—¿Cenas conmigo en Grenier's?
—Agradezco tu invitación, Bingley, pero debo quedarme en casa. Mañana tengo una agenda llena de citas que atender. ¿Qué te parece una cena en Erewile House mañana por la noche?
—¡Espléndido!, como diría sir William Lucas. —Bingley se rió entre dientes y luego se puso serio—. Darcy, estoy pensando en hacer una oferta por Netherfield.
—¿Una oferta? Es un poco prematuro, ¿no crees?
—Pensé que Netherfield tenía tu aprobación.
—Sí, está bastante bien —dijo Darcy, midiendo sus palabras con cuidado—, pero yo no te aconsejaría comprarlo, al menos no todavía. Esta ha sido tu primera experiencia de la vida en el campo. Te ha resultado agradable. Pero creo que debo recordarte que tus hermanas no se llevan la misma impresión.
—¡Ah, Caroline! —replicó Bingley en tono peyorativo—. Sólo algo tan magnífico como Pemberley la dejaría satisfecha, e incluso si yo tuviera la oportunidad de tener una propiedad así, los dos sabemos que no estoy preparado para eso. ¡Netherfield es perfecto!
—Tal vez. Sin embargo, no me parece prudente apresurarse. ¿Tienes un contrato de alquiler por un año? Tómate ese año. Hertfordshire no es el único condado de Inglaterra.
El carruaje disminuyó la marcha a medida que se iba aproximando al peaje de Highgate. Como el bullicio del peaje no estimulaba la conversación, Darcy se recostó entre las sombras, mientras observaba a su amigo con disimulo. Bingley tenía el ceño fruncido, en un extraño gesto que indicaba un súbito desconcierto. No obstante, cuando el coche comenzó a avanzar hacia Mayfair, ya parecía haberse librado de su inquietud.
—Espero que no tengas que pasar todo el tiempo ocupado en asuntos de negocios, antes de regresar a Derbyshire.
—No todo el tiempo, no. Tengo la placentera tarea de buscar regalos de Navidad para Georgiana. También haré alguna visita a mi club.
—Claro, pero ¿qué hay de cosas divertidas como… una obra de teatro o una visita a St. Martin's? Oí que Belcher se va a enfrentar a Cribb y, después de lidiar con un recién llegado, a un tipo de Bélgica. Bléret, creo. —Bingley no se dio por vencido al ver que Darcy se limitaba a encogerse de hombros—. La Catalani se va a presentar en casa de lady Melbourne; con seguridad ya habrás terminado de hacer cuentas para entonces, ¿no?
—Estás muy bien informado, Charles —contestó Darcy secamente, y su voz adquirió de repente un inexplicable tono de irritación—. Por favor, deja tus recomendaciones a Hinchcliffe, y trataré de complacerte tantas veces como pueda.
—¡Tu secretario! Oh, no me atrevería. Creo que no me cuento entre sus favoritos, Darcy.
—¿Acaso Hinchcliffe ha sido impertinente contigo? Lo lamento mucho.
—No te disculpes. —Bingley sonrió al ver la turbación de su amigo—. Sé lo valioso que es Hinchcliffe para ti. Tanto él como Fletcher son muy admirados, ya lo sabes. De hecho, he oído a varios caballeros entre nuestras amistades lamentándose por no haber podido quitarte ni al uno ni al otro. ¡Qué maravilla de lealtad!
Darcy frunció el ceño con expresión culpable al oír las palabras de Bingley y miró por la ventana. El coche entró en Grosvenor Square y se detuvo con suavidad frente a Erewile House.
—Además, probablemente es un gran honor ser despreciado por Hinchcliffe. Por otro lado, si él alguna vez descubre que fui yo quien lo ha delatado, me negará los servicios del sobrino que está instruyendo. Así que no digas nada, te lo ruego.
Darcy soltó un gruñido en señal de aceptación y comenzó a organizar su maletín de viaje para que lo introdujeran en la casa. Un lacayo abrió la puerta del coche. Tras él, con una lámpara en la mano, estaba el venerable mayordomo de Erewile House, con una expresión que reflejaba una mezcla de alivio y deferencia.
—Señor Darcy. ¡Qué alegría tenerlo en casa!
—Gracias, Witcher —respondió Darcy al bajar del coche—, pero usted no debería estar aquí con este frío, buen hombre.
—Gracias, señor, pero la señora Witcher estaba tan segura de que el tiempo empeoraría antes de que usted llegara, que sólo se quedará tranquila si yo le digo que usted está bien.
—Entonces quiero que vaya y le informe enseguida de que he llegado bien. El lacayo puede ocuparse de lo que se necesite. —Darcy se volvió hacia la puerta del coche—. Bingley, no te retrasaré más. ¿Mañana a las ocho?
—A las ocho.
Darcy asintió con la cabeza y el lacayo cerró la portezuela. Subió las escaleras mientras el coche de Bingley arrancaba y en segundos entró en el cálido y acogedor vestíbulo de su casa de Londres.
—Discúlpeme, señor, pero el señor Fletcher desea saber si usted quiere tomar un baño antes de cenar. —Witcher se le acercó desde atrás para ayudarlo a quitarse la chaqueta, el sombrero y los guantes—. Monsieur Jules pide permiso para informarle de que la cena estará lista dentro de una hora, si usted así lo desea, y un buen ponche caliente va camino de la biblioteca en este mismo instante.
Ah, sí, es estupendo estar en casa, pensó Darcy sintiéndose agotado.
—Puede decirle a Fletcher que un baño es una excelente idea. Y la cena en hora y media me complacería enormemente.
—Muy bien, señor. ¿Y el ponche, señor?
—Ya voy para la biblioteca. Gracias, Witcher.
—Señor Darcy. —Witcher se inclinó mientras su amo comenzaba a subir las escaleras hacia su refugio. Al entrar, Darcy encontró el fuego ardiendo en la chimenea y el ponche prometido en una bandeja al lado de su sillón favorito. Una rápida mirada a la bruñida tapa de su escritorio dejó ver su libro de citas y la correspondencia cuidadosamente organizada y anotada con la clara letra de Hinchcliffe. Sus libros ya habían sido desempaquetados y reposaban en espera de su atención sobre el estante reservado a lo que estaba leyendo en el momento.