—Finalmente, estamos aquí —anunció Yorian, mientras se enfrentaban al denso bosque y a las paredes rocosas más allá, dando la impresión de que la tierra terminaba allí.
—No veo nada —murmuró Oriana, de pie junto a Arlan, su pequeña mano envuelta en la de él.
Yorian movió sus dedos y el mundo a su alrededor cambió en un latido. Lo ordinario desapareció, reemplazado por un reino sacado de un cuento de hadas. Se encontraban al borde de una vasta tierra mágica rebosante de vida y color.
Ante ellos se extendía un paisaje de frondosa vegetación, resplandeciendo bajo el brillo dorado del sol. A lo lejos, majestuosas montañas se alzaban, sus cimas acariciadas suavemente por delicadas y vaporosas nubes. Cascadas caían graciosamente desde las alturas, sus aguas claras alimentando ríos serpenteantes que brillaban como cristal líquido.