Golpeé mis mejillas y tallé mis párpados. Odiaba que la visión se me nublara por el cansancio, no podía dormirme, aún a pesar de que por un par de horas no había ocurrido nada extraño en las cámaras. O al menos nada fuera de lo normal en la entrada uno y dos.
Tomé un poco de la botella de agua que Rojo había traído para mí, y lancé un largo suspiro en tanto me arrimaba sobre el escritorio para revisar cada pantalla frente a mí.
Rojo estaba en el pasadizo que llevaba a la primera entrada del búnker, él estaba en compañía de verde 16, ambos recorriendo y revisando al rededor— seguramente él con sus parpados cerrados.
Contemplé un poco sus figuras, la delgada estructura del cuerpo de ella, y la tosca figura de Rojo, derramando imponencia a un atravesó de las cámaras, mientras sus dedos tocaban las paredes a las que se acercaba. Ambos llevaban horas revisando sin detenerse— mejor dicho solo él, porque hasta donde supe por Rossi, ella no tenía visión termodinámica. Y él no solo revisaba las paredes, también revisaban el techo y las ventilaciones en ellos: seguramente buscando una salida para nosotros tres. Él, yo y Verde 16.
Podía imaginarme la razón por la que quería tenerla con nosotros, porque sabía que ellos la utilizarían, la degastarían en sangre y debilitarían. Y eso era algo que ella no se lo merecía.
Apostaba a que había pasado sufrimiento al igual que Rojo. Ella era adulta, su tensión, aunque no se acumulaba con mayor facilidad como en Rojo, se acumulaba también en su cuerpo, en cantidades menores. No quería imaginar lo que le hicieron antes de emparejarla en este bunker con otro experimento. Aunque quería pensar que jamás la tocaron, con la tensión en ellos era muy poca, con ejercitarse un par de horas bastaba, tal vez.
Por otro lado, no quería dejar a Rossi ni a Adam encerrados aquí, dejarlos a su suerte, a la merced de los experimentos y que al final murieran, sin intentar ayudarlos. No me parecía nada bueno, eso le dije a Rojo, dejar a dos personas aquí era inhumano.
Por mucho que desconfiara de ellos, que saliéramos del bunker solo nosotros tres para sobrevivir, se sentía egoísta. Cruel. Y a pesar de que Rojo no estaba de acuerdo en mi petición, aceptó hacerlo. Si estos monstruos no se iban de las entradas externas para cuando el combustible bajara a más de la mitad, entonces buscaríamos una salida, todos justos.
Solté una exhalación y dejé de seguir a Rojo y a Verde 16 — quien parecía estarle diciendo algo a él por la manera en que giraba su rostro y movía sus labios—, para revisar los dos primeros televisores.
Tres experimentos estaban delante de la primera entrada, antes estaba segura de que eran cinco, pero si esos que faltaban ya no estaban quería decir que se habían rendido, ¿no? Tal vez se marcharon cuando ese experimento de larga cola reptil se acercó tanto a la enorme puerta metálica que se electrocutó. Podría ser eso, imaginándose que no habría forma de entrar al bunker.
Ojala fuera eso.
Sentía que los monstruos de la segunda entrada no se irían, no nos permitirían salir del laboratorio. Como sucedió en el comedor donde la única salida y donde nos tendieron una trama.
El derrumbe de los elevadores, ¿cómo sucedió eso? Si lo pensaba mejor, para haber sido un error de las personas desesperadas y aterradas por salir, era casi imposible. Creo que los experimentos mismos provocaron el derrumbe, igual que el bloqueo de varios pasillos que nos llevaron al comedor.
Exacto.
Todo tenía relación, querían matarnos, los experimentos querían matarnos.
Saqué el arma de la funda del cinturón— ese cinturón que nos habían dado desde la base— y revisé las balas, todo con tal de no quedarme dormida.
Conté las balas una vez sacado del tambor del arma, y las acomodé nuevamente. Era curioso que supiera utilizar un arma, conociera cada pequeña parte de esta, y sentirla tan familiar con ansias de dispararla. Rojo también tenía un arma, le dieron una antes de salir de la base, quería saber cuándo fue que aprendió a utilizarla.
Un extraño golpe hueco en el pasillo, logró torcerme el rostro en dirección al umbral. Me levanté de la silla, seguramente era Rojo o Rossi, o tal vez la enfermera que desde que Rojo despertó no había vuelto a ver.
Caminé en esa dirección hasta que mis manos tocaron la madera del marco de la puerta para inclinar un poco mi cuerpo hacia adelante y sacar la cabeza a un pasillo... Vacío.
Los lados estaban sombríos, apenas la luz de emergencia a varios metros de mi estadía, alumbraba algunas zonas, pero no había nadie. Tal vez era Rojo en algún pasillo cercano, quizás, ya que había tanto silencio que hasta un grito chillón de más de diez metros, podría llegar hasta mí, recorriendo los pasadizos en ecos escalofriantes.
