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93.07% VIGGO / Chapter 309: Orario y el balance 2.303

บท 309: Orario y el balance 2.303

Viggo y Hitomi estaban en la sala de reuniones del tercer piso en una mansión que funcionaba como sede de las múltiples empresas de Semiramis. Ambos estaban de pie, frente a la ventana, mirando las calles transitadas por los nobles y adinerados comerciantes de la región norte de Orario.

Viggo vio a un hombre de cabello rubio, con el cabello corto y lo que él definía como una mirada de cachorro abandonado avanzar por la vereda con dirección hacia el edificio. Aquella persona era Edgar y ya no vestía con ropas de primera calidad como cuando era un conde, pero seguía conservando cierta elegancia. Viggo miró a Hitomi a su lado, pequeña en comparación con él, cabello rojo hasta la cadera, orejas puntiagudas de elfo y un vestido de una pieza color esmeralda.

—¿Estás preparada?— preguntó Viggo con voz gruesa y cordial.

Hitomi miró hacia el lado, vio a Viggo vestido con el abrigo negro con bordados blancos, la chaqueta sin mangas, pantalones de tela y botas negras hasta la rodilla. Ella tuvo que levantar su rostro para poder mirarlo a los ojos. Su gran estatura y cabello rojo era lo más llamativo, junto con sus ojos de iris dorado —sí, estoy preparada— respondió

—En ese caso, recuerda lo que hablamos y pase lo que pase, no pelees con Semiramis. No buscamos competir, sino que nos ayude como aval para empezar nuestra empresa—

—Sigo pensando que sería mejor que usted hablara con la señora—

—No puedo, y esto también es para darme tranquilidad. Te voy a dejar todo el negocio a ti. Tengo que saber que al menos tienes las agallas para salir adelante. Ya te he contado mi situación—

Hitomi trago saliva y examino el iris dorado en los ojos de Viggo. "Rey de los dioses" eso ya era demasiado. Ella sentía que estaba hablando con un gran emperador o algo así, aunque Viggo le dijo que aquel título que obtendría en poco tiempo le traería más problemas que beneficios. Sin embargo, "rey de los dioses" pensó otra vez. Ella también podría ser reina de los dioses si él se lo pidiera. Hitomi negó bruscamente con su cabeza y aparto dichos pensamientos. Ellos tenían un trato de negocios, no es como si este hombre desalmado le hubiera propuesto algo. Ella todavía no lo perdona por haberla poco menos que regalado a su hermano, aunque Tatsumi también estaba bien, pero no tanto como Viggo. De nuevo Hitomi negó bruscamente con su cabeza, pero esta vez se mareo.

Viggo vio a Hitomi llevar su mano derecha a la cabeza y tambalearse como si estuviera mareada. Para empezar, él no sabía porque ella movía su cabeza de lado a lado tan bruscamente ¿Acaso se estaba volviendo loca o teniendo problemas mentales? Viggo prefirió no pensar en eso, se acercó a Hitomi, puso su mano en la espalda y la guio a un asiento, frente a una larga mesa ovalada que ocupaban para las reuniones de empresa.

—¿Te traigo agua o algo?— preguntó Viggo acercándose por el lado a Hitomi mientras esta última permanecía sentada y agarrándose la cabeza con la mano derecha.

—No para nada, solo esperemos— respondió Hitomi.

Viggo se sentó a su lado, pasaron cinco minutos y golpearon la puerta.

—Adelante— dijo Viggo, se puso de pie y Hitomi lo imito. Ambos con la espalda recta y una actitud tranquila, pero atenta.

La puerta de la sala de reuniones se abrió, entro Semiramis vistiendo un quiton blanco con bordes dorados que hacía resaltar su cabello oscuro y ojos con un iris amarillo. Su rostro tenía la forma de corazón, cejas delgadas y delineadas, ojos almendrados, nariz fina, cuerpo esbelto, pero gracias a el nacimiento de Uriel y Gwynevere sus senos y caderas habían crecido dándole el aspecto de un reloj de arena. Detrás de ella venía Scheherezade, cabello oscuro como la noche hasta las caderas, vestida con un quiton beige que se ajustaba a su voluptuoso cuerpo, pero que a su vez hacia destacar sus ojos verdes.

Por último, entro Edgar, rubio, vestido con ropas finas, pero de baja calidad, demostrándolo en sus colores opacos y sin vida. Aunque claro, Edgar podía haber caído en desgracia, dilapidar su dinero y ser salvado por la pequeña pallum, pero seguía siendo un tipo bien parecido. Él era un poco más alto que Semiramis y Scheherezade.

