del taburete cercano.
—¡Dios! —Catherine gritó mientras saltaba de la cama, temblando como si hubiera visto un fantasma.