Ese pensamiento se hizo añicos cuando volteé en dirección a las pantallas y vi a Rojo revisando la primera entrada, la cual estaba prácticamente a muchos metros de mí... Bien, no debía alterarme, apostaba a que era Adam o la enfermera verde, uno de ellos dos.
Respiré profundamente.
Caminé de vuelta a la silla, y tan solo mis dedos tocaron el respaldo de esta, todo mi cuerpo se estremeció con una rotunda fuerza que me dejó inmóvil. Con la vista clavada en las pantallas cuyas imágenes se distorsionaron como si las señales de las cámaras estuvieran fallando, mis oídos siguieron hundidos en esos golpes huecos que provenía de alguna parte del pasillo. Un sonido largo y creciente.
Con las rodillas temblorosas, y mis piernas de gelatina, me obligué a reaccionar, a moverme y girar nuevamente con el corazón retumbando en la garganta a punto de ser escupido. Envié la mirada a revisar a todos lados del pasadizo— hasta donde pude ver—, estaban completamente vacíos. Pero estaba segura de que el sonido se había escuchado fuerte y claro... Como si hubiese pasado detrás de mí.
— ¿Rojo? —me animé a preguntar, aferrando mis crispados dedos a la madera del marco—. ¿Quién está ahí?
Un silencio escalofriante me bañó entera, ni siquiera mi voz había recorrido un poco del pasillo y eso me desconcierto. Seguí revisando, y desconfiando sé que estuvieran vacíos, regrese al escritorio para tomar el arma entre mis ansiosas manos y volver a la puerta.
Alguien debía de ser, que se escuchara un golpe podía dejarlo pasar, pero dos y con gran caridad cerca de donde me encontraba, ya era para dudar.
— ¿Rossi?— musité su nombre entre el abominable silencio, y no hubo respuesta.
No la que esperaba cuando al entornar la mirada a mi derecha...
Una sombra grande y de ancha figura varonil, me hizo pegar un salto del terrible miedo y golpearme la espalda con el marco de la puerta.
— ¿Esta todo en orden? — preguntó entre las tinieblas. Su rostro fue iluminado un instante por la luz de emergencia, y un instante fue suficiente para encontrar sus orbes marrones fijos en mí. El miedo cesó inmediatamente y el recuerdo de lo que sucedió en la habitación llegó a mí cuando reconocía la manera endurecida en la que me miraba.
Incomodidad, eso fue lo primero que sentí. ¿Qué estaba haciendo aquí? Pensé que iría descansar porque hasta donde sabía, él tomaría el siguiente turno, y faltaban horas para eso...Mis músculos se tensaron y mi corazón amenazó con sentirse culpable cuando él empezó a terminar con la distancia que nos separaba, dejándome ver una enorme caja entre sus manos repleta de todo tipo de alimentos.
— ¿T-tu hiciste ese ruido?
— ¿Cual ruido? —inquirió pero sin desvanecer esa mirada, aún a pesar de que revisó el interior de la oficina de seguridad—. ¿Dónde está ese experimento? —escupió, volviendo a clavar sus orbes sobre mí, con una mayor intensidad.
—Revisando las entradas—respondí de inmediato, tratando de ignorarlo, deseando que por nada del mundo soltara algo relacionado a lo que sucedió en la habitación—. ¿No escuchaste nada extraño? —retomé la pregunta, desviando la mirada detrás de él para revisar el largo pasillo—. Escuché unos golpes cercas.
Hizo una mueca y antes de responder, revisó los mismos lados que yo había hecho, no encontrando más que sombras y silencio.
—Debió ser Rossi.
—Pero ella está dormida—repuse, definitivamente ella no había sido—. Tal vez la enfermera...
Me detuve, recordando que ella estaba con Rojo y que si todo oscureció era obvio que no se apartaría de él.
—Debió ser ese enfermero, los ruidos aquí se escuchan fácilmente.
Fácilmente... Esa palabra fue pronunciada con un recelo que me hizo tragar con nerviosismo y formar una mueca inquietante y confusa en los labios. Oh Dios. ¿Qué significaba eso? ¿Nos había espiado después de que abandonó la habitación? ¿O en verdad los ruidos se escuchaban con claridad por aquí a pesar de la lejanía?
No, no... la oficina de seguridad estaba a pasillos de la habitación en la que Rojo y yo hicimos el amor. Algo me decía que nos espió, o ya se lo imaginaba, después de todo sabía que debía bajarle la atención a Rojo, y sabía, que tenía los condones. Solo pensar en eso me llenó de pavor el cuerpo, ¿intentaría lastimar a Rojo? ¿Le haría algo?
—No lo creo, si fuera él estaría con nosotros entonces—comenté tratando de no alarmarme, algo que él no le tomó mucha importancia.
