El hombre alado tarareaba en voz baja, sentado al borde del acantilado como siempre lo hacía.
Por supuesto, la melodía que tarareaba era aquella su canción favorita, esa cuyas palabras habían quedado perdidas en su memoria y solo la melodía permanecía, tan prominente como si la hubiera escuchado apenas el día anterior.
Mientras tanto, Celeste se situaba detrás de él, observando la actitud calmada y relajada del hombre alado con una expresión desconcertada.
El hombre alado siempre era mayormente calmado, era raro que alguna vez fuera de otra manera, Celeste lo sabía.
Pero sabiendo eso, Celeste pensaba que, si hubiera alguna razón para sentir algo menos que calma, ahora ciertamente habría sido el momento adecuado.
El tesoro que el hombre alado buscaba tan desesperadamente había desaparecido, el mismo tesoro por el cual los parientes de Celeste habían dado sus vidas.