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26.69% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 63: 03.- Ender 03 Ender el Xenocida 15.-VIDA Y MUERTE (03)

บท 63: 03.- Ender 03 Ender el Xenocida 15.-VIDA Y MUERTE (03)

−Naturalmente, si funciona, entonces llevaremos al espacio−tiempo con nosotros, así que habría duración −añadió Olhado−. Por tanto, nunca sabremos si fracasamos o no. Sólo nos daríamos cuenta si tuviéramos éxito.

−Pero yo lo sabré si él nunca regresa −dijo Valentine.

−Cierto. Si no vuelve, entonces lo sabrás durante unos cuantos meses hasta que llegue la flota y lo destruya todo y mande a todo el mundo al infierno.

−O hasta que la descolada vuelva del revés los genes de todo el mundo y nos mate −concluyó

Olhado.

−Supongo que tenéis razón −convino Valentine−. Fracasar no los matará más que si se quedan.

−Pero ya ves la presión de tiempo a la que estamos sometidos −dijo Grego−. No nos queda mucho antes de que Jane pierda todas sus conexiones ansibles. Andrew dice que tal vez sobreviva después de todo, pero quedaría lisiada. Con el cerebro dañado.

−Así que, aunque funcione, el primer vuelo podría ser el último.

−No −dijo Olhado−. Los vuelos son instantáneos. Si funciona, puede sacar a todo el mundo de este planeta en menos tiempo del que la gente tarda en entrar y salir de una nave.

−¿Quieres decir que podría sacarnos de la superficie del planeta?

−Todavía es un poco difícil de imaginar −dijo Grego−. Puede que sólo fuera capaz de calcular la localización en, digamos, diez mil kilómetros. No hay ningún problema de explosión o

desplazamiento, ya que los flotes reingresarán en el espacio Interior dispuestos a obedecer de nuevo a las leyes naturales. Pero si la nave reaparece en mitad de un planeta, será muy difícil excavar

hasta la superficie.

−Pero si realmente puede ser precisa, cuestión de un par de centímetros, por ejemplo, entonces los vuelos serán de superficie a superficie −dijo Olhado.

−Por supuesto, estamos soñando −prosiguió Grego−. Jane volverá y nos dirá que aunque pudiera convertir toda la masa estelar de la galaxia en chips de ordenador, no podría contener todos los datos que debería conocer para poder hacer que una nave viajara de esta forma. ¡Pero en este momento, todavía parece posible y estoy

satisfecho!

Con esto, Grego y Olhado empezaron a aullar y a reírse tan fuerte que el alcalde Kovano se acercó a la puerta para asegurarse de que Valentine estaba bien. Para su vergüenza, la pilló riéndose y aullando junto con ellos.

−¿Estamos contentos, entonces? −preguntó Kovano.

−Supongo que sí −rió Valentine, tratando de recuperar la compostura.

−¿Cuál de los problemas hemos resuelto?

−Probablemente ninguno. Sería demasiado estúpidamente conveniente si el universo pudiera manipularse para funcionar de esta forma.

−Pero se les ha ocurrido algo.

−Los genios metafísicos aquí presentes tienen una posibilidad completamente improbable −explicó

Valentine−. A menos que les haya puesto algo realmente raro en el almuerzo. Kovano se echó a reír y los dejó solos. Pero su visita tuvo el efecto de serenarlos.

−¿Es posible? −preguntó Valentine.

−Nunca lo habría creído −contestó Grego−. Quiero decir que está el problema del origen.

−La verdad es que esto responde al problema del origen −precisó Olhado−. La teoría del Big Bang existe desde...

−Desde antes de que yo naciera −completó Valentine.

−Eso creo. Lo que nadie ha podido decidir es por qué puede suceder un Big Bang. De esta forma, parece lógico. Si alguien capaz de mantener la pauta del universo entero en la cabeza salió al Exterior, entonces todos los Filotes de allí se colocarían en el lugar más grande de la pauta que pudieron controlar. Ya que allí no hay tiempo, pudieron tardar un billón de años o un microsegundo, todo el tiempo que necesitaran, y cuando acabaron, zas, allí están, el universo entero, apareciendo en un nuevo espacio Interior. Y ya que no hay distancia ni posición, no hay lugar, entonces todo comenzaría con el tamaño de un punto geométrico.

−Ningún tamaño en absoluto −dijo Grego.

−Recuerdo algo de geometría −asintió Valentine.

−E inmediatamente se expandería, creando el espacio al ir creciendo. Al hacerlo, el tiempo parecería retardarse..., ¿o se aceleraría?

−No importa −dijo Grego−. Todo depende de si estás en el Interior del nuevo espacio o en el

Exterior o en algún otro Inspacio.

−En cualquier caso, el universo ahora parece ser constante en el tiempo mientras que se extiende en el espacio. Pero si quisieras, también podría verse tan fácilmente como contraste en tamaño pero cambiante en tiempo. La velocidad de la luz se reduce de forma que se tarda más en llegar de un planeta a otro, sólo que no podemos decir que está reduciéndose porque todo lo demás se reduce

con relación a la velocidad de la luz. ¿Ves? Todo es cuestión de perspectiva. Como dijo Grego antes, el universo en el que vivimos está todavía, en términos absolutos, exactamente en el tamaño de un punto geométrico, cuando se mira desde el Exterior. Todo crecimiento que parece producirse en el Interior es sólo una cuestión de localización y tiempo relativos.

−Y lo que más me mata −dijo Grego−, es que todo es el tipo de idea que ha estado rondando en la cabeza de Olhado durante años. Esta imagen del universo como un punto sin dimensiones en el espacio Interior es la forma en que lo ha estado considerando desde el principio. No es que sea el primero en pensarlo. Es uno de los que lo creyeron y vio la relación entre eso y el no−lugar donde Andrew afirma que la reina colmena va a encontrar aiuas.

−Mientras estamos jugando a juegos metafísicos −dijo Valentine−, ¿dónde empezó todo esto? Si lo que consideramos la realidad es sólo una pauta que alguien llevó al Exterior, y el universo existió de sopetón, entonces quienquiera que lo hizo está probablemente deambulando por ahí y creando

universos dondequiera que vaya. ¿De dónde salió entonces? ¿Y qué era antes de empezar a hacerlo? Y ya que estamos en ello, ¿cómo llegó a existir el Exterior?

