Los últimos haces de luz solar se desvanecían en la vastedad de Tanyer, pero eran especialmente apreciados en la vahir del temible hombre, aquel dotado de innumerables títulos y sobrenombres, cuya aura inspiraba terror y respeto.
Orion residía en su austera oficina, absorto en sus pensamientos sobre las múltiples probabilidades que se le presentaban cada día. En su presencia, se encontraba una dama de cabellos platinados y dos mujeres guerreras apostadas a ambos costados de la entrada. Disfrutaba la calma que se había instaurado en los últimos días, ya que nadie osaba desafiarlo, y él podía guardar su temida espada roja en el refugio seguro de su inventario. Por supuesto, había disturbios a su alrededor, pero sus leales soldados eran más que capaces de lidiar con ellos, y además, de que servía como un adiestramiento adicional.
—¿Gusta algo de té, mi señor? —preguntó Fira, aburrida del silencio.
Orion negó con la cabeza. Fira asintió con desgana, dejando el recipiente sobre la mesa.
Volvió la tranquilidad a la pequeña sala.
—Trela D'icaya...
—Lo escuché —dijo al ponerse en pie, y como si hubiera sido llamado salió de su oficina, en compañía del reducido séquito.
Los sirvientes presentes se arrojaban a un lado tan pronto como notaban la presencia del Barlok, inclinando sus cuerpos con respeto y miedo.
—Señor Barlok —saludaron ambos guardias de la entrada.
La gélida ráfaga de viento azotó a Orion mientras atravesaba las imponentes puertas, haciendo que sus cabellos danzaran en el aire. Inhaló profundo, desafiando el cambio repentino de temperatura sin inmutarse. Fira dejó escapar un largo soplo sobre sus manos, ayudándole a aclimatar gradualmente su cuerpo al frío que los envolvía.
Detuvo su avance, presagiando la llegada que sabía que ocurriría apenas un segundo después. Los Búhos, con los arcos y carcajs a sus espaldas, y las armas ocultas en sus vestimentas, se materializaron frente a él. Orion notó heridas en sus cuerpos, así como marcas de batalla en sus armaduras, que se encontraban teñidas de un rojo apenas perceptible.
—Para comunicar a mi señor —dijo Anda al ponerse en pie, el único del grupo en hacerlo—. Hemos logrado matar al jefe del bosque.
Orion prolongó su curiosidad al notar la enorme carreta cruzando la entrada de la fortaleza, custodiada por veintes hombres a caballo y treinta a pie.
—¿Hace cuánto la mataron? —inquirió al intuir la respuesta.
—A medio día, señor Barlok.
Orion asintió, parecía que la notificación de la interfaz había sido disparada por las acciones del grupo de Anda, a causa de la misión que les había encomendado hace tiempo, que consistía en limpiar el territorio cercano a la vahir.
Una carreta, jalada por un robusto par de caballos negros, se detuvo a pocos pasos del soberano. Mientras colocaba su mirada en el capitán de Los Búhos, notando así de reojo que la expresión de una alegre sonrisa era visiblemente reprimida, tanto por el líder como por sus subordinados.
—Bien hecho.
Los Búhos sonrieron, orgullosos por la hazaña, que antes de tener al Barlok como su señor, ni en sueños podían asegurar que podrían lograr.
—Gracias, señor Barlok.
Orion se acercó a la carreta, hipnotizado por la presencia imponente de la enorme bestia sin vida que yacía sobre ella. Le resultaba familiar, pero también extraña, como si fuera un híbrido entre aquellos lobos humanoides del laberinto y una bestia más parecida a las descritas en el nuevo mundo. Su corpulencia era descomunal, su hocico no era tan alargado como el de sus parientes del laberinto, pero sus ojos seguían siendo igual de siniestros. Y aquellas garras curvas, todavía goteando ese líquido espeso, eran testigos de la fuerza brutal que poseía en vida. Aunque muerta, aún podía sentir un remanente de poder mágico, una energía que parecía vibrar en el aire.
—¿Qué son los jefes del bosque? —preguntó, curioso por la nueva raza.
Mujina, con sumo respeto, respondió:
—Es el título que se les da a las bestias que dominan un territorio, Trela D'icaya.
Orion afirmó, parecía que no era una nueva raza, solo una gran bestia de gran poder.
Y con la ayuda de su interfaz identificó a la criatura.
•~•
- Nombre: Nunca obtenido.
- Raza: Oso colmilludo (Mutado)
- Afinidad elemental: Oscuridad.
- Sangre: Normal.
- Estado: Muerto.
- Título: Jefe del bosque.
- Habilidad especial: Cuchillas sombrías, Embestida.
~•~•
*El cadáver identificado posee recursos para la alquimia*
Tocó la notificación, y los detalles sobre la misma se expandieron, desvelando que los ojos, garras, dientes y los pelos de cabeza eran lo único apto para la alquimia. Lamentablemente, todavía no se había construido el laboratorio alquímico.
—Extraiganle las garras, los dientes, los ojos y todo el pelo de la cabeza. El resto del cuerpo les pertenece a ustedes.
