—¿Ha cambiado mi gusto? Normalmente me encanta mirar a las mujeres que actúan como putas delante de mí. Pero ahora… Las encuentro repugnantes—, pensó Vicente.
Se apoyó en el respaldo al ver a Priscila acercarse a él.
Permaneció en silencio e inmóvil mientras Priscila se sentaba coquetamente sobre su muslo. Se apoyó en Vicente y descansó la cabeza en su hombro firme. Su fuerte y dulce perfume le llegó a la nariz, haciéndole sentir náuseas.
—Cariño~, ¿por qué estás tan frío conmigo estos días?—
…
Hasta ahora, Vicente no había tenido ninguna reacción. Estaba esperando que su pene se endureciera. Pero incluso cuando se abrazaban así, no tenía ningún deseo por ella.
La encontraba repulsiva, y eso era todo.
Priscila se dio cuenta de que Vicente no tenía ninguna reacción ahí abajo. Por lo general, comenzaría besándole el hombro, el cuello y las tetas.
Pero ahora solo estaba sentado como una estatua.