— ¿Se ha ido algún experimento, Pym? — Pestañeé saliendo de mi transe, viendo cómo se adentraba al cuarto, rumbo al escritorio donde estaban las pantallas que empezó a observar.
Retuve el aliento solo por un segundo para soltarlo de golpe.
—Sí, dos dejaron la segunda entrada— informé, sin moverme de la entrada, lanzando una mirada al rededor, todavía insegura.
Me acerqué un poco a él pero no lo suficiente, solo para poder mirar las pantallas, y buscar a Rojo. Él había pasado de estar de la primera entrada, a otro pasillo un poco más lejano, parecía observar algo en el techo. No era la primera vez que lo veía observar la estructura, antes también lo hizo, después de dar dos vueltas en todo el bunker, dando unas visitas muy cortas y amorosas al cuarto de seguridad...
Adam se movió, su brazo se estiró al lado derecho del escritorio y alcanzó una pluma y una libreta donde empezó a escribir.
—Es importante que hagas las anotaciones—Eso me hizo hundir el entrecejo, ¿por qué anotaciones? —, ¿Rossi no te lo dijo?
—No, solo que cualquier detalle extraño lo notificara— recordé las palabras que Rossi me había dicho antes de dejarnos a Rojo y a mí aquí.
—Sí, pero el resto debes anotarlo— exhaló las palabras terminando de escribir algo en la libreta—. Si ellos tratan de tocar la entrada, si otro experimento se fue o apareció uno más, todo eso es importante... No sabemos lo que estos malnacidos intentarán hacer.
Eso era lo que más temía, porque sabía que ellos intentarían hacer alguna otra cosa. Porque, ¿cuánto nos dudaría las pocas baterías que restaban? Rossi dijo unos meses, estoy segura que los experimentos no querrán esperar todo ese tiempo para asesinarlos, tampoco se van a ir y dejarnos en paz. Oh no, ellos intentarían buscar otra forma de entrar aquí.
—A parte de las puertas— pausé para preguntar—, ¿hay otra forma de salir de aquí?
Tenía la inquietud de saber la respuesta, pero me abrume cuando aquel brazo que se había estirado antes de mi pregunta para depositar la libreta y el bolígrafo en su lugar, paró a la mitad del camino. Mi pregunta le había sorprendido... y entonces, eso estaba afirmándome de la peor forma.
—Si lo supiera, Pym, desde cuando que nos marcharíamos— pronunció secamente, incorporando su espalda y levantando un poco más la cabeza—. Las tuberías de ventilación eran una opción, pero solo un niño podría entrar por ahí— agregó. Apreté mis labios, sintiendo esa opresión ansiosa en el pecho.
Entonces esa era la única salida, esperar... aquí, hasta que el combustible se terminara. Teníamos cartuchos y armas, pero no suficientes hombres con armas, solo éramos nosotros contra todos esos experimentos con garras, colmillos y tentáculos. Seguramente Rojo ya sabía que no existía otra salida. ¿Qué haríamos después de que se terminara el combustible? No íbamos a vencerlos, no saldríamos con vida si un milagro no ocurría cuanto antes.
No dije nada, solo le seguí con la mirada, viendo como reacomodaba loa objetos en su lugar y daba una corta mirada a los televisores sobre todo al que mostraba a Rojo.
—Por lo menos tu experimento está revisando— soltó espesamente atrayendo mi mirada a ese par de orbes que ahora estaban viéndome con una clase de decepción que no pude ignorar, una decepción tan incómoda y pesada que me hizo poner mala cara ¿Iba a empezar con lo que dejamos en la habitación después de aclarar que no había otra salida?
Respiró profundo, inflando su pecho, haciendo que sus abdominales se marcaran un poco debajo de la camiseta que llevaba puesta. Por ese segundo sentí que iba a decir algo más, algo referente a Rojo, darle continuación al tema, y solo pensar en eso hizo que mis puños se apretaran.
—Dime— empezó apretando la caja contra su estómago, dejándome atenta y preocupada a la vez, temerosa de lo que preguntaría—, ¿realmente lo quieres?
Su voz se escuchó forzada, casi como si tratada de impedir que la pregunta saliera escupida. Por otro lado, mi voz se había escapado de mi garganta, esa era una inesperada pregunta que sabía que si respondía llevaría a un tema que no quería tocar con él.
— ¿Qué sucederá cuando recuerdes? —Ni siquiera esperó a que respondiera la pregunta atención, mucho menos esa, cuando agregó otra—. ¿Seguirás queriéndolo, Pym? ¿O sentirás algo por mí?
Mis parpados se abrieron con impaciencia, lamí mis labios nerviosamente y miré hacía las cámaras. ¿En serio tenía que darle una respuesta después de lo que hizo en la habitación? Aunque tampoco lo sabía, para ser franca, ansiaba recordarlo todo, pero también, estaba asustada por lo que sucedería al recuperar todos mis recuerdos.
