5 - Valentine
Hoy he dicho que Libo es mi hijo. Sólo Corteza me oyó decirlo, pero en menos de una hora fue, aparentemente, de dominio público. Se congregaron a mi alrededor e hicieron que Selvagem me preguntara si era verdad, si yo era padre «ya». Selvagem entonces unió nuestras manos; por impulso, abracé a Libo y ellos hicieron el ruido de sorpresa y, creo, de estupor. Pude ver que desde ese momento mi prestigio entre ellos había aumentado considerablemente.
La conclusión es inevitable. Los cerdis que hasta ahora hemos conocido no son una comunidad completa, ni siquiera machos típicos. Son, o bien jóvenes, o viejos solterones. Ninguno de ellos ha tenido nunca un solo hijo. Ninguno ha llegado a aparearse, por lo que podemos suponer.
Que yo sepa no existe ninguna comunidad humana donde los grupos de solteros como éste sean otra cosa sino marginados, sin poder o prestigio. No me extraña que hablen de las hembras con esa extraña mezcla de adoración y desdén. En un instante, sin atreverse a tomar una decisión sin su consentimiento y al siguiente diciéndonos que las mujeres son demasiado estúpidas para comprender nada, que son varelse. Hasta ahora yo estaba tomando estas afirmaciones como reales, lo cual me llevaba a una imagen mental de las hembras como no - conscientes, un grupo de cerdas que se apoyaban sobre cuatro patas. Pensaba que los machos podrían consultarles de la misma manera que le consultan a los árboles, usando sus gruñidos como respuestas divinas, como se arrojan huesos o se leen las entrañas.
Sin embargo, ahora me doy cuenta de que las hembras son probablemente tan inteligentes como los machos, y que no son varelse en absoluto. Las frases negativas de los machos se deben a su resentimiento como solterones, excluidos del proceso reproductor y de las estructuras de poder de la tribu. Los cerdis han sido tan cuidadosos con nosotros como nosotros con ellos: no nos han dejado conocer a sus hembras o a los machos que detentan algún poder real. Pensábamos que estábamos explorando el corazón de la sociedad cerdi. En cambio, hablando de manera figurada, estábamos en las alcantarillas genéticas, entre los machos cuyos genes no han sido considerados aptos para contribuir a la tribu.
Y, sin embargo, no lo creo. Los cerdis que conozco son todos brillantes, listos, rápidos en aprender. Tan rápidos que ya les he hablado más sobre la sociedad humana, accidentalmente, que lo que he aprendido de ellos después de años de intentarlo. Si éstos son los residuos, espero que algún día me juzgarán digno de conocer a las «esposas» y los «padres».
Mientras tanto, no puedo informar sobre nada de esto porque, quiera o no, he violado las leyes claramente. No importa que nadie hubiera sido capaz de evitar que los cerdis aprendan cosas de nosotros. No importa que las reglas sean estúpidas y contraproducentes. Las he roto, y si lo descubren, cortarán mi contacto con los cerdis, lo que será aún peor que el contacto severamente limitado que tenemos ahora. Por tanto estoy obligado a mentir y a hacer tontos subterfugios, como poner estas notas en los archivos personales cerrados de Libo, donde ni siquiera a mi querida esposa se le ocurriría buscarlos. Aquí está la información, absolutamente vital, de que los cerdis que hemos estudiado son todos solterones, y por causa de las reglas no me atrevo a dejar que los xenólogos framling lo sepan. Olhabem, gente, aquí está: A ciência, o bicho que se devora a si mesma!
João Figueira Álvarez.
Notas Secretas, publicadas en:
«La Integridad de la Traición: Los xenólogos de Lusitania»,
de Demóstenes. Perspectivas Históricas de Reykiavik, 1990:4:1.
El vientre de Valentine estaba tenso e hinchado, y aún faltaba un mes para que su hija naciera. Estar tan gorda y desequilibrada era una molestia constante. Antes, siempre que se preparaba para dar una clase de historia en el sóndring, había podido cargar el bote ella sola. Ahora tenía
que dejar que lo hicieran los marineros de su esposo, y ni siquiera podía moverse por el embarcadero para echar una mano: el capitán había ordenado al estibador que se encargara del barco. Lo estaba haciendo bien, por supuesto - ¿no le había enseñado a ella el capitán Ráv cuando llegó por primera vez? -, pero a Valentine no le gustaba tener que aceptar por fuerza un papel sedentario.