−Eso es pensar en el Inspacio −apuntó Olhado−. Ésa es la forma en que se conciben las cosas

cuando todavía se cree en el espacio y el tiempo como absolutos. Piensas que todo empieza y acaba, que las cosas tienen orígenes, porque así es el universo observable. La cosa es que en el Exterior no hay reglas como aquí. El Exterior estuvo siempre allí y siempre lo estará. El número de filotes es infinito, y todos existieron siempre. No importa cuántos se puedan sacar y poner en universos organizados, siempre quedarán tantos como había.

−Pero alguien tuvo que empezar a crear universos.

−¿Por qué? −preguntó Olhado.

−Porque..., porque yo...

−Nada empezó jamás. Siempre ha estado en marcha. Quiero decir que si no estuviera y,4 en

marcha, no podría empezar. En el Exterior, donde no existe ninguna pauta, sería imposible concebir pauta ninguna. No pueden actuar, por definici��n, porque literalmente no pueden encontrarse

siquiera a sí mismas.

−Pero ¿cómo podría haber estado siempre en marcha?

−Considéralo como si en este momento del tiempo, la realidad en la que vivimos en este momento, este estado de todo el universo..., de todos los universos...

−Te refieres a ahora.

−Eso es. Considero que el ahora es la superficie de una esfera. El tiempo avanza a través del caos del Exterior como la superficie de una esfera en expansión, un globo inflándose. En el exterior, caos. En el interior, realidad. Siempre creciendo..., como tú dijiste, Valentine. Creando de sopetón nuevos universos constantemente.

−¿Pero de dónde viene ese globo?

−Muy bien, tienes el globo. La esfera en expansión. Ahora considérala una esfera con un radio infinito.

Valentine intentó pensar en lo que eso significaría.

−La superficie sería completamente plana.

−Eso es.

−Y nunca podrías dar la vuelta.

−Eso es. Infinitamente grande. Es imposible incluso contar los universos que existen en el lado de la realidad. Y ahora, empezando a partir del borde, subes a una nave espacial y empiezas a dirigirte hacia el centro. Cuanto más entras, más viejo es todo. Todos los viejos universos, más y más al fondo. ¿Cuándo llegas al primero?

−No se llega −respondió Valentine−. No, si viajas a un ritmo finito.

−No se llega al centro de una esfera de radio infinito, si se empieza por la superficie, porque no importa lo lejos que se vaya, no importa la velocidad, el centro, el principio, siempre está infinitamente lejos.

−Y es ahí donde empezó el universo.

−Yo lo creo −dijo Olhado−. Pienso que es verdad.

−Entonces el universo funciona de esta forma porque siempre ha funcionado así −dedujo Valentine.

−La realidad funciona así porque así es la realidad. Todo lo que no funciona de esta forma vuelve al caos. Todo lo que sí lo hace, se convierte en realidad. La línea divisoria está siempre allí.

−Lo que me encanta −dijo Grego−, es la idea de que después de empezar a tantear con velocidades instantáneas en nuestra realidad, ¿qué nos impide encontrar otras? ¿Universos completamente nuevos?

−O crear otros −añadió Olhado.

−Eso es. Como si tú o yo pudiéramos contener una pauta para todo un universo en nuestras cabezas.

−Pero tal vez Jane pueda −sugirió Olhado−. ¿No?

−Lo que estáis diciendo, es que tal vez Jane sea Dios.

−Probablemente estará escuchando ahora mismo −asintió Grego−. El ordenador está conectado, aunque la pantalla esté bloqueada. Apuesto a que se lo está pasando de muerte.

−Tal vez cada universo dura lo suficiente para producir algo como Jane −dijo Valentine−. Y

entonces ella se marcha y crea más y...

−Continúa y continúa. ¿Por qué no?

−Pero ella es una casualidad −dijo Valentine.

−No −respondió Grego−. Ésa es una de las cosas que Andrew ha descubierto hoy. Tienes que hablar con él. Jane no fue ninguna casualidad. Por lo que sabemos, no existen las casualidades. Por lo que sabemos, todo ha formado parte de la pauta desde el principio.

−Todo excepto nosotros mismos −dijo Valentine−. Nuestro..., ¿cuál es la palabra para el filote que nos controla?

−Aiua −respondió Grego. Se lo deletreó.

−Sí. Nuestra voluntad, en cualquier caso, existió siempre, con todas las fuerzas y debilidades que tiene. Y por eso, mientras formemos parte de la pauta de la realidad, seremos libres.

−Parece que la moralista entra en acción −sonrió Olhado.

−Esto es una completa chaladura −dijo Grego−. Jane va a reírse de nosotros. Pero Nossa Senhora, es divertido, ¿verdad?

−Eh, por lo que sabemos, tal vez por eso existe el universo −dijo Olhado−. Porque dar vueltas por el caos y crear realidades es divertido. Tal vez Dios se lo ha estado pasando bomba.

−O tal vez sólo está esperando a que Jane salga de aquí y le haga compañía −susurró Valentine.

Le tocaba a Miro el turno con Plantador. Era tarde, más de medianoche. Y no podía sentarse a su lado y cogerle la mano. Dentro de la habitación estéril, Miro tenía que llevar un traje, no para mantener fuera la contaminación, sino para impedir que el virus de la descolada que transportaba alcanzara a Plantador.

"Si me hiciera una pequeña grieta en el traje −pensó, Miro−, le salvaría la vida."

En ausencia de la descolada, el deterioro del cuerpo de Plantador avanzaba rápido y devastador. Todos sabían que la descolada se había mezclado con el ciclo reproductor pequenino y les había posibilitado la tercera vida como árboles, pero hasta entonces no había quedado claro cuánto de su vida diaria dependía de la descolada. Quienquiera que diseñó el virus era un monstruo despiadado y

eficaz. Sin la intervención de la descolada de cada día, de cada hora, de cada minuto, las células empezaban a volverse viscosas, la producción de moléculas para almacenar energía vital se detenía, y (lo que más temían) las sinapsis del cerebro se disparaban con menos rapidez. Plantador estaba cubierto de tubos y electrodos, y yacía dentro de varios campos de observación, para que desde fuera Ela y sus ayudantes pequeninos pudieran seguir todos los aspectos de su muerte. Además, tomaban muestras de tejidos aproximadamente cada hora. El dolor de Plantador era tal que, cuando conseguía dormir, la muestra de tejidos no lo despertaba. Sin embargo, a pesar de todo, del dolor, del casi colapso que afectaba su cerebro, Plantador permaneció aturdidamente lúcido. Como si estuviera decidido por pura fuerza de voluntad a demostrar que, incluso sin la descolada, un pequenino podía ser inteligente. Plantador no lo hacía por la ciencia, naturalmente. Lo hacía por dignidad.

