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85.59% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 202: 26 Sé tú mi voz

บท 202: 26 Sé tú mi voz

De: PeterWiggin%hegemon@PuebloLibreTierra.pl.gov

A: ValentineWiggin%historiadora@BookWeb.com/ServicioAutores Sobre: Enhorabuena

Querida Valentine:

He leído tu séptimo volumen y no sólo eres una escritora brillante (cosa que siempre hemos sabido) sino también una investigadora concienzuda y una analista perspicaz y honrada. Conocí muy bien a Hyrum Graff y Mazer Rackham antes de que murieran, y los trataste con absoluta justicia. Dudo que protestaran por una sola palabra de tu libro, aunque no queden como seres perfectos: siempre fueron hombres honrados, incluso cuando se les caía la cara mintiendo.

El trabajo del Hegemón es bastante liviano hoy en día. Las últimas empresas militares que fueron necesarias tuvieron lugar hace más de una década: los últimos reductos de tribalismo, que conseguimos sofocar con una muestra de fuerza. Desde entonces he intentado retirarme media docena de veces (no, espera, estoy hablando con una historiadora): dos veces, pero no creían que lo decía en serio y me mantienen en el cargo. Incluso piden mi consejo a veces, y para devolver el favor trato de no recordar cómo hacíamos las cosas en los primeros días del PLT. Sólo los viejos EE.UU. se niegan a unirse al PLT y tengo la esperanza de que se bajen del burro, se dejen de «no me amenaces» y hagan lo que tienen que hacer. Las encuestas siguen diciendo que los americanos están hartos de ser el único pueblo del mundo que no tiene la posibilidad de votar en las elecciones mundiales. Puede que vea al mundo entero formalmente unido antes de morir. Y aunque no sea así, tenemos paz en la tierra.

Petra te envía saludos. Ojalá la hubieras conocido, pero así es el viaje estelar. Dile a Ender que Petra está tan hermosa como siempre, para que se fastidie, y que nuestros nietos son tan adorables que la gente aplaude cuando los sacamos a pasear.

Hablando de Ender. He leído La Reina Colmena. Había oído hablar del libro antes, pero no lo leí hasta que lo incluiste al final de tu último volumen... antes del índice, si no nunca lo hubiese visto.

Conozco a quien lo escribió. Si pudo ser la voz de los insectores, seguro que puede ser mi voz.

* * *

No por primera vez, Peter deseó que hubieran fabricado un ansible portátil. Naturalmente, no hubiese tenido sentido económicamente hablando. Sí, lo miniaturizaban lo máximo posible para poder ponerlo en las naves estelares. Pero el ansible sólo tenía importancia en las comunicaciones a través del vacío del espacio. Ahorraba horas a las comunicaciones de dentro del sistema; décadas a las comunicaciones con las colonias y las naves en vuelo.

No era sólo una tecnología diseñada para charlar.

Había unos cuantos privilegios ligados a los vestigios del poder. Peter podía tener más de setenta años (y, como a menudo le señalaba a Petra, unos setenta años viejos, unos setenta años ancianos), pero todavía era el Hegemón, y el título había significado en su momento un poder enorme, había significado helicópteros de ataque en vuelo y ejércitos y flotas en movimiento; había significado castigo por agresión, recaudación de impuestos, promoción de las leyes de derechos humanos, saneamiento de la corrupción política.

Peter recordaba los tiempos en que el título era un chiste sin gracia que le entregaron a un chico adolescente que había escrito sabiamente en las redes.

Peter había dado poder al cargo. Y luego, porque gradualmente lo despojó de todas sus funciones, que asignó a otros empleados del PLT (o «TierraGob», como lo llamaba ahora la gente con frecuencia), había devuelto el puesto a una posición simbólica.

Pero no era de chiste. Ya no era de chiste y nunca volvería a serlo.

