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21.42% Experimento (Rojo peligro) #1 / Chapter 12: Zona X

บท 12: Zona X

Estanterías metálicas repletas de frascos.

Frascos llenos de líquidos amarillos con fetos... en su mayoría no desarrollados.

Toqué uno que estaba etiquetado como prueba de ADN código 088 área negra, zona X. Su estado tenía la forma de un bebé más normal que el resto. Con un cordón umbilical tan largo y lleno de agujeros de los que salía una raíz picuda, muy rara, como si fueran espinas.

Seguí revisando el resto de fetos, todos eran del área negra, zona X, pero con diferentes numeraciones. Lo único que los diferenciaban eran sus partes deformadas, a la mayoría le faltaba un brazo y las piernas, otros tenían la cabeza deformada, con muchas bolas en el rostro y cráneo

Era extraño, pero podía decir que ellos fueron las primeras pruebas para crear sus experimentos, y los cuales, al final, no dieron resultados. Fallaron muchas veces.

Que perturbador. ¿Cuantos fetos hicieron y con cuantos fallaron? ¿Y qué tanto fue lo que hicieron con ellos? En la sala en la que estaba, parecía haber más de cien. No quería imaginarme cuantos más habría en las siguientes salas de este pasillo.

Me aparté y salí de todas esas estanterías para revisar el resto de la nueva habitación a la que habíamos entrado. No habían escritorios como en los primeros pasillos que recorrimos, este sitió parecía más un almacén de frascos, pero había una mesita con dos sillas, una máquina de café y un par de tazas de diferente color. Eran tazas muy curiosas, tenían la forma de un oso panda.

Más a fondo, junto a esa puerta en la que Rojo había entrado y todavía no salía, se encontraba una cajonera ocupada por una computadora que aún permanecía encendida, pero se necesitaba de un código para acceder a ella. Junto al teclado había un cuadernillo viejo, la mayoría de sus hojas estaban ocupadas, llenas de códigos, los mismos códigos que etiquetaban todos los frascos de esta habitación desde el 00 hasta el 105.

El cuaderno debía ser una clase de administración, manteniendo un orden de lo que debía estar en la sala.

Y eso era todo, no había nada más aquí. Eché una mirada al techo y a la alcantarina debajo de mis pies, sin poder evitar enviarla a la puerta. No sabía por cuanto tiempo había estado ahí encerrado, pero ya empezaban a preocuparme si algo malo le había ocurrido a Rojo.

Un pequeño escalofrío recurrió toda mi espalda al imaginarme a Rojo masticándolos. Rápidamente saqué esos pensamientos de la cabeza y toqué mis labios. En ese momento que me besó, sentí que moriría. Mejor dicho, estaba muerta de miedo. Completamente desesperada y nerviosa, pensando en que me arrancaría la lengua o se llevaría un trozo de mi boca.

Lo cual nunca sucedió.

Pero, ¿por qué me beso? ¿De dónde había aprendido a besar a si? ¿Se lo enseñaron? ¿Por qué enseñarían a besar a un experimento o él lo había aprendido por su propia cuenta? Eso no dejaba de preguntarme. Era muy desconcertante y un acto que por mucho que quisiera, no salía de la cabeza.

La puerta se abrió, repentina e inesperadamente: al menos por ese momento. Sus ojos carmín fueron lo primero que vi. Lo segundo que encontré fue el dorso de su mano limpiando la parte inferior de su boca manchada de sangre. Y lo tercero, cuando giró vi todo su rostro sin una sola mancha de sangre, pero también vi, que la piel debajo de sus ojos estaba oscurecida.

Con inquietud, envié la mirada a los bolsillos de su bata. Solo uno de ellos permanecía vacío mientras el otro aún se mantenía lleno. No pude evitar preguntarme si esos pedazos eran para mantenerse seguro más adelante y no lastimarme.

—Sigamos— informó seriamente, dirigiendo sus pasos sin detener se a la puerta. Consternada, le seguí con la mirada hallando hasta ese momento, un agujero en la bata que cubría su espalda baja. Me pregunté cómo se lo había hecho, pesé que tal vez fue cuando se encerró en el cuarto pequeño para comer. Pero la verdad, era que parecía que llevaba más tiempo, porque alrededor del agujero y de esa tela rota, había mucha sangre seca.