Los investigadores no podían perder tiempo en turnarse como trabajadores en el interior, llevando el traje y permaneciendo sentados allí, viendo a Plantador, hablándole. Sólo gente como Miro, y los hijos de Jakt y Valentine, Syfte, Lars, Ro, Varsam, y la mujer extraña y silenciosa llamada Plikt, gente que no tenía otros deberes urgentes que atender, que eran suficientemente pacientes para soportar la espera y lo bastante jóvenes para cumplir con sus deberes de precisión, sólo ellos se encargaban de los turnos. Podían haber añadido unos cuantos pequeninos al turno, pero todos los hermanos que sabían lo suficiente de las tecnologías humanas para realizar aquel trabajo formaban parte de los equipos de Ela o de Ouanda, y tenían demasiadas cosas que hacer. De todos aquellos

que pasaban el tiempo dentro de la habitación estéril con Plantador, sólo Miro conocía a los pequeninos lo suficiente para comunicarse con ellos. Miro podía hablarle en el Lenguaje de los Hermanos. Eso tenía que suponer algún consuelo para él, aunque fueran virtualmente desconocidos, pues Plantador había nacido después de que Miro dejara Lusitania para realizar su viaje de treinta años.

Plantador no estaba dormido. Tenía los ojos medio abiertos, mirando a la nada, pero Miro sabía, por el movimiento de los labios, que estaba hablando. Se recitaba fragmentos de algún poema épico de su tribu. A veces cantaba selecciones de genealogía tribal. Cuando empezó a hacerlo, Ela temió que hubiera empezado a delirar. Pero él insistió en que lo hacía para probar su memoria. Para asegurarse de que al perder la descolada no perdía a su tribu, lo que sería tanto como perderse a sí mismo.

Ahora, mientras Miro subía el volumen de su traje, oyó a Plantador contando la historia de una terrible guerra contra el bosque de Hiendecielos, el "árbol que llamaba al trueno". Había una disgresión en mitad de la historia que hablaba de cómo Hiendecielos consiguió su nombre. Esta parte del relato parecía muy antigua y mística, una historia mágica acerca de un hermano que llevaba a las pequeñas madres a un lugar donde el cielo se abría y las estrellas caían al suelo. Aunque Miro estaba sumido en sus propios pensamientos sobre los descubrimientos del día (el origen de Jane, la idea de Grego y Olhado para viajar según los propios deseos), por algún motivo se dio cuenta de que prestaba atención a las palabras de Plantador. Y cuando la historia terminaba, Miro tuvo que interrumpir.

−¿Cuántos años tiene esa historia?

−Es vieja −susurró Plantador−. ¿Estabas escuchando?

−La última parte. −Afortunadamente, podía hablar con Plantador sin problemas. O bien no se impacientaba con su lentitud al hablar (después de todo, Plantador no tenía prisa por ir a ninguna parte), o sus propios procesos cognitivos se habían refrenado para equipararse al ritmo de Miro. Fuera lo que fuese, Plantador le dejaba acabar sus propias frases, y le respondía como si hubiera

estado escuchando con atención−. ¿He comprendido bien? ¿Has dicho que Hiendecielos llevaba a las pequeñas madres consigo?

−Eso es −susurró Plantador.

−Pero no acudía al padre−árbol.

−No. Sólo tenía pequeñas madres en sus bolsas. Aprendí esta historia hace años. Antes de dedicarme a la ciencia humana.

−¿Sabes qué me parece? Que la historia puede datar de una época en que no llevabais a las pequeñas madres al padre−árbol. Entonces las pequeñas madres no lamían su sustento de la savia del árbol madre. En cambio, colgaban de las bolsas del abdomen del macho hasta que los infantes maduraban lo suficiente para surgir y ocupar el sitio de sus madres en la teta.

−Por eso te la canté −asintió Plantador−. Intentaba pensar cómo podría haber sido todo si ya éramos inteligentes antes de que llegara la descolada. Y finalmente recordé esa parte de la historia de la Guerra de Hiendecielos.

−Fue al lugar donde el cielo se abrió.

−La descolada llegó aquí de alguna forma, ¿verdad?

−¿Cuántos años tiene esta historia?

−La Guerra de Hiendecielos fue hace veintinueve generaciones. Nuestro propio bosque no es tan antiguo. Pero llevamos con nosotros canciones e historias de nuestro padre−bosque.

−Esa parte de la historia sobre el cielo y las estrellas podría ser mucho más antigua, ¿no?

−Muy antigua. El padre−árbol Hiendecielos murió hace mucho tiempo. Puede que fuera ya muy viejo cuando se libró la guerra.

−¿Crees que es posible que esto sea un recuerdo del pequenino que descubrió por primera vez la descolada? ¿Que fuera traída aquí por una nave espacial y que lo que viera fuese una especie de vehículo de reentrada?

−Por eso la canté.

−Si eso es cierto, entonces decididamente erais inteligentes antes de la llegada de la descolada.

−Todo ha desaparecido ahora−murmuró Plantador.

−¿Qué ha desaparecido? No comprendo.

−Nuestros genes de esa época. Ni siquiera alcanzamos a imaginar qué nos quitó la descolada.

Era cierto. Cada virus de la descolada podía contener dentro de sí el código genético completo de todas las formas de vida nativa de Lusitania, pero sólo el código tal como era ahora, en su estado controlado por la descolada. Cómo era el código antes de que la descolada llegara era algo que no

podría ser reconstruido ni restaurado jamás.

−Sin embargo, es intrigante. Pensar que ya teníais lenguaje y canciones e historias antes del virus

−dijo Miro. Y entonces, aunque sabía que no debía hacerlo, añadió−: Tal vez eso hace innecesario que intentes demostrar la independencia de la inteligencia pequenina.

