Las puertas del comedor se abrieron de repente salvaron a Darcy de responder, porque toda la atención del salón se concentró en la entrada de Trenholme. Lady Sylvanie frunció el ceño con repulsión cuando ella y Darcy, al igual que el resto de los comensales, se dieron cuenta del estado en que el hombre se encontraba. No se había quitado todavía la ropa de montar y la chaqueta y el chaleco flotaban desabrochados a su alrededor. Aparentemente, había tratado de quitarse la corbata, pero con tan poco éxito que sólo logró aflojársela y ahora colgaba suelta de su cuello. Entró dando tumbos y estuvo a punto de caerse antes de llegar a su sitio entre lady Beatrice y lady Felicia, que arrastraron nerviosamente sus asientos para alejarse del fuerte olor a ginebra que despedía el hermano más joven de la casa.
—Pero eso no tiene importancia. —Lady Sylvanie recuperó la compostura y le sonrió a Darcy, pero no antes de que él alcanzara a ver una curiosa mirada, que estuvo tentado a creer que era producto de la satisfacción—. ¿Le causa curiosidad mi arpa, señor Darcy? Era de mi madre. Ella fue la que me enseñó a tocar y a cantar las canciones que usted ha oído esta noche. Pasamos muchas noches compartiendo la música y las historias de su pueblo. Ella era irlandesa, como usted sabe, y descendiente de reyes irlandeses. Era evidente que yo aprendiera su música.
—Sssíí, lo era —tronó Trenholme desde el otro lado de la mesa, sin vocalizar con claridad—. Irlandessa, quiero decir. ¡Tan irlandessa como que la hierba es verde, Darcy! Y todos los irlandesses son desscendientes de reyes, ya lo sabes. Sólo hay que arañarlos y todos tienen ssangre azul.
—¡Bev, estás borracho! —exclamó Sayre con disgusto.
—Tottalmente borrraccho, mi querido hermano. —Trenholme se puso de pie e hizo una reverencia, el movimiento le hizo perder el equilibrio y se volvió a desplomar sobre el asiento—. Y tú también lo esstarías, si… No, nno debo deccirlo… ¿Dónde esstaba? —Se acercó a lady Felicia, que hizo una mueca llena de confusión.
—Estabas haciendo el ridículo —dijo Manning de manera tajante— y lo estabas haciendo muy bien. Sayre, llama a su criado y mándalo a la cama antes de que diga alguna inconveniencia.
—Yo puedo deccir lo que quiera en mi propia cassa, Manning. Porque todavía es nuesstra cassa, ¿no es assí, Sayre? —Trenholme miró hacia el extremo de la mesa, tratando de fijar los ojos en su hermano.
—¡Cierra la boca, Bev! —le ordenó Sayre con expresión de alarma—. O juro que haré que los criados te saquen.
—Muy bien. Sácame a mí, pero quédate con essa pequeña medio irlandessa b…
—¡Trenholme! —Darcy se levantó del asiento con aspecto amenazante. No estaba dispuesto a tolerar mas desenfrenada descortesía que invadía Norwycke—. Cuida tu lengua. No permitiré que insultes más a tu hermana, no importa cómo…
—Her-manastra —lo corrigió Trenholme—. No lo olvidess, herman… —Se levantó tambaleándose—. Bueno, Sayre, esso te debe alegrar, ¿no? ¡La está de-fendiendo! —Se volvió hacia Darcy y le hizo señas de que se acercara—. Ella no lo necessita, ¿sabess? Pequeña b… Perdón, su sseñoría se puede cuidar ssola.
—Que parece ser más de lo que tú puedes hacer —Manning se levantó y se unió a Darcy—. Lady Sylvanie cuidó a Bella con más compasión que… detuvo y levantó la mirada al techo para contenerse—. Trenholme, me das asco; y si ésta es la forma en que nos vais a atender, juro que haré maletas con Bella y regresaré a Londres tan pronto como ella esté en condiciones.
—No es necesario llegar a ese extremo, Manning. —Sayre rompió el silencio que se formó tras la declaración del barón y después se dirigió a su hermano con tono enérgico—: Bev, no necesitamos tu compañía esta noche. Te sugiero firmemente que vayas a tu habitación y dejes que tu criado se ocupe de ti.