Claro que era la sangre de él. Y seguramente, antes había una herida en su espalda que fue regenerada.

Aceleré mis pasos, analizando el agujero en la bata mientras salíamos al corredizo grisáceo. Seguí imaginando las muchas razones, pero eran tantas que decidí preguntar:

— ¿Cómo te hiciste ese agujero en la bata?

Hubo un silencio en el que dirigió la mirada a mis labios, un lugar que no esperé que él viera, para dejarme con una incomodidad que hizo que me los apretara.

—Él me atravesó en el túnel, estaba comiéndome—su respuesta me dejó en shock, casi, endureciendo mis piernas e impidiendo que siguiera caminando de solo imaginármelo.

Los experimentos se devoraban entre sí...

—Era el mismo, ¿no es así? Regreso por nosotros—comenté, recordando cuando nos habíamos hundido en el agua para ocultarnos del monstruo.

—Estaba jugando con nosotros—aclaró—. Se había dado cuenta de nosotros mucho antes de hundirnos. Dejó que nos confiáramos antes de atacar.

—Fue por mi culpa, fui la que alzó la voz—conformé lo dije, fui bajando mi voz. Definitivamente había sido esa la razón, mi voz, el agua pudo haber ocultado gran parte de nuestra temperatura, tal como lo hizo con ese experimento, pero tal vez, me escuchó.

No dijo nada, y eso me dio la razón, así que prácticamente me sentí peor, culpable, una tonta y descuidada. Tenía que ser mucho más precavida de ahora en adelante. Y si no hubiera sido por él, ya estaría muerta. Fácilmente podía dejarme ser devorada por ese experimento, pero no lo hizo, volvió por mí a pesar de su herida en la espalda.

—Gracias por salvarme, Rojo.

Se detuvo. Sus ojos se clavaron ahora en los míos a raíz de penetrarme y dejarme estremecida no solo por su profundidad, sino porque fue de esa misma manera en la que me vio antes de besarme. Un calor quiso florecer en mi cuerpo, pero fue más la helada advertencia en mis músculos sobre el peligro que emitían sus pasos al acercarse a mí. Retrocedí teniendo el cuidado de no quedar acorralada, sin apartar la mirada de él. Quería besarme, ¿no es así? Otra vez tomarme con esa misma fuerza y robarme hasta el último aliento.

No quería.

Por lo menos no ahora... ¿No ahora?

—Es-espera—Estiré el brazo y la palma de mi mano tocó su pecho. Él se detuvo, y lo que hizo después, me estremeció. Tomó mi mano, cubriéndola con el calor de la suya la llevó a sus labios. La besó, enviando todo tipo de escalofríos a mí cuerpo y encogiéndome las extremidades.

—Me llamaste Rojo...

Estiró sus comisuras en una sonrisa contra el torso de mi mano. La piel de esa área se erizo. Por primera vez sonrió, y mis pies dejaron ese instante de sentir el suelo.

—Siempre te salvare— Susurró, con esa sonrisa tan humana como diabólica y encantadora—. Es una promesa.

(...)

Zona X.

Ver el nombre titulando el terreno frente a nosotros, me hacía recordar a los fetos. Definitivamente este era un laboratorio, cuyas puertas se mantenían todas abiertas, mostrando una extensa sala de barras metálicas y mucha iluminación y otras cosas que no pude reconocer por la lejanía. Justo por la entrada a la puerta principal, había un transporte diferente al de las vías, este tenía techo, un techo blanco, aunque no ventanas ni puertas, detrás de los cuatro asientos, había un pedazo del suelo de coche, lleno de cajas.

Aunque tenía curiosidad de saber que había ahí dentro, lo pasé por alto para adentrarme al laboratorio y quedar estupefacta. Su diferencia era tanta a la del laboratorio del área roja. Tenía dos pisos arriba con largas escaleras y varios salones, pero por debajo, en el primer piso, un camino de sangre se extendía frente a nosotros hacia el resto del laboratorio.

