—Todavía recuerdo ese día —comentó—. Fue el peor día de mi vida. Lleno de decepciones y grisura. Mis calificaciones caían en picada día tras día, mis padres parecían estar siempre peleando y yo estaba perdiendo la esperanza. Y entonces él entró en mi vida, cambiándola para siempre.
Emery suspiró y cerró los ojos, la escena de aquel día aún fresca en su mente como si hubiera sucedido ayer.
Sus amigos la habían arrastrado a un seminario. Se suponía que era una distracción para ella y una experiencia de aprendizaje. Sin embargo, ambos le resultaban inútiles. Simplemente no le interesaba. El seminario prometía ofrecer perspectivas sobre el mercado emergente, un faro de oportunidades para el artista en crecimiento y demás cháchara. Y allí estaba ella, arrastrando los pies. Su mente en otro lugar.
—¡Vamos, Emery! No seas aguafiestas. ¿Sabes quién es el conferenciante invitado? Es Seb Frost.
—¿Seb Frost? —había hecho eco Emery, su tono teñido de indiferencia—. ¿Y qué?