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31.03% El código del dinero / Chapter 7: 7 ¿Vives en un mundo que ya no existe?

บท 7: 7 ¿Vives en un mundo que ya no existe?

Permíteme que comience este capítulo con una cita de Eric Hoffer, filósofo: «Los que están aprendiendo heredarán la Tierra, mientras que los que ya saben estarán perfectamente equipados para vivir en un mundo que ya no existe». ¿No es inquietante?

Echemos ahora un vistazo al entorno. Esto es parte de lo que está ocurriendo:

Yo nací y crecí en la extinguida era industrial. Hoy en Occidente es casi un recuerdo y; sin embargo, demasiadas personas siguen comportándose como si nada hubiera cambiado. Es como seguir echando cuentas en pesetas cada vez que se paga o cobra en euros. La era industrial hoy es una realidad en Oriente, pero no en Occidente, donde vivimos en la era de la información (que derivará en la de la Conciencia).

En este momento, la información, es abundante y a bajo precio, o gratuita. Nunca como ahora el precio de la riqueza fue tan asequible. Ya no son necesarias ni tierras, ni fábricas, ni capital para hacer dinero, sino información de valor. (Yo mismo me considero info-emprendedor porque el conocimiento es la médula de mi profesión). Hoy la economía está siendo sacudida por una realidad desconcertante porque somos una

«generación bisagra» entre dos eras: la industrial y la de la información. Como pocas personas son conscientes de ello, siguen aplicando las viejas reglas de juego de la era industrial en la era de la información, pierden la partida económica.

En la era de la agricultura la riqueza era la tierra. En la era industrial la riqueza era el capital.

En la era de la información la riqueza es la información.

En la era de la conciencia la riqueza será un nivel de conciencia superior.

Respecto a la información, te diré que los datos aman el soporte digital. ¿Qué significa eso exactamente? Ten por seguro que si algo puede ser digital, lo será tarde o temprano. Cualquier información se puede digitalizar (conversión de átomos en bits). Nuestra generación es la generación bisagra, es decir: nació «analógica» pero debe reconvertirse a «digital»; y créeme, desde el punto de vista de la mentalidad eso no es tan sencillo como cambiar la máquina de escribir por un ordenador. O sustituir un televisor analógico por otro digital. Analógicos, este mensaje es para vosotros: tenemos poco tiempo, chicos, así que haced las paces con las nuevas tecnologías. Creo que aún no nos damos cuenta de que en un mundo digital, un particular (pongamos tú) Y una empresa (pongamos Microsoft) disponen del mismo poder derivado del uso de unas mismas herramientas informáticas, ¿Vas a usar o despreciar el poder que te iguala a una gran multinacional?

Pero:

El conocimiento es más que información. Es el siguiente nivel. Disponer de información no implica conocimiento. A pesar de que el conocimiento se basa en la información, la información no es conocimiento; ya que poseer datos no implica ni su uso adecuado ni garantiza que su posesión en «memoria» vaya a incorporarlos a los procesos de pensamiento. Pasar de la sociedad de la información a la sociedad del

conocimiento requerirá aprender a separar la información imprescindible de la prescindible y sobre todo a incorporarla desde la experiencia.

Esto no ha hecho más que empezar. La complejidad ha llegado y se ha instalado entre nosotros. Tecnófobos, no tenéis ninguna posibilidad. Siento decirlo. Oigo a algunas personas quejarse: ¡Que vuelva todo a la normalidad! No entienden, ¡esto es la normalidad!

La nueva moneda se llama conocimiento, y las personas son pobres o ricas según su grado de conocimiento.

Otra cosa.

Nadie sabe cómo será el futuro, pero todos intuimos que será bastante diferente de lo que ahora podemos imaginar. Encontré una cita inquietante al respecto: «La fábrica del futuro tendrá sólo dos empleados: un hombre y un perro. El cometido del hombre será dar de comer al perro. El del perro será cuidar de que el hombre no toque el equipo». La cita es de Warren G. Bennis, asesor de presidentes de EE. UU, y visionario. ¡Glups!

Mira, la buena información puede hacerte rico; y la mala información puede hacerte pobre. No es una afirmación extraña. Las creencias ya lo están haciendo. Por ello insisto en la necesidad de formarse financieramente y en aprender de por vida. Mis padres me enseñaron desde muy pequeño que la ignorancia es la peor de las pobrezas y que conduce invariablemente a la pobreza espiritual y material.

Hablando de pobreza material, un dato: el número de personas que viven con menos de un dólar al día es de 1.100 millones de personas. ¿Y cuántas viven con menos de un sueño en toda su vida? Muchas más, es otra clase de pobreza... Tengo una cita, aunque no recuerdo su autor: «Un hombre pobre no es el que no tiene un céntimo, sino el que no tiene un sueño».

No puedes no jugar el juego del dinero, pero sí puedes perderlo.

Queramos o no, respecto al dinero tendremos que aprender a: ganarlo, gastarlo e invertirlo. Todos jugamos, unos mejor, otros peor... ¿Est��s ganando tu partida? Si no sientes que la estés ganando, éste será tu libro de cabecera en este asunto. La mayoría de la gente lo está perdiendo en este mismo momento; no por falta de posibilidades sino porque desconocen las reglas del juego. ¿Cómo podrían ganar el juego sin las mínimas nociones? Felicítate, este libro contiene las suficientes pautas como para ganar el juego del dinero. Muy pocas personas conocen el «abecé» del dinero que estás a punto de descubrir.