— ¿En serio tengo que responderte? —respondí con otra pregunta.
—No, solo me gustaría que pensaras cuidadosamente en lo que harás.
Y eso, solo escuchar eso me hizo estirar una sonrisa impresionada y molesta. No podía estar hablando en serio, mucho menos ahora.
— ¿En lo que haré? —repetí, sintiéndome un poco exaltada—. Suenas como si estuviese a punto de cometer suicidio, Adam.
Arqueó una ceja solo por ese momento, para después apretar los dientes y rotar la mirada, malhumorado, molesto.
—Que difícil eres, al menos eso no ha cambiado de ti—quejó, sus palabras hicieron que formara una mueca, y no era mi culpa, él era el que no estaba siendo claro con las palabras—. Si no hubieras ido en primer lugar al área roja...—pausó negando con la cabeza, arrepintiéndose de decir aquello que solo me hizo recordar algo importante, algo que siempre había querido saber—. Si vieras obedecido mis órdenes todavía recordarías todo.
— ¿Para qué fui al área roja en primer lugar? —Esa era la pregunta que desde la base había estado golpeándome la cabeza, y solo por una u otra maldita cosa que sucedía siempre entre nosotros o a nuestro alrededor, no podía hacerla. Este era el momento —. Me dijiste que lo sabías, ¿no?
Sus labios permanecieron abiertos, ese rostro de facciones marcadas ladeado y ese par de orbes contraídos con frustración, hubo algo en esa mirada que me hizo saber que la razón por la que fui al área era algo que él no quería recordar.
— ¿Y crees que te voy a responder? —casi exclamó la pregunta, mostrando su rabia, apretando sus puños alrededor de la caja—. Eso es algo que tú tienes que recordar por tu propia cuenta, ¿no fue eso lo que dijiste?
Por mi propia cuenta. Claro que sí, deseaba recordarlo por mi propia cuenta, y tal vez estaba contradiciéndome a lo que le grité en la habitación, pero esa duda estaba torturándome, tenía que ver con la perdida de mis recuerdos y él conocía la razón. Lo único que hasta ahora había podido recordar era una sombra patética de una pareja borrosa que no reconocía, y desde entonces, no había recordado nada más.
Una razón por la que fui al área roja, ¿cuál podría ser? Rojo era de esa área. Un momento... Rojo. ¿Fui por Rojo?
—Olvídalo. En cuatro horas más estaré cubriéndote, así que no olvides anotar cada movimiento e informarnos de cualquier cosa extraña hasta que vuelva.
Cuando lo vi de vuelta al umbral con la intención de irse después de dar aquel aviso, mi garganta ardió, mis cuerdas vocales empezaron na temblar y esa pregunta salió disparada de mis labios antes de que lo viera desaparecer de mi vista.
— ¿Fue por Rojo?
Se detuvo en seco, apenas podía ver su perfil, esa mirada en blanco clavada sobre el asfalto, y esos dientes apretados. Estaba siendo egoísta, y cruel, lo sabía, preguntarle sobre él a alguien que fue mi pareja, a alguien que terminé olvidando, era doloroso, pero no podía evitarlo... Esto no.
La razón por la que perdí mis recuerdos, tenía que saberla de una vez por todas.
— ¿Fui al área por Rojo? —mi voz amenazó con temblar.
Y si fui al área por él, ¿era para liberarlo de la incubadora? ¿Quería salvarlo? ¿Quería traerlo con nosotros?
—No quiero que me preguntes sobre él, Pym. Nunca más—siseó, sin más, volviendo a retomar sus duros pasos para desaparecer de mi vista, marcando un sonido agudo que se amortiguaba conforme avanzaba y se alejaba del pasillo.
(...)
Llevaba un largo tiempo pensando en Adam, en lo que dijo, en su advertencia que me había atemorizado y callado por la forma tan severa en que lo soltó. Reconocí lo mucho que lo había molestado, y solo ver su reacción y recordar la de la base, me hizo pensar en la gran probabilidad de que yo había ido al área por Rojo.
Sí había sido así, afirmaba muchas de las dudas que tenía respecto a la forma en que mis manos, cuando lo tocaban, le reconocían. O mis labios, que aunque al principio su beso me sorprendió, después, sentí ese sabor familiar. ¿Cómo no se me había ocurrido preguntarle a Rojo si antes nos habíamos besado? ¿O sí había pasado algo entre nosotros? Aunque lo creí algo dudoso porque de ser así él ya me lo habría dicho, ¿no?
No. La familiaridad que sentí con sus labios era real y clara.
Ahogué un gruñido y decidí salir de mis pensamientos revueltos. Era un dolor de cabeza pensar y pensar en vez de preguntar. Se lo preguntaría cuando terminara de revisar, por ahora, pensar en todo por horas, era suficiente, tenía que concentrarme en los experimentos.
