"Está noche será la más solitaria,
serás la parte más triste de mí.
Una parte de mí,
que nunca será mía".
Maneskin.
Los rayos del sol atraviesan los racimos morados pintando el paisaje con un resplandor cálido, mientras las hermosas flores bailan con gracia haciendo que el corazón de cualquier alma tiemble.
Soichi se planta frente a la mujer, deteniendo sus intenciones con una mirada decidida y firme.
Acepta su destino con resignación, sabiendo que es el camino que debe recorrer.
¿Cómo intercambiaría su vida por la de Lían?
El sudor se desliza por su piel y el nerviosismo lo envuelve por completo. Está consciente de que el hombre ante él no es más que una ilusión, pero aún así, se apresura hacia su presencia.
Los sentimientos reprimidos lo embargan, la respiración se vuelve agitada y confusa. Aunque rogó por unos minutos para despedirse, se encuentra paralizado incapaz de moverse.
Anhela aferrarse a ese rostro marchito, pero las palabras se niegan a salir, como si sus cuerdas vocales hubieran sido arrancadas por manos invisibles, dejándolo solo capaz de emitir sonidos confusos ininteligibles en la angustiosa impotencia.
Hasta el final, su existencia sigue siendo patética.
El amor es un concepto ajeno para él, algo en lo que nunca creyó, una idea lejana y abstracta. Sin embargo, cuando sus ojos se encuentran con los vacíos y penetrantes ojos verdes su corazón se aprieta.
Jamás consideró que su actitud solitaria y distante fuera tan absurda, pero al ver su propio reflejo como una mancha oscura en esa mirada que parece perderse en la nada, su mente se agita con dudas y remordimientos.
Aunque dibuje una falsa sonrisa no puede ocultar la profunda tristeza que se esconde detrás de ella.
—Quisiera detener el tiempo, deseo volver atrás. Entendí las cosas demasiado tarde, yo...
Soichi ha mantenido la fortaleza, sin dejar que una sola lágrima escape de sus ojos, pero cuando las primeras gotas caen del hombre inerte algo se quiebra dentro de él; las cálidas lágrimas de Lían terminan por arrasar su resistencia.
La desesperación lo envuelve como una niebla espesa y sofocante.
No sabe cómo actuar.
Todo se convierte en un caos: su mente, su cuerpo, sus manos que tiemblan con impotencia. Quiere que todo pare, que la realidad se desvanezca.
Entonces, sin pensar se lanza hacia adelante y lo abraza con toda la fuerza que puede reunir, como si pudiera de alguna manera retenerlos a ambos en este mundo solo con el poder de ese abrazo. La torpeza y la ansiedad tiñen su voz cuando intenta encontrar palabras de consuelo.
—No llores por favor… no valgo la pena, no estés triste ¿sí? —El sentimiento de culpa lo atormenta—. Yo siempre te trate mal, no te diste cuenta de que no lo valgo, no valgo la pena...no seas tonto...no llores.
Soichi suelta lentamente el abrazo profundo, dejando que las manos se deslicen por los contornos de Lían. Cada centímetro de la piel parece contener un universo de recuerdos y emociones, y él lo absorbe en silencio, como si de forma inconsciente tratara de grabar cada detalle en lo más profundo de su memoria.
La necesidad de confesar lo que siente lo consume desde adentro. Cada fibra de su ser quiere expresar las palabras que ha mantenido ocultas durante tanto tiempo, liberar el peso de su corazón y enfrentarse a la verdad que ha estado evitando. Sin embargo, el miedo lo paraliza, y aunque sus labios desean abrirse y dejar salir la verdad, se quedan sellados por el temor a las consecuencias de sus palabras.
«Ni siquiera me di cuenta cuándo sucedió, de golpe derribaste mis muros y todo se volvió confuso. Algo en mí cambió, el entusiasmo y la necesidad de tenerte cerca creció. Nuestros días se terminaron mezclando y al final se hicieron uno. Te esforzaste por llenar cada vacío que había en mí, te convertiste en alguien especial y ahora lo puedo entender. Sé que es tarde, pero me gustaría decir que, aunque nunca lo viví y es algo desconocido para mí, sé que esto que siento es más profundo que una amistad, es más profundo que querer, es más que una necesidad. Si no es amor, ¿qué es?»
Las esquinas de los ojos del joven se tiñen de un rojo intenso y en lo más profundo de su mirada se reflejan los celos y el auto desprecio.
Porque en la oscura profundidad de su humanidad retorcida no puede soportar la idea de dejarlo ir, de imaginarlo junto a alguien más. Pero ahora, ya no importa lo que sienta.
Si esta experiencia es una parte fragmentada de la conciencia de Lían o simplemente un sueño deformado como los que él mismo ha experimentado, sabe que solo lograría infligir más dolor como lo ha hecho durante todo este tiempo. Al final, todo se reduce a lo mismo: el vacío aplastante de la soledad y la certeza dolorosa de que nunca serán nada.
