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97.17% SERIE FITZWILLIAM DARCY, UN CABALLERO / Chapter 275: Capítulo 275.- La corriente del amor verdadero I

บท 275: Capítulo 275.- La corriente del amor verdadero I

Londres todavía estaba bastante vacía, pues la mayoría de sus habitantes de clase alta permanecían en los cotos de caza el mayor tiempo posible, hasta que el Parlamento y la temporada de eventos sociales reclamaban de nuevo su presencia en las frenéticas actividades de la ciudad. Mientras se tomaban una copa en Boodle's, el coronel Fitzwilliam le comentó a su primo que se había extendido ya la noticia de que Bonaparte no había podido conquistar Moscú, aunque a un terrible precio. Darcy sacudió la cabeza. ¡Qué se podía decir de la enorme desesperación que impulsaba a los hombres a quemar sus propias casas —una ciudad entera— en lugar de dejarlas en manos de aquel avaricioso monstruo!

—¿De qué estáis cuchicheando ahora, Darcy? ¡Por Dios, parecéis un par de viejas!

Darcy se dio media vuelta al oír la voz, pero no se detuvo a fijarse en el rostro de su dueño sino que saltó de la silla para darle una fuerte palmada en la espalda.

—¡Dy! ¡Dios mío! ¿Cuándo has vuelto? ¿Por qué no me escribiste?

Lord Dyfed Brougham levantó las manos perfectamente cuidadas en señal de protesta por semejante saludo y dio un paso atrás cuando Fitzwilliam también se levantó.

—¿Escribir? ¡Eso es demasiado fatigoso, viejo amigo! Y tú, Fitzwilliam, puedes estrechar mi mano, pero nada más. Sí, así está bien. —Brougham les dirigió una risita triunfal a los dos y luego acercó una silla y les hizo señas para que tomaran asiento—. ¿Escribir? No, no… creí que era mejor sorprenderte, lo cual he hecho con bastante facilidad, según parece. —Darcy se volvió a sentar, mientras las absurdas palabras de Dy confirmaban el personaje que quería representar.

—¿Y qué tal te ha ido en América, Brougham? —Fitzwilliam se sentó y estiró sus largas piernas—. No parece que te haya sentado muy bien. —Al mirar detenidamente a su amigo, Darcy vio que su primo tenía razón y cuanto más lo observaba, más alarmantes se volvían sus conclusiones. Dy estaba vestido con la elegancia de siempre, pero la ropa parecía quedarle extrañamente grande. A pesar de que nunca había tenido un rostro de anchas facciones, estaba muy demacrado y tenía las mejillas hundidas. Seguramente no le había ido bien al otro lado del mar.

—¡Te ruego que no menciones ese lugar en mi presencia! —Dy se puso la mano en la frente de forma dramática—. ¡No sé cómo pude haberme dejado convencer para ir! ¡El viaje fue brutal, Fitzwilliam, absolutamente brutal! Los nativos carecen totalmente de cultura y no tienen la más mínima sensibilidad. ¡Fue espantoso!

Richard dejó escapar un silbido al oír la descripción de Dy y luego preguntó:

—¿Y qué nativos eran ésos, Brougham? ¿Los algonquinos, los iroqueses…? —Miró a Darcy para pedir auxilio, pero su primo se limitó a encogerse de hombros.

—No, no, viejo amigo. —Dy lo miró como si Richard estuviera diciendo una locura—. ¡Los nativos de Boston y Nueva York! —Se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se limpió las sienes—. ¡Horrible, sencillamente horrible!

Richard miró a Darcy y entornó los ojos. Luego se puso en pie.

—Bueno, te dejaré con mi primo, que será de más ayuda que yo en tu recuperación, estoy seguro. Fitz. —Dio media vuelta y se dirigió a Darcy—: Debo regresar al cuartel. Recuerda, su señoría el conde de Matlock y mi madre nos esperan a cenar esta noche, a las nueve en punto. —Le hizo una inclinación a Brougham—. Preferiría enfrentarme a los pieles rojas que llegar tarde a una cena de su señoría. Encantado de verte, Brougham. —Dy asintió y le dijo adiós con la mano.

Tanto Brougham como Darcy se quedaron callados, mirando cómo Fitzwilliam se abría paso hasta la puerta, en medio del bullicio de camareros y miembros del club.

Darcy se volvió hacia su amigo.

—¡Por Dios, Dy, tienes un aspecto horrible!

—¿Tan mal estoy? —preguntó Brougham, enderezándose en la silla, y luego llamó a un criado y pidió algo de beber—. No había querido aparecer en la ciudad hasta engordar un poco —dijo suspirando—, pero llevaba tanto tiempo ausente que el Ministerio del Interior temió que perdiera mi rango si tardaba más en volver. Así que aquí estoy. —Levantó los brazos—. ¡Parezco un espantapájaros!

—¿Qué ha sucedido? —Darcy se inclinó sobre la mesa.

—No puedo decírtelo, amigo mío. —Dy sonrió con tristeza—. Sólo puedo decir que ella logró evitarme.

—¿Y pudiste encontrar a Beverly Trenholme?

—Él jamás puso un pie en ese barco para el que tú le diste el billete. De hecho, nunca salió de Inglaterra. Alguien más pensó que ella era más útil que Trenholme.

