Volando aún sobre el vasto mar de Runaterra, Quetzulkan seguía sintiendo el aroma de más noxianos. Su ira inextinguible y su sed de venganza lo llevaron directamente al corazón del imperio de Noxus. El mensaje enviado por el mago, quien pereció en uno de los navíos destruidos, había llegado a Noxus, alertando a sus líderes sobre la amenaza inminente. El imperio se preparó para enfrentar al colosal dragón con todo su poderío.
En las imponentes murallas y calles fortificadas de Noxus, las legiones de soldados se reunieron, formando una formidable línea de defensa. Los defensores élite, incluyendo figuras renombradas como Darius, Draven y Riven, estaban listos para la batalla. Maquinas de guerra, diseñadas para enfrentar las amenazas más grandes, fueron posicionadas estratégicamente. Magos de guerra invocaban hechizos poderosos para debilitar al dragón y aumentar las defensas de sus aliados. Todo esto estaba bajo el mando del astuto y reconocido comandante Swain, quien, junto con sus jerarcas militares, ideaba estrategias y tácticas para enfrentar a la bestia.
Swain, un maestro en la manipulación y la estrategia, comprendió que no podían enfrentar al dragón de frente sin sufrir enormes pérdidas. Junto con sus jerarcas, diseñaron un plan para detener y, si fuera posible, someter a Quetzulkan. Decidieron utilizar trampas y aprovechar las propias murallas de la ciudad para desgastar al dragón. Se colocaron bombas alquímicas en puntos estratégicos y se prepararon hechizos de debilitamiento para erosionar las resistentes escamas de Quetzulkan. Las legiones y los defensores élite emplearían tácticas de ataque y retirada, atrayendo al dragón hacia zonas vulnerables donde serían bombardeados por las máquinas de guerra y las bombas alquímicas.
La tensión en la ciudad era palpable. Los soldados ajustaban sus armaduras y afilaban sus armas, los magos revisaban sus grimorios y preparaban sus encantamientos, mientras las máquinas de guerra eran puestas a punto. La noticia de un dragón atacando la capital había generado una mezcla de temor y determinación entre los habitantes y defensores de Noxus. La visión de Swain y la capacidad de lucha de sus élites eran su mejor esperanza contra esta amenaza sin precedentes.
En el horizonte, la sombra de Quetzulkan apareció, proyectándose sobre las murallas de Noxus. Su presencia colosal cubría el cielo, y un rugido ensordecedor anunciaba su llegada. La bestia descendió sobre la ciudad con una furia implacable, sus ojos verdes brillando con un odio ancestral.
Los primeros ataques de Quetzulkan fueron devastadores. Las torres de vigilancia fueron reducidas a escombros bajo el aliento de fuego del dragón. Las legiones de soldados lucharon valientemente, pero muchos cayeron ante la abrumadora fuerza de la bestia. Sin embargo, el plan de Swain comenzó a tomar forma. Los soldados se replegaban estratégicamente, atrayendo a Quetzulkan hacia las trampas preparadas.
En una maniobra coordinada, los magos de guerra lanzaron hechizos debilitantes, creando campos de energía que erosionaban las escamas del dragón y reducían su resistencia. Bombas alquímicas explotaron en su camino, liberando nubes tóxicas que desgastaban aún más su impenetrable armadura dorada. Las máquinas de guerra lanzaron proyectiles masivos, impactando a Quetzulkan con una precisión letal.
Darius, con su enorme hacha en mano, lideraba un escuadrón de defensores élite, atacando a las patas del dragón en un intento de inmovilizarlo. Draven, con sus letales cuchillas giratorias, atacaba desde la distancia, buscando cualquier punto vulnerable en el colosal cuerpo de la bestia. Riven, con su enorme espada rúnica y su habilidad para desatar explosiones de energía, luchaba con una furia que rivalizaba con la del propio Quetzulkan.
A pesar del dolor y el desgaste, Quetzulkan continuó su avance, cegado por su ira. Su aliento de fuego y sus golpes devastadores causaban estragos entre las filas noxianas. Sin embargo, las tácticas de Swain estaban dando frutos. Poco a poco, el dragón fue llevado a una zona especialmente preparada para la batalla final.
