Patch no se molestó en cavar una tumba para el cuerpo. Estaba oscuro, una hora o dos antes del amanecer, y lo arrastró hacia la costa, justo a las afueras de las puertas del Delphic, y con un golpe de su bota, lo lanzó por el precipicio y hacia las furiosas olas de abajo.
—¿Qué le sucederá? —pregunté, abrazando a Patch en busca de calidez. El helado viento azotaba mi ropa, pintando una capa de escarcha sobre mi piel, pero el verdadero frío venía de adentro, cortando profundamente mis huesos.
—La marea lo arrastrará fuera, y los tiburones tendrán una comida fácil.
Negué con mi cabeza para hacerle notar que me había malinterpretado.
—¿Qué pasará con su alma? —No podía evitar preguntarme si las cosas que había dicho Hank eran ciertas. ¿Sufriría cada momento por el resto de su existencia? Aparté a un lado cualquier remordimiento que sentía. No había querido matar a Hank, pero al final, no me había dejado opción.
Patch permaneció en silencio, pero no me extrañaba que me abrazara con másfuerza, cerrando sus brazos protectoramente a mí alrededor. Pasó sus manos vigorosamente sobre mis brazos.
—Te estás congelando. Déjame llevarte de vuelta a mi casa.
No me moví.
—¿Qué pasará ahora? —susurré—. Maté a Hank. Tengo que liderar a sus hombres, pero ¿qué haré con ellos?
—Lo averiguaremos —dijo Patch—. Encontraremos la manera, y estaré a tu lado hasta que lo resolvamos.
—¿Realmente crees que será tan fácil?
Patch hizo un corto sonido de diversión.
—Si quisiera algo fácil, me encadenaría en el infierno junto a Rixon. Los dos podríamos relajarnos y broncearnos juntos.
Bajé la vista hacia las olas, precipitándose ellas mismas hacia romperse contra las rocas.
—Cuando hiciste el trato con los arcángeles, ¿no estaban preocupados de que pudieras hablar? Esto no se ve bien para ellos. Todo lo que tendrías que hacer es difundir rumores sobre que la magia negra puede ser utilizada, y tendrías para incitar un frenético festín ilegal entre Nefilim y ángeles caídos.
—Hice un juramento de que no hablaría. Eso fue parte del trato.
—¿Podrías haber pedido algo a cambio por tu silencio? —pregunté tranquilamente.
Patch se tensó, y sentí que había adivinado la dirección de mis pensamientos.
—¿Importa? —dijo suavemente.
Importa. Ahora que Hank estaba muerto, la niebla que envolvía mi memoria estaba quemándose como nubes bajo el sol. No podía recordar todo el carrete de recuerdos, pero las imágenes estaban allí. Destellos y vistazos que se volvían más fuertes a cada minuto. El poder de Hank, y su control sobre mí, estaba muriendo a su lado, dejándome expuesta para recordar todo lo que Patch y yo habíamos pasado juntos. Las pruebas de traición, lealtad y confianza. Sabía que le hacía reír, que lo provocaba. Conocía su deseo más profundo. Lo veía tan claramente. Tan claro que me dejaba sin aliento.
—¿Podrías haberles pedido que te convirtieran en humano?
Lo sentí exhalar lentamente, y cuando habló, había una cruda honestidad en su voz.
—La respuesta corta es sí. Podría haberlo pedido.
Lágrimas enturbiaron mi visión. Fui vencida por mi propio egoísmo, aun cuando racionalmente, sabía que no había hecho la decisión de Patch por él. Aun así. La había hecho por mí, y la culpa se agitaba y arremolinaba tan tormentosamente como el mar abajo.
Al ver mi reacción, Patch hizo un sonido de desagrado.
—No, escúchame. La respuesta larga a la pregunta es que todo acerca de mí ha cambiado desde que te conocí. Lo que quería hace cinco meses es diferente a lo que quiero hoy. ¿Quiero un cuerpo humano? Sí, muchísimo. ¿Es mi mayor prioridad ahora? No. —Me miró con los ojos serios—. Abandoné algo que quería por algo que necesitaba. Y te necesito, Ángel. Más de lo que creo que nunca sabrás. Ahora eres inmortal. Y yo también. Eso es algo.
—Patch... —empecé, cerrando mis ojos, mi corazón colgando de un hilo.
Su boca rozó el lóbulo de mi oreja, quemando con una presión ondulante.
—Te amo. —Su voz era sincera, cariñosa—. Me haces recordar quien solía ser. Me haces querer ser ese hombre otra vez. Ahora mismo, sosteniéndote, siento como si tuviéramos una oportunidad de superar todos los obstáculos y haciéndolo juntos. Soy tuyo, si me aceptas.