−Otro intento para salvar al cerdi −masculló Plantador.

Sonó una voz por el interfono. Una voz desde el exterior de la habitación.

−Puedes salir ya.

Era Ela. Se suponía que tenía que dormir durante el turno de Miro.

−No termino hasta dentro de tres horas −dijo él.

−Otra persona quiere entrar.

−Hay trajes de sobra.

−Te necesito aquí fuera, Miro.

La voz de Ela no ofrecía ninguna posibilidad de desobedecer. Además, era la científica a cargo del experimento.

Cuando Miro salió unos minutos más tarde, comprendió lo que sucedía. Allí se encontraba Quara, con aspecto glacial, y Ela estaba furiosa. Obviamente, habían vuelto a discutir, cosa que no resultaba sorprendente. La sorpresa era que Quara estuviera allí.

−Puedes volver dentro −dijo Quara en cuanto Miro salió de la cámara de esterilización.

−Ni siquiera sé por qué he salido −dijo Miro.

−Insiste en tener una conversación privada−anunció Ela.

−Ella te ha hecho salir, pero no quiere desconectar el sistema monitor de audio.

−Se supone que estamos registrando cada momento de conversación de Plantador. Para comprobar su lucidez.

Miro suspiró.

−Ela, crece.

Ela casi explotó.

−¡Yo! ¡Que crezca yo! Ella viene aquí como si pensara que es Nossa Senhora en Su trono...

−Ela −insistió Miro−. Cállate y escucha. Quara es la única esperanza que tiene Plantador para sobrevivir a este experimento. ¿Puedes decir sinceramente que no servirá a nuestro propósito

dejarla...?

−Muy bien −cedió Ela, interrumpiéndose porque ya había comprendido su argumento y se plegaba a él−. Ella es la enemiga de todos los seres inteligentes de este planeta, pero cortaré el sistema registrador porque quiere tener una conversación privada con el hermano que está matando.

Aquello fue demasiado para Quara.

−No tienes que cortar nada por mí −espetó−. Lamento haber venido. Ha sido un error estúpido.

−¡Quara! −gritó Miro.

Ella se detuvo en la puerta del laboratorio.

−Ponte el traje y ve a hablar con Plantador. ¿Qué tiene él que ver con ella?

Quara volvió a mirar a Ela una vez más, pero se encaminó hacia la cámara de esterilización de la que Miro acababa de salir.

Él se sintió enormemente aliviado. Ya que sabía que no tenía autoridad ninguna, y que las dos eran perfectamente capaces de decirle lo que podía hacer con sus órdenes, el hecho de que ambas hubieran cedido significaba que deseaban hacerlo.

Quara quería de verdad hablar con Plantador. Y Ela deseaba que lo hiciera. Tal vez estuvieran creciendo lo suficiente para que sus diferencias personales ya no pusieran en peligro las vidas de otras personas. Tal vez aún había esperanza para la familia.

−Volverá a conectar en cuanto esté dentro −dijo Quara.

−No lo hará −aseguró Miro.

−Lo intentará.

Ela la miró, con desdén.

−Yo sé mantener mi palabra.

No dijeron nada más. Quara entró en la cámara de esterilización para vestirse. Unos cuantos minutos más tarde entró en la habitación donde estaba Plantador, todavía goteando por efecto de la solución antidescolada que había rociado todo el traje en cuanto lo tuvo puesto.

Miro oyó los pasos de Quara.

−Desconecta −dijo.

Ela extendió la mano y pulsó un botón. Los pasos se apagaron. Jane habló a Miro al oído.

−¿Quieres que te reproduzca todo lo que dicen?

−¿Todavía puedes oír lo que pasa ahí dentro? −subvocalizó él.

−El ordenador está conectado a varios monitores sensibles a la vibración. Sé unos trucos para decodificar el habla humana a partir de la más mínima vibración. Y los instrumentos son muy sensibles.

−Adelante, pues −asintió Miro.

−¿Ninguna objeción moral por la invasión de intimidad?

−Ninguna −dijo Miro.

La supervivencia de un mundo estaba en juego. Y él había mantenido su palabra: el equipo de grabación estaba en efecto desconectado. Ela no podía saber lo que se decía.

La conversación no fue nada importante al principio. "¿Cómo estás? Muy enfermo. ¿Duele mucho? Sí."

Fue Plantador quien rompió las formalidades agradables y se zambulló en el corazón del tema.

−¿Por qué quieres que mi pueblo sea esclavo?

Quara suspiró. Pero no pareció petulante. Para Miro y su experimentado oído, pareció como si estuviera emocionalmente en conflicto. No era la cara desafiante que mostraba a su familia.

−No quiero eso −respondió Quara.

−Tal vez no forjaste las cadenas, pero guardas la llave y te niegas a usarla.

−La descolada no es una cadena. Una cadena es nada. La descolada está viva.

−Y yo también. Y mi pueblo. ¿Por qué su vida es más importante que la nuestra?

−La descolada no os mata. Vuestro enemigo es Ela y mi madre. Ellas os matarían para impedir que la descolada las mate.

−Por supuesto −asintió Plantador−. Por supuesto que lo harían. Igual que las mataría yo para proteger a mi pueblo.

−Entonces tu lucha no es conmigo.

−Sí lo es. Sin lo que tú sabes, humanos y pequeninos acabarán matándose mutuamente, de un modo u otro. No tendrán elección. Mientras la descolada no pueda ser domada, acabará destruyendo a la humanidad o la humanidad tendrá que destruirla..., y a nosotros con ella.

−Ellos nunca la destruirán.

−Porque tú no los dejas.

−No más de lo que los dejaría destruiros a vosotros. La vida inteligente es la vida inteligente.

−No −objetó Plantador−. Con los raman se puede vivir y dejar vivir. Pero no con los varelse, no puede haber diálogo. Sólo guerra.

−Nada de eso −dijo Quara.

Entonces le lanzó los mismos argumentos que había usado cuando Miro habló con ella. Cuando terminó, guardaron silencio durante un rato.

−¿Todavía están hablando? −susurró Ela a la gente que observaba los monitores visuales. Miro no oyó su respuesta: probablemente alguien había contestado negando con la cabeza.