En este lugar, las defensas de Noxus estaban concentradas. Las máquinas de guerra y los magos de élite estaban posicionados para lanzar un ataque coordinado y devastador. Con un rugido final de desafío, Quetzulkan se lanzó hacia adelante, dispuesto a destruir todo a su paso.
En ese momento, Swain dio la orden. Las trampas se activaron, liberando una oleada de explosiones alquímicas y hechizos de contención. Las máquinas de guerra dispararon en un aluvión imparable, y los defensores élite, liderados por Darius, Draven y Riven, atacaron con toda su fuerza.
Quetzulkan, atrapado en el epicentro de esta tormenta de destrucción, rugió en agonía. Sus escamas doradas se quebraban bajo la presión combinada de la alquimia y la magia, y sus alas se desgarraban por los proyectiles. Sin embargo, incluso en su sufrimiento, el dragón luchaba con una furia indomable, causando bajas entre los noxianos que lo rodeaban.
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Quetzulkan, todavía herido pero decidido, continuó luchando ferocemente contra los soldados noxianos que lo rodeaban. A pesar de sus heridas y el agotamiento que lo invadía, su determinación seguía siendo feroz. Cada golpe, cada rugido resonaba en el campo de batalla, marcando su determinación de resistir hasta el final.
Sin embargo, en medio de la furia de la batalla, una voz comenzó a susurrar en su mente. Era suave, pero firme, como un eco lejano que buscaba abrirse paso a través del estruendo de la guerra. Quetzulkan, desconcertado por esta interrupción en su furia combativa, luchó por mantener su concentración en la batalla que tenía delante. Pero la voz persistió, creciendo en intensidad hasta que se convirtió en un clamor incesante que resonaba en lo más profundo de su ser.
"Ríndete", susurraba la voz. "Somete tu voluntad y encontrarás paz".
Quetzulkan sintió su resistencia desvanecerse poco a poco, como si una niebla oscura comenzara a envolver su mente. Por un momento, se sintió tentado a ceder, a dejarse llevar por la promesa de alivio y calma que la voz le ofrecía. Pero en lo más recóndito de su ser, algo se negaba a rendirse. Una chispa de determinación, alimentada por el recuerdo de su familia y su amada, ardió dentro de él, luchando contra la oscuridad que amenazaba con consumirlo.
Con un esfuerzo titánico, Quetzulkan logró recuperar el control sobre su voluntad. La voz se desvaneció lentamente, disipándose en el eco lejano de la batalla. Pero el daño estaba hecho. Aunque había resistido la influencia de la voz, Quetzulkan se sentía más débil que nunca. Cada movimiento era un esfuerzo, cada golpe una agonía. La fatiga se apoderaba de él, pesando sobre sus hombros como una losa de plomo.
Miró a su alrededor, observando el caos que lo rodeaba. Los soldados noxianos continuaban avanzando, sin dar tregua ni mostrar signos de retroceder. La batalla seguía su curso, pero Quetzulkan sabía que ya no podía seguir luchando. Necesitaba escapar, encontrar un refugio donde curar sus heridas y recobrar sus fuerzas. Pero, ¿cómo podría hacerlo en su estado actual?
Entonces, una idea surgió en su mente. Recordó las palabras de la voz, la sensación de debilidad que lo había invadido. Si había algo que podía aprovechar de esa experiencia, era el conocimiento de que había algo más en juego, algo que lo había afectado profundamente. Quizás, si podía entender qué era lo que lo había debilitado, podría encontrar una manera de contrarrestarlo.
Se concentró en su interior, explorando las profundidades de su ser en busca de respuestas. Y entonces, lo encontró. Una presencia oscura, apenas perceptible, que se retorcía en las sombras de su mente. Era la voz, la misma que lo había instado a rendirse y someterse. Pero ahora, con su voluntad fortalecida por la resistencia, Quetzulkan pudo verla claramente por lo que era: una intrusa, una fuerza externa que intentaba dominarlo.
