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79.21% EL Mundo del Río / Chapter 221: DIOSES DEL MUNDO DEL RÍO (31)

บท 221: DIOSES DEL MUNDO DEL RÍO (31)

Dieron una vuelta en las montañas rusas, pero Puñado de Estrellas se mareó durante las subidas y bajadas y vomitó en el asiento. El androide que controlaba el viaje llamó a otros dos para que limpiaran el desastre después de que Burton le dijo que lo hiciera.

Hoy pareces más nerviosa que nunca dijo Burton.

Son todas estas extrañas criaturas dijo ella, agitando una mano.

Por supuesto, no estaba familiarizada con los seres con los cuales Carroll había poblado los libros de Alicia y que la auténtica Alice había traído a la vida. La hacían sentirse inquieta, porque no había sido condicionada a ellos a través de los libros. Lo que la hacía sentirse especialmente nerviosa era el Jabberwock, cuyo aspecto era exactamente igual al que le había dado Tenniel en su ilustración. Su escamoso cuerpo era el de un atenuado dragón, y tenía membranosas alas dragoniles, pero el demasiado largo y relativamente delgado cuello, y el estrecho rostro, que parecía el de un diabólico viejo, y los absurdamente largos dedos de las patas delanteras, lo hacían distinto a cualquier otro dragón de los mitos, leyendas o literatura de ficción. Era enorme, su cabeza se alzaba hasta unos cuatro metros cuando se erguía en pie. El Jabberwock, sin embargo, no se adentraba en el campo sino que merodeaba por los alrededores dentro de una zona restringida bajo un gigantesco roble, agitando incesantemente su larga cola.

Me asusta dijo Puñado de Estrellas.

Sabes que ha sido programado para no hacerle daño a nadie.

Sí, lo sé. ¿Pero y si se estropea algo en su interior? Mira esos terribles dientes. Tan sólo tiene cuatro, dos arriba y dos abajo, pero piensa en lo que esos dientes podrían hacer si te mordieran.

Necesitas una copa dijo él, y la arrastró hacia una mesa. Los androides que servían allí eran un Mayordomo-Pez, un Mayordomo-Rana y un Conejo Blanco. Los dos primeros llevaban ropas del siglo XVIII y las pelucas empolvadas de blanco con las que Tenniel los había retratado. El Conejo Blanco tenía ojos rosas, un cuello duro blanco, una corbata, un chaleco y una americana a cuadros. Una cadena de oro insertada mediante un gemelo a uno de los ojales del chaleco estaba unida al otro lado a un enorme reloj en un bolsillo del mismo chaleco. De tanto en tanto, el Conejo Blanco sacaba el reloj y lo miraba.

Excelente dijo Burton, sonriendo.

No me gusta susurró Puñado de Estrellas, como si no le importara que la oyeran

. Esos enormes ojos protuberantes.

Para verte mejor, querida.

Alzó la vista cuando una sombra pasó sobre él. Había sido arrojada por el sillón de Marbot, que estaba guiando el vuelo de una treintena o más de sus amigos. Iba vestido con un uniforme de húsar, lo mismo que algunos de sus amigos. Otros llevaban uniformes de mariscal de campo, aunque ninguno de ellos había alcanzado nunca tal rango. La mayoría de las damas iban vestidas al estilo de los 1810.

Unos pocos minutos más tarde, llegaron Aphra y una docena más. Todo el mundo que había sido invitado estaba allí, pensó Burton. Estaba equivocado, sin embargo. Poco después de que el último de los componentes del grupo de Behn se hubiera alejado del anfitrión y la anfitriona, una moto entró rugiendo en el campo. Sentado en la parte

delantera iba Bill Williams, y aferrada tras él iba la mujer que Burton había visto acompañándole en el corredor. Williams llevaba un sombrero negro de astracán, muy ruso, pero su rostro estaba pintado como el de un doctor brujo, su torso iba desnudo excepto un collar de huesos de mano humana, y llevaba botas y pantalones negros de piel. La mujer había superado a Sophie; no llevaba nada excepto un collar de enormes diamantes y una compleja pintura con muchas figuras de brillantes colores, que la cubrían por delante y por detrás, cuerpo y piernas.

