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48.3% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 114: LA SOMBRA DE ENDER .- Quinta parte LÍDER  .- 19 REBELDE

บท 114: LA SOMBRA DE ENDER .- Quinta parte LÍDER  .- 19 REBELDE

19 REBELDE

-Llamar a Aquiles fue el último gesto de Graff, y sabemos que esta maniobra suscitaba una gran preocupación. ¿Por qué no jugar sobre seguro y cambiar al menos a Aquiles a otra escuadra?

-Bean no tiene por qué vivir la situación de Bonzo Madrid.

-Pero no tenemos ninguna seguridad de que sea así, señor. El coronel Graff se guardó un montón de información para sí. Un montón de conversaciones con sor Carlotta, por ejemplo, sin ningún memorándum de lo que se dijo en ellas. Graff sabe cosas sobre Bean y, puedo prometérselo, también sobre Aquiles. Creo que nos ha tendido una trampa.

-Se equivoca, capitán Dimak. Si Graff ha tendido una trampa, no ha sido a nosotros.

-¿Está seguro de eso?

-A Graff no le gustan los juegos burocráticos. No le preocupamos un pimiento usted ni yo. Si ha tendido una trampa, en cualquier caso será para Bean.

-¡Bueno, a eso me refería!

-Comprendo su argumento. Pero Aquiles se queda.

-¿Por qué?

-Las pruebas de Aquiles demuestran que posee un temperamento notablemente equilibrado. No es ningún Bonzo Madrid. Por tanto, Bean no corre peligro físico. La tensión parece ser más bien psicológica. Una prueba de carácter. Y ése es precisamente el aspecto de Bean que más desconocemos,

dada su negativa a jugar al juego mental y la ambigüedad de la información que

obtuvimos por sus juegos con su clave de acceso. Por tanto, creo que esta relación forzosa con su enemigo merece la pena.

-¿Enemigo o némesis, señor?

-Los seguiremos de cerca. No haré que los adultos estén tan lejos que no puedan llegar para intervenir a tiempo, como dispuso Graff con Ender y Bonzo. Se tomarán todas las precauciones. No voy a jugar a la ruleta rusa como hizo Graff.

-Sí que lo va a hacer, señor. La única diferencia es que que sólo tenía una recámara vacía, y usted no sabe cuántas recámaras están vacías porque él cargó el arma.

En su primera mañana como comandante de la Escuadra Conejo Bean se despertó y descubrió un papelito en el suelo. Por un momento se sorprendió ante la idea de que le pudieran haber asignado una batalla antes incluso de conocer a su escuadra, pero para su alivio la nota era algo mucho más mundano.

Dado el número de nuevos comandantes, la tradición de no reunirse en el comedor de comandantes hasta después de la primera victoria queda abolida. Comerás en la sala de oficiales inmediatamente.

Sí, era lógico. Como iban a acelerar los planes de batalla para todo el mundo, querían que los comandantes pudieran compartir información desde el principio. Y que también estuvieran sujetos a la presión social de sus iguales.

Con el papel en la mano, Bean recordó el modo en que Ender sostenía sus órdenes, cada imposible nueva permutación en el juego. El hecho de que su orden tuviera sentido no significaba que fuera acertada. No había nada sagrado en el juego que hiciera que Bean lamentara los cambios en reglas y costumbres, pero la forma en que los profesores los manipulaban sí que le molestaba.

El haberle cortado el acceso a la información sobre los estudiantes por ejemplo. La cuestión no era por qué la cortaban, ni siquiera por qué le dejaron acceder a ella durante tanto tiempo. La cuestión era por qué los otros comandantes no disponían de tanta información se suponía que estaban aprendiendo a ser líderes, entonces deberían tener las herramientas del liderazgo.

