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La oficina estaba tranquila.
Sean, el asistente ejecutivo, dio un empujón a sus gafas. Luego, se acercó y cerró la puerta, cortando las miradas cotillas de los que estaban en la secretaría de fuera, pero también despertando la intensa curiosidad de todos.
Chester intentó débilmente tentarle: —Piénsalo, Justin. Una hija suave, tierna y adorable, ¿no quieres una?
La forma en que lo describió hizo que la imagen de Pete jugando con Barbies pasara por la mente de Justin. Un destello agudo brilló al instante en sus ojos y, con un tono de advertencia, preguntó: —¿Qué piensas hacer?
«¿Estaba pensando en someter a Pete a algún tipo de operación de ultraje?»
Chester estaba tan asustado que se acobardó y tartamudeó: —¡J-Justin, de verdad! ¡También puedes tener una hija! Si vas con Nora, podrás tener tanto un hijo como una hija.
Justin: —¿Qué?