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Anidada entre la vasta extensión de América del Norte y los escarpados paisajes de Europa, en medio de las aguas turbulentas del Atlántico, existía una isla envuelta en misterio y asombro.
Sólo muy pocos expertos pueden incluso notar la gruesa y robusta, aunque transparente, barrera que rodea la isla.
No otra isla en el mundo tendría jamás tales medidas defensivas.
Pero esta no era una masa de tierra ordinaria; era el hogar de una estructura tan grandiosa, tan imponente, que parecía tocar los mismos cielos.
Con sus tonalidades plateadas brillando bajo el sol, la estructura se extendía por millas, un espejo del pináculo de la civilización humana.
Esta era la Sede de la Asociación Mundial de Cazadores, el edificio más poderoso y grande conocido en el mundo, un faro de fuerza y autoridad.
Era un centro de actividad y disciplina, un organismo viviente que pulsaba con la energía de aquellos que lo llamaban hogar.