Burton no sabía que Alice hubiera invitado a Williams. A juzgar por su expresión, lamentaba haberlo hecho. Sin embargo, sonrió como debe hacerlo una anfitriona mientras presentaba a la pareja a Maglenna. Los ojos del hombre eran tan grandes como su sonrisa cuando estrechó la mano de la mujer. Burton deseó haber estado lo suficientemente cerca como para oír su conversación.

Frigate se unió a Burton y señaló hacia los recién llegados.

Auténticamente sensacional, hay que reconocerlo. Los últimos serán los primeros.

Auténticamente dijo Burton.

Sophie no sabe si debe sentirse encantada o furiosa.

El Caballero Blanco avanzó en su lastimoso jamelgo blanco. Llevaba quitado el yelmo, revelando un rostro que era completamente idéntico al de Carroll excepto por el largo y caído bigote blanco. Una funda conteniendo una enorme espada recta de doble filo estaba sujeta a su cinto, y una enorme maza con mango de madera y un extremo con púas estaba metida en una funda que colgaba de la silla. Sujeta a la espalda de la armadura había una caja puesta boca abajo, con la tapa colgando. Se suponía, en A través del espejo, que era un invento del Caballero Blanco, un contenedor para sus bocadillos y sus ropas. Pero estaba boca abajo para evitar que el agua de la lluvia se quedara dentro, de modo que todo su contenido se había caído.

Ante él avanzaba el Caballero Rojo en un garañón ruano. Era una figura siniestra con su armadura carmesí, su casco en forma de cabeza de caballo, y su enorme maza llena de púas.

Una Morsa y un Carpintero con su sombrero de papel y delantal de cuero caminaban junto a ellos, conversando. A remolque de ellos, sobre delgadas y larguiruchas piernas, avanzaban cuarenta ostras o así, cada una de ellas con largas antenas provistas de ojos en sus extremos que se proyectaban de sus conchas.

Preparar todo esto debe haberle tomado un enorme tiempo a Alice dijo Frigate. Piensa en todos los detalles que ha tenido que introducir en la Computadora.

Oh, mira dijo Sophie, señalando hacia un árbol. ¿Puedes creer eso? ¡El Gato de

Cheshire!

Mientras caminaban hacia el árbol, el gato, que tenía el tamaño de un lince grande, empezó a desaparecer. La cola se desvaneció, luego los cuartos traseros, luego los cuartos delanteros, luego el cuello, luego la cabeza. Excepto una sonrisa gatuna colgando en el aire encima de la rama en la cual había estado sentado, era invisible. Caminaron bajo él, buscando un mecanismo de alguna clase, pero no pudieron descubrir ninguno.

Tenemos que preguntarle a Alice como ha conseguido esto dijo Burton. Es probable, sin embargo, que no lo sepa. La Computadora debe haber tomado la orden y efectuado su magia científica sin necesidad de explicaciones.

El Grifón y la Tortuga Burlona pasaron junto a ellos, charlando. El Grifón era una criatura del tamaño de un león con el cuerpo de un león y la cabeza y las alas de un águila. La Tortuga Burlona tenía el cuerpo de un enorme galápago, pesando quizá doscientos cincuenta kilos, y la cabeza y las patas negras de una vaca. Se arrastraba lentamente pero, en un momento determinado, se detuvo y se alzó empujándose con sus cortas pero inmensamente poderosas patas delanteras, poniéndose en pie de un salto. Mientras se balanceaba al extremo de su cascarón, su bovinas piernas arqueadas, sus

cascos hundiéndose en el suelo, las lágrimas brotando, cantó con una magnífica voz de contralto:

¡Hermosa sopa, tan espesa y verde, aguardando en una sopera caliente!

