—Ya casi termino, señor. —Darcy pudo sentir cómo aquel armazón le apretaba el cuello de la camisa alrededor de la garganta, mientras Fletcher hacía el nudo final. Tragó saliva varias veces para evitar que el creador del nudo lo apretara tanto que no le permitiera respirar ni conversar y sinceramente deseó poder ver la cara de su ayuda de cámara.
—Listo, señor Darcy. Puede usted mirar hacia abajo… lentamente, lentamente, ahí. ¡Perfecto! —Esta vez, cuando entornó los ojos, Darcy se aseguró de que Fletcher lo viera. El ayuda de cámara se permitió una sonrisa fugaz, antes de dar la vuelta para tomar la levita de su patrón.
—¿Y bien, Fletcher? —preguntó Darcy, tirando de las esquinas de la levita y comenzando a abrochársela. Fletcher lo había vestido totalmente de negro, como había hecho para la triunfante velada en Melbourne House, y mientras Darcy se miraba en el espejo, le pareció que todo el efecto era tan impactante como podía desear para una noche como la que le esperaba.
—Imponente, señor, y elegante. Justo lo que necesita esta noche, si me permite decirlo, señor.
Darcy resopló y negó con la cabeza.
—Probablemente tiene usted razón, Fletcher, pero yo estaba más interesado en la opinión que le merece la historia de Manning. Yo creo que él estaba diciendo la verdad, al menos hasta donde la conoce.
—Yo estoy de acuerdo, señor. Nadie divulga a la ligera detalles tan íntimos sobre su familia, y lord Manning es particularmente reservado acerca de sus asuntos. Su ayuda de cámara habla bastante sobre las conquistas femeninas de su patrón, pero sobre todo lo demás guarda estricto silencio.
Darcy avanzó hacia la cómoda en busca del joyero. El alfiler de esmeralda que hacía juego con el chaleco le quedaría muy bien.
—¿Sabe usted, entonces, lo que eso significa?
—Mucho, señor. Al menos establece que lady Sylvanie, o más probablemente su criada, fue la persona que entró en su habitación en busca de algo con lo que fabricar un hechizo. Y tal como sospeché, era un hechizo de amor, señor. Teniendo en cuenta los avances de ayer de lady Sylvanie y —Fletcher carraspeó, al tiempo que su patrón fruncía el ceño—, ejem, su reacción, señor, no tengo duda de que ella realmente cree en el poder de su magia.
—Sí… eso parece evidente —afirmó Darcy, sacando el joyero del cajón y poniéndolo sobre la cómoda—. Pero de manera más precisa, explica en gran medida el comportamiento tan peculiar de Sayre y Trenholme y la forma en que están tratando ahora a lady Sylvanie. Sayre hará lo que sea para verla casada, de acuerdo con los términos del testamento. Entretanto, Trenholme se impacienta por la manera en que Sayre trata de contener su animadversión por el hecho de estar en deuda con una mujer a la que siempre había despreciado.
—Y temido, señor —agregó Fletcher—. El señor Trenholme le tiene miedo a la dama, o a la criada, o a ambas, mientras que teme que lord Sayre se juegue todo el patrimonio que les queda. Es un miedo perverso, señor Darcy, que parece extenderse por todo el castillo.
El caballero abrió el joyero. El alfiler de esmeralda brillaba a la luz de las velas, encima de los hilos cuidadosamente entrelazados del marcapáginas de Elizabeth. Darcy agarró el alfiler y, mirándose en el espejito que había a un lado, lo puso con cuidado sobre los pliegues del roquet.
—Usted no ha mencionado el aspecto más repugnante de este enojoso asunto —dijo, mirando por encima del hombro.
—¿Las piedras, señor? —Fue más una afirmación que una pregunta.
—Sí —afirmó Darcy en voz baja, al tiempo que se dirigía hacia su ayuda de cámara—, las piedras.
Mordiéndose el labio inferior, Fletcher sacudió lentamente la cabeza.
—¡Una cosa tan maligna y perversa, señor! ¿Acaso podría una mujer… pretendiendo que era un bebé…? —Fletcher levantó la vista para mirar a su patrón, con el rostro tenso por las implicaciones que tenía lo que estaba pensando—. Apenas puedo creerlo, señor Darcy.
—Igual que yo. —Darcy suspiró—. Sin embargo, toda la información que tenemos apunta en esa dirección. Lady Sylvanie o su dama de compañía.
—O ambas —apostilló Fletcher—. También podría ser que alguien más… enviado por una de ellas… haya hecho el sacrificio en las piedras ¿no?
Darcy frunció el ceño.
—Es poco probable. El sacrificio era una demostración de poder o una manera de adquirirlo. La persona que esperaba obtener algo con él fue quien lo realizó. —Se volvió otra vez hacia el joyero, con la vista fija en su contenido—. ¿Recuerda la primera noche que pasamos aquí, Fletcher, que vimos una figura en el jardín? ¿Podría haber sido lady Sylvanie?
Fletcher respondió lentamente.
—S-sí, señor Darcy, puede haber sido una mujer.
—Yo creo que tiene usted razón, y también creo que las cosas no pueden seguir así mucho tiempo.
Darcy estiró la mano y acarició suavemente el marcador de páginas; luego tomó una decisión y sacó los hilos de seda del lugar donde reposaban. Fletcher enarcó las cejas con sorpresa.
—¿Un amuleto de la buena suerte, señor Darcy? —preguntó con incredulidad.
—Yo tampoco creo en embrujos, Fletcher —respondió Darcy—, pero en medio de este caos en que hemos caído, siento que necesito tener un punto de referencia, un lugar tranquilo donde reine la bondad y la razón. —Sostuvo los hilos en la palma de la mano—. Estos delicados hilos me recuerdan que sí existe un lugar así en el mundo.
—Y en realidad existe, señor —dijo Fletcher, asintiendo con gesto solemne.
—Esté atento a mi llamada, Fletcher. Nada de excursiones raras. —Se dirigió a la puerta—. Y voy a necesitar su ayuda en la biblioteca esta noche.
—¿En la biblioteca, señor Darcy? ¿Cómo el ayuda de cámara de lord…? —El rostro de Fletcher se iluminó con sorpresa y felicidad—. ¡Muy bien, señor!
La cena fue un asunto ligero, una absurda nave de frivolidad que flotó liviana sobre la ola dejada por la inquietante marea de repugnancia que se levantó a partir del descubrimiento del día anterior. Cuando miró alrededor de la gigantesca mesa de Sayre, Darcy volvió a sentirse impresionado por la superficialidad de sus acompañantes. Tras recuperarse del impacto producido por lo que habían encontrado en las piedras, olvidaron el asunto con la misma facilidad con que se olvida un chisme que se escucha en un corrillo. Darcy podía comprender esa actitud en Sayre y Trenholme. Ninguno de los dos quería que los demás pensaran más en el incidente y se dedicaron a distraer a sus invitados, trabajando en rara camaradería. Manning permaneció en una actitud un poco taciturna, pero a pesar de todas sus sombrías advertencias, no se abstuvo de intercambiar comentarios sarcásticos con los otros invitados sentados a la mesa. Era evidente que también había decidido renovar su coqueteo con lady Felicia, porque se le vio varias veces susurrándole al oído y recibiendo pequeños estímulos para continuar haciéndolo. Incluso la tímida señorita Avery sonreía, casi flirteando con Poole, que también gozaba de la atención de la señorita Farnsworth al otro lado. La única que mostraba una actitud reservada era lady Sylvanie.