Y mientras estuvieran cambiando el sistema, ¿por qué no deshacerse de todo lo realmente pernicioso y destructivo que realizaban? Por ejemplo, las gráficas de puntuaciones en los comedores, ¡Porcentajes y puntos! En vez de combatir con ganas, esas puntuación hacían que soldados y comandantes por igual fueran más cautelosos, menos dispuestos a experimentar. Por eso la ridícula costumbre de pelear en formación había durado tanto tiempo: Ender no podía haber sido el primer comandante en ver un modo mejor. Pero nadie quería sacudir el barco, para ser el que innovara y pagara el precio desapareciendo de las estadísticas. Era mucho mejor tratar cada batalla como un problema completamente separado, y sentirse libres de enzarzarse en las batallas como si fueran un juego en vez de trabajo. La creatividad y el desafío aumentarían de forma drástica. Y los comandantes no tendrían que preocuparse, cuando dieran una orden a un batallón o a un individuo, si hacían que un soldado concreto sacrificara su estadística por bien de la escuadra.

No obstante, lo más importante era el desafío que encerraba la decisión que había tomado Ender: rechazar el juego. El hecho de que se graduara antes de poder declararse en huelga no cambiaba el hecho de que, si lo hubiera hecho así, Bean lo habría apoyado.

Ahora que Ender ya no estaba, no tenía sentido boicotear el juego. Sobre todo si Bean y los demás iban a avanzar hasta un punto en que podrían ser parte de la flota de Ender cuando se produjeran las batallas de verdad. Pero podían hacerse cargo del juego, usarlo para sus propios fines.

Así que, vestido con su nuevo uniforme de la Escuadra Conejo, que tampoco le estaba bien, Bean se encontró una vez más de pie sobre una mesa, en esa ocasión en el comedor de oficiales, que era mucho más pequeño. Como el discurso de Bean del día anterior ya se había convertido en leyenda, hubo risas y algunos abucheos cuando se le- vantó.

-¿La gente de donde vienes come con los pies, Bean?

-En vez de subirte a las mesas, ¿por qué no creces, Bean?

-¡Ponte zancos para que podamos mantener las mesas limpias! Pero los otros nuevos comandantes que, hasta el día anterior, eran jefes de batallón en la Escuadra Dragón, no se burlaron ni se rieron. Pronto prevaleció su respetuosa atención hacia Bean y el silencio se extendió por la sala.

Bean alzó un brazo para señalar la pizarra que mostraba las puniciones.

-¿Dónde está la Escuadra Dragón? -preguntó.

-La disolvieron -respondió Petra Arkanian-. Los soldados han sido distribuidos entre

las otras escuadras. Excepto vosotros, que antes erais Dragones.

Bean escuchó, guardándose para sí su opinión sobre ella. Todo lo que pudo pensar fue que, dos noches antes, voluntariamente o no, fue la judas que trataba de atraer a Ender a una trampa.

-Sin la Dragón ahí arriba -dijo-, esa pizarra no significa nada. Sean cuales sean las calificaciones que obtengamos, no serían las mas altas si la Dragón estuviera todavía ahí.

-No podemos hacer gran cosa al respecto -manifestó Dink Meeker.

-El problema no es que falte la Dragón -dijo Bean-. El problema es que no deberíamos tener esa pizarra. No somos enemigos unos de otros. El único enemigo son los insectores. Se supone que nosotros somos aliados. Tendríamos que estar aprendiendo unos de otros, compartiendo información e ideas. Tendríamos que sentirnos libres para experimentar, para probar nuevas maniobras sin temer las repercusiones que ello pueda tener en nuestras calificaciones. Esa pizarra de ahí es el juego de los profesores, que nos vuelven por turnos a unos contra otros. Como Bonzo. Nadie de aquí está tan loco de celos como él, pero venga ya, era lo que esas calificaciones estaban condenadas a crear. Quiso romperle la cabeza a nuestro mejor comandante, nuestra mejor esperanza contra la siguiente invasión de los insectores, ¿Y Por qué? Porque Ender lo humillaba en las calificaciones. ¡Pensad en eso! ¡Las calificaciones eran más importantes para él que la guerra contra los fórmicos!

-Bonzo estaba loco -replicó William Bee.