Insegura, miré a Rojo. Él no inmutaba ni un solo sonido mientras caminaba sobre el charco que se guiaba detrás de las estanterías repletas de jaulas de cristal.

Si Rojo no alertaba nada, era porque no había peligro. Eso me hice creer para tomar seguridad y caminar fuera del camino de sangre. Me acerqué, sobre todo, a las jaulas. Varias de ellas estaban rotas y los cristales se esparcían por el suelo, haciendo que con la luz resplandecieran. Por otro lado, el resto de jaulas permanecían cautivando todo tipo de roedores, arácnidos, incluso ranas y otro tipo de reptiles. Uno de ellos cuyo color de ojos se parecía a los de Rojo.

— ¿Para qué los utilizaran? —me pregunté. Seguramente era para hacer alguna combinación molecular, celular o... genética. Sí, eso era.

Me aparté y me adentré aún más, hacía las barras donde se mantenían una serie de material de laboratorio, algunos de ellos ya estaban rotos como por ejemplo los vasos de cristal derramados sobre las barras. Había unas cajas petric con un cultivo agrandado en su interior que, incluso comenzaba a escapar de esta misma. Todo estaba desordenado y utilizado a la mitad. Era como si, antes de que todo este desastre ocurriera, estuvieran trabajando aquí, sin siquiera esperarse el caos, porque no solo había material a medio camino, sino una que otra mochila o suéter colgado en las sillas sin llantas. Más al fondo del laboratorio— de entre tantas barras con cajoneras—, habían dos puertas que llevaban a dos pasillos diferentes: a sus lados un par de alimento y bebida.

Me tenté. En realidad no sabía si nos encontraríamos otras máquinas, o cuanto tardaríamos en encontrarlas, así que no lo pensé tanto y tomé la pequeña mochila. Desocupándola de inmediato sobre una mesa con la intención de ir y llenarla de comida. Pero tan solo la desocupé, un objeto pesado cayó al suelo y golpeó con mi pie.

Era una radio.

Me arrodillé para tomarla, pero cuando lo hice, algo más me dejó en shock. Debajo de la barra, se ocultaba un arma.

No dude siquiera cuando estiré el brazo y la atraje con ambas manos. Era definitivamente un arma pequeña, pero al menos un arma con la que podía defenderme, y había sido utilizada por un cuerpo femenino que se encontraba del otro lado de la barra, recostado en un suelo de sangre... de su propia sangre.

Caí sorprendida cuando revisé que el arma estuviera cargada, y sí lo estaba, pero no me encontraba sorprendida por eso, sino porque supe como revisarla y quitarle el seguro, como si antes hubiera utilizado una.

Sacudí la cabeza y me incorporé, tomando la radio y el arma para guardarlas en la mochila, no sin antes, buscar a Rojo. Él estaba del otro lado del laboratorio... con el torso desnudo. Alzó sus brazos y me di cuenta de que se estaba colocando un polo negra que terminó estirando debajo de su pecho: le quedaba un poco guanga del estómago. También tenía puesto unos jeans oscuros.

¿De dónde sacó esa ropa? Si no hubiera sido porque vi los cadáveres de un par de hombres, desnudos, tal vez seguiría haciéndome esa pregunta y no sentiría unas ganas terribles de decirle que las devolviera. Pero tal vez él no sabría lo mal que se veía quitarle la ropa a un ser humano que murió peleando para sobrevivir.

Y para ser franca, a nadie en un laboratorio tan infernal como éste, le impotaria poco desnudar un cadáver.

Salí de las barras tomando las primeras tijeras que encontré, para rodear el resto de muebles y acercarme a él lo más rápido posible. Tenía la mirada fija en ellos, una mirada amenazante.

— ¿Vas a comértelos? — Reaccionó en cuanto le pregunté, y se colocó la bata ensangrentada.

—Tenía pensado cortar un trozo y guardarlo—mencionó, mirándolo de reojo. Yo también hice lo mismo, quedando aterrada al ver las partes que les hacían falta, y que, definitivamente no había sido obra de Rojo—. No quiero llegar a tener hambre y enloquecer hasta lastimarte.