Pero cuando llegó al coro, empezando con «¡Hermooosa sooopa!», perdió el equilibrio y cayó pesadamente de espaldas, aún cantando. Se produjo entonces una cierta consternación, hasta que seis androides le dieron la vuelta. Tras lo cual siguió arrastrándose y cantando.

Creo que voy a ir a sentarme un rato, Dick dijo Puñado de Estrellas. Estoy cansada, y esos animales... señaló hacia el Grifón parecen tan peligrosos. Ya sé que no lo son, pero...

Muy bien, me reuniré contigo más tarde dijo Burton.

La observó dirigirse hacia el extremo occidental del campo y sentarse en una silla muy confortable. Un androide muy gordo, calvo y de extraña apariencia debía ser el Padre William se acercó a su lado. Debió preguntarle si deseaba alguna cosa, porque ella asintió y su boca se movió.

Burton caminó de aquí para allá y vio a la Reina de Corazones y los demás androides modelados para simular la baraja viviente. Vistos por delante, se parecían exactamente a los dibujos de Tenniel, pero presentaban un perfil mucho más grueso, aproximadamente unos ocho centímetros, estimó. La Computadora tenía unos ciertos límites en convertir la fantasía en realidad. Aquellas cosas tenían que tener espacio para músculos y órganos y sangre. Sus rostros estaban pintados en los oblongos cuerpos, pero, aunque las pintadas bocas no se movían, de ellas brotaban voces.

¡Maravilloso! dijo Burton.

Aphra Behn estaba de pie cerca de él. Dijo:

Sí, ¿verdad? Es un capricho tan infantil, sin embargo. No es que menosprecie a Alice por todo esto. Hemos luchado tanto para llegar aquí, hemos soportado tantos peligros y tribulaciones, que nos sentimos relajados y nos convertimos en niños por un tiempo. Tenemos que jugar, ¿no crees?

El tiempo de los juegos, sin embargo, ha terminado, desgraciadamente dijo él. Lo que les ha ocurrido a Turpin y Frigate puede ocurrirnos a nosotros.

Se dirigió a una mesa y ordenó un vaso de escocés a una de las piezas de ajedrez vivientes, una Torre. Obtuvo también una fina panatela de Habana. El cigarro en una mano, el vaso en la otra, se dirigió hacia el campo de croquet. El campo estaba tal como en el libro, salientes y surcos con inclinados androides-cartas como aros, flamencos como mazos, y puerco espines encogidos sobre sí mismos como bolas. Puesto que Alice no era cruel ni insensible, debía haber hecho algunos arreglos en los sistemas neurales de los pájaros y animales que impidieran que sufrieran daños.

Turpin parecía haber olvidado sus problemas; estaba pasando un buen rato jugando al croquet.

Pasó una hora. Burton fue a buscar otros dos escoceses. Dio unas cuantas vueltas en el tiovivo y de nuevo en las montañas rusas, y durante un rato escuchó a la orquesta. La mayor parte de los músicos eran Mayordomos Rana y Pez, pero el director era Bill el Lagarto, un gigantesco saurio que fumaba un puro y llevaba una gorra plana. Habían sido programados para tocar cualquier tipo de música, desde valses hasta dixieland hasta clásico. En aquel momento estaban aullando una alocada pieza bárbara que Burton pensó era el rock-and-roll descrito por Frigate. Tras escuchar un rato, pudo comprender por qué Frigate se había sentido tentado de borrar todo aquel tipo de música de las grabaciones.

Una horrible Duquesa y una Reina de Corazones anadearon junto a él.

¡Cortad sus cabezas! ¡Cortad sus cabezas!

¡Golpeadle hasta que estornude!

Burton regresó al campo de croquet, jugó una partida, paseó por aquí y por allá, se detuvo para charlar con algunas personas, y luego observó la Fiesta del Té Loco durante un rato. El niño-androide que representaba el papel de Alice era encantador; los grandes ojos oscuros tenían el auténtico aire soñador de los de Alice. Burton podía comprender por qué el señor Dodgson se había enamorado de la niñita de diez años.

