Un golpe resonó en la habitación.
—Déjame ir. Uno de tus empleados está tratando de entrar. Empujó las manos que la mantenían en su lugar. Trataba de escapar de su regazo, pero él no la dejaba.
—Que vean. Se encogió de hombros despreocupadamente.
—Deja de ser tan persistente. —se quejó ella, recurriendo al lado infantil de ella que le gustaba pellizcarle las mejillas.
—Deberías encontrar mejores maneras de hacerme daño físicamente. —sacudió la cabeza, liberándola y observándola mientras se paraba para arreglar su camisa.
—Hay una manera muy efectiva, pero sería difícil para ti poder hacer bebés después.
Una pequeña mueca se formó en su cara mientras Yang Feng murmuraba, —¿Cómo puedes hacerle eso a nuestros futuros hijos?
Ella quedó pasmada por sus palabras, abriendo y cerrando la boca incrédula. ¿Por qué este hombre siempre estaba pensando adelantado? —¿Quién dijo que voy a tener tus hijos?