No supe que decir. Era escalofriante tan solo escucharlo decir eso. Tragué con fuerza y miré hacia las máquinas de comida.

— ¿Hay experimentos cerca? —pregunté con preocupación. Él negó apartándose un poco de los cuerpos—. Significa que si rompo las máquinas de alimento, ¿nada nos escuchara?

—Si nos escuchan, tendremos tiempo suficiente para escapar, seguramente están lejos de este perímetro porque no veo su calor— explicó, apartándose más. No, de hecho, acercándose a las maquinas sin titubeos. Caminé detrás de él, viendo como levantaba su puño y lo estampaba en el vidrio que, al recibir el golpe, estalló en fragmentos.

Apresuradamente por el ruidoso acto, giré a mi alrededor, asustada, atenta a cualquier otro ruido. Rojo también revisó, y lo que me dejó inquietante fue ver que regresó la mirada hacia un cierto lado del laboratorio.

—Tómalos—ordenó, y le obedecí, agarrando cuanto pude del interior de la máquina y guardarla en la mochila, mientras él se apresuraba a romper la de las bebidas y tomar botellas para pasármelas. Aplasté todo con tal de que las botellas de agua cupieran y me incorporé con la mirada fija en la forma en que él miraba otro lado del laboratorio— Eso no es un experimento de genes humanos.

— ¿No lo es? —solté el aliento, atemorizada por sus palabras. ¿Con qué más experimentaban en este lugar? ¿Animales?

—Por la forma en que se mueve quiere decir que se guía por el sonido.

Ahora estaba viendo cada vez más cerca del corredizo que se extendía a través de la puerta abierta frente a nosotros.

Oh no... No, no, no, no.

—Entonces ya no hables y escondámonos—susurré en petición en tanto jalaba su brazo y lo incitaba a correr de vuelta al pasillo que ya habíamos recorrido. Lo solté cuando me siguió el paso, y miré a la izquierda antes de girar al siguiente corredizo, buscando el almacén que encontramos antes de llegar al laboratorio.

Entramos en él, y cerré la puerta con mucho cuidado a pesar de lo oscuro que estaba el sitio: con seguro puesto, solo por si las dudas. Cuidadosamente me aparté de la puerta, encendiendo la luz en la habitación de limpieza, la cual tenía una escalera detrás de nosotros que llevaba a un piso abajo.

Al mirar a Rojo, el miedo me puso los nervios de punta. Mantenía sus parpados cerrados, moviendo su rostro lentamente... muy lentamente, como si estuviera siguiendo algo. No, en realidad estaba siguiendo algo.

Y sí. Esa cosa había llegado al corredizo a una velocidad indomable.

Sigilosamente seguí acercándome a Rojo, llevando mi mano a su antebrazo y aferrando mis dedos a él sin rodearlo, para sentirme segura. Bajó su rostro y abrió sus ojos. No había ni una sola pisca de miedo en él, a diferencia de mí que, seguramente, estaba con kilos de terror.

Mi cuerpo temblaba como una secadora de ropa, y quise tranquilizar por lo menos mí agitada respiración. Era horrible sentirme así. No se escuchaba ningún ruido en el exterior, pero la mirada de Rojo, me dijo que esa cosa estaba fuera del almacén. Seguramente rastreando cualquier sonido que nos traicionara.

Rojo cerró sus parpados, su rostro se movió hacía atrás del almacén y se quedó en esa posición. Solo después de varios segundos, se inclinó sobre mí, sorprendiéndome. Colocando su rostro sobre mi hombro y sus labios contra mi oído. Acomodó sus manos, rodeando esa zona en la que mantenía nuestras pieles conectadas, y susurró tan bajo como claro:

—No. Se. Irán. Fácilmente.

Mi cabeza proceso esas palabras, sabiendo que no se trataba de un solo monstruo, sino de más de uno.

