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17.64% "El Renacer en Runaterra" / Chapter 6: CAPITULO 6

บท 6: CAPITULO 6

Quetzulkan, recién renovado por su curación, se elevaba majestuosamente en el cielo, sus alas batían con fuerza mientras volaba sobre los bosques circundantes al imponente Monte Targon. A pesar de la inmensidad de la montaña, se encontraba imbuido de una nueva determinación, alimentada por la leyenda de la Ascensión que envolvía aquel lugar sagrado.

Mientras surcaba los cielos, su mente divagaba entre las historias que había escuchado sobre los aspectos y la mítica prueba que ofrecían a los mortales valientes. ¿Qué pasaría si un dragón como él intentara ascender? ¿Le sería concedida la oportunidad de transformarse en un ser divino, o sería rechazado por su naturaleza no humana? Pero tales pensamientos debían esperar, pues su deber inmediato era regresar a su aldea y rendirle homenaje a su familia fallecida.

La distancia que separaba el Monte Targon de su hogar era considerable, y Quetzulkan sabía que el viaje sería arduo. Su mente se llenaba de preocupación al imaginar el destino de los cuerpos de sus seres queridos, temiendo que hayan sido consumidos por las bestias del bosque. Sin embargo, una chispa de esperanza se encendía al recordar la presencia de Akali, quien había estado a su lado durante la tragedia.

Pero el hambre lo acechaba, y aunque avistaba criaturas de gran tamaño entre los árboles, descubría que ninguna satisfacía su apetito. Los enormes animales, con sus cuerpos corpulentos y cuernos prominentes, parecían herbívoros, y aunque Quetzulkan lograba cazar algunos, su carne era demasiado fibrosa y su piel densa, lo que dificultaba su ingesta. A pesar de sus esfuerzos por cocinar la carne, el sabor resultaba insatisfactorio para alguien acostumbrado a manjares cocinados con esmero.

Con cada bocado, la sensación de insatisfacción crecía en él, recordándole que su transformación había alterado no solo su apariencia, sino también sus necesidades y deseos más básicos. La nostalgia por los banquetes de su aldea y las delicadas preparaciones de su madre se apoderaba de él, pero sabía que debía adaptarse a su nueva realidad si quería cumplir con su propósito.

Mientras volaba sobre los vastos paisajes de Runaterra, Quetzulkan reflexionaba sobre su situación. Aunque su cuerpo se había fortalecido con el poder de la curación, su mente aún se tambaleaba entre el deseo de venganza y el anhelo de paz. ¿Cómo podría encontrar la redención después de haber sucumbido al poder oscuro que lo había consumido durante tanto tiempo?

A medida que avanzaba, los paisajes cambiaban a su alrededor. Los bosques densos daban paso a praderas ondulantes, y a lo lejos, divisaba las siluetas de pueblos y aldeas. Sin embargo, sabía que no podía arriesgarse a revelar su presencia, al menos no hasta que encontrara una solución para su transformación.

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El sol ardiente se cernía sobre el vasto desierto de Shurima, envolviendo las dunas doradas en una bruma de calor inclemente. Quetzulkan, majestuoso y poderoso, descendió cerca del límite entre las verdes llanuras de Targon y la extensión sin fin del desierto. Con cada paso, el dragón se sentía más adaptado al abrasador ambiente, su piel escamosa resistiendo los embates del sol sin apenas inmutarse.

Su travesía a través del desierto fue una odisea en sí misma. Quetzulkan, sabio y cauto, evitó la mayoría de los asentamientos, temeroso de provocar problemas innecesarios. Sin embargo, entre las dunas yacía un mundo de misterio y maravilla, habitado por criaturas extrañas y sorprendentes.

Una de esas criaturas se cruzó en su camino en forma de una tortuga rodante. Aunque no podía hablar en el sentido tradicional, Quetzulkan sintió una conexión instantánea con ella, y su presencia fue un faro en la vastedad del desierto, guiándolo a través de sus laberínticos caminos de arena.

Pero no todas las criaturas eran amigables. Criaturas moradas, ferozmente agresivas y aparentemente tontas, se interponían en su camino. Ignorantes del temible aspecto de Quetzulkan, intentaban atacarlo cada vez que lo veían, sin comprender la futilidad de sus esfuerzos contra el imponente dragón.

Una noche, mientras descansaba pacíficamente en las tranquilas arenas del desierto, Quetzulkan fue despertado por una sensación punzante en su piel. Al abrir los ojos, se encontró cara a cara con una criatura morada de tamaño colosal. Sus ojos brillaban con una malicia salvaje mientras intentaba desgarrar las escamas del dragón con sus afiladas garras.

