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—Hora de despertar, amor. —Elia se sobresaltó al despertar y respiró hondo, parpadeando. Pero no podía ver nada. Aún estaba completamente oscuro en la cueva—. ¿Qué hora es?
—Temprano. Levántate. Rápido. Ponte tus cueros. Necesitamos estirarnos. —dijo él.
—¿Eh—ah, cierto. —Sonrió con severidad y rechazó las cálidas pieles, estremeciéndose cuando el frío aire nocturno golpeó su piel—. No. Hora de entrenar, señor disciplina. —Reth murmuró algo sobre que la disciplina era completamente agradable y ella se rió, pero tuvo que literalmente palpar su camino hacia el armario para encontrar sus cueros más gruesos. Se vistió en segundos y se giró para encontrar su paso bloqueado por una masiva y cálida pared de hombre.
—¡Reth! Casi pisé sobre ti.
—Yo también necesito mis cueros. A menos, claro, que quieras que vaya desnudo. —respondió él.
—No me tientes, —ella gruñó y él rió entre dientes.