-Pues entonces no estemos locos. Quitemos esas calificaciones del juego. Libremos una batalla cada vez, partiendo de cero. Usad todo vuestro ingenio para ganar. Y cuando acabe la batalla, ambos comandantes se sientan y explican qué pensaban, por qué hicieron lo que hicieron, para poder aprender uno del otro. ¡Nada de secretos! ¡Todo el mundo lo prueba todo! ¡Y a hacer puñetas las calificación!

Hubo murmullos de asentimiento, y no sólo por parte de los antiguos Dragones.

-Te resulta fácil decir eso -dijo Shen-. Tus calificaciones ahora son las últimas.

-Y ése es precisamente el problema. Recelas de mis motivos, ¿y por qué? Por culpa de las calificaciones. Pero ¿no se supone que todos vamos a ser comandantes de la misma flota algún día? ¿Que vamos a trabajar juntos? ¿Que vamos a confiar los unos en los otros?

¿Qué punto estaría enferma la F.I., si todos los capitanes de sus naves y los comandantes de sus fuerzas de choque y los almirantes de flota se pasaran el tiempo preocupándose por sus estadísticas en vez de trabajar juntos para derrotar a los fórmicos? Quiero aprender de ti, Shen. No quiero competir contigo por un rango vacío que los profeses han colgado en la pared para manipularnos.

-Estoy segura de que a vosotros los Dragones os preocupa aprender de nosotros, los perdedores -dijo Petra.

Así lo dijo, sin tapujos.

-¡Sí! Sí me preocupa. Precisamente porque he estado en la Escuadra Dragón. Aquí hay nueve de nosotros que conocemos bastante bien sólo lo que aprendimos de Ender. Bueno, por brillante que fuera, no es el único en la flota, ni siquiera en la escuela, que sabe algo. Necesito aprender cómo piensas tú. No necesito que me guardes secretos, y tú no necesitas que yo te guarde secretos a ti. Tal vez parte de lo que convertía a Ender en el mejor era que hacía que todos sus jefes de batallón hablaran entre sí, que se sintieran libres para intentar maniobras y tácticas nuevas, pero sólo mientras compartiéramos lo que hacíamos. Hubo más asentimientos esta vez. Incluso los que dudaban asentían pensativos.

-Lo que propongo es esto: un rechazo unánime de esa pizarra de ahí, no sólo ésta,

sino la del comedor de los soldados también. Todos acordamos no prestarle ninguna atención, punto. Le pedimos a los profesores que las desconecten o las dejen en blanco. Si se niegan, traemos sábanas para cubrirlas, o les arrojamos las sillas hasta romperlas. No tenemos que jugar a su juego. Podemos hacernos cargo de nuestra propia educación y prepararnos para combatir al verdadero enemigo. Tenemos que recordar, siempre, quién es el enemigo de verdad.

-Sí, los profesores -aseguró Dink Meeker.

Todos se echaron a reír. Pero entonces Dink Meeker se subió a la mesa junto a Bean.

-Soy el comandante más antiguo, ahora que han graduado a todos los tipos mayores. Probablemente soy el soldado más viejo que queda en la Escuela de Batalla. Así que propongo que adoptemos la propuesta de Bean ahora mismo, y yo me encargaré de acudir a los profesores para exigirles que desconecten las pizarras. ¿Alguien tiene algo en contra?

Nadie.

-Entonces todo el mundo de acuerdo. Si las pizarras siguen contadas en el almuerzo, traeremos sábanas para cubrirlas. Si siguen conectadas en la cena, entonces olvidaos de utilizar las sillas para romperlas: nos negaremos a llevar a nuestras escuadras a ninguna batalla hasta que las desconecten.

Alai habló desde la cola para servirse la comida.

-Eso hará que las calificaciones de todos...

Entonces Alai advirtió lo que estaba diciendo, y se rió de sí mismo.

-Maldición, sí que nos han lavado el cerebro, ¿eh?

