El pequeño bollo, con sus ojos inocentes y una sonrisa alegre, miraba hacia arriba a su padre y a la Tía Yan, sosteniendo la bandeja con cuidado y emoción. Sabía que a partir de ahora, su hermana Yan formaría parte de su familia para siempre. Pronto también se convertiría en su madre…
Madre…
Las lágrimas brillaron en los ojos del pequeño mientras pensaba en tener una madre. No importaba lo fuerte que fuera, no la había tenido fácil por no tener una madre. Siempre que se caía al intentar caminar, su madre no estaba allí para levantarlo. En su lugar, lo levantaban los sirvientes de la casa.
Cuando tenía miedo o sufría pesadillas, no tenía a una madre cuya voz reconfortante y presencia calmada actuaban como un escudo contra la oscuridad.