No de chiste, pero tampoco algo necesariamente bueno. Había mucha gente viva aún que recordaba al Hegemón como el poder coercitivo que hizo trizas su sueño de cómo debía ser la Tierra (aunque normalmente su sueño era la pesadilla de los otros). E historiadores y biógrafos a menudo se la tenían jurada y se la tendrían, para siempre.

Lo que tenían los historiadores era que podían ordenar todos los datos, pero seguían pasando por alto para qué servían. Seguían inventando los motivos más extraños para la gente. La biografía de Virlomi, por ejemplo, convertía a ésta en una santa idealista y acusaba a Suriyawong, nada menos, de la matanza que acabó con su carrera militar. No importaba que la propia Virlomi hubiera rechazado esa interpretación, escribiendo por ansible desde la colonia de Andhra. Los biógrafos se irritaban siempre cuando su sujeto resultaba estar vivo.

Pero Peter no se había molestado en responder a ninguno. Ni siquiera a los que le atacaban ferozmente, haciéndolo responsable de todo lo que iba mal y atribuyendo a otros el mérito de todo lo que salía bien... Petra se enfadaba con ellos durante días,

hasta que él le suplicaba que no los leyera más. Pero no podía resistirse a leerlos él mismo. No se lo tomaba de modo personal. Sobre la mayoría de la gente nunca se escribían biografías.

Sobre Petra sólo se escribieron un par de ellas, y las dos eran del tipo de «gran mujer» o «modelo para chicas», no estudios serios. Cosa que molestaba a Peter, porque sabía que pasaban por alto algo: que después de que todos los otros miembros del grupo de Ender dejaran la Tierra y se marcharan a las colonias, ella se había quedado y dirigido el Ministerio de Defensa del PLT durante casi treinta años, hasta que se volvió más un Departamento de Policía que otra cosa y ella insistió en jubilarse para jugar con sus nietos.

Estaba allí para todo. Peter se lo decía cuando se enfadaba al respecto.

—Fuiste amiga de Ender y de Bean en la Escuela de Batalla: le enseñaste a Ender a

disparar, por el amor de Dios. Estuviste en su grupo… Pero Petra lo hacía callar.

—No quiero que se cuenten esas historias —decía—. No quedaría muy bien si se supiera la verdad.

Peter no la creía. Y se podía saltar todo aquello y empezar cuando regresó a la Tierra y... ¿no fue Petra quien, cuando casi todo el grupo fue secuestrado, encontró un modo de hacer llegar un mensaje a Bean?

¿No fue ella quien conoció a Aquiles mejor que nadie a quien él no consiguiera matar? Era una de las grandes líderes militares de todos los tiempos, y además se había casado con Julian Delphiki, el Gigante de la leyenda, y luego con Peter el Hegemón, otra leyenda, y encima había criado a cinco de los hijos que tuvo con Bean y a otros cinco más que tuvo con Peter.

Y ninguna biografía. ¿Por qué se quejaba Peter de que hubiera docenas sobre él y todas con errores simples y obvios que podían comprobarse, por no contar cosas más arcanas como los motivos y los acuerdos secretos y...?

Y entonces apareció el libro de Valentine sobre las guerras insectoras, volumen a volumen. Uno sobre la primera invasión, dos sobre la segunda, la que ganó Mazer Rackham. Luego cuatro volúmenes sobre la tercera invasión, la que Ender y su grupo libraron y ganaron desde lo que pensaban que era un juego de entrenamiento en el asteroide Eros. Un volumen entero trataba sobre el desarrollo de la Escuela de Batalla: breves biografías de docenas de niños que fueron importantísimos para las mejoras en la escuela que al final conducirían a entrenamientos verdaderamente efectivos y los legendarios juegos de la Sala de Batalla.

Peter leyó lo que Valentine escribió sobre Graff y Rackham y sobre los chicos del grupo de Ender (incluida Petra). Aunque sabía que parte de sus reflexiones se debían a que tenía a Ender allí mismo con ella en la colonia Shakespeare, la fuente real de la excelencia del libro estaba en sus propias reflexiones. Ella no encontraba «temas» y

los imponía sobre la historia. Pasaban cosas y estaban relacionadas unas con otras, pero cuando un motivo era incognoscible, no pretendía saberlo. Sin embargo, entendía a los seres humanos.