Simplemente así, olvidé que estaba completamente empapada, temblando, y lista para ser la siguiente líder de una sociedad Nefilim con la que no quería tener nada que ver. Patch me amaba. Nada más importaba.
—También te amo —dije.
Escondió su cabeza en mi garganta, gruñendo suavemente.
—Te amo desde mucho antes de que me amaras. Es la única cosa en la que te he vencido, y la sacaré a colación cada vez que pueda. —Su boca, presionada contra mi piel, jugando en la curva diabólica—. Larguémonos de aquí. Te llevaré de vuelta a mi casa, está vez es para bien. Tenemos asuntos pendientes, y creo que es hora de que hagamos algo al respecto.
Dudé, una gran pregunta surgiendo amenazadoramente en mi mente. El sexo era una gran cosa. No estaba segura de sí estaba lista para complicar nuestra relación —o mi vida— de ese modo, y eso sólo era la parte superior de una larga lista de repercusiones. Si un ángel caído que dormía con un humano creaban un Nefil —un ser que nunca había tenido que habitar la tierra— ¿qué pasaba cuando un ángel caído dormía con un Nefil? Basado en lo que había visto en la fría relación entre ángeles y Nefilim, probablemente nada había sucedido todavía, pero eso sólo me hacía más recelosa sobre las consecuencias.
Tanto como me satisfizo en el pasado reconocer a los arcángeles como los chicos malos, un asomo de duda se arrastraba en mi mente. ¿Había una razón por la cual los ángeles no se suponía que se enamoraran de mortales, o en mi caso, de un Nefil? Una regla arcaica quería dividir nuestras razas... o ¿era una medida de protección contra la manipulación de la naturaleza y el destino?
Patch había dicho una vez que la única razón por la que existía la raza de los Nefilim era porque los ángeles caídos buscaban venganza por ser expulsados del cielo. Para desquitarse con los arcángeles por desterrarlos, habían seducido a los humanos que previamente les encomendaron proteger.
Habían conseguido la venganza. Y removió una guerra subterránea que había estado haciendo estragos por siglos: ángeles caídos por un lado, Nefilim por el otro, y los peones humanos atrapados en el medio. Aún cuando me asustaba pensarlo, Patch había prometido que terminaría con la aniquilación de una raza completa.
Lo cual estaba por verse.
Todo porque un ángel caído se acostó en la cama equivocada.
—Aún no —dije.
Patch levantó una ceja oscura.
—¿Aún no nos vamos, o aún no te vas conmigo?
—Tengo preguntas. —Le di una mirada significativa.
Una sonrisa tiró de sus labios, pero no enmascaró una ondeante nota de inseguridad.
—Debería haber sabido que sólo me mantenías alrededor por respuestas.
—Bueno, eso y tus besos. ¿Alguien te había dicho alguna vez que eres un increíble besador?
—La única persona cuya opinión me importa está aquí mismo. —Levantó mi barbilla para que nuestros ojos quedaran al mismo nivel—. No tenemos que volver a mi casa, Ángel. Puedo llevarte a tu casa, si eso es lo que quieres. O, si decides que quieres dormir en mi casa, en lados opuestos de mi cama con una línea de "No Cruzar" en el medio, lo haré. No me gusta, pero lo haré.
Tocada por su sinceridad, enganché mi dedo bajo su camiseta, tratando de encontrar el gesto adecuado para demostrar mi agradecimiento. Mi nudillo rozó la tonificada piel por debajo, y el deseo me estremeció. ¿Por qué, oh por qué, él hacía tan fácil sentir demasiado, toda sensación, ardiendo y devorando, y haciendo olvidar la razón?
—Si no lo has adivinado todavía —dije, algo ferviente y resonante deslizándose en mi tono—, también te necesito.
—¿Eso es un sí? —preguntó, pasando sus dedos por mi cabello, extendiéndolo alrededor de mis hombros y buscando mi rostro intensamente—. Por favor que sea un sí —dijo con un tono áspero—. Quédate conmigo esta noche. Déjame sostenerte, incluso si eso es todo. Déjame mantenerte a salvo.
Como respuesta, deslicé mis dedos entre los suyos, entrelazándolos. Acepté su beso con una atrevida rebeldía, ávida y despreocupada, relajando mis extremidades al encontrar su tacto, derritiéndome en lugares que no sabía que existían. Desmoronándome, un beso a la vez, llevándome más y más fuera de control, fundiéndome en calor sólido, oscuro y provocativo, hasta que sólo estuviera él, y sólo yo. Hasta que no supiera donde terminaba yo y donde empezaba él.