Era su quinto sóndring; en el primero, había conocido a Jakt. No había pensado en el matrimonio. Trondheim era un mundo como cualquier otro de los que había visitado con su peripatético hermano menor. Enseñaría, estudiaría y después de cuatro o cinco meses escribiría un extenso ensayo histórico, publicado bajo el pseudónimo de Demóstenes, y entonces se dedicaría a divertirse hasta que Ender aceptara una llamada para Hablar en cualquier otro sitio. A menudo, su trabajo cuadraba a las mil maravillas: a él le llamaban para Hablar de la muerte de alguna persona importante, cuya vida se convertiría entonces en el foco de su ensayo. Jugaban a ser profesores itinerantes de esto y lo otro, mientras en la realidad creaban la identidad del mundo, pues el ensayo de Demóstenes se consideraba siempre como definitivo.
Durante una época, Valentine había pensado que alguien se daría cuenta de que los ensayos escritos por Demóstenes seguían sospechosamente su mismo itinerario y que la descubrirían. Pero pronto advirtió que, igual que con los Portavoces, aunque en un grado menor, se había edificado una mitología en torno a Demóstenes. La gente creía que Demóstenes no era sólo un individuo. Al contrario, cada ensayo de Demóstenes era el trabajo de un genio escribiendo de manera independiente, quien intentaba entonces publicarlo bajo el nombre de Demóstenes; el ordenador remitía automáticamente el trabajo a un comité desconocido de brillantes historiadores de la época, quienes decidían si era digno del nombre. No importaba que nadie hubiera conocido nunca a un erudito a quien se hubiera enviado un trabajo así. Se intentaban miles de trabajos cada año; el ordenador rechazaba automáticamente todos los que no hubieran sido escritos por el Demóstenes auténtico; y, sin embargo, la creencia de que una persona como Valentine no podía existir, persistía firmemente. Después de todo, Demóstenes había empezado como demagogo en las redes de ordenadores cuando la Tierra luchaba en las Guerras Insectoras, hacía tres mil años. No podría tratarse de la misma persona.
«Y es cierto - pensó Valentine -. No soy la misma persona, realmente, de un libro a otro, porque cada mundo cambia quien soy, incluso mientras anoto su historia. Y este mundo más que ningún otro.»
No le había gustado lo penetrante del pensamiento luterano, especialmente la facción calvinista, que parecían tener respuestas para todas las preguntas antes de que hubieran sido formuladas. Así que decidió llevar a un grupo selecto de estudiantes graduados de Reykiavik a una de las Islas de Verano, la cadena ecuatorial donde, en primavera, los skrika acudían a aparearse y las bandadas de halkig se volvían locas con su energía reproductora. Su idea era romper los moldes intelectuales que eran inevitables en todas las universidades. Los estudiantes no comerían nada más que los havregrin que crecían salvajes en los valles resguardados y los halkig que tuvieran el valor de cazar. Cuando su nutrición dependiera de su propia habilidad, sus actitudes, sobre lo que importaba y lo que no importaba en la historia, cambiarían.
La universidad le dio permiso, con alguna resistencia; ella usó sus propios fondos para alquilarle un barco a Jakt, que acababa de convertirse en la cabeza de una de las muchas familias dedicadas a la caza de skrika. Tenía el típico desdén del marinero hacia los universitarios, y los llamaba skraddare en la cara, y otras cosas peores a sus espaldas. Le dijo a Valentine que tendría que regresar para salvar a sus estudiantes muertos de hambre dentro de una semana. En cambio, ella y sus marginados, como se llamaban a sí mismos, aguantaron todo el tiempo, y sobrevivieron, construyendo una especie de pueblo y disfrutando de un estallido de pensamiento creativo y libre que se convirtió en una fuente notable de publicaciones excelentes y reflexivas a su regreso.
El resultado más obvio en Reykiavik fue que Valentine tenía siempre cientos de solicitudes para las veinte plazas en cada uno de los tres sóndrings del verano. Mucho más importante para ella, sin embargo, fue Jakt. No era particularmente educado, pero estaba íntimamente familiarizado con la misma sabiduría de Trondheim. Podía pilotar, por la mitad del mar ecuatorial, sin utilizar una carta. Conocía los icebergs y dónde el hielo era más grueso. Parecía saber dónde se congregarían los skrika para bailar, y cómo desplegar a sus cazadores para que los cazaran sin que se dieran cuenta mientras aleteaban en la costa al salir del mar. El clima nunca le pillaba por sorpresa, y Valentine sacó la conclusión de que no había ninguna situación para la que no estuviera preparado.