Regresé la mirada a las pantallas. No estaba segura cuanto tiempo pasó desde que Adam se fue y todos esos experimentos, a excepción de los de la entraba externa B, habían dejado de observar la entrada para sentarse, incluso uno de ellos se recostó en el suelo a centímetros de que su cabeza tocara la puerta. Un poco más y se electrocutaría.
Era impresionante e intrigante ver que muchas de sus acciones en este momento eran las típicas que haría una persona, si no tuviera ese aspecto deforme y el canibalismo. Rojo se comportaba de esa misma manera, siempre y cuando no le diera hambre. El hambre que ellos sentían, si no era saciado los hacía enloquecer, luego de comer, volvían a comportarse racional.
Ahora que lo pensaba, habían pasado muchas horas desde que Rojo se arrancó el parasito, sí él estuviera infectado aún, desde cuanto que empezarían a salirle otra vez los tentáculos, o sentir hambre por carne humana.
Lo busqué entre las pantallas, y cuando lo encontré y supe a dónde se dirigía con determinación, mi corazón dio un vuelco y volvió con un pulso rotundamente acelerado sintiendo ese florecimiento de calor en mi pecho y ese nerviosismo recorrer el resto de mi cuerpo de forma abrumadora.
Vaya. Ni siquiera lo tenía frente a frente y mi cuerpo ya estaba reaccionando de esta inquietante y emocionante manera al saber que venía a la oficina de seguridad... Venía hacía mí.
Al fin calmaría mis dudas.
Me removí en mi lugar ansiosamente sin dejar de ver las pantallas en busca de él, se sentía extraña esta emoción, incontrolable, como mi cuerpo empezaba a descontrolarse cada segundo más y más en que restaba para que él llegara aquí. Eso y la forma en que mis manos sudaban inapropiadamente, me perturbaban mucho. Sabía bien que no era solo porque podría preguntarle, sino porque lo vería, lo tendría junto a mí otra vez.
Por Dios. ¿Qué era este desastre? Me sentía como una niñita a punto de preguntarle a su primer amor si quería ser mi pareja, era algo ridículo sentirme tan ansiosa y necesitada de su presencia.
Creo que mis hormonas enloquecían por sus feromonas... pero las feromonas actuaban cuando tenías a la persona de frente, no desde un televisor.
Acomodé algunos mechones de cabello y me restregué las manos, mi corazón saltó y se aceleró cuando en ese instante, unos pasos se escucharon desde el pasillo, unos que no se fundieron en el silenció, y cada vez más, eran cercanos.
Y entonces se detuvieron, y no hacía falta voltear para saber que él estaba ahí, bajo el umbral, observándome, porque hasta mi cuerpo era capaz de sentir la intensidad de su mirada, como aquella vez en el área roja, cuando me di cuenta que él me observaba desde su incubadora.
— ¿Lo escuchaste?
Volví a tragar y giré la silla de ruedas para poder verlo, un poco confundida con su pregunta. Su cuerpo estaba justo ahí, debajo del marco con una de sus manos aferrándose a este mismo, con su rostro un poco ladeado y esa frente levemente arrugada. Estudié su pregunta, preguntándome a qué se refería.
— Los golpes en el techo, ¿escuchaste?— aclaró más la pregunta al ver que no respondí.
No estaba segura si habían sido golpes en el techo, pero si escuché ruidos extraños en el pasillo.
—Sí... en este pasillo. ¿Dónde escuchaste los golpes? — continué, sin saber muy bien si levantarme de la silla o quedarme sentada. Me quedé sentada, contemplándolo en su silencio, sintiendo como mi corazón al fin se aliviaba, se tranquilizaba.
—En el techo de uno de los pasillos— replicó algo inseguro, abrumándome la forma en que se retiró de la puerta y se encaminó con la misma inseguridad a las pantallas—, y no fue la primera vez, cuando recién fui a revisar las entradas, Verde 16y yo escuchamos el primer golpe.
Una aterradora idea chocando contra mi cabeza, espantó todo rastro de emoción por su presencia. Conforme las horas habían pasado, cuatro de esos experimentos que vigilaban el bunker, se fueron, pero, ¿a dónde habían ido realmente? ¿Los ruidos tenían algo que ver con ellos?
No, deseaba que no tuvieran nada que ver con los golpes.
— ¿C-crees que intenten agujerar el techo?— tuve miedo de preguntar, más de saber su respuesta, y mucho más miedo tendría si lo que imaginaba era cierto. Pero todo el bunker estaba protegido, cualquier toque desde el exterior, se soltaran descargas eléctricas, ¿no?
Eso dijo Rossi.
Me giré frente al escritorio para ver lo que observaba. Pantalla por pantalla hasta detenerse en una en específico que mostraba el pequeño sótano del bunker donde se guardaban cajas de comida como la que Adam tenía, y donde se encontraba la máquina del combustible, que brindaba la energía a todo este lugar, incluyendo al sistema de protección.
