Caña sabía lo que estaba haciendo y diciendo, especialmente cómo jugar con personas como Haco. El hechicero no tenía nada. Ni dinero, ni lugar para quedarse, ni piedra mágica para su poder, nada.
—Pueden ser tus palabras contra el enviado especial del rey —Caña le mostró el sello dorado que recibió del rey.
Al ver eso, Haco maldijo en voz baja. —¡Mierda! ¡Maldito seas, Caña! ¡Me atrapas! ¿¡Cómo puedes conspirar contra mí?!
Haco conocía el significado del sello dorado y el privilegio que obtendría el portador. La autoridad era casi absoluta, solo el rey mismo, quien podía negarlo. Podría utilizar al guerrero real y todos los recursos disponibles.
—¡¿Cómo puedes obtener esa maldita cosa?! —Haco estaba desconcertado—. Ahora, estaba en conflicto, aunque estaba muy claro para él que no podía actuar contra Caña ahora, pero apoyarlo, podría significar que estaría cavando su propia tumba.