Parecía amar incluso a los horribles.

Así que pensó: lástima que ella no esté aquí para escribir una biografía de Petra.

Aunque naturalmente eso era una tontería: no tenia que estar allí, tenía acceso a cualquier documento que quisiera a través del ansible, ya que una de las provisiones clave del ColMin de Graff era la seguridad absoluta de que cada colonia tuviera acceso completo a todas las bibliotecas y archivos de todos los mundos humanos.

No fue hasta que apareció el séptimo volumen y Peter leyó La Reina Colmena

cuando encontró al biógrafo que le hizo pensar: quiero que él escriba sobre mí.

La Reina Colmena no era largo. Y aunque estaba bien escrito, no era particularmente poético. Era muy sencillo. Pero pintaba un retrato de las Reinas Colmena que bien podrían haber escrito ellas mismas. Los monstruos que habían asustado a los niños durante más de un siglo (y continuaban haciéndolo aunque estaban todos muertos) de repente se volvieron hermosos y trágicos.

Pero no era un trabajo de propaganda. Las cosas terribles que hicieron fueron reconocidas, no ignoradas.

Y entonces se dio cuenta de quién lo había escrito. No Valentine, que enclavaba las cosas en los hechos. Estaba escrito por alguien que podía comprender tan bien al enemigo que lo amaba. ¿Con qué frecuencia había oído a Petra citar a Ender decir eso? Ella (o Bean, o alguien) lo habían anotado: «Creo que es imposible comprender realmente a alguien, lo que quiere, lo que cree, y no amar la manera en que se ama a sí mismo.»

Eso era lo que el escritor de La Reina Colmena, que firmaba como La Voz de los Muertos, había hecho por los alienígenas que una vez acosaron nuestras pesadillas.

Y cuanta más gente leía ese libro, más deseaban haber comprendido a su enemigo, que la barrera del lenguaje no hubiera sido infranqueable, que las Reinas Colmena no hubieran sido destruidas.

La Voz de los Muertos había hecho que los humanos amaran a su antiguo enemigo.

Bueno, es fácil amar a tus enemigos una vez que están muertos y tú a salvo. Pero aun así. Los humanos renuncian a sus villanos con dificultad.

Tenía que ser Ender. Y por eso Peter le había escrito a Valentine, felicitándola, pero también pidiéndole que invitara a Ender a escribir sobre él. Hubo un toma y daca, con Peter insistiendo en que no quería aprobar nada. Quería hablar con su hermano. Si de eso salía un libro, bien. Si el libro lo retrataba como a un monstruo, si eso era lo que la Voz de los Muertos veía en él, que así fuera: «Porque sé que escriba

lo que escriba, estará mucho más cercano a la verdad que la mayoría de las kuso que se publican aquí.»

Valentine le reprendió por el uso de palabras como kuso.

«¿Qué haces usando argot de la Escuela de Batalla?»

«Ahora es parte del lenguaje», le dijo Peter en su correo electrónico de respuesta.

Y entonces ella escribió: «El no te enviará ningún correo. Dice que ya no te conoce. La última vez que te vio tenía cinco años y tú eras el peor hermano mayor del mundo. Tiene que hablar contigo.»

«Eso es caro», respondió Peter, pero sabía que el PLT podía permitírselo y no se lo negaría. Lo que realmente lo contuvo fue el miedo. Había olvidado que Ender sólo lo había conocido como matón. Nunca lo había visto luchar por edificar un Gobierno mundial no por medio de la conquista, sino por la libre elección del pueblo votando nación a nación. No me conoce.