Cada uno de los hombres presentes no relacionados con los reinos humanos abrieron los ojos como consecuencia de la sorpresa. Sus rostros se llenaron de excitación ante semejante buena fortuna, mientras aquellos asociados a Jitbar mostraron una indiferencia casi insultante hacia el obsequio, sin comprender el verdadero valor del cuerpo de la bestia.
—Señor Barlok —dijo Anda con sinceridad, aunque su voz estaba cargada de indecisión—, agradecemos el gesto, pero no podemos aceptarlo. —Una suave sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios, pero sus ojos reflejaban una vacilación evidente.
Nadie refutó, si bien la caza había sido un trabajo conjunto, el capitán de Los Búhos ostentaba el rango más prominente por su estrecha relación con el Barlok, aunque muchos no entendían ni conocían lo que hacía el escuadrón realmente.
—¿Por qué no? —Frunció el ceño, mostrando un claro disgusto por el rechazo.
—Es un jefe del bosque, señor Barlok, su cuerpo es un tesoro de valor incalculable. Mi tribu siempre ha creído que comer su carne puede otorgar poderes especiales.
Mujina, Alir y Fira asintieron, la misma creencia había sido impartida por los ancianos de sus respectivos pueblos. Mientras que los soldados antes pertenecientes a Jitbar se mostraron escépticos por la afirmación, pero la duda pronto se tornó en curiosidad al recordar la peculiaridad del ejército que se podía transformar en monstruos.
—¿Acaso creen que me falta poder? —Su energía incremento hasta rozar el límite.
En un suspiro, su destructivo poder dio vida a la ilusión de que todo su ser se convirtió en un colosal titán, un monstruo descomunal envuelto en un aura de destrucción y caos. Sus dimensiones eran colosales, como si los límites de la realidad se hubieran estirado para acomodar su atroz existencia. Los caballos, poseídos por un terror indescriptible, se alzaron sobre sus patas traseras y soltaron un relincho ensordecedor. Sus ojos, desorbitados y salvajes, reflejaban la absoluta impotencia ante aquel individuo de rostro imperturbable.
Sus súbditos, bajo el yugo de la opresión, fueron arrojados violentamente al suelo como si fueran títeres desechables. Uno tras otro, cayeron de rodillas ante él, siendo Mujina la única que pudo resistir de pie, aunque solo un par de segundos más.
—Lo ven —Canceló su terrorífica actuación—, ustedes son los débiles, ustedes son los que necesitan volverse más fuertes. —Nadie expresó palabra por un largo rato.
—Por favor, señor Barlok, perdóneme —dijo Anda con honesto arrepentimiento—, no fue, y nunca será mi intención ofenderlo.
—Mi regalo fue sincero, pero ha sido despreciado —dijo, aunque por alguna razón no se notaba molesto. Sus ojos resplandecían una astucia que presagiaba un destino de muerte y sangre—. Fira, ve por mis cachorros.
—Sí, mi señor.
La partida de la mujer de cabello platino sumió a los colaboradores que habían dado muerte al líder del bosque en un incómodo silencio. Casi todas las miradas se dirigieron al cuerpo del capitán de Los Búhos, y no resultaba sorprendente que lo culparan por su desafortunada indiscreción. Sin embargo, ninguno comprendió verdaderamente la razón detrás de la ira de su soberano.
Alir terminó de limpiar el sudor remanente de su frente y nuca, sin inmutar su solemne expresión, que si tuvo una pequeña perturbación al encontrarse con los dos pequeños recién llegados.
—Mi señor —dijo Fira al presentar a Justicia y Castigo, los ominosos nombres que bien reflejaban la naturaleza implacable de los canes.
Los cachorros avanzaron al lado de Orion al ser puestos en el suelo, sus ojos brillando con una ferocidad casi sobrenatural. El joven sonrió, pero no era una sonrisa cálida y amable, sino una sonrisa fría, despiadada, que solo emergía en raras ocasiones.
—Devoren el cadáver de la bestia —ordenó con calma, pero que en oídos comunes aquello resonó como una advertencia.
Ambos canes salieron disparados hacia el oso colmilludo, moviéndose con una agilidad y velocidad deslumbrante. Sus fauces se abrieron de par en par, desgarrando la piel y llenando sus negros pelajes de un escarlata intenso. No había lugar para las sutilezas o las tontas etiquetas humanas; solo prevalecía la bestialidad pura y despiadada de dos depredadores devorando a su presa. Pedazos de carne salpicaban el aire, mientras los perros mostraban una voracidad inaudita, alimentándose de la criatura que un día fue el jefe del bosque.
Los hombres tragaron saliva, no todos conocían a los perros, pero quienes lo hacían estaban enterados que su apetito no era mayor al de un adulto promedio. Incluso si no fueran canes, sino bestias salvajes, les resultaba inverosímil que criaturas tan pequeñas fueran tan voraces.
—Obediencia y lealtad —dijo para todos, pero su mirada se dirigió a los dos cachorros sentados sobre la carreta, que movían la cola con entusiasmo.
Les masajeó la cabeza, y con un asentimiento calmo activó unas de sus más preciadas habilidades.
[Instruir]