— No tengo idea, dijeron que era impenetrable, que el bunker tenía un material muy resistente, impenetrable— Se mordió su labio inferior con sus colmillos en tanto evaluaban las imágenes que proyectaba el resto de televisores.
Hasta ese momento caí en cuenta de algo más... trágico y preocupante. Sí Rojo ya no tenía el parasito, y los colmillos le habían salido a causa de esta, ¿no debían caerse también?
Los colmillos eran los que infectaban con una mordida a otra persona. Si aún tenía sus colmillos, ¿quería decir que si mordía, trasmitía la infección?
Eso no me importaba, lo que me importaba era saber si Rojo seguía o no, infectado... Si la perduración de esos colmillos significaba algo malo.
Se me oprimió el pecho al pensarlo, y sentí esa congestión perturbadora en mi corazón. Solo pensar que lo podría perder porque él intentaría arrancarse el parasito otra vez, construía un nudo en mi garganta uno que engatusaba mis cuerdas bucales.
— Pero sé que están intentando entrar de otra forma. No son tontos, son inteligentes— Entornó su rostro en mi dirección, descubriendo que contemplaba sus colmillos con pesadumbre. Y cuando vi que el rostro le cambió a causa del mío, quité la mirada de sus labios y la deposité en alguna otra parte sintiendo enseguida ese ambiente tan pesado sobre nosotros.
— Deberíamos avisar a los demás de los ruidos en el techo— acallé el silencio, y cuando quise levantarme con la tonta idea de ir al baño solo para romper el entorno que yo había provocado, su mano me tomó de la muleca y esos dedos apretándome tiraron de mí.
Sorprendida por su fuerza, sus manos me tomaron de la cintura y me cargaron para colocarme sobre el escritorio, pero ahí no terminaron sus voraces movimientos. Cuando me sentó firmemente, con sutileza encontró un lugar entre mis piernas para acercarse a mi cuerpo, y mientras una de sus manos rodeaba mi cintura con fervor para pegarme a su pecho, la otra se adueñaba suavemente de mi mejilla izquierda.
Estaba en shock, sosegada por lo rápido que había sido, dejando una sensación de cosquillas por todo mi cuerpo. Se inclinó y ladeó su rostro para quedar tan cerca de mí que su respiración era capaz de abrazarme el rostro.
— Mis colmillos te molestan.
Su voz exploró mi cuerpo en tonos graves y roncos que me estremeció.
— No...— respondí en un suspiro entrecortado. Estaría bien para mí verlo con colmillos si solo no vinieran del parasito—. Pero me preocupan— aclaré mirando hacia el cinturón de sus pantalones—. Dijeron que los colmillos desaparecerían una vez desinfectado tu cuerpo.
Eso dijo la perra infeliz de Michelle el día en que se insinuó a Rojo. Rossi nunca lo mencionó, pero tanto Rossi como Michelle eran examinadoras y habían curado otros experimentos, así que no podía empezar a preguntarme si lo que Michelle dijo, era cierto o no...
Estaba inquieta. Sobre todo asustada, no de él, sino de lo que podría acontecer.
— Que de los colmillos se infecta a otros— agregué débilmente.
— También me preocupan, pero no he sentido hambre o deseos de probar carne otra vez— confesó cabizbajo, y al no decir nada, levantó sus orbes permaneciendo en esa posición para estremecerme con la profunda penetración de su color —. ¿Temes que siga contaminado? — su voz ronca y grave recorrió cada pulgada de mis nervios, sus labios casi se sintieron rozando la piel de mi quijada—. ¿O temes qué te infecté?
No, pero claro que no era eso.
Alcé la mirada, encontrándome frente a frente con la suya, esos penetrantes orbes que me removían el alma. Era imposible tratar de ocultarle mi temor cuando me observaba de esa manera.
— Tengo miedo de que te vuelvas a infectar. No quiero perderte—confesé, sintiendo como ese nudo apretujara mi voz. No espere a que, de un segundo a otro, su frente se juntara con la mía y su nariz me rozara el puente.
Definitivamente, no quería perderlo.
— No más miedo del que tengo de no ser capaz de protegerte, Pym— soltó, desvaneciendo su mirada de la mía, ocultándola debajo de sus parpados un momento para respirar y suspirar:—. Quiero sacarte de aquí, llevarte lejos, tenerte a salvo. Hacerte feliz. Pero siento que con cada paso que doy terminaré perdiéndote.
— No lo harás...— Las palabras desbordaron rápidamente de mis labios. No había pensado en nada más que en él, solo hasta que dije aquello que me hizo pensar en Adam y en los recuerdos que perdí. Me hizo pensar en el miedo que tenía de que algo cambiará hacía Rojo, y de que recordara algo que tal vez... ya no quería recordar.
— No me lo permitiré — aclaró en una espesa tonada que crepitó en mi pecho—. No me permitiré perderte.