Excepto para ella. Y cuando el sacerdote luterano (no calvinista) los casó, ambos parecieron sentirse más sorprendidos que felices. Y sin embargo eran felices. Y por primera vez desde que salió de la Tierra ella se sintió realizada, en paz, en casa. Por eso se había quedado embarazada. El vagabundeo había terminado. Se sentía muy agradecida a Ender por haber comprendido, sin tenerlo que discutir, que Trondheim era el final de su odisea de tres mil años, el final de la carrera de Demóstenes; como la ishaxa, ella había encontrado una manera de echar sus raíces en el hielo de este mundo y conseguir así nutrirse de una forma, que el suelo de otras tierras no le había proporcionado.
El bebé pateó con fuerza, sacándola de su ensimismamiento. Miró alrededor y vio que Ender se le acercaba, caminando por el muelle con su mochila colgada del hombro. Comprendió de inmediato por qué traía la bolsa: tenía intención de participar en el sóndring. Se preguntó si le alegraba aquello o no. Ender era silencioso y no entorpecía, pero posiblemente no podría ocultar su brillante conocimiento de la naturaleza humana. Los estudiantes medios no lo notarían, pero los demás, aquellos que ella esperaba que lograran volver con pensamientos originales, seguirían inevitablemente las pistas sutiles, aunque poderosas, que él dejaría caer inevitablemente. El resultado sería impresionante, estaba segura - después de todo, ella debía mucho a sus reflexiones -, pero la brillantez sería de Ender, no de los estudiantes. De alguna manera, traicionaría el propósito del sóndring.
Pero no le diría que no, cuando él le pidiera poder acompañarlos. Para decir la verdad, a ella le encantaría que fuera. Por mucho que amara a Jakt, echaba de menos la estrecha relación que ella y Ender solían compartir antes de su matrimonio. Pasarían años antes de que Jakt y ella pudieran estar tan unidos como lo estaba con su hermano. Jakt también lo sabía, y eso le causaba un poco de dolor; no es normal que un marido tenga que competir con su cuñado por la devoción de su esposa.
- Hola, Val - dijo Ender.
- Hola, Ender.
Solos en el embarcadero, donde nadie más podía oírles, ella podía llamarle libremente por el nombre de su infancia, ignorando el hecho de que el resto de la humanidad lo hubiera convertido en un epíteto.
- ¿Qué harás si el conejito decide salir durante el sóndring? Ella sonrió.
- Su papá le envolverá en una piel de skrika, y yo le cantaré canciones nórdicas, y los estudiantes seguramente tendrán mucho que reflexionar sobre el impacto de los imperialistas reproductores en la historia.
Se rieron juntos por un instante, y Valentine supo súbitamente, sin saber por qué, que Ender no quería ir al sondring, que había empaquetado sus cosas para marcharse de Trondheim y que había venido, no para invitarla a acompañarle, sino para decirle adiós. Las lágrimas acudieron a sus ojos y una terrible y devastadora sensación le sacudió. El extendió la mano y la abrazó, como había hecho tantas veces en el pasado; esta vez, sin embargo, su vientre se interponía entre ambos, y el abrazo fue extraño y tentativo.
- Pensé que tenias intención de quedarte - susurró ella -. Rechazaste todas las llamadas que llegaron.
- Hubo una que no pude rechazar.
- Puedo tener al bebé en el sondring, pero no en otro mundo. Como había supuesto, Ender no tenía intención de invitarla.
- La niña va a ser sorprendentemente rubia - dijo. Estará fuera de lugar en Lusitania. Allí la mayoría son negros brasileños.
Así que sería Lusitania. Valentine entendió de inmediato por qué iba: el asesinato del xenólogo por los cerdis era ahora de dominio público, pues había sido emitido durante la hora de la cena en Reykiavik.
- Estás loco.
- La verdad es que no.
- ¿Sabes lo que pasaría si la gente llega a saber que Ender, el Exterminador, va a ir al mundo de los cerdis? ¡Te crucificarían!
- Me crucificarían aquí también, si no fuera porque nadie más que tú sabe quién soy. Prométeme que no lo contarás.
- ¿Qué bien puedes hacer allí? Llevará muerto décadas cuando llegues.