—Sé que vas a encontrar a alguien bueno que te hará feliz…
Soichi es el único que parece incapaz de comprender que para ese hombre su mundo se desvanece con él. Si tan solo pudiera vislumbrar a Lían aferrado a su cuerpo frío, las palabras que eligió no brotarían de sus labios de la misma manera.
Este joven cegado por su propia ignorancia respecto al trasfondo de sus propias emociones luchaba por la noches para conciliar el sueño.
Soichi permanecía despierto con la única compañía del suave murmullo de la respiración de Lían. Observaba en silencio ese rostro sereno mientras dormía, maravillado por la tranquilidad que lo envolvía. Pero también presenciaba cómo su semblante se contraía en angustia y su cuerpo se retorcía bajo el peso de pesadillas.
El miedo lo consumía, lo mantenía despierto en la oscuridad temeroso de lo que pudiera encontrar al cerrar los ojos.
No quería dormir, no quería enfrentarse a los demonios que acechaban en los rincones de su propia mente.
Cada momento a su lado, cada risa compartida y cada lágrima derramada eran como pequeñas esquirlas que se clavaban en su corazón recordándole lo que no podía admitir: que lo que sentía por Lían era mucho más que una simple amistad. Pero él seguía aferrándose a la ilusión de que podía controlar sus propios sentimientos.
Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Soichi comenzaba a comprender que había algo más en juego, algo que iba más allá de su propia voluntad. En ese momento de intimidad compartida, sin saberlo, había comenzado a desear vivir, a aferrarse a cada segundo de vida con la desesperada esperanza de que el tiempo se detuviera y pudiera permanecer así para siempre.
Porque en el fondo, ya no podía soportar la idea de volver a sufrir, de enfrentarse a la pérdida una vez más.
Había aprendido que todo lo que él ama desaparece.
Y este es el momento de decir adiós, la cortesía de la despedida ha llegado a su fin.
El hermoso lugar que una vez fue testigo de sus peores pesadillas se desvanece ante sus ojos.
Y allí, en medio de esa desolación está Lían, el joven se pregunta si acaso es real, si todo lo que han compartido no es más que una ilusión fugaz creada por su mente atormentada.
Pero ya no hay tiempo para dudas ni vacilaciones. Con el corazón pesado y la mirada perdida observa cómo Lían desaparece.
Pequeñas flores de glicina se desprenden de sus tallos, como lágrimas silenciosas que caen en un intento desesperado por brindar consuelo. Reposan sobre las arenas blancas y solitarias, algunas se apoyan tímidamente en el hombro del joven desamparado, como si buscaran aliviar la pesada carga que pesa sobre su corazón.
Ahora que finalmente ha llegado el día que tanto ansíaba, incluso en este momento de supuesta felicidad, Soichi no puede encontrar la paz.
Las lágrimas finalmente encuentran el camino por sus mejillas, el llanto se pierde en el vasto vacío de la oscuridad de su lamento.
La mujer observa la espalda del joven derribado sobre sus propias rodillas. Toma una de esas hermosas flores, y sus hermosas almendras grises se llenan de nostalgia.
Ella lo ha logrado.
Este es el momento.
El telón se cierra, y los actores corren a los camerinos. Las máscaras se retiran, y los rostros escondidos tras ellas pueden luego de arduo trabajo felicitarse a sí mismos.
Ella se ha esforzado tanto por este niño, ama a ese muchacho. El pecho de la mujer tiembla, ha reprimido demasiado por mucho tiempo.
—Antes de irte, necesito explicarte algo.
Soichi se mantiene en silencio, se frota con dureza el rostro y simplemente se levanta. De pie frente a frente, el abismo entre ambos es irremediable.
La mirada añeja de la mujer es compleja, llena de secretos que claman por salir.
—¿Aún te gustan estas flores?—Los finos dedos translúcidos acarician los pétalos carnosos. Siente que la garganta está un poco seca—. Soichi...
Los cabellos negros de la mujer se escapan de su sujeción. Uno a uno, se desprenden de su cuero cabelludo, dejando al descubierto una cabellera corta y blanca. El joven y delicado rostro de la mujer se transforma, adquiriendo una dureza propia de las décadas vividas. Los finos labios, antes rebosantes de juventud se curvan ahora en una media sonrisa enigmática, una expresión de sabiduría ganada por el tiempo.
El cuerpo de Soichi se estremece violentamente, como si las fuerzas del universo estuvieran conspirando en su contra. Esa persona, ese hombre.
La mente aturdida de Soichi choca contra las paredes de su propia confusión. Los recuerdos y las emociones se mezclan, desgarrando su alma y dejando a la vista las cicatrices de su interior.
—No es cierto... ¡Quítate! ¡Quítate su cara!
Aquella voz que era suave y delicada se vuelve aguda y rasposa.
—Este soy yo, siempre lo fui.
El joven se agarra la cabeza con vehemencia.
—¡Cállate! ¡Estás mintiendo! —Rabioso levanta el dedo medio—. ¡Esto es una puta broma, vete al demonio!
El hombre se mantiene sereno, él comprende lo complejo de todo esto.
—Sé que es difícil procesarlo, pero no tenemos tiempo, es momento de que partas.