Cuando el Sombrerero Loco dijo:

¡Y siempre desde eso, no habrá nada que preguntar! Ahora siempre son las seis en punto Burton se alejó. Era divertido observarle representar la escena una vez, pero la repetición era aburrida.

Sintiendo la necesidad de ejercicio, jugó al vóleibol durante un rato. El juego era divertido y vigoroso, y le encantaba observar a la mujer de Bill Williams saltar en el aire para lanzar de vuelta la pelota. Luego, sudoroso, se dirigió a una silla y se sentó. Un Fulano y un Mengano le preguntaron qué deseaba. Ordenó un julepe de menta. Los dos androides grotescamente gordos se dirigieron a una mesa y allí tuvieron una discusión programada, por supuesto acerca de quién de los dos iba a servirle. Mientras su acalorada y divertida discusión iba progresando, observó a la oruga azul en una seta gigantesca cerca de él, fumando su narguilé. En un cierto sentido, pensó, era una lástima que todas aquellas cosas tuvieran que ser destruidas. Sin embargo, podía comprender por qué Alice se había cansado de ellas.

Observó durante un rato la pista de baile. La orquesta estaba tocando algún tipo de música que no reconoció. Frigate pasaba en aquel momento por allí, y Burton lo llamó.

¿Qué es esa música, y qué tipo de giros están dando?

No sé cuál es la pieza en particular dijo Frigate. Es de los años 1920, me suena familiar, pero no puedo situarla. La danza es llamada el Black Bottom.

¿Por qué la llaman así?

No lo sé.

Alice y Monteith parecían estar disfrutando con los alocados movimientos. Finalmente la mujer había encontrado a una pareja con la cual compartir su amor al baile. A Burton nunca le había gustado. De hecho, sólo había bailado unas pocas veces en su vida, y eso había sido en honor de un jefe de tribu negro en África.

Los dos gemelos idénticos, Fulano y Mengano, se le acercaron. Ninguno de los dos llevaba un vaso o bandeja. Burton dijo:

¿Qué...? y en aquel momento la música se detuvo en medio de una nota. Se levantó y miró al estrado. Los músicos habían dejado a un lado sus instrumentos y estaban bajando de la plataforma.

¿Qué ocurre? dijo Frigate.

Alice contemplaba desconcertada a los músicos que se marchaban.

Eso no estaba planeado dijo Burton. Sintió que un estremecimiento recorría su piel.

El pequeño francés, de Marbot, con sus azules ojos muy abiertos, trotó hacia Burton.

Algo va mal dijo.

Burton se volvió para barrer con la vista un ángulo de trescientos sesenta grados. Los androides estaban avanzando apresuradamente hacia los árboles, incrementando a cada momento el paso. Todos menos la Tortuga Burlona, que había caído de espaldas y estaba chillando y pataleando. No, no todos estaban dirigiéndose hacia los árboles. Un cierto número estaban diseminándose hacia el extremo occidental del campo, donde empezaba la colina. Entre ellos estaban los Caballeros Rojo y Blanco en sus corceles, el León y el Unicornio, y el Grifón. Se detuvieron justo antes de iniciar la ascensión de la colina, y se dieron la vuelta para enfrentarse al campo.

Por aquel entonces los demás androides habían desaparecido en las sombras bajo los enormes robles.

Burton miró a la funda de la espada de Marbot y a la empuñadura del sable que surgía de ella.

Me atrevería a decir que es posible que tengas que usar tu cortaplumas, Marcelin

dijo. ¿Cuántos de tus húsares van armados?

¿Eh? ¡Oh! dijo de Marbot. Tenemos doce sables entre nosotros.

Diles que los saquen murmuró Burton. Escucha, Marcelin, creo que vamos a ser atacados. Alguien, estoy seguro, ha puesto un programa prioritario en los androides. Alice no planeó esto.

Miró a su alrededor. Puñado de Estrellas debía haber tenido la misma idea. En aquellos momentos estaba corriendo hacia las montañas rusas. Miró a de Marbot.