Volvió a alejarse, clavando la mirada en mí, esperando algo de mí. Esperando una decisión tal vez. ¿Quería que le dijera que los matará? Hice un movimiento con los labios, lentamente para preguntarle cuantos eran. No sabía si me entendería, si sabía leer labios, pero ahí estaba, intentándolo.

Y lo logró. Alzó su mano, alzo todos sus dedos y... ¡¿Cinco?! Me ensordecí. Me sentí desorientada. Traté de sostenerme del barandal de la escalera y recuperar la respiración. Eran cinco, cinco experimentos nos tenían rodeados. Cinco monstruo nos estaban buscando, para matarnos.

Si le decía que saliera, podrían matarlo. Aquel experimento en el túnel se lo estaba devorando, y estos, posiblemente harían lo mismo. No, no iba a permitirlo. Sacudí la cabeza y moví nuevamente los labios mencionando que era mejor quedarnos aquí y esperar. Podría ser que ellos luego de un rato se fueran.

La pistola en la mochila ilumino mi cabeza, por desgracias, haría un sinfín de ruido cuando por fin la sacara porque había sido lo primero que guardé en ella. Ahora, lo único que nos quedaba, era no hacer ruido.

(...)

Cada paso, era un escalón metálico menos para llegar al piso de abajo. Estaba guardando la calma. Aceptando, después de un tiempo, que esas cosas no nos lo iban a dejar fácil. Estaban seguros que el ruido terminó por el corredizo fuera del almacén.

Tuve que quitarme el calzado para no hacer tanto ruido, y caminar como un mimo. Caminar tan lenta y sigilosamente, como si en cada paso dependiera mi vida, lo cual era cierto.

Pisé la porcelana, sintiendo un gran alivio de ser muy cuidadosa. Y miré alrededor, el resto del almacén era una pocilga muy peligrosa. Un sinfín de escobas, trapeadores, tubos oxidados, recogedores y palas colgadas en el corto techo sobre nosotros. Un movimiento en vano y caerían para llevarnos a la muerte.

Había una estantería repleta de botes de pintura y cajas cerradas, y más adelante, un pequeño baño sin puerta. Decidí no caminar más y sentarme cuidadosamente en el escalón. , también, la mochila de mis hombros para dejarla en el suelo.

Rojo, por otra parte, seguía vigilando los movimientos de los experimentos. Un rasgado sonido me endureció la espina dorsal. Clavé la mirada en Rojo, aterrorizada, porque estaba segura que ese sonido provino de la puerta a la que le puse candado. Me fijé en esa notable mueca que se estiró en sus labios y mostró un poco de sus colmillos. Apretó la quijada y abrió sus parpados en dirección a mí.

Entendí que ya nos habían encontrado. Pero él llevó su brazo y mordiéndolo con una rotunda fuerza y tirando de su propia piel, hizo que la sangré desbordara. Lo colocó sobre mi cabeza. Iba a lanzarme fuera de un saltó, cuando él mismo me detuvo. Me mantuvo obligada en esa posición, bañándome en la sangre de su propia herida. Ahogandome. Volvió a morderse una y otra vez la misma área, arrancándose más piel con esos colmillos aterradores. Y se colocó sobre sus cuclillas, tomándome de la nuca y doblándome hacía adelante para que su sangre me mojara toda la espalda.

Ahogué el gemido cuando su sangre cayó en mis ojos, los cuales tuve que cerrar por el dolor que se inyectó en ellos. Me sostuve de su torso, prácticamente quedado fuera del escalón y con las rodillas en el suelo, pegada a su cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Era alguna clase de camuflaje? Eso quería decir que los experimentos me habían olfateado... ¿cierto?

Olfateó. Comenzó a olfatear mi cabello, mi cuello. Alejándome poco a poco de su pecho para seguir oliendo, esta vez, mi pecho e incluso mis piernas. Temblé más de lo que pensé que no podía. Y cuando al fin me soltó, sus manos sostuvieron mi rostro y sus pulgares masajearon mis parpados sin lastimarme. Pronto sentí que estaba limpiándome los ojos con su polo, y mientras lo hacía, seguí atenta a esas rasgaduras sonoras en la puerta que poco a poco comenzaron a disminuir.