Con determinación renovada, Quetzulkan se enfrentó a la presencia oscura en su mente. La desafió, la confrontó con la fuerza de su propia voluntad. Y poco a poco, sintió cómo la presencia se desvanecía, disipándose como la niebla al amanecer. Con un último esfuerzo, la expulsó de su mente, liberándose de su influencia opresiva.
Al abrir los ojos, Quetzulkan se encontró en un estado de confusión. Miró a su alrededor, tratando de orientarse en medio del caos de la batalla. Los soldados noxianos seguían avanzando, pero algo había cambiado. Una sensación de calma se apoderó de él, acompañada por un renovado sentido de propósito.
Decidió que ya era hora de retirarse. No podía permitirse seguir luchando en su estado actual. Necesitaba encontrar un lugar donde pudiera curar sus heridas y recobrar sus fuerzas antes de regresar a la batalla. Se preparó para partir, extendiendo sus alas heridas con cautela.
Pero justo cuando estaba a punto de tomar vuelo, una voz resonó a su alrededor. Era profunda y melodiosa, pero también llena de autoridad y poder. Quetzulkan se detuvo, sorprendido por la presencia que emanaba de esa voz.
"Antiguo señor de escamas y fuego", dijo la voz, "te doy la bienvenida a nuestra tierra. Pero ten en cuenta que tus llamas no intimidan a aquellos que han abrazado las profundidades de la oscuridad. Soy Vladimir, señor de la sangre y heraldo de la noche eterna".
Quetzulkan escuchó con atención mientras Vladimir hablaba, sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral. Había algo en la voz de este extraño que resonaba en lo más profundo de su ser, algo que lo ponía en guardia. Pero también había una sensación de respeto, de reconocimiento hacia el poder que emanaba de este individuo.
"¿Vienes a desafiar la voluntad del Imperio Noxiano?", continuó Vladimir. "Entonces, conoce que nuestros corazones no tiemblan ante tus rugidos ni ante tu aliento abrasador. En mis venas fluye el poder de la sangre, una magia más antigua que las mismas montañas que te rodean".
Quetzulkan se quedó en silencio, contemplando las palabras de Vladimir con atención. Había algo en ellas que resonaba en su interior, algo que despertaba una sensación de familiaridad y reconocimiento. Pero también había una advertencia implícita, una sugerencia de que su poder no sería suficiente para enfrentarse a los noxianos que se alineaban en su contra.
Entonces, algo cambió en el aire a su alrededor. Quetzulkan sintió como si su cuerpo se volviera más pesado, como si estuviera siendo arrastrado por una corriente invisible. Miró a su alrededor con creciente alarma, sintiendo que algo estaba interfiriendo con su capacidad para moverse.
Fue entonces cuando Vladimir extendió las manos hacia él, emanando una energía oscura y opresiva. Quetzulkan sintió como si estuviera siendo arrastrado hacia atrás, como si estuviera siendo restringido por alguna fuerza invisible. Intentó luchar contra ella, pero sus esfuerzos fueron en vano. Parecía que estaba atrapado, indefenso ante el poder del hombre que tenía delante.
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Mientras todos observaban con asombro cómo el colosal dragón luchaba por el control de su cuerpo, sucedió lo impensable. En un instante fugaz, Quetzulkan desapareció de sus vistas, dejando atrás una estela de desconcierto y perplejidad entre los presentes. Los soldados noxianos, acostumbrados a la brutalidad y la violencia de la guerra, quedaron estupefactos ante la repentina desaparición del dragón que había estado enfrentándolos momentos antes.
Vladimir, sin embargo, no mostró sorpresa ante este giro inesperado de los acontecimientos. En cambio, una sonrisa sutil se dibujó en sus labios pálidos mientras observaba cómo el dragón desaparecía ante sus propios ojos. Con calma y confianza, volvió a sus aposentos, donde se sumergió en sus pensamientos mientras reflexionaba sobre lo que acababa de presenciar.
"Magia de teletransportación, fascinante", murmuró Vladimir para sí mismo, sus ojos centelleando con un brillo intrigado. Aunque no había subestimado el potencial del joven dragón, la habilidad recién demostrada por Quetzulkan había superado sus expectativas. Era evidente que el dragón poseía poderes y habilidades que aún no habían sido completamente explorados ni comprendidos.
