Tan pronto como dejaron los confines familiares del laberinto y entraron en la vasta extensión del páramo ceniciento, Sunny se sintió extrañamente incómodo. Era como si se hubiera vuelto un poco agorafóbico sin saberlo mientras viajaba a través de la locura complicada del laberinto carmesí.
Se había acostumbrado a estar rodeado de altas paredes de coral, con caminos enredados interminables que se extendían en todas direcciones, hasta donde podía ver. A pesar de que el laberinto escondía numerosos peligros, también ofrecía un extraño tipo de seguridad.
Al menos en el caso de Sunny, que tenía la ventaja de poder ver más allá de sus giros y vueltas gracias a su sigiloso Explorador de Sombras.
Ahora, con arena gris debajo y nada que rompiera la línea de visión, había perdido esa ventaja. La idea de no poder esconderse del enemigo lo hacía sentir desnudo.
«Mantén la calma. No hay nadie aquí».