Tan pronto como los labios de Davi chocaron con los suyos, Sei sintió que un repentino rayo le golpeaba y el calor familiar cortó con fuerza el oscuro manto que le envolvía. La suave y cálida sensación que sentía en sus labios era semejante a una poderosa flecha que un cierto ángel le clavó en el corazón, atravesando sin esfuerzo las tinieblas que cubrían su mente y su corazón.
Los ojos de Sei, que hace un momento estaban llenos de oscuridad, cambiaron lentamente, como si las ominosas y estruendosas nubes apocalípticas fueran de repente absorbidas por una poderosa diosa en el cielo. Aunque la rabia y la ira aún llenaban sus ojos, su estado demoníaco parecía haber desaparecido y ahora sólo era un humano enfurecido y no un demonio enfurecido.