Una bestia de las profundidades, cuya sola presencia era suficiente para sembrar el pánico entre los habitantes del desierto. Quetzulkan, lleno de pavor y furia, se lanzó a un frenético combate contra la criatura morada, cuyos ataques amenazaban con despojarlo de su protección natural.

La batalla fue titánica, con rugidos que resonaban en la inmensidad del desierto y choques de poderes colosales. Rek'Sai, con su ferocidad insaciable, no retrocedía ante el formidable dragón, mientras Quetzulkan luchaba con todas sus fuerzas para repeler el asalto de su enemigo.

Finalmente, después de una ardua lucha, Quetzulkan logró ahuyentar a la criatura morada, cuyo cuerpo se hundió entre las arenas del desierto, desapareciendo en las profundidades subterráneas. El dragón respiró agitadamente, sintiendo el peso del combate en cada fibra de su ser, pero también una sensación de triunfo y alivio al haber sobrevivido a un encuentro tan peligroso.

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La vastedad del desierto de Shurima comenzó a desvanecerse a medida que Quetzulkan continuaba su largo viaje. Después de días de travesía, finalmente vislumbró algo más que interminables extensiones de arena. Ante sus ojos se extendía la majestuosa región de Ixtal, un lugar de exuberante belleza y misterio.

Ixtal, conocida por su exuberante vegetación, era un paraíso de selvas impenetrables, llanuras ondulantes y majestuosas montañas. Las llanuras y montañas de esta región eran tan vastas que Quetzulkan, con su imponente tamaño, parecía diminuto en comparación. Al elevarse en vuelo, el dragón pudo escuchar el distante rugido de otros dragones que habitaban la región. Aunque más pequeños que él, los diversos rugidos resonaban como advertencias, señales claras de que la presencia de Quetzulkan no era bienvenida en aquellas tierras.

Decidiendo no desafiar las advertencias de los dragones locales, Quetzulkan continuó su camino con respeto, navegando entre las imponentes montañas y los densos bosques de la región. Sin embargo, pronto sintió la mirada penetrante de algo mucho más grande que él. Girando en el aire, se encontró cara a cara con un majestuoso dragón ancestral, cuya imponente presencia eclipsaba incluso la suya propia.

El dragón ancestral, una figura legendaria cuya sabiduría y poder eran casi insondables, no parecía dispuesto a aceptar la presencia intrusa de Quetzulkan en sus dominios. Con un rugido desafiante, se abalanzó sobre el dragón visitante, sus garras afiladas y su aliento ardiente buscando derribarlo de los cielos.

Quetzulkan, ágil y astuto, se lanzó en una danza aérea para evitar los ataques del dragón ancestral. A pesar de su tamaño igualmente colosal, el dragón visitante demostró una habilidad innata para esquivar los embates de su perseguidor, utilizando su velocidad y agilidad para mantenerse fuera de su alcance.

La persecución que siguió fue una batalla de titanes, con los dos gigantes alados atravesando los cielos de Ixtal a una velocidad vertiginosa. Los bosques abajo temblaban ante la fuerza de sus pasos, mientras las montañas resonaban con el choque de sus poderes colosales.

Los vientos furiosos que acompañaban la persecución sacudían los árboles y agitaban los ríos, convirtiendo el paisaje en un torbellino de caos y furia. Pero ni la fuerza de los elementos ni los obstáculos naturales podían detener la implacable determinación de los dos dragones en su lucha por la supremacía.

Finalmente, la persecución llegó a su fin en una cadena de montañas escarpadas y peligrosas. Quetzulkan, agotado pero aún decidido, se encontró solo en aquellos parajes desconocidos, perdido entre las cimas nevadas y los abismos oscuros de las montañas de Ixtal.

Con el rugido del dragón ancestral desvaneciéndose en la distancia, Quetzulkan se detuvo para recobrar el aliento y evaluar su situación. Estaba solo, perdido en un mundo de belleza y peligro, con la incertidumbre y el desafío extendiéndose ante él como un vasto océano de posibilidades.

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En las profundidades de las montañas de Ixtal, Quetzulkan encontró refugio en las numerosas cuevas que se dispersaban por el paisaje agreste y desolado. Aunque el panorama parecía yermo y desolado a primera vista, el dragón descubrió que aquellos parajes inhóspitos albergaban una variedad sorprendente de vida.

Dentro de las cuevas circundantes, Quetzulkan encontró un festín de criaturas que poblaban las montañas de Ixtal. Aves de rapiña con plumajes oscuros y ojos afilados acechaban en los rincones más oscuros, mientras cabras montesas ágiles y resistentes se aferraban a las empinadas laderas de las montañas en busca de alimento. A diferencia de las bestias que había encontrado en Targon y Shurima, estas criaturas parecían estar imbuidas de una vitalidad y un sabor únicos, despertando los sentidos del dragón con cada bocado.