Abrí lentamente los ojos. Con la vista nublada por el dolor, pude reconocer la sombra de Rojo. Dirigí la mirada a su brazo, ese mismo en el que recordaba perfectamente que se había mordido con brutalidad, y el cual estaba en perfectas condiciones segundos después. Me costaba creer que se autolesionara solo para cubrir mi aroma con su sangre. Mi cuerpo estaba bañado en ella, no podía si quiera reconocer el verdadero color de mi ropa o piel. ¿No le sucedería algo por la pérdida drástica de sangre?

Sucedió que sí, cuando subí mucho mi rostro y vi el suyo palideciendo en un dos por tres. Ese pálido color empezó a preocuparme. Otra cosa que también me preocupaba, era que no estaba sintiéndome muy bien.

Se debía a la mucha sangre que cubría mi cuerpo.

Cualquiera en mi lugar, estaría perdiendo la conciencia.

—Gracias—solté el movimiento sin inmutar la voz. Él me vio por una última vez antes de volver a cerrar sus ojos y a apretar su mandíbula. Podía leerlo fácilmente, podía saber que estaríamos encerrados aquí un buen tiempo. Y recordando que por supuesto, yo estaba bañada en su sangre.

Mi frente se recargó en su brazo, y no porque quisiera, sino porque sentí las náuseas. Cubrí mi boca y me obligué a desesperadamente resistir. No quería arruinarlo, no quería hacerlo. Respiré hondo y solté una exhalación larga y entrecortada. Repetí el acto hasta que estuve segura de que me concentraría en algo más que en mi aspecto: en contar las escobas del techo, tal vez.

Podía ser un acto tonto, pero estaba funcionando al menos hasta que mi estómago dejó de sentirse un volcán a punto de hacer erupción. Me aparté para volver a sentarme en el escalón, revisando el rostro de Rojo quien seguía con la mirada fija sobre la escalera.

No se miraba bien, y había sido por mí culpa. Que si no hubiéramos roto las máquinas, no estaríamos en esta posición.

Toqué su frente al mirar esa corona de sudor. La maldita fiebre había vuelto. Si él empeoraba, caería inconsciente como otras veces. Llevé mi mano al bolsillo de la bata, sin dudar y, tomé el primer trozo de carne. No lo vi y lo llevé hasta su rostro pensando en que si lo consumía, se repondría.

Bajó la mirada rasgada, posándola en mí y no en su alimento.

—Cómelo—solté en un tono exageradamente bajo. Alcé un poco más el pedazo de carne para que lo viera, y terminó arrebatándomelo, devolviéndolo al bolsillo de la bata—. Estas hirviendo.

Negó con un leve movimiento de la cabeza y una mirada segura, pese al sudor y su palidez. Lo debí que estaba comenzando a mirarse, empezaba a preocúpame. Se acercó, nuevamente inclinando su rostro y dejándome rígida ante el tacto de su boca con mi oído.

—Se han alejado—Solté un silencioso jadeo ante la humedad de su aliento cosquillando en mi cuello y cabeza. Mi corazón reaccionó con un vuelco—. Pero cualquier ruido los traería de regreso, así que no hablemos.

Eso quería decir que, que por ahora estábamos a salvo, mientras no hiciéramos ruido. Estaba a punto de asentir...

Cuando una lamida en mi quijada, me dejó petrificada, aguantando la respiración y dejando la mirada perdida en alguna parte del almacén detrás de su hombro. El roce de sus labios, siguiendo esa línea de piel hasta mi mentón, hizo que cada estremecimiento de su movimiento se estirara en mis huesos. Solo unos milímetros se apartó, dejando que su enigmática mirada poseyera a la mía, mientras mis piernas sentían el desliz ágil de sus manos.

Me las abrió.

Y temblé. Sentí que me quebraría por lo endurecida que estaba.

Cuando vi que inclinaba su cuerpo al mío y una de sus rodillas se acomodaba en mi entrepierna, no me congelé esta vez, lo detuve con las manos sobre su pecho.

—No—susurré, con la respiración afilada y el corazón a punto de cruzar por mi pecho—. Aquí no...


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