En el nuevo entorno económico las reglas son diferentes y quienes juegan con las viejas reglas se quedan fuera del juego. Los problemas aparecen cuando las personas ignoran las reglas o violan las reglas del juego. Por ejemplo, el concepto de «empleo» está rancio como medio de ganarse la vida. Si, un empleo es una receta desfasada y aplicarla a un mundo global en la era de la información tiene más desventajas que ventajas.

Mensaje: el único problema de ser empleado es el elevado precio que se paga por ello.

Quienes se adapten a los cambios de la nueva era económica podrán sacar ventaja y disfrutar de más vida. El concepto «puesto de trabajo» ha dejado de tener sentido porque el «lugar» donde se hace un trabajo ya no es determinante (la subcontratación es la punta del iceberg de un fenómeno más amplio: la globalización). Por el contrario, el

teletrabajo —o trabajo remoto— sustituirá el desfasado concepto de «trabajo de oficina». ¡Abajo los grises cubículos de mamparas enmoquetadas! No somos peces, ¡no queremos peceras!

Definición de Teletrabajo: «Trabajo desde el sofá de casa». Chulo, ¿verdad? Basta un PC, una conexión ADSL, un móvil y una buena taza humeante de té, de los de verdad, sobre la mesa. Es fruto de la sociedad de la información y se caracteriza por el uso intensivo de las tecnologías de las comunicaciones. ¿Te apetece? Bienvenido pues a una de las modalidades emergentes de contratación basadas en los resultados y la autorresponsabilidad. El teletrabajador es más eficiente, más motivado, más autónomo, más vida familiar, más libre. Y goza de menos estrés, menos corbatas, menos jefes, menos compañeros pesados, y menos desplazamientos. La empresa que lo contrata se beneficia de costes de estructura menores, además de «comprar» resultados, no tiempo. Todos felices. ¿Funciona? Las estadísticas dicen que sí, y hoy el 70% de las empresas que forman el índice Ibex 35 ya utilizan este tipo de contratación. Aun así, los temores y las desconfianzas de los trabajadores y empresas hace que se resistan a acogerse a esta modalidad. Una vez más, podemos comprobar cómo el miedo es el freno más grande de la humanidad.

Ya me has oído decir que, en la era de la información, la seguridad laboral simplemente no existe. Si alguna vez has pensado que un trabajo seguro es más importante que la libertad financiera, te diré que cualquier empleo es seguro hasta el día antes de ser despedido. Un sueldo puede proporcionarte una suma de dinero, sí, pero no puede darte seguridad. La seguridad es una superstición en la mente soñadora del ser humano.

Un empleo seguro es un recuerdo del pasado. Poco a poco irán igualándose en el mercado las condiciones de seguridad de todos los empleos. Tal vez haya aún «empleos blindados» pero cada día más personas —que han perdido su empleo convencional «no blindado»— serán la competencia para un «empleo blindado». Habrá tantos aspirantes a esas plazas que quienes deseen conservar la suya entrarán en competencia con los aspirantes.

La «seguridad» se está fosilizando, la prueba del carbono 14 no engaña.

En la vieja economía los sueldos subían, en la nueva economía bajan. Desde el año

1950 las economías del mundo «iban a más», desde el 2007 «van a menos». La globalización redujo los salarios de los países industrializados un 7% desde 1980 (fuente, FMI). La inflación los ha reducido mucho más. En los últimos 25 años, la fuerza laboral mundial se multiplicó por cuatro y aún crecerá un 40% para el 2050. La ley de la oferta y la demanda dice: mayor oferta, menor salario. Este fenómeno se conoce a pie de calle como: precariedad en los trabajos, mileurismo, contratos basura, etc.

¿Y qué soluciones aportan los Gobiernos? Conceder subsidios, lo cual es «la política de la compasión», pan para hoy y hambre para mañana; programas que mantienen al pobre en la pobreza. De verdad, no creo que se venza la pobreza con subsidios. ¿Y a las multinacionales extranjeras? Les conceden jugosas ventajas fiscales para que no se vayan..., voy a ahorrarme los comentarios. ¿Y los trabajadores, cómo responden a la situación? La OCDE reconoce que los trabajadores han hecho concesiones en los sueldos para mantener el empleo. Y me pregunto, ¿esto es todo lo que somos capaces de hacer?

Seguridad laboral, trabajo de oficina, puesto de trabajo, retiro garantizado, asistencia médica garantizada, empleo fijo... son conceptos que se hacen cada vez más borrosos.

Los gobiernos pretenden aumentar la semana laboral pero no los sueldos. Las empresas conceden aumentos de trabajo pero no aumentos de sueldo. En fin, que los sueldos bajan.

Hubo un tiempo en que tener hijos era garantía de contar con su apoyo económico en la vejez, este modelo funcionó durante siglos. Hoy es de dudosa continuidad. Es al revés. Ahora los hijos apenas pueden mantenerse financieramente a sí mismos. La nueva población activa —mileurista, no emancipada, avalada en sus hipotecas, y ayudada en todo por sus padres— deberá mantener a una multitud que accederá al retiro. ¿Cómo tan pocos podrán ayudar a tantos si ellos mismos requieren de tanta ayuda?

Atención: ¡la generación que sucederá a la presente va a ser la primera pero no la última— que diga que sus padres vivían mejor que ellos! (de «ir a más» a «ir a menos»).

En resumen, estamos en una nueva era con nuevas reglas; aunque la mayoría sigue comportándose igual que antes; es decir: juega con las reglas de un mundo que ya no existe. Mientras, los empleos emigran, la clase media disminuye, los sueldos bajan, la capacidad de ahorro se evapora, el índice de pobreza aumenta, el endeudamiento familiar crece, aumentan las personas que trabajan después del retiro, y la pensión de jubilación está en el aire. ¿Es que nadie se da cuenta de lo que está ocurriendo?


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