Pero entonces Peter se dijo: sí que me conoce. El Peter que Ender conocía era parte del Peter que se había convertido en Hegemón. El Peter con el que Petra accedió a casarse y que le permitió criar a sus hijos, ese Peter era el mismo que había aterrorizado a Ender y Valentine y estaba lleno de veneno y resentimiento por haber sido considerado indigno por los jueces que elegían qué niños crecerían para salvar al mundo.

¿Cuántos de mis logros surgieron de ese resentimiento?

«Debería entrevistar a mamá —escribió Peter—. Todavía está lúcida y me aprecia más que antes.»

«Él le escribe —contestó Valentine—. Cuando tiene tiempo de escribirle a alguien. Se toma muy en serio sus deberes aquí. Es un mundo pequeño, pero lo gobierna con tanto cuidado como si fuera la Tierra.»

Finalmente Peter se tragó sus miedos y fijó una fecha y una hora y se sentó ante el interfaz vocal del ansible en el Centro de Comunicación Interestelar de Blackstream. Naturalmente, el CCIB no se comunicaba directamente con ningún ansible sino con el Conjunto de Ansibles Estacionarios de ColMin, que lo retransmitían todo a la colonia o nave adecuada.

El audio y el vídeo ocupaban tanta longitud de banda que eran comprimidos y luego descomprimidos al otro extremo, así que a pesar de la instantaneidad de las comunicaciones vía ansible, había un lapso de tiempo claro entre ambos lados de la conversación.

No había imagen. Peter había tenido que poner el límite en alguna parte. Y Ender no había insistido. Habría sido demasiado doloroso para ambos: para Ender ver cuánto tiempo había pasado durante su viaje relativista hasta Shakespeare, y para Peter verse obligado a contemplar lo joven que era Ender todavía, cuánta vida tenía

todavía por delante mientras que Peter miraba fríamente su propia vejez y su muerte inminente.

—Estoy aquí, Ender.

—Me alegro de oír tu voz, Peter. Y entonces silencio.

—No hay mucho de que hablar, ¿eh? —dijo Peter—. Ha pasado demasiado tiempo para mí, demasiado poco para ti. Ender, sé que fui un cabrón contigo de niño. No tengo excusa. Estaba lleno de furia y vergüenza y la tomé contigo y con Valentine, pero sobre todo contigo. Creo que nunca te dije nada amable, no cuando estabas despierto, al menos. Puedo hablar de eso si quieres.

—Más tarde, tal vez —dijo Ender—. Esto no es una sesión de terapia familiar. Sólo quiero saber lo que hiciste y por qué.

—¿Qué cosas?

—Las que te importen. Lo que decidas contarme es tan importante como lo que digas sobre esos hechos.

—Hay mucho. Mi mente todavía está clara. Recuerdo mucho.

—Bien. Te escucho.

Escuchó durante horas ese día. Y más horas, más días. Peter lo contó todo. Las luchas políticas. Las guerras. Las negociaciones. Los ensayos en las redes. La construcción de redes de inteligencia. Aprovechar oportunidades. Encontrar aliados dignos.

No fue hasta casi el final de su última sesión cuando Peter recuperó recuerdos de cuando Ender era un bebé.

—Te quería de verdad. No paraba de pedirle a mamá que me dejara darte de comer. Cambiarte los pañales. Jugar contigo. Creí que eras lo mejor que había existido jamás. Pero entonces me di cuenta. Yo estaba jugando contigo y te hacía reír y entonces Valentine entraba en la habitación y tú te volcabas en ella. Yo dejaba de existir.

»Ella era luminosa, es normal que reaccionaras de esa forma. Todo el mundo lo hacía. Yo lo hacia. Pero al mismo tiempo, yo era sólo un crío. Lo veía como «Ender ama a Valentine más que a mí». Y cuando me di cuenta de que naciste porque a mí me consideraban un fracaso (la gente de la Escuela de Batalla, quiero decir), fue un motivo más de resentimiento. Eso no es excusa. No tenía por qué ser un cabroncete contigo. Te lo digo porque ahora me doy cuenta de que así es como empezó.