- Mis sujetos están normalmente bastante fríos cuando llego a Hablar por ellos. Es la desventaja principal de ser nómada.
- Nunca había pensado que volvería a perderte.
- Pero yo supe que nos habíamos perdido mutuamente el día en que te enamoraste de Jakt.
- ¡Entonces deberías de habérmelo dicho! ¡No lo habría hecho!
- Por eso no te lo dije. Pero no es cierto, Val. Lo habrías hecho de todos modos. Y yo quería que lo hicieras. Nunca has sido más feliz - le puso la mano en el vientre -. Los genes de los Wiggin llevaban tiempo buscando una continuación. Espero que tengas una docena mas.
- Es considerado una descortesía tener más de cuatro, ansioso pasar de cinco, y bárbaro tener más de seis.
Incluso mientras bromeaba, ella decidía qué seria mejor para el sóndring, ¿dejar que los participantes fueran sin ella, cancelarlo ya, o posponerlo hasta que Ender partiera?
Pero Ender zanjó la cuestión.
- ¿Crees que tu marido podría hacer que uno de sus barcos me llevara al mareld esta noche para que pueda partir hacia mi nave por la mañana?
Su prisa era cruel.
- Si no hubieras necesitado un barco de Jakt, ¿me habrías dejado una nota en el ordenador?
- He tomado la decisión hace cinco minutos, y he venido a ti directamente.
- Pero ya has reservado un pasaje... ¡ésa es una decisión que lleva tiempo!
- No si compras la nave.
- ¿Por qué tienes tanta prisa? El viaje lleva décadas...
- Veintidós años.
- ¡Veintidós años! ¿Qué diferencia marcaría un par de días? ¿No puedes esperar un mes hasta que nazca mi hija?
- Dentro de un mes, Val, puede que no tenga valor para dejaros.
- ¡Entonces no lo hagas! ¿Qué son los cerdis para ti? Los insectores son suficientes ramen para la vida de un hombre. Quédate, cásate como me he casado yo. ¡Abriste las estrellas a la colonización, Ender, ahora quédate aquí y saborea los buenos frutos de tu labor!
- Tú tienes a Jakt. Yo tengo estudiantes repulsivos que continúan intentando convertirme al calvinismo. Mi labor no está hecha todavía, y Trondheim no es mi hogar.
Valentine sintió sus palabras como una acusación: «Echaste raíces aquí sin pensar siquiera si yo podría vivir en este suelo.» «Pero no es culpa mía, - quiso contestar -... tu eres el que se marcha, no yo.»
- ¿Recuerdas cómo fue cuando dejamos a Peter en la Tierra en un viaje de décadas a nuestra primera colonia, al mundo que gobernaste? - dijo ella -. Fue como si muriera. Cuando llegamos allí él era ya viejo y nosotros aún jóvenes; cuando hablamos por ansible, él se había convertido en un pariente anciano, el poderoso Hegemón, el legendario Locke, cualquier cosa menos nuestro hermano.
- Tal como yo lo recuerdo, fue una mejora - Ender intentaba hacer las cosas más fáciles. Pero
Valentine encontró otro tono en sus palabras.
- ¿Crees que yo también mejoraré dentro de veintidós años?
- Creo que lloraré por ti más que si hubieras muerto.
- No, Ender, es exactamente como si estuviera muerta, y tú sabrás que eres el que me mató. Él retrocedió.
- No sabes lo que dices.
- No te escribiré. ¿Por qué iba a hacerlo? Para ti serán solamente un par de semanas. Llegarías a Lusitania y el ordenador tendría veintidós años de cartas que te habría enviado una persona a la que has dejado sólo la semana anterior. Los primeros cinco años serían penosos, el dolor de perderte, la soledad de no tenerte para hablar...
- Jakt es tu marido, no yo.
- ¿Y entonces qué tendría que escribirte? ¿Cartitas amables y simpáticas sobre la niña? Tendría cinco, seis, diez, veinte años y estaría casada y tú ni siquiera la conocerías, ni siquiera te importará.
- Me importará.
- No tendrás la oportunidad. No te escribiré hasta que sea muy vieja, Ender. Hasta que hayas ido a Lusitania y luego a otro lugar, tragando décadas de golpe. Entonces te enviaré mi memoria. Te la dedicaré. A Andrew, mi querido hermano. Te seguí alegremente a dos docenas de mundos, pero no pudiste quedarte ni siquiera dos semanas cuando te lo pedí.