Bean estaba todavía acalorado por la victoria cuando, después del desayuno, se dirigió al barracón de los Conejos para reunirse oficialmente con sus soldados por primera vez. Conejo tenía las prácticas mediodía, así que sólo le quedaba media hora entre el desayuno y las primeras clases de la mañana. El día anterior, cuando habló con Itú tenía la mente ocupada en otras cosas, y no prestó mucha atención a lo que sucedía dentro del barracón. Pero en ese momento advirtió que al contrario que en la Escuadra Dragón, los soldados de la Conejo eran todos de la edad normal. Ni uno solo se acercaba siquiera a la altura de Bean. Parecía el muñeco de alguien, y peor aún, se sentía así también cuando caminó por el pasillo entre los camastros, al advertir que todos aquellos niños enormes (y un par de niñas) lo miraban.

A medio camino, se volvió para mirar a aquéllos antes quienes ya había pasado. Bien podría tocar ese problema de inmediato.

-El primer problema que veo -dijo Bean en voz alta- es que todos sois demasiado

altos.

Nadie se rió. Bean se entristeció un poco, pero debía continuar.

-Estoy creciendo lo más rápido que puedo. Aparte de eso, no sé qué puedo hacer al

respecto.

Sólo entonces un par soltaron una risilla. Pero fue un alivio que al menos unos pocos estuvieran dispuestos a seguirle el juego.

-Realizaremos la primera práctica juntos a las 10.30. En cuanto nuestra primera batalla juntos, no puedo predecirlo, pero no puedo prometer eso: los profesores no van a darme los tres meses establecidos después de asignarme una nueva escuadra. Lo mismo sucederá los otros nuevos comandantes recién nombrados. Dieron a Wiggin sólo unas pocas semanas con la Dragón antes de que entrara batalla... y la Dragón era una escuadra

nueva, que salió de la nada. Conejo es una buena escuadra con una reputación sólida. La única persona nueva que hay aquí soy yo. Espero que las batallas comiencen en cuestión de días, una semana como máximo, y espero que sean frecuentes. Así que durante el primer par de prácticas, os entrenaré conforme al sistema existente. Necesito ver cómo trabajáis con vuestros jefes de batallón, como trabajan entre sí los batallones, como respondéis a las órdenes, qué comandos empleáis. Os daré un par de indicaciones sobre la actitud que debéis adoptar, más que nada, pero quiero que os mováis como cuando estabais a las órdenes de Carn. No obstante no dejéis de trabajar duro, para poder veros en vuestra mejor forma-

¿Alguna pregunta? Ninguna. Silencio.

Una cosa más. Anteayer, Bonzo y algunos de sus amigos acecharon a Ender Wiggin en los pasillos. Advertí el peligro, pero los soldados de la Escuadra Dragón eran demasiado pequeños para enfrentarse a la banda que Bonzo había reunido. Cuando necesité ayuda para mi comandante, no acudí a la puerta de la Escuadra Conejo por casualidad. No era el barracón más cercano. Vine aquí porque sabía que teníais un comandante justo en Carn Carby, y creí que su escuadra mostraría la misma actitud. Aunque no sintierais ningún amor especial por Ender Wiggin o la Escuadra Dragón, sabía que no os quedaríais de brazos cruzados y dejaríais que un puñado de matones golpeara a un niño más pequeño al que no podían vencer con justicia en batalla. Y no me equivoqué con vosotros. Cuando salisteis de este barracón y os colocasteis como testigos en el pasillo, me sentí orgulloso. Ahora estoy orgulloso de ser uno de vosotros.

Eso sirvió. La adulación rara vez fracasa, y nunca lo hace si es sincera. Al hacerles saber que ya se habían ganado su respeto, disipó gran parte de la tensión, pues naturalmente estaban preocupados de que, en calidad de antiguo Dragón, despreciara a la primera escuadra que derrotó Ender Wiggin. Ahora sabían que no, y así Bean tendría una opor- tunidad de ganarse también su respeto.