Eso me hizo sonreír, sin embargo, fue una sonrisa que apenas toco mis labios cuando los suyos se apoderaron de ellos en una profunda y sentimental unión que nos hizo suspirar al unísono. Correspondí rodeando su cuello con mis brazos, y sintiendo como él me estrechaba contra su cuerpo, ladeando más su rostro para besarme con una rudeza pasional que amenazó con golpear mi cabeza contra una de las pantallas detrás de mí, pero él lo impidió, llevando su mano a anclarse en mi cabeza, y a sus dedos enredarse en mi cabello.
Solo entonces, algo brilló en mi cabeza y me abrió los ojos con sorpresa. Una imagen de mí, besando a alguien del mismo modo, pero no en el mismo lugar. Estaba acorralada contra la pared y con un enorme cuerpo lleno de impotencia recostado sobre el mío y entre mis piernas mientras me besaba con las mismas ganas, unas ganas repletas de sentimientos que no eran correspondidos del todo por la forma en que mis manos temblaban sobre su pecho, hechas un confuso puño. Así lo sentí. ¿Yo queriendo escapar de ese beso?
Rompí el beso por la mitad, llevando mis dedos a mis labios y mirando a Rojo con la misma impresión del recuerdo apenas visible en mi mente. Por otro lado, él apenas se reponía de mi inesperada acción, arrugando un poco su frente, y buscando algo en mi mirada.
Reconocí el cuerpo, tal como reconocía el cuerpo de Rojo ahora mismo: su estructura, su calor, su fuerza y vigor, eran tan parecidos, ¿sería posible que fuera la misma persona?
Porque eso había sido un recuerdo, ¿no? Estaba dudando, las imágenes que había cruzado por mi cabeza, era muy parecido a lo que sucedió en el pasadizo cuando salimos del túnel de agua y él me besó, devoró mis labios con voracidad. Pero había una única diferencia, mis manos no actuaron, no lo empujaron o lo tocaron tal como pasó en mi cabeza.
Entonces era un recuerdo, mucho más claro que lo que recordé en el comedor. ¿Eso quería decir que Rojo y yo nos besamos? ¿Era Rojo el de mis recuerdos?
— Quiero saber otra cosa sobre nosotros— la voz me tembló y eso lo extrañó a él.
— ¿Qué quieres saber?— me incitó a continuar, relajando su agarre en mi cintura, acariciándola suave y cuidadosamente mientras me contemplaba con dulzura, esperando mi pregunta.
— ¿Ya nos habíamos besado antes de esto?
Y sus dedos dejaron de acariciarme, se tensaron, se crisparon sin sujetar bien mi cintura, también vi esa mala sorpresa que había expandido sus cejas un instante antes de devolverlas al lugar que le correspondía.
— Si...— sinceró, en una corta exhalación.
Eso no me alivio, después de lo que recordé, y todavía por la manera tan decepcionada en que lo dijo.
— ¿Por qué no me lo dijiste? —cuestioné, sí él me hubiera dicho antes que nos besamos, me haría sentir sin duda más segura que antes, pero confundida. Si nos habíamos besado antes, ¿quería decir que teníamos algo a pesar de que estaba con Adam? Todo esto era muy confuso.
— Porque no es algo que quiera recordar, y todo lo que sucedió después de ese beso— apartó la mirada, colocándola sobre el escritorio. No pregunté porque vi que iba a continuar hablado —. Hice algo que no debía.
— ¿Hacer qué? —quise saber, él apretó su quijada, casi en una mueca que me hizo repetir la pregunta levemente, con insistencia, con esa curiosidad de saber por qué no quería responderme—. ¿Hacer qué, Rojo?
En cuanto pregunté, alzó la mirada, pero no a causa de esa pregunta que terminó desvaneciéndose en mis pensamientos porque algo más tomó una temible importancia a nuestro alrededor. Apenas lo vi ocultar su mirada detrás de esos parpados para torcer su cuello ferozmente hacía su derecha, cuanto todos los televisores detrás de nosotros se apagaron y la habitación se hundió en tinieblas.
En unas tinieblas aterradoras.
Cada pulgada de mi cuerpo se comprimió, se llenó de un inmenso miedo, tomando mi corazón y aplastándolo de la misma forma, cuando sentí sus manos dejando mi cintura y hasta su calor cuando apartarse de mí cuerpo. Lo imaginé con esa postura, rígida, peligrosa y atenta al peligro, mirando esa misma pared... pero, ¿qué estaba mirando? ¿Qué había visto? Y más importante, ¿qué provocó el apagón?
— ¿Qué sucede? — Mis cuerdas se rasgaron atemorizadas, y fue muy tonto intentar mirar a los lados en busca de algo cuando no había nada más que tinieblas. Entonces levanté el brazo para buscarlo, necesitaba encontrarlo, aferrarme a él—. ¿Rojo?