—Buenos días— dijo Viggo con una amplia sonrisa.

Todos respondieron, Semiramis y Scheherezade sonrieron con una sonrisa cómplice, pero Edgar mostro su disgusto en la mirada. Semiramis camino hacia la mesa ovalada mientras miraba a Hitomi. La mirada era tranquila, pero en el centro de los ojos había un brillo cruel. Eso hizo a Hitomi tiritar de miedo, pero trato de mantenerse tranquila.

Viggo se movió rápidamente a la cabecera de la mesa, abrió la silla y espero a que Semiramis se sentara. Ella se sentó complacida y Viggo le acomodo el asiento. Después Viggo fue a hacer lo mismo con Scheherezade mientras Semiramis miraba a Hitomi y le daba una mirada burlesca, como si hubiera un mundo de diferencia entre las dos.

Hitomi reacciono apretando sus pequeñas manos, pero trato de mantener una expresión tranquila. Mujer molesta, pensó. Al mismo tiempo, Edgar rodeo la mesa y se sentó al lado de Hitomi. Ambos se miraron, sus ojos se encontraron y asintieron el uno al otro en señal de saludo. Viggo volvió a su asiento, entre Semiramis y Hitomi.

Semiramis puso las manos sobre la mesa y entrelazo sus dedos —buenos días, mi marido me ha explicado algo de su proyecto, pero espero escuchar mayor detalle de la persona que lo llevara a cabo. Hitomi, puedes empezar cuando tú quieras— dijo

—Bueno, si me lo permite— dijo Hitomi poniéndose de pie, tomando su carpeta y distribuyendo un juego de documentos para cada uno de los presentes —el proyecto que propone el señor Dragonroad es interesante y me he propuesto explicarlo en detalle…—

Hitomi se desenvolvió fácilmente, era su fuerte, tenía el conocimiento teórico y sabia proyectarlo. Fue impecable de principio a fin en su explicación, pero cuando añadió varios proyectos de su propio ingenio, genero varias expresiones de asombro.

—¿Imprenta?— preguntó Semiramis con una ceña alzada.

—Sí, la imprenta es una maquina creada hace más de cien años en el imperio, pero sin un objetivo o ideas de como implementarla más que solo producir libros, no llego a ningún lado y fue descartada. Dicha maquina se perdió en el tiempo y por alguna razón los planos y detalles fueron a para a la biblioteca del reino de Alf. Yo lo encontré y creo que es algo con un infinito potencial. Déjeme explicarle…—

Semiramis se quedó callada y escucho la resumida, pero interesante explicación de Hitomi. Todo esto parecía tan nuevo e innovador que por un momento miró a Viggo y tuvo la intención de romper su acuerdo inicial. No le entregaría a Hitomi y sus brillantes ideas, pero cayó en la cuenta de algo. Sin Viggo, estas ideas jamás hubieran salido a flote. No, no fue Viggo, fue la situación que hizo a Hitomi expresarse abiertamente. Si ella hubiera estado bajo su mando, jamás hubiera pensado en compartir sus proyectos. Maldito Viggo y su suerte, pensó Semiramis. Ella soltó un suspiro, pero, de todos modos, no se lo haría tan fácil. Hitomi termino de explicar sus ideas y se sentó.

Semiramis miró a Viggo, después paso por Hitomi y termino mirando a Edgar —se supone que tú vas a llevar la situación comercial ¿verdad?— preguntó

—No, señora— respondió Edgar negando con la cabeza —el señor Viggo me pidió que fuera de ayuda para la señorita Hitomi y que la orientara en las relaciones sociales y el trato comercial—

Semiramis miró a Viggo y este último mostro una sonrisa astuta. Ella frunció el ceño, algo se traía su marido entre manos ¡Esa sonrisa descarada!

—La vida humana es finita en comparación con la de un elfo— respondió Viggo —por eso es mi interés que Hitomi se desarrolle en varias áreas. Tiene el intelecto y el tiempo, es solo cosa de práctica para que adquiera el roce social y el trato comercial. Además, pienso invocar a una nueva diosa en Orario y hacer que Hitomi trabaje para ella—

Semiramis y Scheherezade abrieron los ojos amplios, fruncieron el ceño y cuestionaron a Viggo con la mirada. Sin embargo, este último sonrió como diciéndoles que no les contaría nada más aparte de esto. Semiramis se molestó y como estaba cerca, le lanzo una patada por debajo de la mesa.