−Quara −susurró Plantador.

−Todavía estoy aquí −respondió ella.

El tono de discusión había vuelto a desaparecer de su voz. No sentía ninguna alegría por su cruel rectitud moral.

−Si te niegas a ayudar no es por este motivo −dijo él.

−Sí lo es.

−Ayudarías en un momento si no tuvieras que rendirte a tu propia familia.

−¡Eso no es cierto! −gritó ella.

De modo que Plantador había tocado un nervio.

−Estás tan segura de tener razón porque ellos están seguros de que te equivocas.

−¡Tengo razón!

−¿Cuándo has visto alguna vez a alguien que no abrigara dudas y que también tuviera la razón en algo?

−Tengo dudas −susurró Quara.

−Escúchalas. Salva a mi pueblo y al tuyo.

−¿Quién soy yo para decidir entre la descolada y nuestro pueblo?

−Exactamente −dijo Plantador−. ¿Quién eres para tomar esa decisión?

−No es cierto. Estoy posponiendo una decisión.

−Sabes lo que puede hacer la descolada. Sabes lo que hará. Posponer una decisión es tomar una

decisión.

−No es una decisión. No es una acción.

−No intentar detener a un asesino al que podrías parar fácilmente... ¿no es eso un asesinato?

−¿Para esto querías verme? ¿Una persona más diciéndome lo que tengo que hacer?

−Tengo todo el derecho.

−¿Porque has decidido convertirte en mártir y morir?

−Todavía no he perdido la mente.

−Cierto. Has demostrado tu argumento. Ahora déjales que vuelvan a meter la descolada aquí dentro y te salven.

−No.

−¿Por qué no? ¿Tan seguro estás de tener razón?

−Puedo decidir .por mi propia vida. No soy como tú: no decido para que mueran los demás.

−Si la humanidad muere, yo moriré con ella −objetó Quara.

−¿Sabes por qué quiero morir?

−¿Por qué?

−Para no tener que ver a los humanos y a los pequeninos matándose una vez más. Quara inclinó la cabeza.

−Grego y tú... sois los dos iguales.

El visor del traje se llenó de lágrimas.

−Eso es mentira.

−Los dos os negáis a oír a nadie más. Lo sabéis todo. Y cuando hayáis acabado, muchísima gente inocente habrá muerto.

Ella se levantó, como para marcharse.

−Muere, entonces −masculló−. Ya que soy una asesina, ¿por qué debo llorar por ti? Pero no dio ni un solo paso. "No quiere irse", pensó Miro.

−Díselo.

Ella sacudió la cabeza, tan vigorosamente que las lágrimas escaparon de sus ojos, salpicando el interior de la máscara. Si seguía así, pronto no podría ver nada.

−Si dices lo que sabes, todo el mundo será más sabio. Si lo mantienes en secreto, entonces todo el mundo seguirá ignorante.

−¡Si lo digo, la descolada morirá!

−¡Entonces déjala morir! −gritó Plantador.

El esfuerzo superó su capacidad. Los instrumentos del laboratorio enloquecieron durante unos instantes. Ela murmuró entre dientes mientras comprobaba con los técnicos.

−¿Eso es lo que quieres que piense de ti? −preguntó Quara.

−Eso es lo que piensas de mí −le susurró Plantador−. Déjala morir.

−No.

−La descolada vino y esclavizó a mi pueblo. ¿Qué más da si es inteligente o no? Es una tirana. Es una asesina. Si un ser humano se comportara de la forma en que actúa la descolada, incluso tú estarías de acuerdo en que habría que detenerlo, aunque la muerte fuera la única solución. ¿Por qué tratas a otra especie con más condescendencia que a un miembro de la tuya propia?

−Porque la descolada no sabe lo que está haciendo −replicó Quara−. No comprende que somos inteligentes.

−No le importa. Quienquiera que creó la descolada la envió sin importarle que las especies que capture o mate sean inteligentes o no. ¿Ésa es la criatura por la que quieres que mueran mi pueblo y el tuyo? ¿Estás tan llena de odio hacia tu familia que te pondrás de parte de un monstruo como la descolada?

Quara no tenía ninguna respuesta. Se dejó caer en el banco junto a la cama de Plantador. Plantador extendió la mano y la apoyó en su hombro. El traje no era tan grueso e impermeable

como para que ella no pudiera sentir su presión, aunque estaba muy débil.

−No me importa morir −dijo Plantador−. Tal vez a causa de la tercera vida, los pequeninos no sentimos el mismo miedo hacia la muerte que los humanos, con vuestras cortas vidas. Pero aunque no tenga tercera vida, Quara, tendré la clase de inmortalidad de que gozáis los humanos. Mi nombre vivirá en las historias. Aunque no tenga árbol, mi nombre vivirá, y también mi obra. Los humanos podéis decir que he decidido ser un mártir para nada, pero mis hermanos comprenden. Permaneciendo despejado e inteligente hasta el final, demuestro que ellos son quienes son. Ayudo a demostrar que nuestros esclavizadores no nos hicieron lo que somos, y no pueden impedir que lo seamos. La descolada puede obligarnos a hacer muchas cosas, pero no nos posee hasta lo más íntimo. Dentro de nosotros hay un lugar que constituye nuestro propio yo. Por eso no me importa morir. Viviré eternamente en cada pequenino libre.

−¿Por qué dices esto cuando sólo yo puedo oír? −preguntó Quara.

−Porque sólo tú tienes el poder para matarme por completo. Sólo tú tienes el poder para hacer que mi muerte no signifique nada, de forma que todo mi pueblo muera detrás de mí y no quede ninguno para recordar. ¿Por qué no dejar mi testamento sólo contigo? únicamente tú decidirás si tiene valor

o no.

−Te odio por esto −espetó ella−. Sabía que lo harías.

−¿Hacer qué?

−Hacerme sentir tan culpable que tenga que... ceder.

−Si sabías que lo harías, ¿por qué has venido?

−¡No tendría que haberlo hecho! ¡Ojalá no hubiera venido!

−Te diré por qué has venido. Has venido para que yo te hiciera ceder. Para que, al hacerlo, fuera por mi bien, no por tu familia.