Itú empezó a aplaudir, y los otros niños lo imitaron. No fue una ovación larga, pero sí lo suficiente para hacerle saber que la puerta estaba abierta, al menos una rendija.

Alzó las manos para silenciar el aplauso: justo a tiempo, pues estaba acabando ya.

-Me gustaría que los jefes de batallón me acompañaran a mi habitación. Serán sólo unos minutos. Los demás podéis retiraros hasta las Prácticas.

Casi de inmediato, Itú se situó a su lado.

-Buen trabajo. Sólo un error.

-¿Cuál?

No eres el único nuevo.

-¿Han asignado a uno de los soldados de la Dragón a la Conejo? -Por un momento, Bean tuvo la esperanza de que se tratara de Nikolai. Le vendría bien un amigo de confianza.

No hubo esa suerte.

-¡No, un soldado Dragón sería un veterano! Quiero decir que este tipo es nuevo. Ingresó en la Escuela de Batalla ayer por la tarde y lo destinaron aquí anoche, en cuanto tú llegaste.

-¿Un novato? ¿Destinado directamente a una escuadra?

-Oh, le preguntamos por eso, y ha recibido un montón de clase. Pasó por una serie de operaciones en la Tierra, y lo ha estudiado todo pero...

-¿Quieres decir que se está recuperando también de una operación?

-No, camina bien, es... Mira, ¿por qué no vas a verlo? Lo que necesito saber es si quieres asignarlo a un batallón o qué.

-Sí, vamos a verlo.

Itú lo condujo al fondo del barracón. Allí estaba, de pie junto a su camastro, varios centímetros más alto de lo que Bean recordaba, ahora con las dos piernas igual de largas, y rectas. El niño al que había visto acariciar a Poke, minutos antes de que su cuerpo muerto cayera al río.

-Hola, Aquiles -dijo Bean.

-Hola, Bean -dijo Aquiles, y le dedicó una sonrisa triunfal-. Parece que eres un tío grande aquí.

-Es una forma de hablar.

-¿Os conocéis? -dijo Itú.

-Nos conocimos en Rotterdam -contestó Aquiles.

No pueden habérmelo asignado por accidente. Nunca le conté a nadie más que a sor Carlotta lo que hizo, pero ¿cómo puedo saber que le contó ella a la El.? Tal vez lo han puesto aquí porque piensan que al ser los dos de las calles de Rotterdam, de la misma banda, la misma familia, tal vez yo pueda ayudarlo a integrarse en la escuela más rápido. O tal vez saben que es un asesino capaz de guardar rencor durante mucho, mucho tiempo, y golpear en el momento más inesperado. Tal vez saben que planeó mi muerte igual que planeó la de Poke. Tal vez está aquí para ser mi Bonzo Madrid.

Excepto que yo no he recibido clases de defensa personal. Y tengo la mitad de su tamaño... no podría ni romperle la nariz. Fuera lo que fuese lo que intentaban conseguir poniendo en peligro la vida Ender, él siempre tuvo más posibilidades de sobrevivir de las que tendré yo.

Lo único a mi favor es que Aquiles quiere sobrevivir y prosperar, lo que atenúa sus ansias de venganza. Como puede posponer su venganza eternamente, no tiene prisa para actuar. Y, al contrario que Bonzo, nunca permitirá que lo engañen para acabar actuando en circunstancias en las que pueda ser identificado como el asesino. Mientras que me necesite, y mientras yo no esté nunca a solas, probablemente estaré a salvo,

A salvo. Se estremeció. Poke también se sintió a salvo.

-Aquiles fue mi comandante allí -declaró Bean-. Mantuvo a un grupo de niños con vida. Nos hizo entrar en los comedores de caridad.

-Bean es demasiado modesto. Todo fue idea suya. Básicamente, nos enseñó la idea de trabajar juntos. He estudiado mucho desde entonces, Bean. Me he pasado un año entero entre libros y clases... cuando no me estaban cortando las piernas y pulverizando y haciendo crecer de nuevo mis huesos. Y finalmente supe lo suficiente para comprender qué salto nos ayudaste a dar. De la barbarie a la civilización. Bean representa una nueva evolución humana.

