—Las alas de Ráild habían cogido fuego —dijo con voz grave—. No se había dado cuenta, pero había pisado los hechizos, los cuales estaban creados para personas como él, para personas que habían traicionado al reino, que habían engañado al propio rey.
—¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme! —gritaba de dolor, con tanta agonía que no podía soportarlo.
La gente se reunía a su alrededor a cierta distancia y solo miraba. Sabían para qué estaban destinados esos hechizos y nadie quería involucrarse en algo tan serio como esto.
Ráild cayó al suelo y empezó a rodar. Pero el fuego no se apagaba. El fae, que una vez fue parte del ejército del reino, que tenía su casa en esta tierra, que pensó que volvería a su tierra, ahora estaba en el suelo, ardiendo en el infierno del averno. Gritaba y gritaba, pero no había asistencia de nadie. Incluso el alma dentro de él, a quien había traído tan lejos para estar con su reina, no lo ayudaba.