−Entonces, ¿soy tu marioneta?

−Todo lo contrario. Decidiste venir aquí. Me estás usando a mí para que te haga hacer lo que realmente deseas. En el fondo, sigues siendo humana, Quara. Quieres que tu pueblo viva. De lo contrario serías un monstruo.

−El que te estés muriendo no te hace más sabio.

−Sí lo hace −objetó Plantador.

−¿Y si te digo que nunca cooperaré con el asesinato de la descolada?

−Entonces te creeré.

−Y me odiarás.

−Sí.

−No puedes.

−Sí puedo. No soy un cristiano muy bueno. No puedo amar a quien decide matarme a mí y a todo mi pueblo.

Ella guardó silencio.

−Vete ahora −dijo él−. He dicho todo lo que puedo decir. Ahora quiero cantar mis historias y mantenerme inteligente hasta que por fin me sobrevenga la muerte.

Ella se dirigió a la cámara de esterilización. Miró se volvió hacia Ela.

−Que todo el mundo salga del laboratorio −ordenó.

−¿Por qué?

−Porque existe la posibilidad de que salga y te diga lo que sabe.

−Entonces soy yo quien debería irse, y que todos los demás se quedaran.

−No −dijo Miro−. Tú eres la única a quien se lo dirá.

−Si piensas eso, eres un completo...

−Decírselo a otra persona no la herirá lo suficiente para satisfacerla −insistió Miro−. Todo el mundo fuera.

Ela pensó un instante.

−Muy bien. Volved al laboratorio principal y comprobad vuestros ordenadores −indicó a los demás−. Os conectaré a la red si me dice algo, y podréis ver lo que introduzca sobre la marcha. Si podéis sacar sentido a lo que veáis, empezad a seguirlo. Aunque ella realmente sepa algo, seguiremos sin tener mucho tiempo para diseñar una descolada truncada para ofrecérsela a Plantador antes de que muera. Vamos.

Se marcharon.

Cuando Quara emergió de la cámara de esterilización, encontró sólo a Ela y a Miro esperándola.

−Sigo pensando que es un error matar a la descolada antes de intentar hablar con ella −dijo.

−Tal vez −respondió Ela−. Sólo sé que intento hacerlo si puedo.

−Preparad vuestros archivos. Voy a deciros todo lo que sé acerca de la inteligencia de la descolada. Si funciona y Plantador sobrevive a esto, le escupiré a la cara.

−Escúpele mil veces −dijo Ela−. Con tal de que viva.

Los archivos aparecieron en la pantalla. Quara empezó a señalar en ciertas regiones del modelo del virus de la descolada. En cuestión de pocos minutos, fue Quara quien estuvo sentada ante el terminal, tecleando, señalando, hablando, mientras Ela formulaba preguntas.

Jane volvió a hablar al oído de Miro.

−Pequeña zorra −masculló−. No tenía sus archivos en otro ordenador. Lo guardaba todo en la cabeza.

A últimas horas de la tarde del día siguiente, Plantador estaba al borde de la muerte y Ela al límite de sus fuerzas. Su equipo había estado trabajando toda la noche. Quara había ayudado, constantemente, examinando infatigable todo lo que la gente de Ela le traía, criticando, señalando errores. A media mañana, tenían un plan para un virus truncado que tal vez funcionaría. Toda capacidad de lenguaje había desaparecido, lo que significaba que los nuevos virus no podrían comunicarse entre sí. Toda la habilidad analítica se había anulado también, al menos por lo que sabían. Pero a salvo en su sitio estaban todas las partes del virus que mantenían las funciones

corporales en las especies nativas de Lusitania. Por lo que podían decir sin tener ninguna muestra de trabajo del virus, el nuevo diseño era exactamente lo que necesitaban: una descolada

completamente funcional en los ciclos vitales de las especies lusitanas, incluyendo a los pequeninos, pero incapaz de regulación y manipulación global. Bautizaron recolada al nuevo virus. El antiguo recibía su nombre por su función de separar; el nuevo por su función de unir, de mantener juntas a las especies−parejas que componían la vida nativa de Lusitania.

Ender planteó una objeción: ya que la descolada estaba poniendo a los pequeninos de un humor beligerante y expansivo, el nuevo virus tal vez los dejaría a todos en ese estado concreto. Pero Ela y Quara contestaron juntas que habían usado deliberadamente como modelo una versión más antigua de la descolada, de un momento en que los pequeninos estaban más relajados, eran más "ellos mismos". Los pequeninos que trabajaban en el proyecto estuvieron de acuerdo; había poco tiempo para consultar a nadie más excepto a Humano y Raíz, quienes también mostraron su conformidad.

Con lo que Quara les había enseñado acerca del funcionamiento de la descolada, Ela puso a trabajar a un equipo en la bacteria asesina que se extendería rápidamente por la gaialogía del planeta entero, para encontrar la descolada normal en cada lugar y cada forma, hacerla pedazos y matarla. Reconocería la vieja descolada por los propios elementos de los que carecería la nueva. Liberar la recolada y la bacteria asesina al mismo tiempo completarían el trabajo.

Sólo quedaba un pequeño problema: la creación del nuevo virus. Ése fue el proyecto directo de Ela a partir de media mañana. Quara se desmoronó y se quedó dormida, al igual que la mayoría de los pequeninos. Pero Ela siguió esforzándose, intentando usar todas las herramientas de que disponía para romper el virus y recombinarlo como necesitaba.

Pero cuando Ender acudió a últimas horas de la tarde para decirle que si su virus iba a salvar a Plantador era ahora o nunca, ella sólo fue capaz de desmoralizarse y llorar de agotamiento y frustración.

−No puedo −dijo.

−Entonces dile que lo has conseguido pero que no podrás tenerlo listo a tiempo y...

−Quiero decir que no puede hacerse.

−Lo has diseñado.

−Lo hemos planeado, lo hemos modelado, sí. Pero no puede hacerse. La descolada es un diseño realmente vicioso. No podemos construirlo de la nada porque hay demasiadas partes que no se mantienen juntas a menos que se tenga a esas secciones trabajando ya para seguir reconstruyéndose unas a otras a medida que se rompen. Y no podemos hacer modificaciones en el virus actual a menos que trabajemos más rápido de lo que podemos. Fue diseñada para vigilarse constantemente para que no pueda ser alterada, y para ser tan inestable en todas sus partes que resulte completamente imposible de crear.