Mientras tanto, en algún lugar desconocido, Quetzulkan se encontraba solo, envuelto en la oscuridad y el silencio. Se tomó un momento para recobrar el aliento, su mente girando con preguntas sin respuesta. ¿Dónde se encontraba? ¿Cómo había llegado allí? Y lo más importante, ¿cómo podría regresar a su hogar?
Mientras tanto, en Noxus, la noticia de la desaparición de Quetzulkan se extendió rápidamente entre los altos mandos militares y los magos de la ciudad. Las teorías y especulaciones se multiplicaron, cada una más extravagante que la anterior. Algunos creían que el joven dragón había sido derrotado por las fuerzas noxianas y había huido en un acto de cobardía. Otros afirmaban que había sido capturado por un poderoso hechicero y llevado a algún lugar desconocido.
Pero para Vladimir, la verdad era mucho más intrigante. Sabía que Quetzulkan no había sido derrotado ni capturado. En cambio, había demostrado una habilidad que iba más allá de cualquier cosa que él hubiera imaginado. Y ahora, con el joven dragón en paradero desconocido, Vladimir sabía que debía estar atento. Porque, aunque Quetzulkan había desaparecido de su vista, su historia estaba lejos de haber llegado a su fin.
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Quetzulkan yacía en la oscuridad de la cueva, su cuerpo herido y cansado, mientras las pequeñas entidades invisibles lo rodeaban, tejiendo un halo de misterio a su alrededor. Había pasado días intentando recuperarse, pero sus heridas parecían resistirse a sanar por completo. A lo lejos, el santuario parecía susurrarle secretos antiguos, pero Quetzulkan estaba demasiado agotado para escuchar.
Con un esfuerzo titánico, Quetzulkan utilizó su magia de naturaleza para convocar árboles cercanos, buscando fortalecer su conexión con la tierra y acelerar su proceso de curación. Sin embargo, cada intento parecía ser en vano, como si algo en su sangre obstaculizara su recuperación.
Fue entonces cuando los espíritus del bosque respondieron a su llamado, hablándole de una figura celestial, una sanadora llamada Soraka, asociada con la estrella protectora. Quetzulkan escuchó atentamente, sintiendo una chispa de esperanza crecer en su interior.
Pasaron más días, y finalmente, Soraka llegó en respuesta a la llamada de los espíritus del bosque. Su presencia irradiaba una calma divina, y Quetzulkan sintió un alivio instantáneo al verla. Con movimientos suaves y delicados, Soraka comenzó a canalizar su poder celestial para sanar las heridas del dragón.
Mientras Soraka trabajaba en su curación, Quetzulkan se sumergió en un sueño reparador, algo que no había experimentado desde la tragedia que había sufrido. En ese estado de paz, los recuerdos dolorosos se desvanecieron por un momento, permitiéndole encontrar un respiro de tranquilidad en medio de la tormenta emocional que lo había consumido.
Mientras dormía, Quetzulkan soñó con paisajes antiguos y recuerdos de tiempos más felices, antes de la devastación que había caído sobre su vida. Vio a su familia reunida, riendo y jugando en los campos, y a su amada sonriendo bajo la luz del sol. Por un breve instante, pudo revivir esos momentos de felicidad, sintiendo el cálido abrazo de sus seres queridos en su corazón.
Cuando finalmente despertó, se encontró rodeado por la suave luz de Soraka, cuya presencia celestial había llenado la cueva con una sensación de paz. Quetzulkan se incorporó lentamente, sintiendo la fuerza renovada fluir a través de sus venas. Agradecido, miró a Soraka con gratitud en sus ojos, reconociendo el don que ella le había otorgado.
Soraka le ofreció palabras de aliento y orientación, recordándole que, aunque el camino hacia la sanación podría ser difícil, él no estaba solo. Con una sonrisa, prometió estar siempre cerca para ayudarlo en su viaje hacia la recuperación y la redención.
A medida que Quetzulkan se preparaba para partir, Soraka le entregó un collar adornado con una estrella brillante, un símbolo de esperanza y protección en su camino. Con una última mirada de agradecimiento, Quetzulkan se despidió de Soraka y de los espíritus del bosque.