Bean no era tan estúpido para no saber cuándo lo estaban halagando. Al mismo tiempo, era bueno que este nuevo niño, recién llegado de la Tierra, supiera ya quién era Bean y mostrara respeto hacia él.

-La evolución de los pigmeos, al menos -replicó Bean.

-Bean era el cabroncete más duro que había en la calle, te lo aseguro.

No, esto no era lo que Bean necesitaba ahora mismo. Aquiles acababa de cruzar la línea de la adulación hacia la posesión. Si lo catalogaba de «duro cabroncete», eso significaba que Aquiles era superior a Bean, porque era capaz de evaluarlo. Esas historias podrían ser útiles para dar crédito a Bean, pero a la vez honrarían a Aquiles, lo convertirían de inmediato en uno del grupo. Y Bean no quería que Aquiles estuviera dentro todavía.

Aquiles continuaba, a medida que más soldados se acercaban a escuchar.

La forma en que fui reclutado para la banda de Bean, eso sí que... No era mi banda -

cortó Bean-. Y aquí en la Escuela de Batalla no contamos historias sobre casa, y tampoco las escuchamos. Así que agradecería que nunca vuelvas a hablar sobre nada de lo que sucedió en Rotterdam, no mientras estés en mi escuadra.

Se había hecho el simpático durante su discurso de apertura. Pero ahora era el momento de imponer su autoridad.

Aquiles no pareció avergonzarse por la reprimenda.

-Entiendo. No hay problema.

-Es hora de que os preparéis para ir a clase -advirtió Bean a los soldados-. Necesito reunirme sólo con mis jefes de batallón.

Señaló a Ambul, un soldado thai que, según lo que había leído Bean en los informes estudiantiles, tendría que haber sido jefe de batallón hacía mucho tiempo, si no hubiera sido por su tendencia a desobedecer órdenes estúpidas.

-Tú, Ambul, te ordeno que lleves y traigas a Aquiles a las clases correspondientes y le enseñes a llevar un traje refulgente y a ejecutar los movimientos básicos en la sala de batalla. Aquiles, tienes que obedecer a Ambul como si fuera Dios hasta que te asigne a un batallón regular.

Aquiles sonrió.

-Pero yo no obedezco a Dios.

¿Crees que no lo sé?

-La respuesta adecuada a una orden mía es «Sí, señor». La sonrisa de Aquiles desapareció.

-Sí, señor.

-Me alegro de tenerte aquí-mintió Bean.

-Me alegro de estar aquí, señor -dijo Aquiles.

Bean estaba casi seguro de que Aquiles no le había mentido: su motivo para alegrarse era muy complicado y, ahora, ciertamente incluía, un renovado deseo de ver muerto a Bean.

Por primera vez, Bean comprendió el motivo por el que Ender casi siempre actuaba como si fuera ajeno a la amenaza de Bonzo. Era una elección sencilla, en realidad. Podía actuar para salvarse, o podía actuar para mantener el control sobre su escuadra. Para mantener la autoridad de un modo efectivo, Bean tenía que insistir en una obediencia y un respeto totales por parte de sus soldados, aunque eso significara denigrar a Aquiles, aunque eso representara exponerse a un peligro mayor.

Sin embargo, otra parte de él pensaba: Aquiles no estaría aquí si no tuviera la habilidad de un líder. Lo hizo de maravilla, como «padre» en Rotterdam. Es responsabilidad mía hacer que progrese lo mas rápidamente posible, por el bien de su utilidad potencial para la F.I.., no puedo dejar que mi miedo personal interfiera con eso, ni mi odio por lo que le hizo a Poke. Así que, aunque Aquiles sea la encarnación del mal, mi tarea es convertirlo en un soldado altamente eficaz con buenas posibilidades de ascender a comandante.

Mientras tanto, tendré mucho cuidado.


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