—No salgas hasta que vuelva— exclamó en la lejanía, eso me aterró más, me hizo saltar del escritorio y apresurar mis manos tras de él, pero entonces, ese grueso sonido hueco de la puerta siendo cerrada, me dejó con los pies clavados en el suelo.
Temblequeé.
Estaba estremecida sin poder creerlo, con el corazón subiéndome por la garganta, a punto de estallar en mi boca y ser escupido por ella. A piernas temblorosas y rodillas gelatinosas, retrocedí, sin dejar de mirar en esa dirección por la que Rojo había salido mientras mi brazo buscaba el escritorio, y mis dedos una vez hallado la madera, buscaron el arma.
Todo tipo de preguntas me martillaron el cráneo mientras mis dedos se aferraban al arma y la atraían contra mi pecho, señalando hacía donde creí que era la entrada. Algo terrible había sucedido, las luces de emergencia estaban apagadas, cosa que no debía de haber sucedido a menos que se cortara la electricidad... o dañara el combustible.
Si ocurrió, entonces el bunker estaba desprotegido. Los monstros intentarían entrar... Pero, ¿cómo había ocurrido? ¿Los demás lo sabían? ¿Se habrían dado cuenta? ¿Y sí no? ¿Y si seguían dormidos?
Tenía que avisarles, aun a pesar de la orden de Rojo, tenía que ir por ellos y avisarles... Me decidí, mis piernas se movieron dudosamente hacía adelante, estiré mi otro brazo desocupado para buscar la puerta, y cuando la hallé, giré el picaportes y la abrí, escuchando ese chirrido conforme la abría.
Salí, a pisadas sigilosas y con la mano extendida para tomarme de la pared y deslizarme por toda ella. Sabía en donde dormían los demás, Rossi mencionó—cuando Rojo aún estaba inconsciente—, que descansaban en las habitaciones de los oficiales, y esa, no quedaba muy lejos de la oficina de seguridad.
Entre la oscuridad y el escalofriante silencio, seguí deslizándome a ciegas, atenta a todo tipo de ruidos o movimientos, acelerando cada segundo más mis pasos con el propósito ansioso de llegar hasta ellos. En cuando llegué al primer cruce de pasillos, me quedé quieta, mirando a la nada, sintiendo como mi corazón escarbaba en mi pecho.
Estaba esperando que sus voces se escucharan, que Rossi o Adam aparecieran en busca de mí, pero eso no ocurrió ni cuando seguí deslizándome en la entrada del siguiente pasadizo, que con cada paso, mis pulmones empezaban a apretarse, a asfixiarme por el interminable y rotundo silencio que alteraba mis nervios.
No debía desesperarme, tal vez se trataba de algún fallo en la azotea y los experimentos no se habían dado cuenta todavía del desbloqueo en las entradas, porque si hubiesen sabido o se hubiesen percatado de ello, desde cuanto que todo el desastre iniciaría con aterradores golpes metálicos, o gruñidos... Sí. Eso quería pensar, después de todo el silencio era la respuesta.
Tragué con fuerza, a pesar de que quería calmarme con todo tipo de pensamientos positivos, mi cuerpo seguía tembloroso, y tembló con más pavor cuando...
Un azotar de puerta en la cercanía, se escuchó.
Todos mis huesos saltaron debajo de mi piel, y el sonido que aún rebotaba sonoramente me hizo señalar con el arma a todas partes de la oscuridad, encorvada con las dos manos apretando el arma y dos dedos a punto de apretar también el gatillo.
Retrocedí, y giré numerosas veces, atenta a cualquier tipo de sombra que pudiera notar, o cualquier otro sonido rasgador de huesos. Pero no escuché nada más que ese horripilante silencio petrificándome más y más, mis labios querían abrirse para soltar la voz, pero no pudieron ni separarse uno del otro, era como si estuvieran pegados.
Tuve que ahogar las preguntas que deseaba sacar a través de mi boca, y retrocedí, no supe cuantos pasos hasta que mi espalda chocó contra la pared, iba a deslizarme, a ferrarme de inmediato a ella otra vez, cuando algo repentinamente me golpeó la coronilla de la cabeza y me apartó de un saltó.
El sonido levemente metálico del objeto golpeando el suelo, hizo que mi corazón saltara del susto, no hubo otro sonido más que ese, cesando entre la penumbra hasta que mi cuerpo se inclinó y, mientras mi mano seguía señalando con el arma a donde pudiera, los dedos de la otra se estiraron, tomaron el delgado objeto cuadrangular con rejillas y agujeros...
Rejillas y agujeros.
Repasé una vez más esa extrañamente familiar estructura.
Esta cosa era la tapa de ventilación.
— Hola... Comida.
Mis entrañas, todas, se congelaron tras el brusco estremecimiento de mi cuerpo que no había iniciado a causa de esas palabras entornadas en una voz engrosada y maliciosa, sino de ese hedor tan repugnantemente cálido que se concentró únicamente sobre mi cabeza.