—Muy bien —dijo Ender.

—Siento mucho no haber sido mejor contigo de niño. Porque, verás, toda mi vida, en todas las cosas que te he contado en estas conversaciones increíblemente caras, no

dejaba de pensar que estuvieron bien. Lo hice bien esa vez. A Ender le habría gustado lo que hice.

—Por favor, no me digas que lo hiciste todo por mí.

—¿Estás de guasa? Lo hice porque soy el marubo más competitivo que ha nacido jamás en este planeta. Pero mi vara de medir era: a Ender le gustaría que hiciera esto.

Ender no contestó.

—Ah, demonios, chico. Es mucho más sencillo. Lo que tú hiciste con doce años hizo posible el trabajo de toda mi vida.

—Bueno, Peter, lo que tú hiciste mientras yo estaba viajando, eso es lo que hizo que mereciera la pena mi victoria.

—Qué familia tuvieron el señor y la señora Wiggin.

—Me alegro de que hayamos hablado, Peter.

—Yo también.

—Creo que puedo escribir sobre ti.

—Eso espero.

—Aunque no pueda, eso no quiere decir que no me alegre de descubrir en quién te convertiste.

—Ojalá pudiera estar allí —dijo Peter—, para ver en quién te has convertido.

—Yo no me convertiré en nada, Peter. Estoy congelado en la historia. Doce años eternos. Tú has tenido una buena vida, Peter. Dale a Petra mi amor. Dile que la echo de menos. Y a los demás. Pero sobre todo a ella. Te llevaste a la mejor de todos nosotros, Peter.

En ese momento, Peter casi estuvo a punto de hablarle de Bean y sus tres hijos, volando por el espacio, esperando una cura que no parecía muy prometedora.

Pero entonces se dio cuenta de que no podía. La historia no era suya. Si Ender la escribía, entonces la gente empezaría a buscar a Bean. Alguien podría intentar contactar con él. Alguien podría hacer que volviera a casa. Y entonces su viaje habría sido para nada. Su sacrificio. Su Satyagraha.

Nunca volvieron a hablar.

Peter vivió algún tiempo después de eso, a pesar de su débil corazón, esperando siempre que Ender escribiera el libro que quería. Pero cuando murió, el libro todavía no había sido escrito.

* * *

Así que fue Petra quien leyó la corta biografía llamada, simplemente, El Hegemón, firmada por La Voz de los Muertos.

Lloró todo el día después de leerla.

La leyó en voz alta ante la tumba de Peter, deteniéndose cada vez que se acercaba algún paseante. Hasta que se dio cuenta de que se acercaban para escucharla leer. Así que los invitó a quedarse y la leyó de nuevo en voz alta, desde el principio.

El libro no era largo, pero había fuerza en él. Para Petra, era todo lo que Peter había querido que fuera. Un periodo de su vida. El daño y lo bueno. Las guerras y la paz. Las mentiras y la verdad. Las manipulaciones y la libertad.

El Hegemón fue un libro compañero, en realidad, de La Reina Colmena. Un libro era la historia de una especie entera, y el otro también.

Pero para Petra era la historia del hombre que había dado forma a su vida más que ningún otro.

Excepto uno. El que ahora vivía solamente como una sombra en las historias de los otros. El Gigante.

No había ninguna tumba y no había ningún libro que leer sobre él. Y su historia no era humana porque en cierto modo él no había vivido una vida humana.

Era una vida de héroe. Terminaba con él llevado a los cielos, moribundo pero no muerto.

Te amo, Peter, le dijo en su tumba. Pero debes haber sabido que nunca dejé de amar a Bean, y de anhelarlo y de echarlo de menos cada vez que miraba la cara de nuestros hijos.

Luego se marchó a casa, dejando atrás a sus dos maridos, aquel cuya vida simbolizaban un monumento y un libro y el otro cuyo único monumento estaba en su corazón.

Fin


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