—¡Sylvanie! Pero, nadie ha visto a Bev… ¡Por Dios, no querrás decir que…! —Dy asintió con la cabeza y los dos guardaron silencio. El murmullo de las conversaciones y las risas de los demás continuó con la misma intensidad. Un vaso se cayó al suelo en alguna parte y luego se oyó una discusión.

—Dime —preguntó Dy finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre los dos—, ¿cómo está la señorita Darcy?

—Ella está bien —respondió Darcy con lentitud—. Bastante bien, en realidad, aunque echa de menos tu compañía. —Brougham volvió a esbozar una sonrisa tonta, pero muy distinta de la anterior porque era sincera. Darcy se recostó contra el respaldo y trató de adoptar una actitud de absoluto desinterés, antes de dar la noticia—. Durante tu ausencia hizo amistad con alguien que conoció.

La sonrisa de Dy se evaporó al instante.

—¿«Alguien que conoció», dices? —Pasó el dedo por el borde del vaso dos veces, y luego le dio un golpecito—. ¿Y puedo preguntar el nombre de esa persona?

—Sí puedes y ya veo lo que estás pensando. No, no es eso a lo que me refiero. —Los hombros de su amigo se relajaron y la tensión de su mandíbula desapareció—. Su nueva amiga es Elizabeth Bennet.

—¡Elizabeth Bennet! —Dy miró fijamente a su amigo—. ¿Tu Elizabeth? ¿Y cómo demonios ha sucedido semejante cosa?

Manteniendo la misma actitud, Darcy le contó a Dy su encuentro casual en Pemberley en agosto. Brougham enarcó una ceja al oír la palabra «casual», pero no interrumpió a su amigo.

—Desgraciadamente, recibió una carta de su casa en la que le pedían que regresara a la mayor brevedad, de manera que Georgiana se vio privada de su compañía antes de lo esperado.

—Georgiana —repitió Dy con suspicacia—, ya veo. —Miró a Darcy con pesar—. Parece que la señorita Bennet no está ya tan predispuesta en tu contra como temías. ¡Qué pena que haya tenido que marcharse! ¿Y la has visto desde entonces, o has tenido noticias de ella?

Darcy asintió con la cabeza, arrellanándose en el sillón.

—Hace poco más de una semana fui a ver a mi amigo Bingley, ¿te acuerdas de Bingley, en el baile de los Melbourne? —Dy asintió—. Estuve de visita en Netherfield, la propiedad que está pensando en comprar en Hertfordshire. Fuimos a visitar a los Bennet el día después de mi llegada. Pero las cosas no salieron bien.

Dy le lanzó una mirada interrogante.

—¿Cómo que no salieron bien?

—Ella apenas me miró, casi no habló, aunque estuvimos juntos durante varias horas.

—¡Eso parece bastante extraño! —dijo Dy con actitud pensativa—. ¿Quieres decir que se negó a responderte cuando le dirigiste la palabra o que no quiso contestar a tu saludo?

—¡No, por supuesto que no! —Darcy se puso a la defensiva—. Ella estaba… no era ella misma y yo… —Darcy se miró las manos—. Yo no supe qué pensar ni qué decir.

—Ah, entonces ninguno de los dos le pudo decir mucho al otro —concluyó Dy—. Bueno, eso hace que resulte bastante difícil entablar una conversación o profundizar en una relación de cualquier tipo. Sin embargo, los dos tuvisteis menos dificultades cuando ella estuvo en Pemberley. ¿Se te ocurre alguna explicación?

Darcy miró a su amigo.

—Eres persistente, ¿verdad? —Dy se limitó a encogerse de hombros y sonreír—. Sí, hubo un problema familiar del que yo me enteré, quizá más de lo que debería haberse enterado un conocido lejano.

—¡La carta que recibió de su casa! —Dy dio un golpe en la mesa—. Sí, ahora todo encaja. ¡Ella se sentía avergonzada por lo que tú sabías de su familia! Una situación bastante incómoda para ella, después de haber criticado tu comportamiento con tanta severidad. —Se recostó contra el respaldo y, tras unos instantes, preguntó—: ¿De verdad le gustó a la señorita Darcy?

—Sí, así fue, en el poco tiempo que pasaron juntas. Georgiana expresó sus sinceros deseos de volverla a ver.

—Entonces —dijo Dy con suavidad—, ¿quieres un consejo, amigo mío? —Darcy lo pensó y después asintió con la cabeza—. Mi consejo es que tengas fe y esperes. Tu amigo está muy bien situado para que tengas razones suficientes para visitar el condado. Deja que el tiempo pase y vuélvelo a intentar cuando la tormenta se haya calmado un poco. Si ella merece la pena, también lo merecerá el tiempo y el esfuerzo que serán necesarios para conquistarla. Porque jamás he podido leer… —citó—. ¡Pero supongo que tú ya sabes eso! —Dy se levantó y miró a su amigo—. ¡Tengo que irme! Dale mis saludos a la señorita Darcy con tanto afecto como juzgues apropiado y dile que espero veros a los dos pronto. —Hizo una estrambótica reverencia y se dirigió al otro extremo del salón, donde se encontraban un grupo de caballeros jóvenes, conocidos por su ostentosa animación.


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