Tú eres quien posee más experiencia militar dijo. Ahora estás al mando. Se volvió y empezó a gritar:

¡Todo el mundo aquí! ¡Rápido! ¡Inmediatamente!

Algunos llegaron corriendo. Otros se quedaron inmóviles, como helados; el resto avanzó lentamente.

Maglenna, tirando de Alice, a la que llevaba cogida por la mano, corrió hacia Burton.

¿Qué ocurre?

No estoy seguro. Burton miró a Alice. ¿Tú no tienes ninguna idea? Ella agitó negativamente la cabeza.

No. ¿Puede estar el Snark detrás de todo esto? ¿Qué es lo que podemos hacer?

Eso es cosa de Marcelin dijo Burton. Pero creo que deberíamos ir en busca de los sillones. Tú y Monteith podéis sentaros sobre las rodillas de alguien. No podemos pasar por en medio de ellos... señaló a las hoscas bestias guardando el extremo occidental del campo ...sin serias pérdidas.

De Marbot estaba hablando en un francés rápido con sus amigos. Pero se interrumpió y miró hacia el extremo sur del campo. Los androides estaban saliendo del bosque con armas: lanzas, espadas, mazas, manguales y dagas.

Burton giró para mirar hacia los lados norte y este del campo. Había androides emergiendo de entre las sombras también por allí; todos iban armados de una forma similar. Y los del lado este estaban apresurándose para situarse entre los invitados y sus vehículos volantes.

Demasiado tarde dijo Burton.

De Marbot estaba ladrando órdenes en esperanto a fin de que todos le comprendieran. Empezaron a formar un cuadro irregular, con los húsares en el lado oriental. Burton dijo:

Voy a buscar algunas armas.

¿Dónde? preguntó de Marbot.

Los instrumentos musicales. Algunos de ellos pueden ser utilizados como mazas. Corrió hacia el estrado, con algunos hombres detrás. Los androides del norte, los que

estaban más cerca del estrado, no cambiaron el ritmo de su paso ni emitieron ningún sonido. Si hubieran echado a correr, hubieran podido cortarle el paso a Burton. Pero consiguió agarrar un saxofón, y los otros se hicieron cargo de guitarras, contrabajos, flautas, trompetas, cualquier cosa que pudiera ser utilizada como instrumento contundente.

Corrieron de vuelta al cuadro, donde fueron distribuidos en una posición más bien irregular por de Marbot. Estaba temblando de excitación, sus azules ojos brillaban intensamente, su redondo rostro estaba hendido por una sonrisa.

¡Ah, queridos míos! exclamó a sus húsares. ¡Vais a demostrarles a esos monstruos cómo luchan los soldados de Napoleón!

Su voz fue ahogada por un gran grito sibilante. Todos miraron hacia el lado sur del campo, donde el Jabberwock estaba alzándose sobre sus patas traseras, exhibiendo sus cuatro afilados dientes. Sin embargo, no cargó inmediatamente, como Burton había temido. Se dejó caer sobre sus cuatro patas y caminó lentamente hacia ellos, bramando.

Burton estaba en el lado occidental del cuadro, haciendo frente a las bestias y Caballeros de aquella parte. Al mismo tiempo que el Jabberwock empezaba a avanzar, las bestias y los caballos de los Caballeros empezaron a caminar lentamente hacia los humanos.

Por todos lados del grupo, los androides caminaron hacia ellos en formación, silenciosos.

De pronto, Burton se dio cuenta de que Puñado de Estrellas no estaba con ellos. Había trepado por un lado de las montañas rusas y estaba perchada cerca de la parte más alta, en un cruce.

Era demasiado tarde para ir tras ella. Gritarle que bajara no haría más que atraer la atención de los androides hacia su persona. Quizá no se dieran cuenta de su presencia. En cualquier caso, estaba a sus propios recursos. No. Si podía alcanzar un sillón, podría volar hasta ella y sacarla de allí.


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