Trenholme miró a su hermano y a los invitados con una sonrisa desafiante hasta que llegó junto a su hermanastra; de repente su actitud se volvió sombría y llena de rabia. Al ver la reacción de Trenholme, Darcy se acercó más a lady Sylvanie. Cuando bajó la vista para mirar a la dama a la cara, en busca de una indicación sobre cómo podía ayudarla, Darcy vio que lady Sylvanie tenía otra vez esa mirada fiera e imperturbable y que observaba a su hermanastro con todo su poder. De repente, Trenholme se levantó y arrojó la servilleta al suelo.
—Os dejaré ssolos, entonces. Yo me conssidero eximido. ¡Hey, vosotros! —Les hizo señas a los criados—. Necesito vuestra ayuda. Creo que esstoy ebrio. —Pasó un brazo por el cuello del que estaba más cerca y apoyándose en él, salió dando tumbos.
El resto de la cena transcurrió en medio de esa artificialidad contenida que Darcy detestaba. No podía dejar de pensar en la manera tan ofensiva en que Trenholme había tratado a su hermano, a sus invitados y, especialmente, a lady Sylvanie; y tampoco podía dejar de preguntarse si eso tendría alguna relación con el infame asunto de las piedras. Las palabras dirigidas hacia lady Sylvanie habían sido de la naturaleza más cruel. A Darcy no le sorprendía que todo el mundo estuviese pensando en la escena de la que habían sido testigos, y como eso no ayudaba a entablar conversaciones interesantes, el buen humor de la velada se esfumó. Una vez que Trenholme se hubo marchado, lady Sylvanie volvió a adoptar su actitud de indiferencia, y a Darcy no se lo ocurrió nada que decirle que no pudiese considerarse como una invasión a su privacidad. Así que se limitó a observarla con admiración, mientras ella se comportaba como una reina durante el resto de la cena, ajena a las miradas de curiosidad que le lanzaban los otros invitados.
Cuando llegó la hora de que las damas se retiraran, Darcy se levantó y la ayudó a arrastrar el asiento. Ella no llevaba guantes esa noche, así que cuando posó su delicada mano sobre la de Darcy, él pudo sentir todo su calor y suavidad. La sensación fue muy agradable, pensó él, y la expresión de gratitud con que la dama se despidió fue muy gratificante. El caballero volvió a sentarse con una sonrisa que apenas pudo disimular, antes de que Sayre los llamara a todos a probar una de las mejores botellas de su cava.
—Me temo que no podemos retrasarnos mucho —siguió diciendo Sayre después de proponer un brindis y darle a su brandy un sorbo que se llevó buena parte del contenido del vaso—. Las damas quieren jugar a charadas y si queremos tener un poco de paz más tarde —agregó, haciendo un guiño—, debemos presentarnos en el salón sin mucho retraso. —Los caballeros gruñeron y se rieron, pero luego llenaron su tiempo con conversaciones insulsas y sin importancia. Una creciente impaciencia con la compañía que lo rodeaba hizo que Darcy se alejara hacia una de las ventanas, para observar como la luz de la luna iluminaba tenuemente el laberinto de setos naturales que había en el jardín. El juego de luz y sombra sobre la nieve le hizo pensar en un tablero de ajedrez que estuviera un poco torcido, clavado a la tierra aquí y allá por las esculturas del jardín. ¿Y qué pieza soy yo en ese tablero? Mientras se tomaba el brandy a sorbos pequeños, se apoderó de él la curiosidad de saber cómo estaría manejando lady Sylvanie el sutil examen al que seguramente estaba siendo sometida en el salón por parte de las damas. Tiró de la leontina y sacó su reloj de bolsillo. Otros cinco minutos serán sin duda suficientes para este obligatorio ritual masculino. Le dio otro sorbo a su copa y esta vez se concentró en disfrutar del fuego que se deslizaba por su garganta. No muy distinto al de la dama, pensó para sus adentros, frío y feroz. No necesitaba preocuparse por la forma en que lady Sylvanie se estaría defendiendo de las otras mujeres, pero ciertamente le habría gustado verla.