−Pero ellos la crearon.

−Sí, pero no sé cómo. Al contrario que Grego, no puedo apartarme por completo de mi ciencia por un capricho metafísico y crear cosas según mi deseo. Estoy atascada con las leyes de la naturaleza tal como son aquí y ahora, y no hay ninguna regla que me permita crearla.

−Entonces sabemos adónde necesitamos ir, pero no podemos llegar desde aquí.

−Hasta anoche no sabía lo suficiente para imaginar si podríamos diseñar esta nueva recolada o no, y por tanto no tenía ninguna forma de saber que podríamos hacerlo. Suponía que si podía diseñarse, podía crearse. Estaba dispuesta a hacerlo, dispuesta a actuar en el momento en que Quara cediera. Todo lo que hemos conseguido es saber, por fin, por completo, que no puede hacerse. Quara tenía razón. Descubrimos lo suficiente para matar todos los virus de la descolada en Lusitania. Pero no somos capaces de crear la recolada que podría reemplazarla y mantener funcionando la vida aquí.

−Y si usamos la bacteria viricida...

−Todos los pequeninos del mundo estarían donde está ahora Plantador dentro de una semana o dos. Y toda la historia y los pájaros y las enredaderas y todo... Tierra calcinada. Una atrocidad. Quara tenía razón.

Ela volvió a echarse a llorar.

−Sólo estás cansada.

Era Quara, despierta ahora y con un aspecto terrible. El sueño no la había refrescado. Ela, por su parte, no pudo contestar a su hermana.

Quara parecía estar pensando en decir algo cruel, del estilo de "ya te lo advertí". Pero lo pensó mejor, se acercó y colocó una mano sobre el hombro de Ela.

−Estás cansada, Ela. Necesitas dormir.

−Sí.

−Pero vamos a decírselo primero a Plantador.

−A decirle adiós.

−Sí, a eso me refería.

Se dirigieron al laboratorio que contenía la habitación esterilizada de Plantador. Los investigadores pequeninos estaban otra vez despiertos: todos se habían unido a la vigilia de las últimas horas de Plantador. Miro estaba dentro con él, y en esta ocasión no le pidieron que saliera, aunque Ender sabía que tanto Ela como Quara ansiaban acompañar al pequenino. En cambio, ambas le hablaron a través de los altavoces, explicándole lo que habían descubierto. Tener el éxito casi al alcance de la mano era peor, a su modo, que el completo fracaso, porque podía conducir fácilmente a la destrucción de todos los pequeninos, si los humanos de Lusitania se sentían suficientemente desesperados.

−No la usaréis −susurró Plantador.

Los micrófonos, pese a su alto grado de sensibilidad, apenas recogían su voz.

−Nosotros no −dijo Quara−. Pero no somos las únicas personas que hay aquí.

−No la usaréis. Yo soy el único que morirá así.

Sus últimas palabras carecieron de voz. Leyeron sus labios más tarde, en la holograbación, para asegurarse de lo que había dicho. Y, tras estas palabras, tras haber oído sus despedidas, Plantador murió.

En el momento en que las máquinas de seguimiento confirmaban su muerte, los pequeninos del equipo investigador se abalanzaron hacia la sala esterilizada. Querían que la descolada los acompañase. Apartaron bruscamente a Miro de en medio, y se pusieron a trabajar, inyectando el virus en cada parte del cuerpo de Plantador, cientos de inyecciones en unos momentos. Obviamente, se habían estado preparando para esto. Respetarían el sacrificio de Plantador en vida, pero ahora

que estaba muerto, su honor satisfecho, no tenían ningún reparo en intentar salvarle para la tercera vida si era posible.

Lo llevaron al terreno despejado donde se encontraba Humano y Raíz, y lo colocaron en un punto ya marcado, formando un triángulo equilátero con los dos jóvenes padres−árbol. Allí desmembraron su cuerpo y lo abrieron. En cuestión de horas empezó a crecer un árbol, y experimentaron la breve esperanza de que fuera un padre−árbol. Pero los hermanos, expertos en reconocer a un joven padre−árbol, sólo tardaron unos cuantos días más en declarar que el esfuerzo había sido en vano. Había vida que contenía sus genes, sí, pero los recuerdos, la voluntad, la persona que era Plantador se había perdido. El árbol era mudo: no habría ninguna mente que se

uniera al cónclave perpetuo de los padres−árbol. Plantador había decidido liberarse de la descolada, aunque eso significara perder la tercera vida que era el regalo de la descolada a todos los que la poseían. Había tenido éxito y, al perder, ganó.

También había tenido éxito en otra cosa. Los pequeninos se apartaron de la costumbre normal de olvidar rápidamente el nombre de los hermanos−árbol. Aunque ninguna pequeña madre se arrastraría jamás por su corteza, el hermano−árbol que había crecido de este cadáver sería conocido por el nombre de Plantador y tratado con respeto, como si fuera un padre−árbol, como si fuera una persona. Aún más, su historia fue narrada una y otra vez por toda Lusitania, dondequiera que vivían los pequeninos. Plantador había demostrado que los pequeninos eran inteligentes incluso sin la descolada. Fue un noble sacrificio, y pronunciar el nombre de Plantador significaba un recordatorio para todos los pequeninos de su libertad fundamental del virus que los había esclavizado.Pero la muerte de Plantador no detuvo los preparativos pequeninos para colonizar otros mundos.

La gente de Guerrero tenía ahora la mayoría, y a medida que se extendían los rumores de que los humanos poseían una bacteria capaz de matar toda la descolada, su urgencia fue aún mayor. "Deprisa −apremiaban a la reina colmena−. Deprisa, para que podamos liberarnos de este mundo antes de que los humanos decidan matarnos a todos."

