—Mierda, esta mujer está bastante tranquila —dijo el hombre con desdén y escupió—. Esta no era la primera vez que ataban a una mujer y la traían aquí. Anteriormente, las mujeres o lloraban sin parar o perdían todo sentido de la razón y corrían por sus vidas. Era muy raro que alguien les hablara tan calmadamente e incluso dijera que querían ver a su jefe.
—Está bien, ve y dile al jefe que ya despertó.