El pánico que había notado oprimiéndole el pecho durante la última media hora se desvaneció de repente, haciéndole sentir casi débil. Entonces alargó la mano y estrechó la de Dy con fuerza, con tanta fuerza, de hecho, que su amigo enarcó las cejas.
—Encantado de ayudarte, viejo amigo —le aseguró Dy, flexionando los dedos—. Ahora bien, ¿te veré en Drury Lane el jueves por la noche?
—Sí, Georgiana y yo vamos a ir.
—Entonces pasaré por tu palco durante el intermedio. Si no tenéis ningún compromiso, ¿puedo invitaros a cenar después?
—¡Eso sería espléndido! —Darcy sintió que su sensación de alivio crecía—. Pero debes saber que la señora Annesley también asistirá, si te parece bien.
—Claro, ¡la dama de compañía de la señorita Darcy! Sí, la buena señora Annesley será bienvenida. Nos ayudará a entretener a mi prima, que también formará parte del grupo. Una anciana encantadora, pero un poco sorda. —Witcher y un lacayo aparecieron con las cosas de lord Brougham y le ayudaron a ponérselas, mientras él y Darcy hablaban sobre el próximo torneo de ajedrez—. ¿Vas a competir, Fitz? —preguntó Brougham, poniéndose el sombrero de copa con garbosa elegancia sobre sus rizos rojos.
—No, este año me han pedido que actúe como juez otra vez.
—¡Qué lástima! ¡Me habría gustado verte derrotarlos! —Brougham avanzó hacia la puerta—. Oh, a propósito, Fitz —dijo, frunciendo el ceño y bajando tanto la voz, que Darcy tuvo que inclinarse para poder oírlo—, tú nunca le dijiste a Georgiana que fui yo quien escondió su muñeca cuando era una niña, ¿cierto?
—No —contestó Darcy, sorprendido al ver la expresión consternada de su amigo—. No lo hice. ¿Por qué?
—¡Bien! ¡Muy bien! ¡No lo hagas! ¡Adiós, Fitz! —Darcy cruzó la puerta a pesar del golpe de aire frío y observó a Dy mientras bajaba corriendo las escaleras.
—¿Cierro la puerta, señor? —preguntó el lacayo.
—Sí… sí. —Intrigado, Darcy dio media vuelta y regresó al calor de Erewile House.
—Mi querida Georgiana —dijo Caroline Bingley con voz ronca—, le ruego que se deje guiar por mí. —Hojeó la página de La Belle Assemble sobre la que estaban discutiendo—. Le aseguro que pensará de una forma muy distinta cuando sea presentada en sociedad y vea que todas las jóvenes llevan estos vestidos. ¡Es la moda! Cualquier otra cosa será motivo de comentarios desagradables.
Darcy levantó la vista de los naipes que Hurst acababa de repartirle y miró a la señorita Bingley con los ojos entrecerrados. ¿Caroline Bingley aconsejando a su hermana en la elección de la ropa para su presentación en sociedad? ¡De ninguna manera! Jugó una carta y se recostó contra el respaldo del asiento. Georgiana le dirigió una sonrisita a su anfitriona, pero una cierta tensión en su expresión, que sólo un hermano podía detectar, hizo que Darcy archivara enseguida las palabras de advertencia que ya estaba preparando. Su mirada volvió a concentrarse en los naipes que tenía en la mano, mientras esperaba que los otros participantes de la mesa terminaran de organizar sus cartas y aceptaran el desafío de su primera jugada. Hacía mucho tiempo que había abandonado la práctica de poner las cartas en orden; eso podía darle demasiada información a un oponente observador y, en su opinión, era una muestra de pereza mental.
—¡Ahí tienes! —Bingley arrojó su respuesta a la carta de Darcy con exasperación—. ¡Y puedes regodearte por tu triunfo! —La advertencia de Hurst de que guardara silencio no disminuyó el desaliento de Bingley por la mano que le había tocado; en lugar de eso, lo animó a mirar con resentimiento a su cuñado, haciendo que Darcy se preguntara qué le pasaría a su amigo. Hurst sacó una carta de su mano y, usándola a manera de pala, empujó el montón de cartas hacia Darcy.
—Interesante apertura, Darcy —refunfuñó, mientras Darcy recogía con sus largos dedos las cartas que había ganado y lanzaba su nueva jugada.
—Para Darcy es toda una ciencia ser «interesante» en la mesa de juego —se quejó Bingley, lamentándose por las cartas que le habían tocado—. Y, debo decir, que eso deja a todo el mundo en desventaja. —Suspirando, tomó una carta y la arrojó de manera descuidada encima de la de Darcy.
El caballero enarcó una ceja y miró a su amigo.
—¿Estás de mal humor, Charles? —Un triunfante «¡Ajá!», procedente de Hurst mientras tiraba su carta, impidió que Darcy oyera la respuesta de Bingley, pero, a juzgar por la expresión de su rostro, se cuido mucho de no volver a preguntar. Terminaron la partida en silencio, permitiendo que la conversación de las damas les sirviera de excusa para no hablar entre ellos.
—¿Cuándo sales para visitar a lord Sayre? —La súbita pregunta de Bingley suspendió la conversación del salón e hizo que la señorita Bingley se pusiera de pie.
—El próximo lunes —contestó Darcy, reuniendo sus cartas.
—Señor Darcy —comenzó a decir la señorita Bingley—, esto es bastante repentino, ¿no es así? No sabía que estaba usted a punto de marcharse. —Le lanzó una mirada a su hermano.
—Creo que podremos sobrevivir sin Darcy durante una semana, Caroline, en especial si él pretende ganar siempre a las cartas —contestó Charles. Luego se volvió hacia su amigo y dijo—: Pero es verdad que es un poco repentina esta idea de salir corriendo. Al menos, no me habías hablado hasta ahora de ello.
La señorita Bingley secundó las palabras de su hermano añadiendo:
—¿Cómo va hacer la señorita Darcy para seguir con sus actividades si usted la abandona?
—Mi tía, lady Matlock, acaba de regresar a la ciudad y se encargará de acompañar a Georgiana durante la semana que yo estaré fuera. —Darcy puso el montón de cartas sobre la mesa y, tomando el pequeño vaso de oporto que tenía a la derecha, le dio un sorbo y dejó que el dulce sabor del licor inundara su boca antes de continuar—: Mis primos también estarán pendientes de ella y mi amigo lord Brougham ha prometido hacer lo mismo. Nunca dejaría sola a Georgiana sin asegurarme antes de que va a estar bien.
La señorita Bingley palideció al oír el tono tajante de la última afirmación y regresó rápidamente a su revista de modas.
—Muy bien. —Bingley tosió y levantó las cartas—. Entonces, ¿continuamos? —Darcy asintió con la cabeza y tomó las cartas que Bingley le acababa de entregar. Su decisión de aceptar la invitación de lord Sayre a pasar varios días en el castillo de Norwycke parecía más bien repentina e insólita, pero a pesar de todo, Darcy sabía que su asistencia era esencial.