Soichi ya no puede contenerse, quiere destruir lo que lo destruyó. Se abalanza sobre él, pero el hombre se corre evitando el primer golpe. Apoya la mano sobre su hombro y murmura.
—Hijo, necesitas calmarte.
El corazón de Soichi está a punto de ser vomitado.
—¡Tu maldita hija de puta! ¡Muere! ¡Vete al infierno!—Vuelve hacia atrás en sus pasos e intenta otro golpe—. Ni siquiera piensas que voy a creer tus mentiras.
El señor Takahashi esquiva el golpe como una gacela.
—No es mentira, siempre fui yo.
El joven no puede contener las ganas de reír, lo que viene después de la risa es un profundo odio. Se ríe porque ya duele demasiado llorar.
—¡Bien! Ya no me importa quién seas ¿Sirve de algo ahora?
—Hijo, hay muchas cosas que debo decir, eras un niño en ese tiempo, hay cosas que no entenderías —dice lleno de pena.
Soichi tiene un gran malestar en su corazón; odio, rabia, amor, desprecio.
—¡No necesito tus explicaciones!
Pero su padre si necesita darlas, los años vagando con ese lamento fueron su peor castigo.
—En ese momento la depresión me ganó y no pude ver todo lo que tenía a mí alrededor, yo fui un cobarde y no aguanté la traición de tu madre.
—¡Me abandonaste, me dejaste solo con ella¡ Preferiste matarte antes que quedarte conmigo, ahora... ya nada de eso importa ¿Está es tu forma de corregir tu error? ¿Vamos a ir al infierno y viviremos como una familia feliz? ¿Recuperarás el tiempo perdido? No lo creo.
El corazón del padre se hunde cuando escucha las palabras con rencor de su niño.
—Hijo lo siento.
—¡No sientes una mierda! ¿Por qué me hiciste pasar por todo esto? ¿Te divertiste? ¿Eh? ¿Fue gracioso? Te reuniste con otros y dijiste ¡Miren! ¡Miren al estúpido de mi hijo! ¡Mírenlo es tan ridículo! ¡Vean cómo le jodí la vida! ¿Estabas tan aburrido que te pusiste a jugar conmigo? ¡Qué buen padre, jodiéndome hasta el último momento!
—Hijo, no hay tiempo para esto. Nunca fue un juego, a veces las personas necesitan llegar al límite de las circunstancias para comprender la vida, lo que los rodea. Mi intención solo fue esa, quería que vieras todo lo bueno que tenías y podrías tener.
—¿Y para qué? ¿Para que sea más difícil?—Hace una pausa y con la voz quebrada murmura—. Gracias...ahora me siento más miserable que antes.
El tiempo de ellos llega a su fin.
El cuerpo de Soichi se retuerce en medio de un dolor indescriptible, como si cada célula de su ser estuviera siendo devorada. La prenda blanca que lo cubre desaparece, la ropa que vistió aquella fatídica noche se ciñe a su piel.
Un ardor punzante se apodera de su pierna derecha, como si mil agujas invisibles se clavaran en su carne. El joven se tambalea, los músculos se contraen en un espasmo doloroso mientras lucha por mantenerse en pie. Las pupilas se dilatan y contraen erráticamente.
La sangre brota del abdomen como un manantial oscuro y viscoso. El sabor metálico y repugnante inunda su boca, provocando arcadas y náuseas que amenazan con hacerlo sucumbir ante el abismo del desmayo.
Su padre se acerca, el mofuku se embebe en la sangre de Soichi y el hombre comienza a decir algo.
El espacio queda inundado por voces confusas y extraños sonidos metálicos. Los sentidos del joven se pierden y solo puede enfocarse en aquellos labios que se mueven sin sentido alguno. Todo resuena en su mente, sin entender qué significa.
¿Qué está pasando?
Ya no le importa.
Extiende la mano hacia el cielo, solo para ver que se está convirtiendo en esporas.
Pero no importa.
Ya no le importa.
Los sonidos se alejan mientras fragmentos de su ser se desvanecen.
Las voces pronuncian palabras incoherentes.
"¡Doctor, lo estamos perdiendo!"
Pero no importa.
Ya no le importa.
Aunque solo sea en su mente desea decir sus últimas palabras.
"¡Doctor! ¡Doctor!"
Un golpe eléctrico le sacude el pecho haciendo saltar sus extremidades.
Él sonríe.
«Espero que olvides todo lo malo y descubras que vales más de lo que imaginas».
Otra descarga eléctrica lo hace vibrar, intentando animar su corazón helado.
«Deseo que seas feliz, que ames y seas amado».
"¡Doctor, ya es tarde!"
«No quiero olvidarte, no quiero que me olvides».
La electricidad ya no se siente, solo queda paz en ese cuerpo evaporado.
«Prometo que si hay otra vida, te encontraré y te haré feliz »
"¡Una vez más! ¡La última!"
Todo se vuelve oscuro, un último susurro.
Pudo decirlo.
Dos palabras que lo resumen todo.
Te amo.
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