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Al alba, los zapatos de Damien resonaban sobre el piso de mármol del edificio blanco. Cada paso suyo era medido, los consejeros que pasaban no podían evitar inclinarse en un saludo o dispersarse rápidamente.
Teniendo una reputación bastante conocida por herir a la gente sin pensarlo, muchos preferían mantenerse a distancia de su camino. Sólo los pomposos que a menudo se estrellaban y se rompían los dedos eran los que se quejaban a los ancianos y los superiores. Algunas quejas no prosperaban mientras que otras resultaban a favor de Damien, ya que él siempre tenía razón y la otra persona era considerada equivocada. A él no le importaba, creció con un cierto aire a su alrededor que a veces lo hacía inaccesible y cuando era accesible, la gente no quería acercarse por temor a su lengua.