- Escucha lo que dices, Val, y comprenderás entonces por qué tengo que marcharme ahora, antes de que me destroces en pedazos.
- ¡Eso es un sofisma que no tolerarías a tus estudiantes, Ender! ¡No habría dicho esas cosas si no fueras a escaparte como el ladrón que es descubierto con las manos en la masa! ¡No le des la vuelta a la historia y no me eches la culpa!
Él respondió sin aliento, con las palabras atropellándose, unas a otras, en su prisa; tenía que terminar su discurso antes de que la emoción le detuviera.
- No, tienes razón. Quería darme prisa porque tengo un trabajo que hacer allí, y cada día que pase aquí estoy perdiendo tiempo, y porque me duele cada vez que os veo a ti y a Jakt más cercanos y yo más distante, aunque sé que es así como debe ser. Así que cuando decidí que tenía que ir, pensé que cuanto antes lo hiciera mejor, y tenía razón. Sabes que tengo razón. Nunca pensé que me odiarías por esto.
La emoción le detuvo y lloró. Y lo mismo hizo ella.
- No te odio, te quiero, eres una parte de mí, eres mi corazón y cuando te vayas me desgarrarás el corazón y te lo llevaras...
Y ése fue el final del encuentro.
El primero de a bordo de Ráv llevó a Ender al mareid, la gran plataforma en el mar ecuatorial, donde las lanzaderas eran enviadas al espacio para que se encontrasen con las naves en órbita. Los dos habían comprendido que Valentine no podía ir con él. Ella, en cambio, regresó a casa con su marido y permaneció abrazada a él toda la noche. Al día siguiente se fue al sóndring
con sus estudiantes y lloró por Ender sólo durante la noche, cuando pensaba que nadie podía verla.
Pero sus estudiantes la veían, y circularon historias sobre la gran pena de la profesora Wiggin por la marcha de su hermano, el Portavoz itinerante. Hicieron de esto lo que los estudiantes siempre hacen... mucho más y mucho menos que la realidad. Pero una estudiante, una muchacha llamada Plikt, advirtió que había más en la historia de Valentine y Andrew Wiggin de lo que nadie había supuesto.
Así que empezó a investigar su historia y a seguir la pista de sus viajes entre las estrellas. Cuando Syfte, la hija de Valentine, tenía cuatro años, y Ren, su hijo, tenía dos, Plikt fue a verla. Entonces era ya una joven profesora en la universidad, y le mostró a Valentine su historia publicada. La había concebido como ficción, pero era real, naturalmente, la historia del hermano y la hermana que eran las personas más viejas del universo, nacidas en la Tierra antes de que se implantaran las colonias en otros mundos, y que desde entonces vagaban de un mundo a otro, sin raíces, buscando siempre algo.
Para alivio de Valentine - y, extrañamente, también para su decepción -, Plikt no había revelado el hecho de que Ender era el Portavoz de los Muertos original y que Valentine era Demóstenes. Pero sabía bastante de su historia para escribir el relato de su despedida, cuando ella decidió quedarse con su marido y él marcharse. La escena era mucho más tierna y emotiva de lo que había sido en realidad. Plikt había escrito lo que debería haber sido si Ender y Valentine hubieran tenido más sentido del teatro.
- ¿Por qué has escrito esto? - le preguntó Valentine.
- ¿No es lo suficientemente bueno para que tenga su razón de existir? La respuesta divirtió a Valentine, pero no le hizo claudicar.
- ¿Qué significaba mi hermano Andrew para ti, para que hayas investigado antes de crear esto?
- Ésa sigue siendo la pregunta equivocada - contestó Plikt.
- Parece que estoy suspendiendo algún tipo de examen. ¿Puedes darme alguna pista para que sepa qué pregunta tengo que hacer?
- No se enfade. Debería preguntarme por que he escrito una obra de ficción en lugar de una biografía.
- ¿Por qué, entonces?
- Porque descubrí que Andrew Wiggin, Portavoz de los Muertos, es Ender Wiggin, el Genocida. Aunque Ender había partido hacía cuatro años, aún le faltaban otros dieciocho para alcanzar
su destino. Valentine se sintió presa del miedo, pensando en lo que seria su vida si le recibían en Lusitania como el hombre más repudiado de la historia humana.