—Esa cosas son importantes, querido— dijo Semiramis con una sonrisa que no lo era

—Oooh, no necesitas preocuparte, no afectara a tu empresa. Ahora, con todo esto dicho ¿Vas a ser nuestro aval?—

—Trescientos millones de valis a cambio del cincuenta y un por ciento— respondió Semiramis con una expresión de burla, después paso su mirada de Viggo a Hitomi y espero a ver su reacción.

—Con todo respeto— dijo Hitomi levantándose de su silla, con las manos en la mesa y una expresión molesta —este no es un pequeño negocio y si usted no está dispuesta a financiarlo, podemos ir con alguien más—

Viggo cerró los ojos, queriendo meterse en un agujero. Lo primero que le indico y repitió hasta el cansancio fue que no peleara con Semiramis. Su intención no era antagonizar a la mujer más rica de Orario.

Por otro lado, Semiramis frunció el ceño en una expresión molesta mientras Scheherezade quedaba impresionada ante la rección de Hitomi. Como elfa, esta última era tranquila, reflexiva y respetuosa; nunca se lo espero. Por último, Edgar quedó mirando asombrado como Hitomi arruinaba su primera y puede que única oportunidad de negocio. Ahora se preguntaba si Viggo iba a mantener su propuesta de ayudarlo a formar su negocio o tenía que despedirse de esa oportunidad.

—Bien, en ese caso, ve y has lo que quieras— respondió Semiramis con una sonrisa despectiva, se levantó de su asiento y le dijo —espero que funcione tu negocio en Orario—

Entonces Hitomi se dio cuenta de su error y que sus palabras no fueron las mejores —esperé— dijo con arrepentimiento —no lo quise decir de esa manera—

—No, lo sé— respondió Semiramis deteniéndose y mirándola hacia atrás de soslayo —pero no tolerare este trato de una esclava cuyo único valor es su inteligencia. Ve y busca a alguien que te ayude, yo no estoy interesada. Aaaah, sí, desde ahora aplicare una tasa de interés a tu deuda. Trabaja duro y ve si puedes hacer dinero, de lo contrario, serás esclava por la eternidad—

Semiramis camino hacia la puerta de salida, la abrió y dio un fuerte portazo.

Viggo se quedó en su asiento, agacho su rostro y se apretó el tabique con la mano derecha. Él le había pedido a Semiramis que antagonizara a Hitomi como una forma de ponerle obstáculos, pero esto le salió del alma. Seguro que no fue por su solicitud y lo hizo por avaricia. Viggo negó con su cabeza, no le entregaría a Hitomi tan fácilmente, pero este camino se había puesto cuesta arriba.

Al mismo tiempo, Hitomi al ver como Semiramis se fue, derramo una lagrima, después miró a Viggo con la cabeza agachada y con su mano derecha apretándose el tabique. Le habían dado una oportunidad, pero lo había echado a perder todo a la primera oportunidad. Después miró a Scheherezade, quien estaba levantándose de la mesa y soltando un suspiro de cansancio.

—Lo siento, Hitomi— dijo Scheherezade mirándola a los ojos —te deseo suerte y si necesitas algún consejo, no dudes en buscarme—

—Yo, lo siento— dijo Hitomi con voz débil.

—Sí, se nota— respondió Scheherezade, dejo los documentos sobre la mesa y salió de la sala de reuniones.

—Señor Viggo— dijo Edgar, se levantó de su silla, paso por detrás de Hitomi y llego frente a Viggo —nuestro acuerdo, puede darme una oportunidad—

Viggo levantó su rostro, lo miró con rareza y le dijo —no digas idioteces ¿Todavía no has ayudado a Hitomi y quieres que te pague, además de que te ayude a formar tu propio negocio?—

—Pero esto…— dijo Edgar señalando la sala de reuniones con las manos

—Esto ¿Qué?— respondió Viggo, se puso de pie y se dio la vuelta. Miró hacia la derecha a Edgar y después a Hitomi, quien derramaba lágrimas en silencio —esto solo quiere decir que lo tenemos más difícil, pero en ningún caso significa nuestra derrota. Además, puede que mi esposa sea la mujer más adinerada de Orario, pero no es la única con quien podemos negociar. Sin embargo, primero lo primero— miró a Edgar y continuo —tú, enséñale a Hitomi a cerrar la boca y a controlar su malhumor. Que alguien diga algo, no significa que sea verdad— después miró a Hitomi y le dijo —es un principio básico de la negociación ofrecer la mínima suma. Nadie te ofendió, solo estaban probando cuánto era lo mínimo que podían pagar—


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