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—¿Estás segura? Es sólido y realmente duro.
—Por favor, deja de hablar —respondió él, su voz ronca y llena de un fuerte deseo hacia ella.
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Cuando sus ojos, tan abiertos e inocentemente claros, lo miraron con expresión curiosa, él maldijo interiormente todas las palabras obscenas conocidas por la humanidad. Ella era completamente ignorante de los efectos que causaba en los hombres y eso lo exacerbaba aún más.
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—¿Por qué? —preguntó ella inocentemente, inclinando su cabeza, su cabello siguiendo el pequeño movimiento. Su cabello estaba suelto y caía en cascada por su espalda, perfecto para que los hombres pasaran sus dedos entre él. Tal visión evocó su posesividad mientras él se estiraba bruscamente para agarrar la parte trasera de su cuello, pero luego pausaba y su mano se volvía gentil al tocar su preciosa piel.
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Se inclinó hacia abajo, trayendo su rostro más cerca hasta que sus labios prácticamente rozaban sus oídos.
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