- No tiene que tener miedo, profesora Wiggin. Si tuviera intención de contarlo, ya lo habría hecho. Cuando lo descubrí, me di cuenta de que se había arrepentido de lo que hizo. Y ¡qué penitencia mas extraordinaria! Fue el Portavoz de los Muertos quien reveló que sus actos fueron un crimen inenarrable... y por eso tomó el título de Portavoz, como otros muchos miles, y llevó adelante el papel de ser su propio acusador por veinte mundos.
- Has descubierto tanto, Plikt, y entendido tan poco...
- ¡Lo he comprendido todo! Lea lo que he escrito... ¡Lo he comprendido!
Valentine se dijo que, puesto que Plikt sabía tanto, lo mismo daba que supiera más. Pero fue la furia, no la razón, lo que hizo que le contara lo que no le había contado a nadie nunca.
- Plikt, mi hermano no imitó al Portavoz de los Muertos original. Él escribió la Reina Colmena y el Hegemón.
Cuando Plikt se dio cuenta de que ella le estaba diciendo la verdad, se sintió abrumada. Durante todos esos años había considerado a Andrew Wiggin como su materia de estudio y al Portavoz de los Muertos original como su inspiración. Descubrir que ambos eran la misma persona le hizo sentirse anonadada durante media hora.
Entonces ella y Valentine hablaron y llegaron a confiar la una en la otra, hasta que Valentine invitó a Plikt para que fuera la tutora de sus hijos y colaborara con ella en sus enseñanzas y sus escritos. Jakt se sorprendió de aquella nueva incorporación a la casa, pero con el tiempo Valentine le contó los secretos que Plikt había descubierto a través de sus investigaciones o su revelación. Se convirtió en la leyenda de la familia, y los niños crecieron escuchando historias maravillosas sobre su Tío Ender, a quien en todos los mundos consideraban un monstruo, pero que en realidad era una especie de salvador, o un profeta, o al menos un mártir.
Los años pasaron, la familia prosperó, y el dolor de Valentine por la pérdida de Ender se convirtió en orgullo por él y finalmente en una poderosa impaciencia. Estaba ansiosa por que llegara a Lusitania y resolviera el problema de los cerdis, por que cumpliera su aparente destino como el apóstol de los ramen. Fue Plikt, la buena luterana, quien le enseñó a Valentine a concebir la vida de Ender en términos religiosos; la poderosa estabilidad de su vida familiar y el milagro de cada uno de sus cinco hijos se combinaron para instalar en ella las emociones, si no las doctrinas, de la fe.
Era lógico que también afectara a los niños. El relato del Tío Ender, ya que no podían mencionarlo a los extraños, adquirió tonos sobrenaturales. Syfte, la hija mayor, estaba particularmente intrigada, e incluso cuando llegó a los veinte años y concibió de modo racional la adoración primitiva e infantil por Tío Ender, siguió obsesionada con él. Era una criatura de leyenda, y sin embargo aún vivía, en un mundo que no estaba lejos.
No se lo dijo a sus padres, pero sí a su antigua tutora.
- Algún día, Plikt, le conoceré. Le conoceré y le ayudaré en su trabajo.
- ¿Qué te hace creer que necesitará ayuda? ¿Tu ayuda, además? - Plikt se mostraba siempre escéptica hasta que sus estudiantes se ganaban su confianza.
- Tampoco lo hizo solo la primera vez, ¿no?
Y los sueños de Syfte se alejaron del hielo de Trondheim y se dirigieron al distante planeta donde Ender Wiggin aún no había puesto los pies.
«Gente de Lusitania, qué poco sabéis del gran hombre que caminará por vuestra tierra y tomara vuestra carga. Y yo me uniré a él, a su debido tiempo, aunque sea una generación tarde... prepárate también para mí, Lusitania.»
En su nave, Ender Wiggin no tenía noción de la carga de sueños de otras personas que llevaba consigo. Sólo habían pasado unos días desde que había dejado a Valentine llorando en el embarcadero. Para él, Syfte no tenía nombre; era un bebé en el vientre de Valentine, y nada más. Sólo empezaba a sentir el dolor de perder a Valentine, un dolor que ella había superado desde hacía tiempo. Y sus pensamientos estaban lejos de sus sobrinos desconocidos en aquel mundo de hielo.
Era en una muchachita joven y atormentada llamada Novinha en quien pensaba, y se preguntaba qué le estarían haciendo esos veintidós años de viaje, y en qué se habría convertido cuando se encontraran. Pues Ender la amaba, como sólo se puede amar a alguien que es un eco de uno mismo, en el momento de la pena más profunda.