−Creo que puedo hacerlo −dijo Jane−. Si la nave es pequeña y simple, la carga casi nula, la tripulación lo más reducida posible, podré contener la pauta en mi mente. Si el viaje es breve y la estancia en el Espacio muy corta. En cuanto a contener la localización del principio y el final, es fácil, un juego de niños; puedo hacerlo con la precisión de un milímetro, de menos. Si durmiera, podría hacerlo dormida. Así que no hay necesidad de que soporte aceleraciones o tenga sistemas para albergar vida de forma continuada. La nave puede ser simple. Un entorno sellado, sitios donde sentarse, luz, calor. Si en efecto podemos llegar allí y puedo mantenerlo todo junto y traerlo de

vuelta, no estaremos en el espacio el tiempo suficiente para consumir el oxígeno de una habitación pequeña.

Todos estaban reunidos en el espacio del obispo para escucharla: toda la familia Ribeira, la de Jakt y Valentine, los investigadores pequeninos, varios sacerdotes y Filhos, y tal vez una docena más de líderes de la colonia humana. El obispo había insistido en celebrar la reunión en su despacho.

−Porque es suficientemente grande −arguyó−, y porque si vais a salir a cazar como Nimrod ante el Señor, si vais a enviar una nave como Babel al cielo en busca del rostro de Dios, entonces quiero estar presente para rezar a Dios para que se apiade de vosotros.

−¿Cuánto queda de tu capacidad? −le preguntó Ender a Jane.

−No mucha. Todos los ordenadores de los Cien Mundos se frenarán mientras lo hacemos, ya que usaré su memoria para contener la pauta.

−Lo pregunto porque queremos intentar ejecutar un experimento mientras estemos allí fuera.

−No andes con medias tintas, Ender−dijo Ela−. Queremos realizar un milagro mientras estemos allí. Si llegamos al Exterior, eso significará que probablemente Grego y Olhado tienen razón en cómo

es. Y eso implica que las reglas serán diferentes. Las cosas pueden ser creadas sólo comprendiendo su pauta. Por eso quiero ir. Existe la posibilidad de que, mientras estoy allí, sea capaz de crearlo. Puede que consiga traer un virus que no pueda crearse en el espacio real. ¿Me llevarás? ¿Puedes contenerme allí el tiempo suficiente para crear el virus?

−¿Cuánto tiempo es eso? −preguntó Jane.

−Debería ser instantáneo −dijo Grego−. En el momento en que lleguemos, cualquiera que sean las pautas completas que contengamos en nuestras mentes deberían ser creadas en un período de

tiempo demasiado breve para que los humanos lo advirtamos. El tiempo real hará falta para analizar si, de hecho, tiene el virus que quería. Tal vez cinco minutos.

−Sí −respondió Jane−. Si puedo hacer todo esto, podré hacerlo durante cinco minutos.

−El resto de la tripulación −intervino Ender.

−El resto de la tripulación seréis Miro y tú −respondió Jane−. Y nadie más. Grego protestó con fuerza, pero no fue el único.

−Soy piloto −alegó Jakt.

−Yo soy la única piloto de esta nave −dijo Jane.

−Olhado y yo lo ideamos −objetó Grego.

−Ender y Miro vendrán conmigo porque no puede hacerse con margen de seguridad sin ellos. Habito dentro de Ender: donde él va, me lleva consigo. Miro, por otro lado, está tan unido a mí que tal vez forma parte de la pauta que soy yo misma. Quiero que venga porque acaso no esté entera sin él. Nadie más. No puedo contener a nadie más en la pauta. Ela será la única, aparte de ellos dos.

−Entonces ésa es la tripulación −zanjó Ender.

−Sin discusión −añadió el alcalde Kovano.

−¿Construirá la nave la reina colmena? −preguntó Jane.

−Lo hará −contestó Ender.

−Entonces tengo que pedir un favor más. Ela, si puedo darteesos cinco minutos, ¿puedes contener también en tu mente la pauta de otro virus?

−¿El virus para Sendero? −preguntó ella.

−Se lo debemos, si es posible, por la ayuda que nos han prestado.

−Creo que sí −respondió Ela−, o al menos las diferencias entre ese virus y la descolada normal. Eso es posiblemente todo lo que puedo contener: las diferencias.

−¿Y cuándo sucederá todo esto? −preguntó el alcalde.

−En cuanto la reina colmena construya la nave −dijo Jane−. Nos quedan sólo cuarenta y ocho días antes de que los Cien Mundos desconecten sus ansibles. Ahora sabemos que sobreviviré a ese hecho, pero me dejará lisiada. Me costará reaprender todos mis recuerdos perdidos, si es que puedo hacerlo alguna vez. Hasta que eso suceda, no podré contener la pauta de una nave para que vaya al Exterior.

−La reina colmena puede mandar construir una nave tan simple como ésta mucho antes de esa fecha

−dijo Ender−. En una nave tan pequeña no hay posibilidad de enviar a todas las personas y pequeninos de Lusitania antes de que llegue la flota, y mucho menos antes de que el corte del ansible impida a Jane hacer volar esa nave. Pero habrá tiempo de llevar nuevas comunidades de pequeninos libres de la descolada, un hermano, una esposa, muchas pequeñas madres embarazadas, a una docena de planetas y establecerlos allí. Tiempo para introducir a nuevas reinas en sus crisálidas, fertilizadas ya para poner sus primeros centenares de huevos, y llevarlas también a una docena de nuevos mundos. Si todo esto funciona, si no nos quedamos como unos idiotas sentados en una caja de cartón deseando poder volar, entonces volveremos con paz para este mundo, libres del peligro de la descolada, y con la dispersión segura de la herencia genética de las otras especies de raman que hay aquí. Hace una semana, parecía imposible. Ahora hay esperanza.

−Gragas a deus −rezó el obispo. Quara se echó a reír.

Todos la miraron.

−Lo siento −dijo−. Estaba pensando..., oí una oración, no hace muchas semanas. Una oración a Os Venerados, mi abuelo Gusto y mi abuela Cida. Pedían que, si no había una manera de resolver los problemas imposibles que nos acechan, que intercedieran ante Dios para que abriera un camino.

−No es una mala súplica −comentó el obispo−. Y tal vez Dios ha respondido a ella.

−Lo sé −respondió Quara−. Eso es lo que estaba pensando. ¿Y si todo este asunto del Inspacio y el

Expacio no hubiera sido real antes? ¿Y si sólo se hizo verdad debido a esa oración?

−¿Y qué? −preguntó el obispo.

−Bueno, ¿no les parecería gracioso?

Por lo visto, nadie compartía su opinión.


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