Quetzulkan, con su experiencia culinaria adquirida a lo largo de sus viajes, aprovechó los recursos que la montaña tenía para ofrecer. Con habilidad y destreza, cazó y cocinó a las bestias que capturaba, saboreando cada bocado con un placer que iba más allá del simple sustento. En aquellos momentos, las preocupaciones y las ansiedades de su viaje se desvanecían, reemplazadas por la satisfacción de una buena comida y el calor reconfortante del fuego que ardía en la entrada de su refugio.

Sin embargo, una sensación de inquietud persistía en el fondo de la mente de Quetzulkan, una sensación de que algo estaba por suceder, algo que cambiaría el curso de su destino una vez más. Y entonces, como si en respuesta a sus pensamientos, el extraño portal volvió a manifestarse ante él.

El portal, una distorsión en el tejido del espacio y el tiempo, parecía brillar con una luz misteriosa y fascinante que llamaba la atención del dragón. Recordó el encuentro que había tenido con la extraña niña en su viaje desde el pueblo hacia el Placidium, cuando la joven había logrado noquearlo con un solo golpe de su misteriosa habilidad.

La memoria de aquel encuentro resonaba en la mente de Quetzulkan, despertando un torrente de emociones y preguntas sin respuesta.

Con cautela y curiosidad, Quetzulkan se acercó al portal, sintiendo la energía pulsante que emanaba de su interior. Con cada paso que daba, el dragón se sentía más cerca de desentrañar el misterio que rodeaba aquel fenómeno inexplicable.

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Desde el portal extraño, una pequeña mano se extendió y agarró el muslo de cabra recién cocinado, sorprendiendo a Quetzulkan con su inesperada intrusión. El dragón observó con asombro cómo la mano tiraba del muslo con esfuerzo, solo para descubrir que era demasiado grande para pasar por el estrecho portal. En un parpadeo, el portal se ensanchó y una figura diminuta emergió de su interior.

Era una niña de aspecto travieso y encantador, con cabello alborotado de color rosa que caía en cascada sobre sus hombros en rizos juguetones. Sus ojos centelleaban con una luz traviesa y una chispa de curiosidad infinita. La niña vestía ropas coloridas y adornadas con estrellas y lunas, que ondeaban alegremente alrededor de su menudo cuerpo mientras se acercaba al gran dragón.

Cuando la niña se dio cuenta de dónde estaba, su mirada se encontró con la de Quetzulkan, y una sonrisa radiante iluminó su rostro. Sin pausa ni preámbulo, la niña comenzó a hablar alegremente, sus palabras fluyendo como un arroyo inagotable de entusiasmo y energía.

"¡Wow! ¡Eres tan grande y majestuoso!", exclamó la niña, su voz llena de asombro y admiración. "¿Puedo acercarme? ¿Puedo tocarte? ¡Oh, esto es tan emocionante! ¡Qué bonitas escamas! ¡Qué increíble melena! ¿Cómo mantienes tan bien tu melena?"

La niña continuó con una ráfaga de preguntas y exclamaciones, flotando alrededor de Quetzulkan con una energía frenética y contagiosa. Su presencia era como un remolino de alegría y emoción, envolviendo al dragón en un aura de vivacidad y asombro.

Cuando finalmente pareció que la niña se iba a calmar, volvió a hablar, esta vez presentándose con una sonrisa traviesa en su rostro. "Hola, ¿cómo te llamas? Soy Zoe, el Aspecto del Crepúsculo. ¡Encantada de conocerte!"

La niña agitó su mano como si estuviera ansiosa por estrechar la del dragón. "¿Te gustaría ser mi amigo?" continuó Zoe con entusiasmo. "Pareces un poco solitario por aquí, ¡pero no te preocupes! ¡Estoy aquí para animarte el día! Podemos hacer un montón de cosas juntos, ¡como explorar cuevas misteriosas o jugar a las escondidas! ¿Qué dices? ¿Te gustaría ser mi amigo? ¡Podríamos ser el mejor equipo! ¡Los más geniales, valientes y divertidos compañeros de aventuras!"

Antes de que Quetzulkan pudiera responder, Zoe volvió a hablar con una chispa traviesa en sus ojos. "¡Genial! ¡Entonces somos amigos! Pero ahora, necesitamos encontrar un nombre para ti. ¿Qué te parece 'Escamoso' o 'Rugoso'? ¡Oh! ¿Qué tal 'Don Dragón'? ¿O tienes algún nombre especial en mente?"

El dragón contempló a la alegre niña con una mezcla de sorpresa y fascinación, asombrado por su energía desbordante y su espíritu aventurero. Con una sonrisa suave en su rostro escamoso, Quetzulkan aceptó la oferta de amistad de Zoe, sabiendo que su encuentro con aquella peculiar niña marcaría el comienzo de una nueva y emocionante aventura en las tierras de Ixtal.

