Matar a alguien en defensa propia o para salvar a alguien era una cosa, asesinar a un indefenso debilucho era otra. En aquel entonces, en el frenesí de la batalla, todo le había parecido blanco o negro a Tista. Solo había enemigos o amigos.
Una vez que Tista se calmó, sin embargo, fue asaltada por los matices de gris.
—¿Cómo estás, hermana? —Lith preguntó, sintiéndose culpable por haberla ignorado a ella y a Raaz hasta ese momento.
—Como una mierda —. Ella suspiró—. Si no fuera por la Abuela, ya me habría vuelto adicta a las pociones para dormir. Dioses, Lith, ¿cómo puedes vivir con todas las vidas que has tomado?
—Así —Abrazó a Tista, besándola en la frente—. He matado desde que era un niño, pero no me arrepiento de nada. Fue porque cazaba animales que pude alimentarte y darte ropa abrigada.