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Con una exuberancia desbordante, Zoe comenzó a celebrar con una alegría contagiosa que llenaba el aire a su alrededor. Bailaba y reía con una energía frenética, su risa resonando entre las paredes de la cueva mientras expresaba su deleite con cada movimiento. Sin embargo, su algarabía fue repentinamente interrumpida por un sonido inesperado: el rugido hambriento de su barriga. Con una risa incómoda, Zoe se detuvo en seco y se llevó una mano a su estómago, avergonzada por su inoportuna señal de hambre.

Con una mezcla de sorpresa y diversión, Quetzulkan observó cómo Zoe se dirigía rápidamente hacia donde estaba la comida recién cocinada, sin mostrar la menor reserva ni preocupación por su apariencia al comer. Sin titubear, la niña comenzó a devorar la comida con voracidad, como si no hubiera comido en días. Quetzulkan, asombrado, observó cómo Zoe devoraba más de dos cabras enteras con una facilidad asombrosa. Se preguntó interiormente cómo era posible que todo eso cupiera en el diminuto estómago de Zoe, pero decidió dejar esos pensamientos de lado por el momento.

Dejando de lado su asombro por la voracidad de Zoe, Quetzulkan decidió presentarse. "Ahora que terminaste de devorar la comida", comenzó "me gustaría presentarme. Soy Quetzulkan, un vastaya nacido en un pueblo de Ionia. Actualmente me encuentro en regreso a mi tierra natal debido a circunstancias que me convirtieron en la apariencia que tengo ahora". Mientras hablaba, Quetzulkan notó el brillo de sorpresa en los ojos de Zoe cuando mencionó su origen y su transformación. "Un gusto conocerte, Zoe, Aspecto del Crepúsculo", agregó.

Quetzulkan conocía la leyenda del Aspecto del Crepúsculo y sabía que, a pesar de su apariencia juvenil, Zoe debía tener varios cientos o incluso miles de años. A pesar de su naturaleza juguetona, decidió mostrar un poco de respeto hacia ella. Observó cómo la expresión de asombro de Zoe se transformaba en una expresión de curiosidad desbordante.

"¡Wow, puedes hablar!", exclamó Zoe con entusiasmo. "¿Cómo eras antes? ¿Caíste en una maldición o es una nueva magia?" Su curiosidad la llevó a flotar y agitarse cerca de Quetzulkan, sus ojos brillando con anticipación por la respuesta.

Quetzulkan contempló la pregunta de Zoe con seriedad antes de responder. "Mi transformación fue el resultado de circunstancias desafortunadas", explicó con calma. "No fue una maldición ni una magia nueva, sino una serie de eventos que cambiaron mi forma temporalmente o eso espero".

Zoe escuchó atentamente, absorbiendo cada palabra con una intensidad palpable. Pero luego comenzó a hablar de su propio viaje. "Por cierto, yo también me dirijo a Ionia", dijo Zoe con un tono de ligera molestia y resentimiento. "Esos viejos quieren que vaya a una misión para investigar sobre un nuevo ascendido o algo así, cosas aburridas". Su voz reflejaba una mezcla de descontento y resignación por la tarea que le había sido encomendada.

"Apenas regresé de una misión y ahora tengo que hacer más tareas", continuó Zoe, su voz tomando un tono de desdén. "¿Puedes creerlo? Ellos solo quieren que trabaje sin descanso". A pesar de su queja, una sonrisa radiante seguía iluminando su rostro, mostrando su espíritu optimista.

"Ahora que somos amigos", continuó Zoe con una chispa traviesa en sus ojos, "no tienes que hablarme tan formal. Solo soy Zoe, el Aspecto del Crepúsculo". Su voz estaba llena de calidez y camaradería mientras extendía una invitación a la amistad y la complicidad.

Quetzulkan asintió con una sonrisa, aceptando la nueva dinámica de su relación. "Entendido, Zoe", respondió con amabilidad. "Será un placer ser amigos y compañeros de viaje en este camino hacia Ionia".

Con un brillo de emoción en sus ojos, Zoe asintió con entusiasmo. "¡Sí, seremos los mejores amigos y compañeros de aventuras!", exclamó con alegría, su voz resonando con la promesa de nuevas y emocionantes experiencias por delante.

Juntos, Quetzulkan y Zoe se prepararon para continuar su viaje hacia Ionia, listos para enfrentar los desafíos que les esperaban con valentía y determinación. Con una sonrisa en sus rostros y la esperanza en sus corazones, se adentraron en el desconocido, dispuestos a escribir un nuevo capítulo en sus historias de vida.


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